Planeta Freud

020. 03. Psicopatología de la vida cotidiana – 1900-1901 [1901]

Posted on: agosto 3, 2009

[…]

Ejemplos:

1) Viendo el gesto de desagrado que ponía mi hija al morder una manzana agria, quise, bromeando, decirle la siguiente aleluya:

El mono pone cara ridícula
al comer, de manzana. una partícula.

Pero comencé diciendo: El man…

Esto parece ser una contaminación de «mono» y «manzana» (formación transaccional), y puede interpretarse también como una anticipación de la palabra «manzana», preparada ya para ser pronunciada.

Sin embargo, la verdadera interpretación es la siguiente: Antes de equivocarme había recitado ya una vez la aleluya, sin incurrir en error alguno, y cuando me equivoqué fue al verme obligado a repetirla, por estar mi hija distraída y no haberme oído la primera vez.

Esta repetición, unida a mi impaciencia por desembarazarme de la frase, debe ser incluida en la motivación del error, el cual se presenta como resultante de un proceso de condensación.

2) Mi hija dijo un día:

«Estoy escribiendo ala señora de Schresinger

El apellido verdadero era Schlesinger.

Esta equivocación se debió, probablemente, a una tendencia a facilitar la articulación, pues después de varias r es difícil pronunciar la l. «Ich schreibe der Frau Schlesinger.»

Debo añadir, además, que esta equivocación de mi hija tuvo efecto pocos minutos después de la mía entre «mono» y «manzana» y que las equivocaciones orales son en alto grado contagiosas, a semejanza del olvido de nombres, en el cual han observado Meringer y Mayer este carácter. No conozco la razón de tal contagiosidad psíquíca.

3) Una paciente, al comienzo de la sesión de tratamiento y al querer decir que las molestias que experimentaba le hacían «doblarse como una navaja de bolsillo» (Taschenmesser), cambió las consonantes de esta palabra, y dijo: Tassenmescher, equivocación explicable por la dificultad de articulación de tal palabra.

Habiéndole llamado la atención sobre su error, replicó prontamente: «Sí, eso me ha sucedido porque antes ha dicho usted también Ernscht, en vez de Ernst.» En efecto, al recibirla había yo dicho: «Hoy ya va la cosa en serio (Ernst) » pues era aquélla la última sesión antes de vacaciones-, y, bromeando, había aprovechado el doble sentido de la palabra Ernst (serio y Ernesto) para decir Ernscht (apelativo familiar de Ernesto), en vez de Ernst (serio).

En el transcurso de la sesión siguió equivocándose la paciente repetidas veces, haciéndome por fin observar que no se limitaba a imitarme, sino que tenía, además, una razón particular en su inconsciente para continuar considerando la palabra Ernest, no como el adjetivo serio sino como nombre propio: Ernesto .

4) La misma paciente, queriendo decir en otra ocasión: «Estoy tan resfriada que no puedo aspirar (atmen) por la nariz (Nase)», dijo: «Estoy tan constipada que no puedo naspirar (natmen) por la ariz (Ase)», y en el acto se dio cuenta de la causa de su equivocación, explicándola en la siguiente forma:

«Todos los días tomo el tranvía en la calle Hasenauer. Esta mañana, mientras lo estaba esperando, se me ocurrió pensar que si yo fuese francesa diría Asenauer, pues los franceses no pronuncian la h aspirándola, como lo hacemos nosotros.»

Después de esto habló de varios franceses que había conocido, y al cabo de amplios rodeos y divagaciones recordó que teniendo catorce años había representado en una piececilla titulada El Valaco y la Picarda el papel de esta última, habiendo tenido que hablar entonces el alemán como una francesa. La casualidad de haberse alojado por aquellos días en la casa de viajeros en que ella habitaba un huésped procedente de París había despertado en ella toda esta serie de recuerdos.

El intercambio de sonidos (Nase atmen = Ase natmen) es, pues, consecuencia de una perturbación producida por un pensamiento inconsciente, perteneciente a un contenido ajeno en absoluto al de la frase expresada.

5) Análogo mecanismo se observa en la equivocación de otra paciente, cuya facultad de recordar desapareció de pronto a la mitad de la reproducción de un recuerdo infantil, que volvía a emerger en la memoria después de haber permanecido olvidado durante mucho tiempo. Lo que su memoria se negaba a comunicar era en qué parte de su cuerpo le había tocado la indiscreta y desvergonzada mano de cierto sujeto. Inmediatamente después de haber sufrido este olvido visitó la paciente a una amiga suya y habló con ella de sus respectivas residencias veraniegas. Preguntada por el lugar en que se hallaba situada la casita que poseía en M., dijo que en las nalgas de la montaña (Berglende), en vez de en la vertiente de la misma (Berglehne).

6) Otra paciente, a la que después de la sesión de tratamiento pregunté por un tío suyo, me respondió: «No lo sé.

Ahora no le veo más que in fraganti.»

Al siguiente día, en cuanto entró, me dijo:

«Estoy avergonzada de mi tonta respuesta de ayer. Ha debido usted de pensar que soy una de esas personas ignorantes que usan siempre equivocadamente las locuciones extranjeras. Lo que quise decir es que ahora ya no veía a mi tío más que en passant.»

Por el momento no sabíamos de dónde podía haber tomado la paciente las palabras extranjeras equivocadamente empleadas; mas en la misma sesión, continuando el tema de la anterior, apareció una reminiscencia en la que desempeñaba el papel principal el hecho de haber sido sorprendida in fraganti.

Así, pues, la equivocación del día anterior había anticipado este recuerdo, entonces todavía inconsciente.

7) Estando sometiendo a un análisis a otra paciente, le expresé mi sospecha de que en la época de su vida de que entonces tratábamos se hallaba ella avergonzada de su familia y hubiese hecho a su padre un reproche sobre algo que hasta aquel momento nos era aún desconocido. La paciente no recordaba nada de ello, y además dijo que mi suposición le parecía improbable.

Mas luego continuó la conversación, haciendo varias observaciones sobre su familia, y al decir: «Lo que hay que concederles es que no son personas vulgares. Todos ellos tienen inteligencia (Geist)», se equivocó y dijo: «Todos ellos tienen avaricia (Geiz).» Este era el reproche que por represión había ella expulsado de su memoria.

Es un fenómeno muy frecuente el de que en la equivocación se abra paso precisamente aquella idea que se quiere retener (compárese con el caso de Meringer: Vorschein = Vorschwein).

La diferencia entre ambos está tan sólo en que en el caso de Meringer el sujeto quiere inhibir una cosa de la que posee perfecta conciencia, mientras que mi paciente no sabía lo que inhibía, ni siquiera si inhibía alguna cosa.

8) El siguiente ejemplo de equivocación se refiere también, como el de Meringer, a un caso de inhibición intencionada. Durante una excursión por las Dolomitas encontré a dos señoras que vestían trajes de turismo. Fui acompañándolas un trozo de camino y conversamos de los placeres y molestias de las excursiones a pie. Una de las señoras concedió que este deporte tenía su lado incómodo.

«Es cierto -dijo- que no resulta nada agradable sentir sobre el cuerpo, después de haber estado andando el día entero, la blusa y la camisa empapadas en sudor.» En medio de esta frase tuvo una pequeña vacilación que venció en el acto. Luego continuó, y quiso decir:

«Pero cuando se llega a casa (nach Hause) y puede uno cambiarse de ropa…»; mas en vez de la palabra Hause (casa) se equivocó y pronunció la palabra Hose (calzones).

Opino que no hace falta examen ninguno para explicar esta equivocación. La señora había tenido claramente el propósito de hacer una más completa enumeración de las prendas interiores, diciendo:

«Blusa, camisa y calzones», y por razones de conveniencia social había retenido el último nombre. Pero en la frase de contenido independiente que a continuación pronunció se abrió paso, contra su voluntad, la palabra inhibida (Hose), surgiendo en forma de desfiguración de la palabra Hause (casa). [Ejemplo agregado en 1917.]

9) «Si quiere usted comprar algún tapiz, vaya a casa de Kauffmann (apellido alemán que significará además, comerciante), en Matthäusgasse», me dijo un día una señora. Yo repetí: «A Matthäuss…, digo, de Kauffmann.» Esta equivocación de repetir un nombre en lugar de otro parecía ser simplemente motivada por una distracción mía.

En efecto, las palabras de la señora me habían distraído, pues habían dirigido la atención hacia cosas más importantes que los tapices de que me hablaba.

En Matthäusgasse se halla la casa donde mi mujer vivía de soltera. La entrada de esta casa daba a otra calle, y en aquel momento me di cuenta de que había olvidado el nombre de esta última, siéndome preciso dar un rodeo mental para llegar a recordarlo.

El nombre Matthäuss, que fijó mi atención, era, pues, un nombre sustitutivo del olvidado nombre de la calle, siendo más apto para ella que el nombre de Kauffmann, por ser exclusivamente un nombre propio, cosa que no sucede a este último, y llevar la calle olvidada también un nombre propio: Radetzky.

10) El caso siguiente podría incluirse, asimismo, entre los «errores», de los que trataré más adelante, pero lo expongo ahora por aparecer en él con especial claridad la relación de sonidos que motiva la equivocación. Una paciente me relató un sueño que había tenido y que era el siguiente: Un niño había decidido matarse dejándose morder por una serpiente, y, en efecto, llevaba a cabo su propósito.

La paciente lo vio en su sueño retorcerse convulsionado bajo los efectos del veneno, etc. Hice que buscase el enlace que su sueño pudiera tener con sus impresiones de la vigilia, y en el acto recordó que la tarde anterior había asistido a una conferencia de vulgarización sobre el modo de prestar los primeros auxilios a las personas mordidas por reptiles venenosos.

En ella oyó que cuando han sido mordidos al mismo tiempo un adulto y un niño se debe atender primero a este último.

Recordaba también las prescripciones aconsejadas para el tratamiento de estos casos por el conferenciante, el cual había insistido sobre la importancia de saber, ante todo, por qué clase de serpiente había sido atacado el herido.

Al llegar aquí interrumpí a mi paciente y le pregunté: «¿Y no dijo el conferenciante que en nuestro país hay muy pocas serpientes venenosas ni tampoco cuáles de las que de esta clase hay son las más temibles?» «Sí -respondió-; habló de la serpiente de cascabel (Klapperschlange).» Mi risa le hizo darse cuenta de que había dicho algo equivocado, pero no rectificó el nombre de la serpiente, sustituyéndolo por otro, sino que se limitó a retirarlo, diciendo: «Es verdad; la serpiente de cascabel no existe en nuestro país, y de lo que el conferenciante habló fue de las víboras. No sé cómo he podido referirme a ese reptil.» Yo supuse que la aparición de la serpiente de cascabel en la respuesta de mi paciente había obedecido a la intervención de los pensamientos que se hallaban ocultos detrás de su sueño.

El suicidio por mordedura de una serpiente no puede apenas ser otra cosa que una alusión a la bella Cleopatra (Kleopatra). La amplia analogía de los sonidos de ambas palabras, la común posesión de las letras Kl… p… r… en igual orden de sucesión y la acentuación en ambas de la letra a deben tenerse muy en cuenta. La favorable relación existente entre los nombres serpiente de cascabel (Klapperschlange) y Cleopatra (Kleopatra) motivó en la paciente una momentánea inhibición del juicio, a consecuencia de la cual, y a pesar de saber tan bien como yo que la serpiente de cascabel no pertenecía a la fauna de nuestro país, no halló nada extraña su afirmación de que el conferenciante había expuesto a un público vienés el tratamiento de las mordeduras de dicho reptil. No queremos, en cambio, reprocharle que admitiese con igual ligereza su existencia en Egipto, pues estamos acostumbrados a confundir en un solo montón todo lo exótico, y yo mismo tuve que pararme a meditar un momento, antes de sentar la afirmación de que la serpiente de cascabel pertenece únicamente a la fauna del Nuevo Mundo.

En la continuación del análisis fueron apareciendo diversas confirmaciones de mi hipótesis. La paciente había fijado por vez primera su atención, la tarde anterior al sueño relatado, en el grupo escultórico de Strasser, que representaba a Antonio y Cleopatra, situado en las proximidades de su casa.

Este había sido, pues, el segundo motivo del sueño (el primero fue la conferencia sobre las mordeduras de las serpientes).

En la continuación del mismo se vio meciendo a un niño en sus brazos, escena a la cual asoció después la figura de la Margarita goethiana. Posteriores ideas espontáneas que surgieron en el análisis fueron reminiscencias referentes a Arria y Mesalina. La aparición de tantos nombres de obras teatrales en los pensamientos del sueño hace sospechar que en la sujeto existió en años anteriores una viva afición, secretamente mantenida, a la profesión de actriz.

El principio del sueño. «Un niño había decidido suicidarse dejándose morder por una serpiente», puede traducirse en estas palabras:

«La sujeto se había propuesto en su infancia llegar a ser una actriz famosa.» Del nombre Mesalina parte, por fin, el camino mental que conduce al contenido esencial de este sueño. Determinados sucesos recientes habían despertado en mi paciente la preocupación de que su único hermano llegase a contraer un matrimonio desigual, una mésalliance, con una mujer de raza distinta, una no aria.

11) He aquí un ejemplo por completo inocente, o que lo creemos así, por no haber sido aclarados totalmente sus motivos.

En él se transparenta con gran claridad el mecanismo interior. Un alemán que viajaba por Italia tuvo necesidad de comprar una correa para sujetar su baúl, que se le había estropeado.

En el diccionario encontró la palabra italiana coreggia, como correspondiente a la alemana Riemen (correa).

«No me será difícil recordar esta palabra -se dijo-. Bastará con que piense en el nombre del pintor Correggio.» Después de esto se dirigió a una tienda y pidió una ribera. [Ribera, el pintor español del siglo diecisiete.] Se ve, pues, que el sujeto no había conseguido sustituir en su memoria la palabra alemana por la italiana equivalente, pero que su esfuerzo no había sido totalmente vano.

Sabía que tenía que apoyarse en el nombre de un pintor, y obrando de este modo tropezó no con aquel cuyo sonido semejaba a la palabra italiana, sino con otro de sonido aproximado a la palabra alemana Riemen (correa).

Este ejemplo podría colocarse entre los olvidos de nombres lo mismo que aquí, entre las equivocaciones.

Cuando me dedicaba a coleccionar casos de equivocaciones orales para la primera edición de este libro efectuaba yo solo esta tarea, y para reunir material suficiente sometía al análisis todos los casos que me era dado observar, aun aquellos de escasa importancia.

Mas de entonces acá se han dedicado varias otras personas a la entretenida labor de coleccionar y analizar equivocaciones, permitiéndome hacer una selección de casos y ejemplos, extrayendo los más significativos del rico material acumulado.

12) Un joven dijo a su hermana: «He roto toda relación con D… Ahora ya ni siquiera la saludo.»

La hermana quiso responderle: «Haces bien. Es una familia poco recomendable (Sippschaft)»; pero cambió la letra inicial de la palabra Sippschaft, y dijo Lippschaft.

En esta equivocación acumuló dos cosas: que su hermano comenzó tiempo atrás un galanteo con una hija de dicha familia, y que de esta muchacha se dice que poco tiempo antes se había comprometido gravemente entregándose a un amor (Liebschaft) prohibido.

13) Un joven abordó a una muchacha en la calle con las palabras: «Si usted me lo permite, señorita, desearía acompañarla (begleiten)»; pero en vez de este verbo begleiten (acompañar), formó un nuevo (begleitdigen), compuesto del primero y beleidigen (ofender).

Se ve claramente que pensaba en el placer de acompañarla, pero que temía ofenderla con la proposición.

El que estos dos sentimientos encontrados llegasen a ser expresados en una palabra -en la equivocación- indica que las verdaderas intenciones del joven no eran precisamente las más puras, ya que a él mismo le parecían poder ofender a la señorita. Pero su nconsciente le jugó una mala pasada, delatando sus verdaderos propósitos, con lo cual obtuvo, como es natural, la respuesta obligada en estos casos: «¡Qué se ha figurado usted de mí! ¡Cómo puede ofenderme de ese modo!» (Comunicado por O. Rank.) Varios de los ejemplos que van a continuación están tomados por mí de un artículo de W. Stekel, titulado «Confesiones inconscientes», publicado en el Berliner Tageblatt de 4 de enero de 1904. [Incluidos en 1907 los ejemplos 14 al 20.]

14) «El caso que sigue me reveló una parte, para mí poco grata, de mis pensamientos inconscientes.

Antes de exponerlo quiero hacer constar que en mi profesión de médico no pienso nunca, como es justo, en las ganancias que mis pacientes puedan proporcionarme, sino tan sólo en su propio interés; sin embargo, una vez me sucedió lo siguiente: Me hallaba en casa de un enfermo, convaleciente ya de una grave dolencia. Durante el período de máxima gravedad, ambos, médico y enfermo, habíamos pasado días y noches muy penosos. Iniciada la convalecencia, me sentía muy contento de verle en vías de franca curación y le hablé de los placeres de una estancia en Abazia, que había de reponerle por completo, «si, como yo esperaba, no le era posible abandonar pronto el lecho».

Seguramente, este no había surgido de un motivo egoísta de mi inconsciente: el de poder continuar visitando un cliente adinerado, deseo completamente extraño a mi conciencia y que si hubiera apuntado en ella hubiera yo rechazado con indignación.»

15) Otro ejemplo de W. Stekel: «Mi mujer tomó una institutriz francesa para por las tardes. Después de ponerse de acuerdo con nosotros sobre las condiciones reclamó sus certificados, que nos había entregado, y justificó su petición diciendo: Je cherche encore pour les après-midis, pardon, pour les avant-midis. Claramente se veía la intención de buscar otra casa en la que quizá fuese admitida en mejores condiciones, intención que llevó a cabo.»

16) A petición de su marido, tuve un día que reprender enérgicamente a una señora, hallándose aquél escuchando detrás de una puerta para observar el efecto producido por la reprimenda.

Esta causó, realmente, una gran impresión en la señora.

Al despedirme de ella lo hice con las palabras:

«Beso a usted la mano, caballero», con lo cual si la interesada hubiera sido persona experimentada en estas cuestiones hubiese podido descubrir que mi despedida se dirigía en realidad a aquel por encargo del cual la había yo sermoneado.

17) El doctor Stekel nos refiere de sí mismo que, teniendo una vez en tratamiento a dos pacientes procedentes de Trieste, confundía siempre entre sí sus respectivos nombres, y al saludarlos decía: «Buenos días, señor Peloni», al que se llamaba Askoli, y «Buenos días, señor Askoli», a Peloni.

Al principio se inclinó a no atribuir ninguna profunda motivación a este cambio y a explicarlo sencillamente por las varias coincidencias existentes entre ambos sujetos, pero más tarde le fue fácil convencerse de que tan continuada equivocación obedecía al vanidoso deseo de hacer saber de aquel modo a sus dos clientes italianos que no era ninguno de ellos el único habitante de Trieste que había hecho el viaje hasta Viena para acudir a su consulta.

18) El mismo doctor Stekel cuenta que en una tormentosa junta general, queriendo decir: «Pasamos (wir schreiten) ahora al punto cuarto de la orden del día», dijo: «Peleamos (wir streiten)», etc.

19) Un profesor, en un discurso de toma de posesión de una cátedra, dijo: «No estoy inclinado (ich bin nicht geneigt) a hacer el elogio de mi estimado predecesor», queriendo decir: «No soy el llamado (ich bin nicht geeignet).»

20) El doctor Stekel dijo a una señora a la que suponía atacada de la enfermedad de Basedow: «Le lleva usted un bocio (Kropf)… a su hermana», queriendo decir: «Le lleva usted una cabeza (Kopf) de alto »

21) Stekel informa: «Alguien quiso describir las relaciones de dos amigos destacando el hecho que uno de ellos era judío. Diciendo: ‘vivían juntos como Castor y Pollak’ (en vez de Pollux, los dos mellizos divinos en la mitología griega). Esto por cierto no fue dicho con intención chistosa, mi interlocutor no se dio cuenta de su error hasta que yo se lo hice ver.»

22) A veces la equivocación descubre algo característico del que la sufre. Una casada joven, que ordenaba y mandaba en su casa como jefe supremo, me relataba un día que su marido había ido a consultar al médico sobre el régimen alimenticio más conveniente para su salud, opinando el doctor que no necesitaba seguir ningún régimen especial. «Así, pues -continuó la mujer-, puede comer y beber lo que yo quiera.» Los dos ejemplos siguientes, publicados por Th. Reik en la Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse, III, 1915, proceden de situaciones en las que se producen con gran facilidad las equivocaciones, pues en ellas se inhibe mucho más de lo que se expresa.

23) Un caballero hablaba con una joven señora, cuyo marido había fallecido poco tiempo antes. Después de darle el pésame, añadió: «Encontrará usted un consuelo dedicándose (widmen) ahora por completo a sus hijos.» Pero, abrigando un pensamiento reprimido referente a otro distinto consuelo existente para su interlocutora, esto es, que, siendo una joven y bella viuda (Witwe), no tardaría en gozar de nuevas alegrías sexuales, confundió los sonidos de las palabras widmen (dedicar) y Witwe (viuda) y dijo widwen en su frase de consuelo.

24) El mismo señor, conversando una noche en una reunión con la misma joven viuda sobre los grandes preparativos que a la sazón se hacían en Berlín para la celebración de las fiestas de Pascua, preguntó a su interlocutora:

«¿Ha visto usted hoy el escaparate de Wertheim? Está muy bien descotado.»

No habiendo podido expresar en voz alta su admiración ante el descote de la bella señora, su pensamiento retenido se había abierto paso aprovechando la semejanza de las palabras descotado y decorado y transformando la decoración del escaparate de una tienda en un descote. La palabra escaparate fue también empleada en la frase con un inconsciente doble sentido. Igual motivo se descubre en una observación de Hans Sachs, minuciosamente explicada y analizada por él mismo.

25) Una señora me hablaba de un conocido de ambos, y dijo que la última vez que le había visto había observado que iba, como siempre, elegantísimamente vestido y llevaba unos preciosísimos zapatos (Halbschuhe) negros. Yo le pregunté que dónde le había encontrado, y ella respondió:

«Llamó a la puerta de mi casa y le vi por las rendijas de la mirilla, pero ni le abrí ni di señales de vida pues no quería que se enterase de mi regreso a la ciudad.»

Al oír esto pensé que me ocultaba, probablemente, que no le había abierto porque no estaba sola en la casa y, además, porque su toilette no era en aquellos momentos la más apropiada para recibir visitas. Con estos pensamientos, le pregunté algo irónicamente:

«¿De manera que a través de la mirilla le fue a usted posible admirar las zapatillas (Hausschuhe), digo, los zapatos (Halbschuhe) de nuestro amigo?» En la palabra zapatillas (Hausschuhe) había surgido el inhibido pensamiento de que la señora se hallaba en traje de casa (Hauskleid). Por otro lado, la partícula Halb (medio) de Halbschuhe (zapatos) poseía una tendencia a desaparecer, por constituir el elemento principal la frase que, de no haber sido reprimida, hubiera expresado mi pensamiento, o sea: «No me dice usted más que media verdad, pues me oculta que en aquel momento se hallaba usted a medio vestir.»

Mi equivocación fue también facilitada por el hecho de haber estado hablando inmediatamente antes de la vida matrimonial del amigo de referencia y de su «felicidad doméstica», lo cual contribuyó a determinar el desplazamiento sobre su persona.

Por último, debo confesar que quizá interviniera también mi envidia en el hecho de hacer andar en zapatillas por la calle al elegante caballero, pues yo había comprado hacia poco unos zapatos negros, que no podían, bajo ningún concepto, ser calificados de «preciosísimos».

Tiempos de guerra como los actuales hacen surgir una gran cantidad de equivocaciones fácilmente explicables y comprensibles:

26) «¿En qué arma sirve su hijo?», preguntaron a una señora. «En los asesinos del 42», respondió. (Mörtern = morteros; Mürdern = asesinos.)

27) El teniente Henrik Haiman escribe desde el campo de batalla : «Estando leyendo un libro de apasionante interés tuve que abandonar la lectura para sustituir por un momento al encargado del teléfono de campaña.

Al efectuar la prueba de la línea telefónica de una batería contesté diciendo: «Línea en orden.

Silencio», en lugar de las palabras reglamentarias: «Línea en orden. Final.» Mi equivocación se explica por el enfado que me produjo el verme arrancado de la lectura.»

28) Un sargento recomendó a sus hombres que dieran con precisión sus señas a sus casas respectivas para que no se extraviaran los paquetes (Gepäckstücke) que de ellas les mandaran; pero pensando en deseadas vituallas mezcló con la palabra paquetes (Gepäckstücke) la palabra tocino (Speck) mezcla que produjo Gespeckstücke, que fue la palabra que pronunció en su recomendación a los soldados.

29) El ejemplo que a continuación va, ejemplo de extraordinaria belleza y muy importante por su triste significado, me ha sido comunicado por el doctor L. Czeszer, que observó el caso en su estancia, durante la guerra, en la neutral Suiza y lo ha analizado sin dejar vacío alguno. Doy aquí su comunicación casi completa, sin más modificación que algunos cortes que no afectan a nada esencial:

«Me voy a permitir comunicarle un caso de ‘equivocación oral’ sufrida por el profesor M. N. en la ciudad de O., durante una de las conferencias que compusieron su curso de verano sobre la psicología de los sentimientos. Debo anticiparle que estas conferencias se celebraban en un aula de la Universidad, ante un público compuesto en su mayoría de estudiantes de la Suiza francesa, partidarios decididos de la Entente y en el que abundaban también los prisioneros de guerra franceses internados en Suiza.

En la ciudad de O. se emplea ahora siempre, como en Francia, la palabra boche para designar a los alemanes. Claro es que en los actos públicos, conferencias, etc., los altos empleados, los profesores y demás personas responsables se esfuerzan en evitar, por razón de la neutralidad de su país, el pronunciar la ominosa palabra.

»El profesor N. trataba a la sazón de la significación práctica de los afectos, y en una de sus conferencias pensaba citar un ejemplo de intencionada explotación de un afecto, encaminada a convertir en un placer la ejecución de un trabajo muscular interesante por sí mismo y hacerlo con ello más intenso.

A este efecto, relató en francés, naturalmente, una historia, reproducida en un periódico pangermanista por los de la localidad y en la que se relataba cómo un maestro de escuela alemán, que hacía trabajar a sus alumnos en un jardín, les invitó, para hacer más intenso su trabajo, a representarse que en cada terrón que machacasen en su labor deshacían el cráneo de un francés. Naturalmente, el profesor N., cada vez que en su relato tropezaba con la palabra ‘alemán’, decía con toda corrección allemand y no boche. Pero al llegar al final de la historia reprodujo las palabras del maestro en la siguiente forma: Imaginez vous qu’en chaque moche vous écrasez le crƒne d’un français! Así, pues, en vez de motte dijo moche. »

¿No se ve aquí perfectamente cómo el correcto hombre de ciencias toma desde el principio de su narración todas las precauciones para resistir el impulso de la costumbre o quizá de una tentación y no dejar escapar desde la altura de una cátedra universitaria una palabra de uso expresamente prohibido por decreto de la Confederación ? Mas en el preciso momento en que ha pronunciado por última vez con toda felicidad y corrección las palabras instituieur allemand y avanza con un interior suspiro de alivio hacia el ya inmediato final de su historia, el vocablo temido y tan trabajosamente evitado se engancha en su similicadente motte y la desgracia sucede irreparablemente.

El temor de cometer una falta de tacto político y quizá un reprimido capricho o deseo de usar, a pesar de todo, la palabra habitual y esperada por su auditorio, así como el enfado del republicano y democrático profesor ante toda coacción ejercida contra la libre expresión de sus opiniones, se interpusieron ante su intención principal de relatar correctamente el ejemplo.

El orador conoce esta tendencia interferencial y no puede admitir que no haya pensado en ella momentos antes de sufrir su equivocación.

»Esta no fue advertida por el profesor N. o, por lo menos, no fue corregida por él, cosa que en la mayoría de los casos se suele hacer automáticamente.

En cambio, el auditorio, compuesto en su mayor parte de franceses, acogió con verdadera satisfacción el lapsus, el cual hizo el efecto de un chiste intencionado. Por mi parte, seguí este suceso, inocente en apariencia, con apasionado interés, pues aunque por razones fácilmente comprensibles tenía que renunciar a hacer al profesor N. las preguntas que el método psicoanalítico prescribe para aclarar la equivocación, ésta constituía para mí una prueba palpable de la verdad de la teoría freudiana de la determinación de los actos fallidos (Fehlhandlungen) y de las profundas analogías y conexiones entre la equivocación y el chiste.»

30) Bajo las melancólicas impresiones de la época de guerra, surgió también el siguiente caso de equivocación, que nos comunica un oficial austríaco (Teniente T.) al regresar de su cautiverio en Italia: «Durante algunos de los meses que estuve prisionero en Italia nos hallábamos alojados doscientos oficiales en una estrecha villa.

En este tiempo murió de la gripe uno de nuestros compañeros. La impresión que este suceso nos produjo fue, como es natural, muy profunda, por las condiciones en que estábamos, dado que la falta de asistencia médica y el desamparo en que se nos tenía hacían más que probable el desarrollo de la epidemia.

El cadáver de nuestro compañero había sido colocado, en espera de recibir sepultura, en los sótanos de la casa. Por la noche, dando un paseo alrededor de nuestra villa con un amigo mío, coincidimos ambos en el deseo de ver el cadáver.

Siendo yo el que primero entró en el sótano, me hallé ante un espectáculo que me sobrecogió, pues no esperaba encontrar el ataúd tan inmediato a la entrada ni ver de repente, tan cercano a mí, el rostro del difunto, cuya inmovilidad parecía alterada por los cambiantes reflejos que las llamas de los cirios arrojaban sobre él al ser movidas por el aire. Todavía bajo la impresión de aquel cuadro, continuamos nuestro paseo.

Al llegar a un sitio desde el cual se ofrecía a nuestros ojos el parque entero nadando en la luz de la luna, la pradera surcada por los blancos rayos y al fondo un ligero manto de niebla, comuniqué a mi compañero mi impresión de ver danzar un círculo de duendes bajo la línea de pinos que cerraba el horizonte.

»A la tarde siguiente enterramos a nuestro camarada.

El camino desde nuestra prisión hasta el cementerio de una localidad vecina fue para nosotros amargo y humillante. Una multitud de muchachos, mujeres y ancianos del pueblo, aprovechó la ocasión para desahogar ruidosamente sus sentimientos de curiosidad y de odio hacia sus enemigos prisioneros. La sensación de no poder permanecer libre de insultos ni aun en nuestra inerme situación y el asco ante aquella grosería me dominaron hasta la noche, llenándome deamargura.

A la misma hora de la noche anterior, y acompañado por el mismo camarada, comencé a pasear por el enarenado camino que daba vuelta a nuestro alojamiento.

Al pasar frente a la puerta del sótano donde estuvo depositado el cadáver acudió a mi memoria el recuerdo de la impresión que a su vista hubo de sobrecogerme. Cuando llegamos al lugar desde el cual se descubría el parque entero, nuevamente iluminado por la luna, me detuve y dije a mi acompañante: ‘Podíamos sentarnos aquí en la tumba (Grab) -digo, en la hierba (Gras)- y enterrar (sinken) -por entonar (singen)- una serenata.’ Al sufrir la segunda equivocación se fijó mi atención en lo ocurrido, pues la primera la había rectificado sin haberme dado cuenta de su significación.

Mas entonces medité sobre ambas y las uní del siguiente modo: ‘enterrar en la tumba’. Rápidamente se me presentaron las siguientes imágenes; los duendes bailando y flotando en el resplandor lunar, el compañero amortajado, la impresión que me causó su vista y determinadas escenas del entierro.

Al mismo tiempo recordé la sensación de repugnancia sentida durante el perturbado duelo, así como ciertas conversaciones sobre la epidemia y los temores expresados por varios oficiales.

Más tarde recordé también que aquel día era el aniversario de la muerte de mi padre, cosa que me extrañó, dada mi pésima memoria sobre las fechas.

»Sucesivas meditaciones me hicieron darme cuenta de las coincidencias que presentaban las condiciones exteriores de ambas noches: igual luz de luna, igual hora, igual lugar y la misma persona a mi lado. Recordé el disgusto que había experimentado al conocer el peligro de un desarrollo de la epidemia gripal y, al mismo tiempo también, mi decisión interior de no dejarme dominar por el temor.

Entonces me di cuenta del significado de la equivocación: ‘Podríamos enterrar (nos) en la tumba’ y llegué al convencimiento de que la primera rectificación del error tumba-hierba, verificada por mí sin darme cuenta de su sentido, había tenido como consecuencia el segundo error de enterrar por entonar, encaminado a asegurar al complejo reprimido una efectividad final.

»Añadiré que en aquella época padecía yo de sueños aterradores, en los cuales vi repetidas veces a una muy próxima pariente mía enferma en su lecho, y una vez, muerta. Inmediatamente antes de ser hecho prisionero había recibido la noticia de que en la región en que dicha persona se hallaba había estallado con gran fuerza la epidemia gripal, y le había expresado mis temores. Desde entonces cesé de saber de ella.

Meses después recibí la noticia de que dos semanas antes del suceso anteriormente descrito había sidovíctima de la epidemia.»

31) El siguiente ejemplo de equivocación oral arroja vivísima luz sobre uno de los dolorosos conflictos que se presentan a los médicos. Un individuo, presuntamente atacado de una mortal dolencia, cuyo diagnóstico no se había fijado todavía con absoluta seguridad, acudió a Viena para tratar de resolver allí su problema, y pidió a un antiguo amigo suyo, médico muy conocido, que se encargase de asistirle, cosa que éste aceptó, no sin alguna resistencia.

El enfermo debía ingresar en una casa de salud, y el médico propuso a este fin el Sanatorio Hera. «Pero ese sanatorio no es más que para una especialidad (para partos)», repuso el enfermo. «Nada de eso -replicó vivamente el médico-; en el Sanatorio Hera puede matarse (umbringen) -digo, alojarse (unterbringen)- a cualquier paciente.» Al darse cuenta de lo que había dicho, luchó el médico violentamente contra la significación de su lapsus.

«Supongo -dijo- que no creerás que tengo impulsos hostiles contra ti.» Pero un cuarto de hora después confesó a la enfermera que había tomado a su cargo el cuidado del paciente y que le acompañaba hasta la puerta del establecimiento: «No he encontrado nada, y no creo aún que tenga esa enfermedad. Pero si la tuviera, le daría una buena dosis de morfina y todo habría terminado.» Resulta que su amigo le había puesto la condición de que acortara sus sufrimientos con un medicamento cualquiera en cuanto se viera que su enfermedad era irremediable.

Así, pues, el médico había realmente aceptado la misión de matar (umbringen) a su amigo.

32) No quisiera prescindir del siguiente caso, altamente instructivo, a pesar de haber sucedido hace ya unos veinte años. Hablando una señora en una reunión de un tema que, por el apasionamiento de sus palabras, se advertía que despertaba en ella intensas emociones secretas, dijo lo siguiente: «Sí; una mujer necesita ser bella para gustar a los hombres.

El hombre tiene menos dificultad para gustar a las mujeres. Basta con que tenga sus cinco miembros bien derechos.» Este ejemplo nos permite penetrar en el íntimo mecanismo de un lapsus oral, producido por condensación o contaminación. Podemos admitir que nos hallamos ante la fusión de dos frases de análogo sentido:

«Basta con que tenga sus cuatro miembros bien derechos.» «Basta con que tenga sus cinco sentidos bien cabales.»

O también que el elemento derechos (gerade) fuera común a dos intenciones de expresión que hubieran sido las siguientes:

«Basta con que tenga sus miembros bien derechos (gerade).»

«Por lo demás, podrá dejar que todos los cinco sean pares (gerade

Puede, por tanto, admitirse que ambas formas de expresión, la de los cinco sentidos y la de «dejar que todos los cinco sean pares», han cooperado a introducir primero un número y después el misterioso cinco en lugar del sencillo cuatro en la frase de «los miembros bien derechos».

Esta fusión no se hubiera verificado seguramente si la frase resultante de la equivocación no hubiera tenido un sentido propio; el de una cínica verdad, que no podía ser descaradamente reconocida por una señora. Por último, no queremos dejar de hacer observar que las palabras de la sujeto, según su sentido literal, podían ser igualmente un excelente chiste que una divertida equivocación.

Esto depende tan sólo de que fueran o no pronunciadas intencionadamente. La conducta de la sujeto hacía imposible en este caso la intención y, por tanto, el chiste.

La afinidad entre una equivocación oral y un chiste puede llegar a ser tan grande, que la persona misma que la sufre ria de ella como si de un chiste se tratase.

Este es el caso que se presenta en el siguiente ejemplo, comunicado por O. Rank (Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse, I, 1913):

33) Un joven recién casado, cuya mujer, deseosa de no perder su aspecto juvenil, se resistía a concederle con demasiada frecuencia el comercio sexual, me contó la siguiente historia, que había divertido extraordinariamente al matrimonio: «Después de una noche en la que él había quebrantado de nuevo la abstinencia deseada por su mujer, se puso por la mañana a afeitarse en la alcoba común y, como ya lo había hecho otras veces por razones de comodidad, usó para empolvarse la cara una borla de polvos que su mujer tenía encima de la mesa de noche.

La esposa, muy cuidadosa de su cutis, le había dicho varias veces que no usara dicha borla, y, enfadada por la nueva desobediencia, exclamó desde el lecho, en que aún se hallaba reposando:

«¡Ya estás otra vez echándome polvos con tu borla!»

La risa de su marido le hizo darse cuenta de su equivocación. Había querido decir: «¡Ya estás otra vez echándote polvos con mi borla!», y sus carcajadas acompañaron a las del marido. («Empolvar o echar polvos» es una expresión conocida por todo vienés como equivalente a «realizar el coito», y la borla constituye indudablemente en este caso un símbolo fálico.)

34) También en el ejemplo siguiente, proporcionado por Storfer, pudiera ser creído que se intentaba hacer un chiste:

«La Sra. B., que sufría una afección de indudable origen psicogénico, se le había recomendado consultar a un psicoanalista, el Dr. X.

Ella se resistía persistentemente, alegando que un tratamiento así no podría nunca ser de algún valor, ya que el médico equivocadamente señalaría todo lo anterior a cosas sexuales. Llegó finalmente el día en el que estando pronta a seguir el consejo preguntó: Nun gut, wann ordinärt also dieser Dr. X? (¿Está bien, cuando este Dr. X, tiene sus horas de consulta?», era lo que quería en verdad preguntar; pero en vez de ordiniert preguntó por las «ordinarias o vulgares»).

35) El parentesco entre el chiste y la equivocación oral se manifiesta también en el hecho de que la equivocación no es a veces más que una contracción.

Al terminar los estudios secundarios una muchacha siguiendo la moda de la época se decidió estudiar Medicina. Después de un tiempo decidió cambiarse de Medicina a Química.

Años más tarde describió este cambio en los siguientes términos: «No estaba del todo asqueada con las disecciones, pero una vez que tuve que extraer una uña del dedo de un cadáver, perdí totalmente mi agrado por la química».

36) Añadiré otro caso, cuya interpretación requiere escasa ciencia: Un profesor de Anatomía se ocupaba en cátedra de la explicación de la cavidad nasal, que, como es sabido, es uno de los temas más difíciles de la Esplacnología. Habiendo preguntado a su auditorio si había comprendido sus explicaciones, recibió una general respuesta afirmativa, a la que el profesor, del cual se sabía que tenía un alto concepto de sí mismo, repuso: «No me es fácil creer que me hayan entendido todos, pues las personas que conocen estas cuestiones, referentes a la cavidad nasal, pueden, aún en una ciudad de más de un millón de habitantes, como Viena, contarse con un dedo, perdón, con los dedos de una mano.»

37) El mismo catedrático dijo otra vez: «Por lo que respecta a los órganos genitales femeninos, no se ha podido, a pesar de muchas tentaciones (Versuchungen), perdón, tentativas (Versuche) .. .»

38) Al doctor Alfred Robitsek, de Viena, debo el relato de dos casos de equivocación oral, observados y publicados por un antiguo escritor francés, y que transcribiré aquí sin traducirlos: Brantôme (15271614).

-Vie des dames galantes. Discours second. «Si ay-je cognue une très belle et honneste dame de par le monde, qui, devisant avec un honneste gentilhomme de la cour des affaires de la guerre durant ces civiles, elle luy dit: ‘ J’ay ouy dire que le roi à faict rompre tous les c… de ces pays là.’ Elle vouloit dire les ponts. Pensez que, venant de coucher d’avec son mari, ou songeant à son amant, elle avoit encor se nom frais en la bouche; et le gentilhomme s’eschauffa en amours d’elle pour ce mot.» «Une autre dame que j’ai congnue, entretante une autre grand dame plus qu’elle, et luy louant et exaltant ses beautez, elle luy dit aprese: ‘Non, madame, ce que je vous en dis,ce n’est pas pour vous adultérer; voulant dire adulater, comme elle le rhabilla ainsi: pensez qu’elle songeoit à adultérer’.»

39) Hay por supuesto ejemplos más modernos tales como aquellos términos de doble sentido, uno de ellos sexual (doubles entendres) que originan equivocaciones orales. La Sra. F. describía su primera hora de un curso de idiomas: «Es muy interesante, el profesor es un apuesto joven inglés.

Ya en la primera hora me dio a comprender durch die Bluse (‘a través de la camisa’); quiero decir, durch die Blume (‘a través de las flores’) que él quisiera tomarme bajo su tutela personal.» (Citado por Storfer.) En el método psicoterápico que empleo para la solución y remoción de los síntomas neuróticos se encuentra uno con frecuencia ante la labor de descubrir, extrayéndolo de discursos y ocurrencias, en apariencia casuales, de los pacientes, un contenido psíquico que, aunque se esfuerza en ocultarse, no puede dejar de traicionarse a sí mismo, revelándose involuntariamente de muchas maneras diferentes.

En estos casos, las equivocaciones suelen prestar los más valiosos servicios, cosa que podríamos demostrar por medio de convincentes y singulares ejemplos.

En determinadas ocasiones, los pacientes confunden a los miembros de su familia y, queriendo referirse a una tía suya, dicen «mi madre», o designan a su marido como su «hermano». De este modo me descubren que «identifican» a estas personas una con otra; esto es, que las han colocado en una única categoría sentimental. He aquí otro caso: un joven de veinte años se presentó a mí en mi consulta con las palabras: «Soy el padre de N. N., a quien usted ha asistido. Perdón, quería decir el hermano.

El es cuatro años mayor que yo.» Esta equivocación me dio a entender que el joven había querido decir que tanto él como su hermano estaban enfermos por la culpa de su padre y que acudía a mí, como su hermano, con el deseo de curarse; pero que en realidad era el padre el que más necesitaba ser sometido a un tratamiento. Otras veces es suficiente una disposición poco usual de las palabras o una expresión forzada para descubrir la participación de un pensamiento reprimido en el discurso del paciente, diferentemente motivado.

Tanto en aquellas perturbaciones del discurso que presentan una burda trama como en aquellas otras más sutiles, pero que pueden también sumarse a las «equivocaciones orales», encuentro que no es la influencia del contacto de los sonidos, sino la de los pensamientos exteriores a la oración que se tiene propósito de pronunciar, lo que determina el origen de la equivocación oral y basta para explicar las faltas orales cometidas. Las leyes según las cuales actúan los sonidos entre sí, transformándose unos a otros, me parecen ciertas; pero no, en cambio, lo suficientemente eficaces para perturbar por sí solas la correcta emisión del discurso.

En los casos que he estudiado e investigado más detenidamente no representan estas leyes más que un mecanismo preexistente, del cual se sirve un motivo psíquico más remoto que no forma parte de la esfera de influencia de tales relaciones de sonidos.

En un gran número de sustituciones, aparecidas en equivocaciones orales, no se siguen para nada tales leyes fonéticas.

En este punto me hallo de completo acuerdo con Wundt, que afirma igualmente que las condiciones de la equivocación oral son muy complejas y van más allá de los efectos de contacto de los sonidos.

Dando por seguras estas «remotas influencias psíquicas», según la expresión de Wundt, no veo tampoco inconveniente alguno en admitir que en el discurso emitido rápidamente, y con la atención desviada de él hasta cierto punto, pueden quedar limitadas las causas de la equivocación a las leyes expuestas por Meringer y Mayer. Pero lo más probable es que muchos de los ejemplos coleccionados por estos autores posean más complicada solución.

Tomad, por ejemplo, algunos de los ya mencionados: Es war mir auf der Schwest… Brust so schwer (pág. 788).

¿Sucedió aquí simplemente que el sonido schwe retrotrajo el sonido igualmente equivalente bru anticipándolo? Escasamente podría descartarse la idea que el sonido que forma schwe se le permitió posteriormente obstruir de esta manera dada una relación especial.

Esto pudiera ser únicamente la asociación entre Schwester (hermana) Bruder (hermano); quizá también Brust der Schwester (el seno de la hermana), que lleva a uno a diferentes grupos de pensamientos.

Es este invisible ayudante detrás de las escenas que presta al schwe, por demás inocente, la fuerza para producir una equivocación oral.

En otros casos de equivocaciones orales puede aceptarse que la similicadencia con palabras obscenas o la alusión a un sentido de este género constituyen por sí solas el elemento perturbador.

El intencionado retorcimiento o desfiguración de palabras y frases, a que tan aficionados son determinados individuos ordinarios, no responde sino al deseo de aludir a lo prohibido con un motivo por completo inocente, y este juego es tan frecuente, que no sería nada extraño que apareciera también no intencionadamente contra la voluntad del sujeto.

Sin lugar a dudas que pertenecen a esta categoría los ejemplos de Eischeissweibchen en vez de Eiweiss scheibchen (‘huevo-cagar-mujer’) , en vez de tajaditas de clara de huevo); Apopos Fritz (en vez de à propos, siendo popo un apelativo corriente de las nalgas); Lokuskapitäl (en vez de Lotuskapitäl, W. C. en vez de Capital); y tal vez el Alabüsterbachse de Santa María Magdalena (en vez del Alabasterbüchse).

El hacer equivocaciones orales era un síntoma de una paciente mía, que persistió hasta retrotraerlo a un chiste infantil de cambiar ruinieren (ruina) por urinieren (urinario).

La tentación de usar el artificio de la equivocación oral permitiendo el libre uso de palabras prohibidas e impropias, es la base de las observaciones de Abraham sobre las parapraxias «con propósito de sobrecompensación» (1922).

Una paciente tenía la característica de duplicar la primera sílaba de los nombres propios tartamudeando. Cambió Protágoras por Protragoras, poco después de haber dicho A-alexander en vez de Alexander. Interrogada reveló que en su niñez tenía especial agrado en el chiste vulgar de repetir las sílabas a y po si estaban al comienzo de las palabras, forma de entretención que lleva corrientemente a la tartamudez en los niños. (A-a y Popo, significan heces y nalgas para los niños.) Al pensar en Protágoras se dio cuenta del riesgo de omitir la r y llegar a decir Popotágoras.

A manera de protección de la r le añadió una segunda r.

En otra ocasión le ocurrió algo semejante al distorsionar las palabras Parterre (planta baja) y Kondolenz (condolencia) a objeto de evitar decir Pater (padre) y Kondom (condón), ambas muy unidas en sus asociaciones. Otro de los pacientes de Abraham confesó una inclinación a decir ‘Angora’ todoel tiempo en vez de Angina -muy probablemente por el temor de sentirse tentado a reemplazar vagina por angina.

Estas equivocaciones orales deben su existencia, por consiguiente, a que un impulso defensivo retuvo la ventaja en vez del distorsionado; y justamente llama la atención Abraham a la analogía entre este proceso y la formación de síntomas en la neurosis obsesiva. (Nota agregada en 1924.) Ich fordere Sie auf, auf das Wohl unseres Chefs aufzustossen (‘hipo’, en vez de ‘brindar’), difícilmente sería otra cosa que una parodia inintencionada que resulta ser una perseveración de una con intención.

Si yo fuese el Principal (Presidente o Director) honrado en la ceremonia en la que el orador cometió esta equivocación, yo seguramente reflexionaría en la sabiduría de los romanos al permitir a los soldados de un general celebrando un triunfo expresar abiertamente, en forma de canciones satíricas, su crítica interna hacia el hombre a quien se le honraba.

Meringer relata que él mismo una vez le dijo a alguien, quién, por ser el mayor del grupo se le llamada familiarmente con el honorífico título de Senexl o bien Altes Senexl: Prost (su salud), Senex altesl.

El mismo se impresionó por su equivocación. Podemos, tal vez, interpretar su emoción, si pensamos en lo cerca que Altesl está de la frase insultante alter Esel (viejo asno). Hay poderosos castigos internos para aquellas contravenciones del respeto que merece la edad (es decir, en términos infantiles, del respeto al padre).

Espero que mis lectores apreciarán la diferencia de valor existente entre las interpretaciones de Meringer y Mayer, no demostradas con nada, y los ejemplos coleccionados por mí mismo y explicados por medio del análisis. Precisamente es una observación del mismo Meringer, muy digna de tenerse en cuenta, lo que mantiene viva mi esperanza de demostrar que también los casos aparentemente simples de equivocación pueden ser explicados por la existencia de una perturbación causada por una idea semirreprimida exterior al contexto que se tiene intención de expresar. Dice Meringer que es curioso el hecho de que a nadie le guste reconocer que ha cometido una equivocación oral.

Existen muchos individuos, inteligentes y sinceros, que se sienten ofendidos cuando se les dice que han cometido un lapsus. Por mi parte, no me arriesgaría a afirmar esto con la generalidad que lo hace Meringer al emplear la palabra «nadie».

Sin embargo, la huella de emoción que se manifiesta en el sujeto al serle demostrado su lapsus, emoción que es de la naturaleza de la vergüenza, tiene su significación y puede colocarse al lado del enfado que experimentamos al no recordar un nombre olvidado, o de nuestra admiración ante la tenacidad de un recuerdo aparentemente indiferente, e indica siempre la participación de un motivo en la formación de la perturbación.

La desfiguración de los nombres propios equivale siempre a un insulto cuando se hace intencionadamente, y podría tener igual significado en toda aquella serie de casos en que aparece como lapsus involuntario.

Aquella persona que, según la comunicación de Mayer, dijo una vez Freuder en vez de Freud, por tener intención de decirlo poco después de oírme el nombre Breuer, y habló otra vez del método de Freuer-Breud, queriendo decir el de Breuer-Freud (pág. 28), era un colega de facultad y, ciertamente, no un entusiasta de dicho método.

Más adelante, al ocuparme de las equivocaciones gráficas, comunicaré un caso de desfiguración de un nombre que no puede explicarse de otra manera .

En estos casos interviene como elemento perturbador una crítica que no debe tenerse en cuenta, por no corresponder en el momento a la intención del orador. Inversamente, la sustitución de un nombre por otro, la adopción de un nombre que no es el propio o la identificación llevaba a cabo por equivocación de nombres, tiene que significar una apreciación o reconocimiento que momentáneamente y por determinadas razones debe permanecer en segundo término.

S. Ferenczi relata una experiencia de este género, que procede de sus años escolares.

«En mis primeros años de colegio tuve que recitar una vez, ante mis condiscípulos, una poesía. Habiéndola preparado y estudiado a conciencia, me quedé muy sorprendido al ver que apenas había comenzado a recitar estallaba en la clase una general carcajada. El profesor me explicó después este singular recibimiento. Había dicho yo el título de la poesía -‘Desde la lejanía’- con toda corrección; mas después, en vez del nombre de su autor había pronunciado el mío propio.

El poeta se llamaba Alejandro (Sandor) Petöfi, y el llevar yo el mismo nombre de pila favoreció sin duda el intercambio, mas la verdadera causa de éste fue, seguramente, mi secreto deseo de identificarme en aquellos momentos con el héroe-poeta. Conscientemente también, sentía yo entonces por Petöfi un amor y un respeto rayanos en la adoración. Como es natural, todo mi complejo de ambición se ocultaba detrás de esta función fallida.»

Una parecida identificación por medio de un cambio de nombres me fue comunicada por un joven médico, que tímida y reverentemente se presentó al famoso Virchow con las palabras:

«Soy el doctor Virchow

El renombrado profesor se volvió lleno de asombro hacia él y le preguntó:

«,Ah!, ¿se llama usted también Virchow

No sé cómo justificaría el ambicioso joven su equivocación, ni si imaginaría la cortés excusa de decir que se sentía tan pequeño ante el grande hombre, que hasta su propio nombre había olvidado, o tendría el valor de confesar que esperaba llegar a ser un día tan grande como Virchow y que, por tanto, el señor consejero áulico debía tratarle con toda consideración. Desde luego, uno de estos dos pensamientos, o quizá ambos a la vez, tuvieron que causar el embarazo del joven al hacer su presentación.

Por razones altamente personales debo dejar indeciso si una parecida interpretación puede ser o no aplicable al siguiente caso: En el Congreso Internacional (de Psiquiatría y Neurología) de Amsterdam, en 1907, fue mi teoría de la histeria objeto de una viva discusión. Uno de mis más enérgicos contradictores cometió al pronunciar su impugnación de mis teorías, repetidas equivocaciones orales, consistentes en ponerse en mi lugar y hablar en mi nombre. Decía, por ejemplo: «Breuer y yo hemos demostrado, como todos saben…», cuando lo que se proponía decir era: «Breuer y Freud han…», etc.

El nombre de este adversario de mis teorías no presenta la más pequeña semejanza ni similicadencia con el mío. Tanto este ejemplo como muchos otros de intercambio de nombres, aparecidos en equivocaciones orales, nos indican que la equivocación puede prescindir por completo de aquellas facilidades que le ofrece la similicadencia y realizarse apoyada tan sólo por ocultas relaciones de contenido.

En otros casos más significativos es una autocrítica, una contradicción que en nuestro fuero interno se eleva contra nuestras propias manifestaciones la que causa la equivocación, llegando hasta forzarnos a sustituir lo que nos proponemos expresar por algo contrario a ella.

Entonces se observa con asombro cómo la forma de emitir una afirmación subraya el propósito de la misma y cómo el lapsus revela la interior insinceridad. La equivocación se convierte aquí en un medio de expresión y, con frecuencia, en la expresión misma de lo que no quería uno decir. Con ella nos traicionamos a nosotros mismos.

Así, un individuo que en sus relaciones con la mujer no gustaba del llamado «coito normal» exclamó, hablando de una muchacha a la que se reprochaba su coquetería:

«Conmigo se le quitaría pronto esa costumbre de coitear.» Aquí no cabe duda de que sólo a la influencia de la palabra coito es a lo que se puede atribuir la modificación introducida en la palabra coquetear, que es la que el individuo tenía intención de pronunciar.

Lo mismo sucede en este otro caso:

«Un tío nuestro -nos relató un matrimonio- estaba hace algunos meses muy ofendido con nosotros porque no le visitábamos nunca. Por fin, el ofrecerle nuestra nueva casa nos dio motivo para ir a verlo después de mucho tiempo.

En apariencia se alegró mucho de vernos, pero al despedirnos nos dijo con gran afabilidad:

«Espero que en adelante os veré más raramente que hasta ahora.» Los casuales caprichos del material oral hacen surgir, a veces, equivocaciones que tienen, en unos casos, todo el abrumador efecto de una indiscreta revelación, y en otros, el completamente cómico de un chiste.

Así sucede en el ejemplo siguiente, comunicado y observado por el doctor Reitler: «Una señora quiso alabar el sombrero de otra y le preguntó en tono admirativo: ‘¿Y ha sido usted misma quien ha adornado ese sombrero?’ Mas al pronunciar la palabra adornado(aufgeputzt), cambió la u de la última sílaba en a, formando un verbo que por su analogía con la palabra Patzerei (facha) revelaba la crítica ejercida en el interior de la señora sobre el sombrero de su amiga.

Claro es que la azarante y clara equivocación no podía ya ser rectificada, por muchas alabanzas que a continuación se pronunciasen.» Igual cosa se reporta en un caso citado por el Doctor Ferenczi: Come geschminkt (pintada) le dijo una de mis pacientes (húngara) a su suegra, en vez de decirle geschwind (rápido). Con esta equivocación ella le dio salida justamente a aquello que quería esconderle, su irritación por la vanidad de una señora de edad. No es nada de raro que alguien que no esté hablando su lengua materna explote su falta de destreza con el propósito de hacer equivocaciones orales significativas en el idioma que le es extraño.

Menos comprometedora, pero también inequívoca, es la crítica expresada en el lapsus siguiente (Adición de 1920): Una señora visita a una conocida suya, y la inagotable y poco interesante charla de esta última le causó pronto fatiga e impaciencia por marcharse. Por fin, consiguió interrumpirla y despedirse; pero al llegar a la antesala, su amiga, que la acompañaba, la detuvo con un nuevo torrente de palabras, y estando ya dispuesta a salir, tuvo que permanecer en pie ante la puerta, escuchándola.

Por fin, la interrumpió diciendo:

«¿Recibe usted en la antesalas» (Vorzimmer), y se dio en seguida cuenta de su equivocación al ver la cara de asombro de su interlocutora. Lo que había querido decir, cansada por la larga permanencia en pie en la antesala y para intentar cortar la charla de su amiga, era:

«¿Recibe usted por las mañanas.?» (Vormittag), pero la equivocación reveló su impaciencia.

El siguiente es un caso de autorreferencia presenciado por el doctor Max Graf (adición de 1907): «En una junta general de la Sociedad de Periodistas Concordia pronunció un joven socio, que sufría de constantes apuros económicos, un violento discurso de oposición, y en su arrebato interpeló a los miembros de la Comisión de Gobierno interior de la Sociedad (Ausschussmitglieder) con el nombre de miembros de adelantos (Vorschussmitglieder).

En efecto, los miembros de la Comisión de Gobierno interior tenían a su cargo el conceder o no los préstamos solicitados por los socios, y el joven orador acababa de hacer una petición en tal sentido.» En el ejemplo Vorschwein hemos visto que la equivocación se produce con facilidad cuando el sujeto procura reprimir alguna palabra insultante, constituyendo el error una especie de desahogo.

Adiciones de 1920:

«Un fotógrafo que se había propuesto rehuir todo apelativo zoológico en su trato con sus torpes ayudantes quiso decir un día a un aprendiz que había derramado por el suelo la mitad del líquido contenido en una cubeta al querer trasvasarlo a otro recipiente: ‘Pero, hombre, ¿por qué no ha sacado (schöpfen Sie) antes un poco de líquido con cualquier cosa?’ Pero cambió la f por una s, resultando la palabra schöps (carnero=bobo), apelativo que el fotógrafo evitó pronunciar, pero que surgió en el lapsus. Otra vez, viendo a una ayudante poner imprudentemente en peligro una docena de valiosas placas, comenzó a dirigirle una larga y airada reprimenda, en la que quiso decir: ‘¿Es que está usted mala de la cabeza? (hirnverbrannt).’ Mas al pronunciar esta palabra cambió la i primera en una o, resultando hornverbrannt (mala de los cuernos).»

El ejemplo que va a continuación constituye un serio caso de confesión involuntaria, llevando a cabo por medio de un lapsus linguae.

Algunos detalles de interés que en él aparecen justifican que se transcriba aquí íntegra la comunicación que de él publicó A. A. Brill en la Zentralblatt für Psychoanalyse, II, 1 . «Paseaba yo una noche con el doctor Frink, hablando de cuestiones referentes a la Sociedad psicoanalítica de Nueva York, cuando encontramos a un colega, el doctor R., al cual no había visto yo hacia años y de cuya vida privada no conocía nada.

Ambos nos alegramos de volver a vernos, y a propuesta mía entramos en un café, en el que permanecimos dos horas conversando animadamente.

El doctor R. parecía conocer mis asuntos particulares mejor que yo los suyos, pues tras los saludos de costumbre me preguntó por la salud de mi hijo, declarándome que de tiempo en tiempo tenía noticias mías por conducto de un amigo de ambos y que se interesaba mucho por mi actividad profesional, habiendo leído mis publicaciones en las revistas de Medicina.

A mi vez le pregunté si se había casado, contestando él negativamente y añadiendo: ‘Para qué habría de casarse un hombre como yo.’ »Al abandonar el café se dirigió a mí de repente y me dijo: ‘Quisiera saber lo que haría usted en el caso siguiente: Conozco a una enfermera que ha sido declarada cómplice en un proceso de divorcio. La esposa ofendida entabló éste contra su marido, acusándole de adulterio con la susodicha enfermera, y el divorcio se falló a favor de él…’.

Al llegar aquí le interrumpo diciendo: ‘Querrá usted decir a favor de ella, de la esposa.’ R. rectificó en seguida: ‘Claro es; se falló a favor de ella’, y siguió su relato, contando que el escándalo producido había impresionado de tal modo a la enfermera, que había comenzado a darse a la bebida y contraído un grave desarreglo nervioso.

Al final de su relato me pidió consejo sobre el tratamiento a que debía someterla.

»Al rectificar su equivocación le rogué me la explicara; pero, como sucede habitualmente en estos casos, recibí la asombrada respuesta de que el error había sido por completo casual, que no había motivo para suponer que se ocultase algo detrás de él y que, en fin de cuentas, todo el mundo tenía derecho a equivocarse.

A esto repliqué que todas las equivocaciones orales tienen siempre un fundamento, y que si no me hubiera dicho poco antes que era soltero, hubiese estado tentado de considerarle como el protagonista del suceso relatado, porque siendo así quedaría explicada su equivocación por su deseo de no haber sido él, sino su mujer, quien hubiera perdido el pleito, con lo cual hubiese él quedado libre de tenerle que pasar alimentos y con el derecho de volver a casarse en Nueva York.

El doctor rechazó, obstinadamente, mi sospecha, fortificándola al mismo tiempo por una exagerada reacción emocional y señales inequívocas de gran excitación, seguidas de ruidosas risotadas.

A mi invitación a decir la verdad en interés de la ciencia, contestó diciendo: ‘Si no quiere usted que le mienta, debe seguir creyendo en mi soltería y, por tanto, en que su interpretación psicoanalítica es falsa en absoluto.’ Luego añadió que el trato con un hombre como yo, que se fijaba en tales pequeñeces, era en extremo peligroso, y recordando de repente que tenía que acudir a una cita, se despidió de nosotros.

»Sin embargo, tanto el doctor Frink como yo estábamos convencidos de la exactitud de mi interpretación del lapsus, y por mi parte decidí comenzar a informarme para obtener una prueba favorable o adversa. Días después visité a un vecino mío, antiguo amigo del doctor R., el cual confirmó mi hipótesis en todos sus puntos.

El pleito se había sentenciado unas semanas antes, y la enfermera había sido declarada cómplice del adulterio.

El doctor R. está ahora firmemente convencido de la exactitud de los mecanismos freudianos.» En el siguiente caso, comunicado por O. Rank, aparece también como indudable el hecho de traicionar la equivocación los sufrimientos íntimos del sujeto que la sufre (Adición de 1912): «Un individuo, carente en absoluto de sentimientos patrióticos y que deseaba educar a sus hijos en esta misma ausencia de ideales, en su opinión superfluos, reprochaba a aquéllos el haber tomado parte en una manifestación patriótica y achacaba su conducta en este caso al ejemplo de un tío de los muchachos: ‘Precisamente es a vuestro tío al que no debéis imitar -les dijo-.

Es un idiota.’ La cara de asombro de sus hijos, no acostumbrados a oír a su padre tratar al tío de aquel modo, le hizo darse cuenta de su equivocación, y disculparse rectificando: ‘Como supondréis, no quería decir idiota, sino patriota.’»

Como una involuntaria confesión en la que el sujeto se traiciona a sí propio es interpretada por aquella persona misma a la que se dirige la frase en la que aparece el error. La equivocación siguiente, comunicada por J. Stärcke (1917), el cual añade a su relato una observación acertada, pero que va más allá de los límites en que debe mantenerse la interpretación. «Una dentista había convenido con su hermana que la reconocería un día para ver si existía o no contacto entre dos de sus muelas; esto es, si las paredes laterales de dichas muelas estaban o no suficientemente juntas para no permitir que quedasen entre ellas partículas de comida. Pasado algún tiempo, la hermana se quejaba de que le hiciera esperar tanto para llevar a cabo el reconocimiento prometido, y dijo, bromeando: ‘Ahora está curando con todo interés a una colega suya.

En cambio, yo, su hermana, tengo que esperar días y días.’ Por fin, cumplió la dentista su promesa, y al reconocer a su hermana halló, en efecto, una caries en una de las muelas y dijo: ‘No creí que hubiera caries; sólo pensaba que no tendrías contante…, digo contacto, entre las dos muelas.’

‘¿Lo ves? -exclamó, riendo, la hermana-. ¿Ves cómo es por avaricia por lo que me has hecho esperar mucho más tiempo que a las pacientes que te pagan?’ »No debo -añade Stärcke– agregar mis propias observaciones a las de la hermana de la dentista ni sacar de ellas conclusión alguna; pero al serme conocido este lapsus no pude por menos de pensar que las dos amables e inteligentes mujeres permanecen aún solteras y, además, tratan poco con jóvenes del sexo contrario, y me pregunté a mí mismo si no tendrían más contacto con éstos teniendo más contante.»

Igual valor de confesión involuntaria tiene la siguiente equivocación comunicada por Th. Reik (1915): «Una muchacha iba a ponerse en relaciones con un individuo por motivo de conveniencia familiar. Para aproximar a ambos jóvenes, sus respectivos padres organizaron una reunión a la que asistieron los futuros novios. La joven supo dominarse lo bastante para no dejar ver su antipatía a su pretendiente, que se mostró muy galante con ella.

Mas después, cuando su madre le preguntó cómo le había parecido, queriendo contestar cortésmente: ‘Muy amable (liebenswürdig)’, dijo: ‘Muy desagradable (liebenswidrig)’.»

También constituye una confesión no menos importante el siguiente lapsus, calificado por O. Rank de «chistosa equivocación». (Internat. Zeitschrift für Psychoanalyse) (1913): «Una mujer casada, que gusta de oír contar anécdotas y de la que se dice no rechaza pretensiones amorosas extramatrimoniales cuando éstas se apoyan en presentes de alguna consideración, escuchaba cómo un joven que le hacía la corte relataba no sin intención la siguiente conocida historia: ‘Dos amigos estaban asociados en un negocio, y uno de ellos hacía el amor a la mujer del otro, la cual no se mostraba muy inclinada a concederle sus favores. Por fin le participó que accedería a sus pretensiones a cambio de un regalo de mil duros.

En una ocasión en que el marido iba a partir de viaje, su consocio le pidió prestados mil duros, prometiendo entregárselos a su mujer al siguiente día. Naturalmente, esta cantidad quedó en seguida, como supuesto pago de sus favores, en manos de la mujer, la cual, al regresar su marido, pasó por la angustia de creerse descubierta y tuvo que entregar los mil duros y soportar encima silenciosamente su despecho por haber sido burlada.’

Al llegar el joven, en el relato de esta historia, al punto en que el seductor dice a su consocio: ‘Yo le devolveré mañana el dinero a tu mujer’, su interlocutora le interrumpió con las significativas palabras siguientes: ‘Diga usted, ¿no me ha devuelto usted ya eso otra vez?… ¡Ay, perdón!, quería decir contado: Sólo haciendo directamente la proposición hubiera podido indicar mejor la señora su aquiescencia a entregarse bajo las mismas condiciones.»

Un bello caso de confesión, voluntaria, con inocentes resultados, es el que V. Tausk publica en la Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse, IV, 1916, bajo el siguiente título:

«LA FE DE LOS PADRES»

«Como mi novia era cristiana -cuenta el señor A.- y no quería adoptar la fe judía, tuve yo que pasar del judaísmo al cristianismo para poderme casar con ella.

Este cambio de confesión lo realicé no sin resistencia interior; pero el fin que con él me proponía conseguir parecía justificarlo, tanto más cuanto que contra él no podía alegar más que mi exterior pertenencia al culto hebreo, pues carecía de arraigadas convicciones religiosas.

Sin embargo, siempre he confesado después pertenecer al judaísmo, y pocos de mis conocidos saben que estoy bautizado.

»De mi matrimonio me han nacido dos hijos, que han sido bautizados cristianamente. Cuando llegaron a edad de comprender las cosas, les revelé su ascendencia judía, con el fin de que las opiniones antisemitas que pudieran actuar sobre ellos en el colegio no influyeran, injustificadamente, en su posición ante mí.

»Hace algunos años pasaba yo el verano con mis hijos, que por entonces iban al colegio de primera enseñanza, en casa de la familia de un profesor de dicho colegio. Hallándonos un día merendando con nuestros huéspedes, que en general eran personas amables, la señora de la casa, ignorante de la ascendencia semita de sus inquilinos veraniegos, lanzó algunas duras palabras contra los judíos. Yo debía haber declarado la verdad para dar a mis hijos un ejemplo del ‘valor de las propias convicciones’; pero temía las inagotables explicaciones que habían de seguir a mi declaración.

Además, me cohibía el temor de tener que abandonar quizá el buen hospedaje que habíamos hallado y abreviar así las cortas vacaciones de que podíamos gozar mis hijos y yo en el caso de que nuestros huéspedes, al averiguar nuestro origen judío, cambiaran deconducta para con nosotros. »Por tanto, callé, y suponiendo que mis hijos, si asistían por más tiempo a la conversación, acabarían por revelar franca y decididamente la verdad, quise alejarlos, enviándolos al jardín.

»Con esta intención me dirigí a ellos y les dije: ‘Id al jardín, judíos (Juden)’ y advirtiendo en seguida mi equivocación, rectifiqué: ‘muchachos (Jungen)’.

Así, pues, mi equivocación fue la puerta por donde halló salida la verdad y la expresión del reprimido ‘valor de las propias convicciones’. Los que me oyeron no sacaron consecuencia ninguna de mi equivocación, pues no le dieron importancia alguna; pero yo, por mi parte, saqué de ella la enseñanza de que ‘la fe de los padres’ no se deja negar sin castigarnos cuando somos hijos y padres a un mismo tiempo.» De consecuencias más graves es la siguiente equivocación, que no publicaría si el mismo juez que tomó la declaración en que se produjo no me la hubiera indicado como propia para ser incluida en mi colección (Adición de 1920): «Un reservista acusado de robo se refería en su declaración a su servicio militar (Dienststellung), y al pronunciar esta palabra se equivocó y dijo: Diebstellung (Dieb = Diebstahl = ladrón, robo).»

En los trabajos de psicoanálisis las equivocaciones del paciente sirven muchas veces para aclarar los casos y confirmar aquellas hipótesis expuestas por el médico en el mismo momento en que el paciente las niega con obstinación . Con uno de mis clientes se trataba un día de interpretar un sueño que había tenido y en el que había aparecido el nombre Jauner.

El cliente conocía, en efecto, a una persona de este nombre; pero no podíamos descubrir por qué tal persona había sido incluida en el contenido del sueño. Por último, expuse la hipótesis de que ello había sucedido tan sólo por la similicadencia del nombre Jauner con el injurioso calificativo Gauner = rufián.

El paciente rechazó rápida y enérgicamente mi suposición; pero al hacerlo sufrió una equivocación que confirmó mi sospecha por consistir en el mismo cambio de la letra g por una j.

En efecto, al llamarle yo la atención sobre el lapsus cometido reconoció como cierta mi interpretación de su sueño (dijo ‘jewagt’ en vez de ‘gewagt’).

Cuando en una discusión seria sufre uno de los interlocutores uno de estos errores que convierten la intención de la frase en la completamente contraria queda en posición desventajosa frente a su adversario, el cual raras veces deja de utilizar en provecho suyo tal ventaja.

Esto muestra claramente que en general todo el mundo da a las equivocaciones orales y demás clases de actos fallidos la misma interpretación que se les da en este libro, aunque luego los individuos aislados se nieguen a reconocerlo en teoría y no estén propicios a prescindir, cuando se trata de la propia persona de la comodidad que supone la indiferente tolerancia con la que se miran tales funciones fallidas.

La hilaridad y la burla que estos errores no dejan nunca de provocar cuando aparecen en momentos graves o decisivos son un testimonio contrario a la convención generalmente aceptada de que no son sino meros lapsus linguae, sin significación ni importancia psicológica alguna. Nada menos que el canciller alemán príncipe de Bülow tuvo que recordar en una ocasión esta teoría de la falta de significación de las equivocaciones orales para salvar su situación cuando, pronunciando un discurso en defensa de su emperador (noviembre de 1907), sufrió un error que le hizo decir lo contrario de lo que se proponía.

«Por lo que respecta al presente, a la nueva época del emperador Guillermo II -dijo-, he de repetir lo que ya dije hace un año: que es inicuo e injusto hablar de la existencia de una camarilla de consejeros responsables en torno a nuestro emperador… (Vivas exclamaciones: ‘¡Irresponsables!’, de consejeros irresponsables en torno de nuestro emperador. Perdonen sus señorías el lapsus linguae. (Hilaridad.)»

En este caso la frase del príncipe de Bülow perdió importancia ante su auditorio por la acumulación de negaciones entre las que se hallaba la equivocación.

Además, la simpatía hacia el orador y la consideración de la difícil situación en que se hallaba hicieron que su error no se aprovechase para combatirle. Peores consecuencias tuvo el error de otro diputado que un año después y en la misma Cámara, queriendo invitar a sus oyentes a enviar un mensaje sin consideraciones (rückhaltlos) al emperador, descubrió con una desgraciada equivocación sentimientos distintos que ocultaba en su pecho leal:

LATTMANN: -«Examinemos esta cuestión del mensaje desde el punto de vista reglamentario.

Según las leyes, el Reichstag tiene el derecho de dirigir mensajes al emperador, y creemos que el pensamiento y el deseo general del pueblo alemán están en dirigir al emperador en esta ocasión un manifiesto armónico, y si podemos hacerlo sin herir los sentimientos monárquicos, también debemos hacerlo doblando el espinazo (rückgratlos, invertebradamente). (Hilaridad tempestuosa, que dura varios minutos.) Señores, no he querido decir sin consideraciones (rückgratlos) sino doblando el espinazo (ruckhaltlos) -hilaridad)-, y una manifestación así, sin reserva alguna del pueblo, ha de ser aceptada en estos graves momentos por nuestro emperador.»

El periódico Vorwärts, en su número del 12 de noviembre de 1908, no dejaba de señalar el significado de esta equivocación:

«DOBLANDO EL ESPINAZO ANTE EL TRONO IMPERIAL»

»Nunca se ha demostrado tan claramente en un Parlamento, y por la involuntaria confesión de un diputado, la actitud de éste y de la mayoría de los miembros de la Cámara como lo consiguió el antisemita Lattmann en el segundo día de su interpelación cuando, con festivo pathos, dejó escapar la confesión de que él y sus amigos querían decir al emperador su opinión ‘doblando el espinazo’.

»Una tempestuosa hilaridad general ahogó las siguientes palabras del infeliz, que todavía consideró necesario disculparse, tartamudeando que lo que había querido decir era ‘sin consideraciones’.»

Agregaré otro ejemplo (adición de 1924) en el que la equivocación oral tomó la forma de una siniestra profecía. Comenzando 1923 hubo una gran conmoción en el mundo financiero cuando el joven banquero X. (probablemente uno de los más recientes nouveaux riches en W., y con seguridad el más rico y el más joven) al tomar posesión, después de una corta lucha, de la mayoría de las acciones de un Banco. Como consecuencia posterior hubo lugar una Asamblea General donde los viejos directores del Banco, financistas al estilo antiguo, no fueron elegidos y el joven X. llegó a presidente del Banco.

En el discurso de despedida con que el Director General Dr. Y. quiso honrar al presidente anterior, que no había sido reelegido, muchos notaron una molesta equivocación oral que se repitió una y otra vez. Reiteradamente habló de dahinscheidend (expirar), en vez de ausscheidend (saliente) presidente. Después de esto, el antiguo presidente que no fue reelecto murió pocos días después de esa asamblea. (Relatado por Storfer.)

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