Planeta Freud

024a. 2. El chiste y su relación con el inconsciente – 1905

Posted on: agosto 4, 2009

02. La técnica del chiste

(1) Escojamos el primer chiste que el azar hizo acudir a nuestra pluma al escribir el capítulo anterior.

En el fragmento de los Reisebilder titulado «Los baños de Lucas» nos presenta Heine la regocijante figura de Hirsch-Hyacinth, agente de lotería y extractador de granos, que, vanagloriándose de sus relaciones con el opulento barón de Rothschild, exclama:

«Tan cierto como que de Dios proviene todo lo bueno, señor doctor, es que una vez me hallaba yo sentado junto a Salomón Rothschild y que me trató como a un igual suyo, muy «famillionarmente» (familionär).»

Este excelente chiste ha sido utilizado como ejemplo por Heymans y Lipps para explicar el efecto cómico del chiste en función del proceso de «desconcierto y aclaramiento».

Mas dejemos por ahora esta cuestión para plantearnos la de qué es lo que hace que el dicho de constituya un chiste.

Pueden suceder dos cosas: o es el pensamiento expresado en la frase lo que lleva en sí el carácter chistoso, o el chiste es privativo de la expresión que el pensamiento ha hallado en la frase. Tratemos, pues, de perseguir el carácter chistoso y descubrir en qué lugar se oculta.

Un pensamiento puede ser expresado por medio de diferentes formas verbales -o palabras- que todas ellas lo reproducen con igual fidelidad.

En la frase de Hirsch-Hyacinth tenemos una determinada expresión de un pensamiento, expresión que sospechamos es un tanto singular y desde luego no la más fácilmente comprensible. Intentemos expresar con la mayor fidelidad el mismo pensamiento en palabras distintas.

Esta labor ya ha sido llevada a cabo por Lipps de manera a explicar hasta cierto punto la idea de Heine.

«Comprendemos -escribe Lipps– que Heine quiere decir que la acogida de Rothschild a Hirsch-Hyacinth fue harto familiar; esto es, de aquella naturaleza poco corriente en los millonarios» (pág. 7).

No alteraremos en nada este sentido, dando al pensamiento otra forma que quizá se adapta más a la frase de Hirsch-Hyacinth. «Rothschild me trató como a su igual, muy familiarmente, aunque claro es que sólo en la medida en que esto es posible a un millonario.»

«La benevolencia de un rico es siempre algo dudosa para aquel que es objeto de ella», añadiríamos nosotros. Con cualquiera de estas dos versiones del mismo pensamiento que demos por buena vemos que la interrogación que nos planteamos ha quedado resuelta.

El carácter chistoso no pertenece en este ejemplo al pensamiento. Lo que Heine pone en labios de Hirsch-Hyacinth es una justa y penetrante observación, que entraña una innegable amargura y nos parece muy comprensible en un pobre diablo que se encuentre ante la enorme fortuna de un plutócrata, pero que nunca nos atreveríamos a calificar de chistosa.

Si alguien, no pudiendo olvidar la forma original de la frase, insistiera en que el pensamiento en sí era también chistoso, no habría más que hacerle ver que si la frase de Hirsch-Hyacinth nos hacía reír, en cambio la fidelísima versión del mismo pensamiento hecha por Lipps o la que nosotros hemos después efectuado pueden movernos a reflexionar, pero nunca excitar nuestra hilaridad.

Mas si el carácter chistoso de nuestro ejemplo no se esconde en el pensamiento, tendremos que buscarlo en la forma de la expresión verbal.

Examinando la singularidad de dicha expresión, descubrimos en seguida lo que podemos considerar como técnica verbal o expresiva de este chiste, la cual tiene que hallarse en íntima relación con la esencia del mismo, dado que todo su carácter y el efecto que produce desaparecen en cuanto se lleva a cabo su sustitución. Concediendo un tan importante valor a la forma verbal del chiste, nos hallamos de perfecto acuerdo con los que en la investigación de esta materia nos han precedido.

Así, dice K. Fischer (pág. 72):

«En principio, es simplemente la forma lo que convierte al juicio en chiste.» Recordamos aquí una frase de Juan Pablo en la que se expone y demuestra esta naturaleza del chiste:

«Hasta tal punto vence simplemente la colocación, sea de los ejércitos, sea de las frases.»

¿En qué consiste, pues, la «técnica» de este chiste? ¿Por qué proceso ha pasado el pensamiento descubierto por nuestra interpretación hasta convertirse en un chiste que nos mueve a risa? Comparando nuestra interpretación con la forma en que el poeta ha encerrado tal pensamiento, hallamos una doble elaboración.

En primer lugar, ha tenido efecto una abreviación.

Para expresar totalmente el pensamiento contenido en el chiste teníamos que añadir a la frase «R. me trató como a un igual, muy familiarmente» en segunda proposición, «hasta el punto en que ello es posible a un millonario», y hecho esto, sentimos todavía la necesidad de otra sentencia aclaratoria.

El poeta expresa el mismo pensamiento con mucha brevedad:

«R. me trató como a un igual, muy FAMILLIONARMENTE (FAMILLIONAR).»

La limitación que la segunda frase impone a la primera, en la que se señala lo familiar del trato, desaparece en el chiste.

Mas no queda excluida sin dejar un sustitutivo por el que nos es posible reconstruirla. Ha tenido lugar una segunda modificación. La palabra familiarmente (familiär), que aparece en la interpretación no chistosa del pensamiento, se muestra en el chiste transformada en famillionarmente.

Sin duda alguna es en esta nueva forma verbal donde reside el carácter chistoso y el efecto hilarante del chiste. La palabra así formada coincide en sus comienzos con la palabra «familiarmente» (familiär), que aparece en la primera frase, y luego con la palabra «millonario» (millionär), que forma parte de la segunda; representa así a esta última y nos permite adivinar su texto, omitido en el chiste.

Es, pues, la nueva palabra una formación mixta de los dos componentes «familiarmente» y «millonario» y podemos representar gráficamente su génesis en la forma que sigue:

FA M I L I Ä R
M I L IONAR
FA M I L I ON Ä R

El proceso que ha convertido en chiste el pensamiento podemos también representarlo en una forma que, aunque al principio parece un tanto fantástica, reproduce exactamente el resultado real:

«R. me trató muy familiarmente (familiär), aunque claro es que sólo en la medida en que esto es posible a un millonario (millionär).»

Imagínese ahora una fuerza compresora que actuara sobre esta frase y supóngase que por cualquier razón sea su segundo trozo el que menos resistencia puede oponer a dicha fuerza.

Tal segundo trozo se vería entonces forzado a desaparecer, y su más valioso componente, la palabra «millonario» (millionär), único que presentaría una mayor resistencia, quedaría incorporado a la primera parte de la frase por su fusión con la palabra «familiarmente» (familiär), análoga a él.

Precisamente esta casual posibilidad de salvar lo más importante del segundo trozo de la frase favorece la desaparición de los restantes elementos menos valiosos. De este modo nace entonces el chiste:

R. me trató muy famillionarmente
(famili on är)
(mili) (är)

Aparte de esta fuerza comprensiva, que nos es desconocida, podemos describir en este caso el proceso de la formación del chiste, o sea la técnica del mismo, con una condensación con formación de sustitutivo.

Esta formación consistiría en nuestro ejemplo, en la constitución de una palabra mixta -«FAMILLIONAR»- incomprensible en sí, pero cuyo sentido nos es descubierto en el acto por el contexto en el que se halla incluida.

Esta palabra mixta es la que entraña el efecto hilarante del chiste, efecto de cuyo mecanismo nada hemos logrado averiguar con el descubrimiento de la técnica. ¿Hasta qué punto puede regocijarse y forzarnos a reír un proceso de condensación verbal acompañado de una formación sustitutiva? Este es otro problema muy distinto y del que no podemos ocuparnos hasta hallar un camino por el que aproximarnos a él.

Permaneceremos, pues, por ahora en lo que respecta a la técnica del chiste. Nuestra esperanza de que la técnica del chiste no podía por menos de revelarnos la íntima esencia del mismo nos mueve, ante todo, a investigar la existencia de otros chistes de formación semejante a la del anteriormente examinado.

En realidad, no existen muchos chistes de este tipo, mas sí los suficientes para formar un pequeño grupo caracterizado por la formación de una palabra mixta.

El mismo Heine, copiándose a sí mismo, ha utilizado por segunda vez la palabra «millonario» (millionär) para hacer otro chiste. Habla, en efecto, en uno de sus libros (Idem, cap. XIV) de un «MILLIONAR», transparente condensación de las palabras «millonario» (millionär) y «loco» (narr), que expresa, como en el primer ejemplo, un oculto pensamiento accesorio.

Expondré aquí otros ejemplos del mismo tipo que hasta mí han llegado.

Existe una fuente (‘Brunnen’) en Berlín cuya construcción produjo mucho descontento hacia el burgomaestre Forckenbeck. Los berlineses la llaman la Forckenbecken, dando un efecto chistoso, aunque para ello fue necesario reemplazar la palabra brunnen por un equivalente en desuso becken, a objeto de combinarlo en una totalidad con el nombre del burgomaestro.

La malicia europea transformó en «CLEOPOLDO» el verdadero nombre –Leopoldo– de un alto personaje, de quien se murmuraba mantenía íntimas relaciones con una bella dama llamada Cleo.

De este modo, el rendimiento de un sencillo proceso de condensación en el que no entraba en juego sino una sola letra, conservaba siempre viva una maligna alusión. Los nombres propios caen con especial facilidad bajo este proceso de la técnica del chiste.

En Viena existían dos hermanos, Salinger de apellido, uno de los cuales era corredor de Bolsa (Bönsensensal).

Esta circunstancia dio pie para que a este último se le conociera con el nombre de Sensalinger (condensación de Sensal, corredor, y Salinger, su apellido) y a su hermano con el menos agradable de Scheusalinger (condensación de Scheusal, espantajo, y el apellido común). La ocurrencia es fácil e ingeniosa, aunque ignoro si estaría justificada.

Mas el chiste no suele preocuparse mucho de tales justificaciones.

Me contaron la siguiente condensación chistosa. Un hombre joven que había llevado hasta el momento una vida por demás placentera en el extranjero, después de una prolongada ausencia efectúa una visita a un amigo en esta ciudad.

El último se sorprende de verle un Ehering (anillo de esponsales) en la mano de su visitante, y le pregunta si se ha casado.

A lo que responde que sí ‘Trauring pero cierto’.

El chiste es excelente. La palabra Trauring combina ambos elementos: Ehering cambiada a Trauring junto a la frase trauring, aber wahr (‘triste pero cierto’).

Aquí se emplea una palabra que coincide totalmente con uno de los dos elementos y no una palabra ininteligible como en famillionär.

En una conversación proporcioné yo mismo, involuntariamente, el material para la formación de un chiste por completo análogo al primero que de Heine hemos reproducido. Relataba yo a una señora los grandes merecimientos de un investigador cuyo valor creía yo injustamente desconocido por sus contemporáneos.

«Pero ese hombre merece un monumento», me replicó la señora. «Y es muy probable que alguna vez lo tenga -repuse yo-, pero, momentáneamente, su éxito es bien escaso.» «Monumento» y «momentáneo» son dos conceptos opuestos.

Mi interlocutora los reunió en su respuesta, diciendo:

«Entonces le desearemos un éxito monumentáneo.»

En un excelente trabajo inglés sobre este mismo tema (A. A. Brill), Freud‘s Theory of wit, en Journal of abnormal Psychologie, 1911) se incluyen algunos ejemplos en idiomas diferentes del alemán, que muestran todos el mismo mecanismo de condensación que el chiste de Heine.

El escritor inglés De Quincey -relata Brill– escribe en una ocasión que los ancianos suelen caer con frecuencia en el anecdotage.

Esta palabra es una formación mixta de otras dos, coincidentes en parte:

anecdote y
dotage (charlar pueril).

En una historieta anónima halló Brill calificadas las Navidades como the alcoholidays, igual fusión de:

alcohol y
holidays (días festivos).

Hablando Sainte-Beuve de la famosa novela de Flaubert Salambó, cuya acción se desarrolla en la antigua Cartago, la califica irónicamente de Carthaginoiserie, aludiendo a la paciente minuciosidad con que el autor se esfuerza en reproducir el ambiente y costumbres del antiguo pueblo africano:

Carthaginois
chinoiserie.

El mejor chiste de este tipo se debe a una de las personalidades austríacas de mayor relieve, que después de una importante actividad científica y pública ocupa actualmente uno de los más altos puestos del Estado. He de tomarme la libertad de utilizar para estas investigaciones los chistes atribuidos a esta personalidad y que, en efecto, llevan todos un mismo inconfundible sello.

Sírveme de justificación el hecho de que difícilmente hubiera podido hallar mejor material.

Se hablaba un día, delante de esta persona, de un escritor al que se conocía por una aburrida serie de artículos, publicados en un diario vienés sobre insignificantes episodios de las relaciones políticas y guerreras entre Napoleón I y el de Austria.

El autor de estos artículos ostenta una abundante cabellera de un espléndido color rojo.

Al oír su nombre exclamó el señor N.: ¿No es ése el rojo Fadian que se extiende por toda la historia de los Napoleónidas? Para hallar la técnica de este chiste le someteremos a aquel método de reducción que hace desaparecer su carácter chistoso, variando su forma expresiva, y restaura, en cambio, su primitivo sentido, fácilmente adivinable en todo buen chiste.

El presente ejemplo ha surgido de dos componentes: un juicio adverso al escritor en cuestión y una reminiscencia de la famosa comparación con que Goethe encabeza, en Las afinidades electivas, los extractos del «Diario de Otilia».

La adversa crítica podría expresarse en la forma siguiente:

«¡De modo que es éste el sujeto que no sabe escribir una y otra vez más que aburridos folletones sobre Napoleón en Austria!» Esta manifestación no tiene nada de chistosa. Tampoco puede moverse a risa la bella comparación de Goethe.

Sólo cuando ambos conceptos son puestos en relación y sometidos a un singular proceso de condensación y fusión es cuando surge un chiste, excelente por cierto.

La conexión entre el adverso juicio sobre el tedioso historiador y la bella metáfora goethiana se ha constituido aquí, por razones que aún no me es dado hacer comprensibles, de un modo harto menos sencillo que en otros casos análogos. Intentaré, por lo menos, sustituir el probable proceso de génesis de este chiste por la construcción siguiente: en primer lugar, la circunstancia del constante retorno del mismo tema en los artículos del insulso escritor debió de despertar en N. una ligera reminiscencia de la conocida comparación goethiana de Las afinidades electivas, comparación que es erróneamente citada casi siempre con la palabra «se extiende como un rojo hilo».

El «rojo hilo» de la comparación ejerció una acción modificadora sobre la expresión de la primera frase merced a la circunstancia casual de ser también rojo; esto es, poseer rojos cabellos el escritor criticado.

Llegado el proceso a este punto, la expresión del pensamiento sería quizá la siguiente: De modo que ese individuo rojo es el que escribe unos artículos tan aburridos sobre Napoleón.

Entra ahora en juego el proceso que condensó en uno ambos trozos.

Bajo la presión de este proceso, que encuentra su primer punto de apoyo en la igualdad proporcionada por el elemento «rojo», se asimiló «aburrido» (langweiling) a «hilo» (Faden), transformándose en un sinónimo fad (aburrido, insulso), y entonces pudieron ya fundirse ambos elementos para constituir la expresión verbal del chiste, en la que esta vez tiene mayor importancia la cita goethiana que el juicio despectivo, el cual seguramente fue el primero en surgir aisladamente en el pensamiento de N. De modo que es ese rojo sujeto quien escribe los ‘fade’ artículos sobre N(apoleón).

El ….. rojo……. ‘Faden’ (hilo) que se extiende por todo. ¿No es ése el rojo Fadian que se extiende por toda la historia de los N(apoleónidas)?

Más adelante, cuando nos sea posible analizar este chiste desde otros puntos de vista distintos de los puramente formales, justificaremos esa representación gráfica y, al mismo tiempo, la someteremos a una necesaria rectificación. Lo que en ella pudiera ser objeto de duda, el hecho de haber tenido lugar una condensación, aparece con evidencia innegable.

El resultado de la condensación es nuevamente, por un lado, una considerable abreviación y, por otro, en lugar de una singular formación verbal mixta, más bien una infiltración de los elementos constitutivos de ambos componentes. La expresión roter Fadian sería siempre viable por sí misma con una calificación peyorativa: mas en nuestro caso es con seguridad, el producto de una condensación.

Si al llegar a este punto se sintiera el lector disgustado ante nuestra manera de enfocar esta cuestión, que amenaza destruir el placer que en el chiste pudiera hallar, sin explicarle, en cambio, ni siquiera la fuente de que dicho placer mana, yo le ruego reprima su impaciencia.

Nos hallamos ahora ante el problema de la técnica del chiste, cuya investigación nos promete, cuando lleguemos a profundizar suficientemente, interesantes descubrimientos.

Por el análisis del último ejemplo nos hallamos preparados a hallar, cuando en otros casos encontremos de nuevo un proceso de condensación, la sustitución de lo suprimido no sólo en una formación verbal mixta, sino también en una distinta modificación de la expresión.

Los siguientes chistes, debidos asimismo al fértil ingenio del señor N., nos indicarán en qué consiste este distinto sustitutivo:

«Sí; he viajado con él TETE-A-BETE.» Nada más fácil que reducir este chiste.

Su significado tiene que ser:

«He viajado tête-à-tête con X., y X. es un animal.» Ninguna de las dos frases es chistosa. Reduciéndola a una sola:

«He viajado tête-à-tête con el animal de X.», tampoco encontramos en ella nada que nos mueva a risa.

El chiste se constituye en el momento en que se hace desaparecer la palabra «animal», y para sustituirla se cambia por una B la T de la segunda tête, modificación pequeñísima, pero suficiente para que vuelva a surgir el concepto «animal», antes desaparecido. La técnica de este grupo de chistes puede describirse como condensación con ligera modificación, y sospechamos que el chiste será tanto mejor cuanto más pequeña sea la modificación sustitutiva.

Análoga, aunque no exenta de complicación, es la técnica de otro chiste. Hablando de una persona que al lado de excelentes cualidades presentaba grandes defectos, dice N.:

«Sí; la vanidad es uno de sus CUATRO TALONES DE AQUILES».

La pequeña modificación consiste aquí en suponer que la persona a la que el chiste se refiere posee cuatro talones, o sea cuatro pies, como los animales.

Así, pues, las dos ideas condensadas en el chiste serían:

«X es un hombre de sobresalientes cualidades, fuera de su extremada vanidad; pero no obstante, no es una persona que me sea grata, pues me parece un animal.».

Muy semejante, pero mucho más sencillo, es otro chiste in statu nascendi del que fui testigo en un pequeño círculo familiar, al que pertenecían dos hermanos, uno de los cuales era considerado como modelo de aplicación en sus estudios, mientras que el otro no pasaba de ser un medianísimo escolar.

En una ocasión, el buen estudiante sufrió un fracaso en sus exámenes, y su madre, hablando del suceso, expresó su preocupación de que constituyera el comienzo de una regresión en las buenas cualidades de su hijo.

El hermano holgazán, que hasta aquel momento había permanecido oscurecido por el buen estudiante, acogió con placer aquella excelente ocasión de tomar su desquite, y exclamó:

«Sí; Carlos va ahora hacia atrás sobre sus cuatro pies.»

La modificación consiste aquí en un pequeño agregado a la afirmación de que también, a su juicio, retrocede el hermano abandonando el buen camino.

Mas esta modificación aparece como el sustitutivo de una apasionada defensa de la propia causa:

«No creáis que él es más inteligente que yo por que obtiene éxitos en la escuela. No es más que un animal; esto es, más estúpido aún que yo.» Otro chiste muy co nocido de N. nos da un bello ejemplo de condensación con ligera modificación. Hablando de una personalidad política, dijo:

«Este hombre tiene UN GRAN PORVENIR DETRAS DE EL.»

Tratábase de un joven que por su apellido, educación y cualidades personales pareció durante algún tiempo llamado a llegar a la jefatura de un gran partido político y con ella al Gobierno de la nación.

Mas las circunstancias cambiaron de repente y el partido de referencia se vio imposibilitado de llegar al Poder, siendo sospechable que el hombre predestinado a asumir su jefatura no llegue ya a los altos puestos que se creía. La más breve interpretación deducida de este chiste sería:

«Ese hombre ha tenido ante sí un gran porvenir, pero ahora ya no lo tiene.»

En lugar de «ha tenido» y de la frase final, aparece en la frase principal la modificación de sustituir el «ante sí» por su contrario «detrás de él».

De una modificación casi idéntica se sirvió N. en otra de sus ocurrencias. Había sido nombrado ministro de Agricultura un caballero al que no se reconocía otro mérito para ocupar dicho puesto que el de explotar personalmente sus propiedades agrícolas.

La opinión pública pudo comprobar durante su gestión ministerial, que se trataba del más inepto de cuantos ministros habían desempeñado aquella cartera.

Cuando dimitió y volvió a sus ocupaciones agrícolas particulares, comentó N.:

«Como Cincinato, ha vuelto a su puesto ANTE el arado.»

El ilustre romano, al que se apartó de sus faenas agrícolas para conferirle la investidura de dictador, volvió, al abandonar la vida pública, a su puesto detrás del arado.

Delante del mismo no han ido nunca, ni en la época romana ni en la actual, más que los bueyes. Otro caso de condensación con modificación es un chiste de Karl Kraus que, refiriéndose a un periodista de ínfima categoría, dedicado al chantaje, dijo que había salido para los Balcanes en el Orienterpresszug, formación verbal producto de la condensación de dos palabras: Orientexpresszug (tren expreso del Oriente) y Erpressung (chantaje).

Podríamos aumentar grandemente la colección de ejemplos de esta clase; mas creo que con los expuestos quedan suficientemente aclarados los caracteres de la técnica del chiste -condensación con modificaciones- en este segundo grupo.

Comparándolo ahora con el primero, cuya técnica consistía en la condensación con formación de una expresión verbal mixta, vemos con toda claridad que sus diferencias no son esenciales y la transición de uno a otro se efectúa sin violencia alguna.

Tanto la formación verbal mixta como la modificación se subordinan al concepto de la formación de sustitutivos, y si queremos podemos describir la formación de palabra mixta también con modificación de la palabra fundamental por el segundo elemento.

(2) Hagamos aquí un primer alto para preguntarnos con qué factor expuesto ya en la literatura existente sobre esta materia coincide total o parcialmente este primer resultado de nuestra labor. Desde luego con el de la brevedad, a la que Juan Pablo califica de alma del chiste. La brevedad no es en sí chistosa; si no, toda sentencia lacónica constituiría un chiste.

La brevedad del chiste tiene que ser de una especial naturaleza. Recordamos que Lipps ha intentado describir detalladamente la peculiaridad de la abreviación chistosa.

Nuestra investigación ha demostrado, partiendo de este punto, que la brevedad del chiste es con frecuencia el resultado de un proceso especial que en la expresión verbal del mismo ha dejado una segunda huella: la formación sustitutiva.

Empleando el procedimiento de reducción, que intenta recorrer en sentido inverso el camino seguido por el proceso de condensación, hallamos también que el chiste depende tan sólo de la expresión verbal resultante del proceso de condensación.

Naturalmente, nuestro interés se dirigía en el acto hacia este proceso tan singular como poco estudiado hasta el momento, pero no llegamos a comprender cómo puede surgir de él lo más valioso del chiste: la consecución del placer que el mismo trae consigo.

Veamos si en algún otro dominio psíquico se han descubierto ya procesos análogos a los que aquí describimos como técnica del chiste. Unicamente, en uno muy distante en apariencia.

En 1900 publiqué una obra titulada LA INTERPRETACION DE LOS SUEÑOS, en la cual, como su título indica, intenté aclarar el misterio de los sueños y presentarlos como un producto de la normal función anímica.

En esta obra opongo repetidamente el contenido manifiesto del sueño, con frecuencia harto singular, a las ideas latentes del mismo, totalmente correctas, de las que procede, y emprendo la investigación de los procesos que, partiendo de dichas ideas, hacen surgir el sueño, y de las fuerzas psíquicas que toman parte en esta transformación.

El conjunto de los procesos de transformación es denominado por mi elaboración del sueño, y como un fragmento de la misma he descrito un proceso de condensación que muestra la mayor analogía con el que aparece en la técnica del chiste, pues produce como éste una abreviación y crea formaciones sustitutivas de idéntico carácter. Todos conocemos por nuestros propios sueños las formaciones mixtas de personas y hasta de objetos que en ellos aparecen.

El sueño llega también a crear formaciones mixtas de palabras que luego podemos descomponer en el análisis (por ejemplo: Autodidasker = autodidacta + Lasker).

Otras veces, y con mayor frecuencia, el proceso de condensación del sueño no crea formaciones mixtas, sino imágenes que, salvo en una modificación o agregación procedente de distinta fuente, coinciden por completo con una persona o un objeto determinados.

Son, por tanto, tales modificaciones idénticas a las que nos muestran los chistes de N., y no podemos ya poner en duda que en ambos casos tenemos ante nosotros el mismo proceso psíquico, reconocible por su idéntico resultado.

Tan amplia analogía de la técnica del chiste con la elaboración del sueño no dejará de intensificar nuestro interés por la primera, haciéndonos concebir la esperanza de que una comparación entre el chiste y los sueños contribuya extraordinariamente a descubrirnos la esencial de aquél.

Mas antes de emprender esta labor comparativa tenemos aún que investigar más ampliamente la técnica del chiste, pues el número de análisis que hasta ahora hemos llevado a cabo es todavía insuficiente para dejar perfectamente establecida, con un carácter general, la analogía descubierta en los hasta ahora examinados.

Abandonaremos, pues, por ahora, la comparación con el sueño y tornaremos a la técnica del chiste, dejando suelto en este punto de nuestra investigación un cabo, que más adelante recogeremos.

(3) Lo primero que necesitamos saber es si el proceso de condensación con formación sustitutiva aparece en todos los chistes y puede, por tanto, considerarse como el carácter general de la técnica que investigamos. Recuerdo aquí un chiste que a consecuencia de especiales circunstancias permanece grabado en mi memoria, a pesar del tiempo transcurrido desde que lo oí.

Un reputado catedrático, a cuya clase asistía yo en mi primera juventud y al que todos creíamos tan incapaz de estimar el valor de un chiste oportuno como de hacerlo por su cuenta, llegó un día muy regocijado al Instituto, y mostrándose más asequible que de costumbre, nos explicó lo que motivaba su buen humor:

«He leído -dijo- un excelente chiste.

En una reunión de París fue presentado un joven al que por llevar el apellido Rousseau se suponía pariente del gran Juan Jacobo. Una de las particularidades de este joven era el rojo color de su pelo.

Mas sus atractivos espirituales se demostraron tan escasos, que al despedirse su introductor de la dueña de la casa, le dijo ésta:

«Vous m’avez fait connaître un jeune homme roux et sot, mais non pas un Rousseau.» Y nuestro buen profesor siguió riendo alborozadamente.

Es éste según la nomenclatura establecida por los autores que nos han precedido en la investigación de estas materias, un chiste por similicadencia, y por cierto de la más baja categoría, pues es de aquellos que juegan con un nombre propio, a semejanza del que pone término al parlamento del capuchino en la primera parte del Wallenstein, de Schiller:

«Se hace llamar Wallenstein (Stein-piedra), y es ciertamente, para todos nosotros piedra de escándalo (allen-todos; Stein-piedra)…».

Mas ¿cuál es la técnica del chiste que tanto hizo reír a nuestro profesor? Vemos en seguida que aquel carácter que quizá esperábamos hallar generalmente no aparece ya en este primer nuevo ejemplo. No existe en él omisión alguna; apenas una abreviación.

La señora dice en el chiste todo lo que podemos suponer en su pensamiento.

«Me ha hecho usted esperar con gran interés el reconocimiento de un pariente de J. J. Rousseau, incitándome a suponer que habría heredado algo de la inteligencia de su genial antepasado. Y resulta que el tal individuo es un joven de cabellos rojos y completamente tonto (roux et sot).»

En esta interpretación podremos añadir o intercalar algo por cuenta propia; pero tal intento de reducción no hace desaparecer el chiste, que permanece intacto, basado en la similicadencia Rouseeau/Roux sot. Queda, pues, demostrado que la condensación con formación sustitutiva no toma parte alguna en la constitución de este chiste.

¿Cuál es, pues, el proceso de su génesis? Nuevos intentos de reducción nos prueban que el chiste continuará subsistiendo mientras el nombre Rousseau no sea sustituido por otro.

Así, sustituyéndolo por el de Racine, la crítica expresada por la señora permanece intacta, pero pierde todo carácter de chiste. De este modo vemos dónde tenemos que buscar en este caso la técnica del chiste, aunque podamos dudar todavía cómo formularla.

Intentemos, sin embargo, definirla: la técnica de este chiste estriba en el hecho de que una misma palabra -el nombre- aparece empleado en dos formas distintas, una vez completo y otra dividido en sus sílabas como en una charada.

Puedo exponer unos cuantos ejemplos de idéntica técnica.

Con un chiste basado en esta técnica del doble empleo hubo de vengarse una dama italiana de una impertinencia de Napoleón I, el cual le dijo en un baile de corte, llamando su atención hacia sus compatriotas: Tutti gli italiani danzano si male. Y la señora respondió en el acto: Non tutti, ma buona parte. (Brill, l. c.)

En ocasión de representarse en Berlín la tragedia griega Antígona (Antigone), reprochó la crítica que se había despojado a esta obra de todo su carácter antiguo.

El ingenio berlinés se apropió esta crítica en la forma siguiente:

Antik? Oh, nee! («¿Antigua? ¡Oh, no!)» Muy conocido es en los círculos médicos un análogo chiste por división. Un doctor pregunta a un joven paciente si en alguna época ha sido dominado por el vicio de la masturbación. La respuesta es: ¡O na, nie! (Onanie = onanismo: O na, nie = «¡Oh, jamás!»).

En todos estos ejemplos, que juzgamos suficientes para dejar caracterizado el grupo a que pertenecen, descubrimos idéntica técnica: un mismo nombre doblemente empleado una vez en su totalidad y otra dividido en sus sílabas, división que le presta otro sentido diferente.

El múltiple empleo de la misma palabra, íntegra primero y dividida por sílabas después, ha sido el primer caso por nosotros hallado de una técnica en la que no aparece el proceso de condensación. Tras de corta reflexión, tenemos, sin embargo, que ver (en la gran cantidad de ejemplos que a nuestro recuerdo acude) que la nueva técnica por nosotros descubierta no puede limitarse a este único medio.

Existe seguramente una gran cantidad, no determinable por el momento, de posibilidades de dar en una frase a la misma palabra o al mismo material verbal más de un empleo. ¿Hemos de considerar como medios técnicos del chiste todas estas posibilidades? Así nos parece a primera vista, y los ejemplos que siguen se encargarán de demostrarlo.

Puede, en primer lugar, tomarse dos veces el mismo material alterando solamente su orden.

Cuanto menor sea la alteración y antes se experimente la impresión de que se han dicho cosas distintas con las mismas palabras, tanto más excelente será el chiste por lo que a la técnica se refiere. Daniel Spitzer, en su obra Wiener Spaziergaenge (t. II, pág. 42) (1912):

«El matrimonio X vive a lo grande. Según unos, el marido ha ganado mucho y dado poco; según otros, es la mujer la que se ha dado un poco y ganado mucho.»

¡Excelente chiste, verdaderamente diabólico y conseguido con un mínimo de medios! Ha ganado mucho y dado poco -(se) ha dado (un) poco y ganado mucho -.

Es tan sólo por una inversión de estas frases por lo que se distingue lo que se expresa del marido de lo que se sugiere de la mujer. Un amplio campo se abre a la técnica del chiste extendiendo el múltiple empleo del mismo material a aquellos casos en que la palabra o palabras en las que reside el chiste se muestran una vez sin modificación alguna y otra habiendo sufrido una pequeña modificación.

Véase como ejemplo otro chiste de N.: Un individuo de origen judío, que hablando con N. se expresó despectivamente sobre los caracteres peculiares a sus correligionarios, obtuvo la siguiente respuesta:

«Ya conocía yo su antesemitismo, señor consejero; pero su antisemitismo es cosa nueva para mí.»

La modificación consiste aquí en el cambio de una sola letra, cambio que apenas es perceptible en la expresión verbal. Recuerda este chiste a otros antes expuestos del mismo personaje, pero a diferencia de ellos, no tiene en él lugar condensación alguna.

Expresa todo lo que su autor tenía que decir, o sea:

«Sé que usted es de origen judío, y, por tanto, me maravilla que hable usted así de los que fueron sus correligionarios.»

Otro excelente ejemplos de tal chiste de modificación es la conocida frase: Traduttore-tradittore! La analogía de ambas palabras, lindante con la identidad, nos ofrece una precisa representación de la necesidad en que el traductor se halla a veces de pecar contra el autor traducido.

He aquí un chiste que se dice tuvo lugar durante un examen de jurisprudencia.

El candidato debía traducir un pasaje del ‘Corpus Juris’: ‘Labeo ait = yo caigo, dijo él’. ‘Usted cae, digo yo’, replicó el examinador, y puso fin al examen. Cualquiera que equivoque el nombre del gran jurista (Labeo) confundiéndolo con una declinación verbal y aún más, en forma errónea (‘labeo’ por ‘labeor’, o sea, ‘yo caigo’), sin lugar a dudas que no merece nada mejor.

Pero la técnica del chiste reside en el hecho que casi las mismas palabras que señalaban la ignorancia del candidato fueron usadas por el examinador para pronunciar su castigo.

Es tan grande en estos chistes la variedad de las pequeñas modificaciones posibles, que ninguno es igual a otro. Las palabras constituyen un material plástico de una gran maleabilidad.

Existen algunas que llegan a perder totalmente su primitiva significación cuando se emplean en un determinado contexto. Un chiste de Lichtenberg se basa precisamente en esta circunstancia:

«¿Cómo anda usted?», preguntó el ciego al paralítico.

«Como usted ve», respondió el paralítico al ciego.

También existen palabras que pueden ser empleadas en más de un sentido, despojándolas de su primitiva significación. De dos diferentes derivados de la misma raíz puede haberse desarrollado uno hasta formar una palabra llena de significación, y el otro, no constituir más que un afijo, y conservar ambas, sin embargo, idéntico sonido. La identidad del sonido entre una palabra plenamente significativa y una sílaba vacía de sentido puede también ser causal.

En ambos casos es dado a la técnica del chiste aprovechar tales peculiaridades del material verbal.

Así, se atribuye a Schleiermacher un chiste que constituye un puro ejemplo del empleo de tales medios técnicos: Eifersucht ist eine Leidenschaft die mit Eifer sucht, was Leiden schafft.

No puede negarse que esta frase constituye un chiste, aunque no de gran efecto. Desaparece aquí una gran cantidad de factores que en el análisis de otros chistes pueden inducirnos en error al tener que investigar cada uno de ellos por separado.

El pensamiento expresado en la frase carece de todo valor, no constituyendo más que una muy insignificante definición de los celos. No puede hablarse en este ejemplo de «sentido en lo desatinado», «sentido oculto» o «desconcierto» y «esclarecimiento».

Asimismo resulta imposible hallar un contraste de representaciones, y sólo con gran esfuerzo puede sospecharse un contraste entre las palabras y lo que significan. No podemos hablar tampoco de contracción: la frase nos hace más bien un efecto de ampulosidad. Y, sin embargo, constituye un excelente chiste.

Su única singularidad es, al mismo tiempo, aquel carácter cuya desaparición traería consigo la del chiste; esto es, el hecho de hallarse empleadas las mismas palabras en diferente forma.

Podremos entonces escoger entre agregar este chiste a aquella subdivisión en la que las palabras son empleadas una vez completas y otra divididas (Rousseau, Antígona), o aquella otra en la que la diversidad queda constituida por la posesión o carencia de sentido de partes de las palabras.

A más de este factor, hallamos otro digno de tener en consideración para la técnica del chiste.

Se constituye aquí una singular conexión, una especie de unificación por el hecho de que los celos quedan definidos por su nombre propio; esto es, por sí mismos. También esto constituye, como más adelante veremos, una técnica del chiste. Tales dos factores tienen, por tanto, que ser suficientes para dar a una expresión verbal el buscado carácter chistoso.

Penetrando aún más en la diversidad del «múltiple empleo» de la misma palabra, echamos de ver que tenemos ante nosotros formas de «doble sentido» o del «juego de palabras», que son generalmente conocidas, ha largo tiempo, como medios técnicos del chiste. ¿Para qué, entonces, nos hemos tomado el trabajo de descubrir como nuevo algo que hubiéramos podido hallar en cualquiera obra sobre el chiste?

Para justificarnos sólo podemos alegar por ahora que en tales fenómenos de la expresión oral hacemos nosotros resaltar una nueva faceta. Lo que los investigadores anteriores consideran como prueba del carácter «juguetón» del chiste lo incluimos nosotros en nuestro punto de vista del «múltiple empleo».

Los casos de múltiple empleo que por su «doble sentido» pueden reunirse para formar un tercer grupo se dejan fácilmente incluir en subdivisiones que, como sucede con todo el tercer grupo con respecto al segundo, no se distinguen unas de otras por diferencias esenciales. De este modo tendremos: a) Los casos de doble sentido de un nombre propio y su significado objetivo: Pistola, corre, dispárate y deja nuestra compañía (Shakespeare, Enrique IV).

Más Hof (cortejamiento) que Freiung (casamiento) decía una mordaz vienesa de ciertas simpáticas jovencitas admiradoras por años pero que nunca habían encontrado marido. Hof y Freiung son los nombres de dos cuadras vecinas en el centro de Viena.

Heine:

«Aquí, en Hamburgo, no reina el inicuo Macbeth; aquí reina Banko (Banquo).» Cuando el nombre propio no es utilizable en su forma total para el chiste, puede buscarse el doble sentido por medio de una de las pequeñas modificaciones que ya conocemos.

«¿Por qué los franceses han silbado el Lohengrin? (Elsas wegen).» A causa de Alsacia / Elsa (Elsa = Elsa; Elsass = sacia).

b) El doble sentido de la significación objetiva y metafórica de una palabra, el cual es una generosa fuente de la técnica del chiste. Citaremos tan sólo un ejemplo: Uno de mis colegas, conocido por su fino ingenio, dijo una vez al poeta Arturo Schnitzler:

«No me maravilla que hayas llegado a ser un gran poeta. Ya tu padre hizo reflejarse en su espejo a sus contemporáneos.»

El espejo usado por el padre de Schnitzler, reputado médico, era el laringoscopio.

Por otra parte, según una conocida frase shakespeariana (Hamlet, acto III, escena II), el fin de la comedia y, por tanto, el del poeta, es «presentar un espejo a la Naturaleza; mostrar a la virtud sus propios rasgos, su imagen al vicio, y a los tiempos sus caracteres y singularidades».

c) El doble sentido propiamente dicho, o juego de palabras, que es, por decirlo así, el caso ideal del múltiple empleo; la palabra no sufre aquí la menor violencia; no es dividida por sílabas ni sometida a modificación ninguna. Tampoco necesita abandonar la esfera a que pertenece (por ejemplo, la de los nombres propios) e incluirse en otra diferente. Tal y como es y se halla dentro de la frase, debe, merced a determinadas circunstancias, expresar dos diferentes sentidos. No faltan ejemplos de esta clase.

K. Fischer: Uno de los primeros actos de Napoleón III al asumir el poder fue la confiscación de los bienes de la casa de Orleáns, acto que dio origen a un excelente juego de palabras: C’est le premier vol de l’aigle. (Vol = vuelo y robo.) En una ocasión quiso Luis XV poner a prueba el ingenio de uno de sus cortesanos, y le ordenó que hiciera un chiste sobre su propia real persona.

El mismo monarca quería ser sujeto (sujet) del chiste.

Sire -respondió el cortesano-, le roi n’est pas sujet. (Sujet = sujeto y súbdito.) Un médico que acaba de reconocer a una señora dice al marido de la enferma:

«No me gusta nada» «Hace mucho tiempo que a mí tampoco», se apresura a confirmar el interpelado.

El médico se refiere, naturalmente, al estado de la mujer, pero expresa su preocupación con tales palabras, que el marido halla en ellas la confirmación de su aversión matrimonial. Heine dijo en una comedia satírica:

«Esta sátira no hubiese sido tan mordiente si el autor hubiese tenido más que morder.»

Este chiste es un ejemplo de doble sentido metafórico y común, más bien que un juego de palabras.

Pero ¿quién puede fijar aquí los límites entre estos grupos? Otro buen ejemplo de juego de palabras es relatado por Heymans y Lipps en forma ininteligible. No hace mucho que di con la versión correcta de la anécdota en una colección de chistes poco usada (Hermann, 1904): Un día se encuentran Sapin y Rothschild, después de charlar un rato, Sapin le dice: ‘Oye Rothschild, mis reservas han disminuido, pudieras prestarme cien ducados’. ‘Cómo no’, le dice Rothschild, ‘eso me parece apropiado, pero con la condición que hagas un chiste’. ‘Lo que a mí también me parece apropiado’, responde Sapin. ‘Entonces, bien, ven a mi oficina mañana’.

Sapin llega puntualmente ‘Hola’, dice Rothschild al verlo llegar, Sie Kommen um ihre 100 Dukaten (‘has venido por los cien ducados’). ‘No’, contestó Sapin, Sie Kommen um ihre 100 Dukaten (‘Vas a perder tus cien ducados’) puesto que ni soñar de pagarte antes del Juicio Final.

El mismo Heine dice en el Viaje por el Harz:

«No recuerdo en este momento los nombres de todos los estudiantes, y entre los profesores hay algunos que todavía no lo tienen.» Y más adelante empezaremos a tener práctica, espero, en el diagnóstico diferencial si aquí insertamos otro chiste bien conocido sobre profesores.

«La diferencia entre profesores ordinarios (ordentlich) y extraordinarios (ausserordentlich) es que los ordinarios no hacen nada de extraordinario, en tanto que los Extraordinarios no hacen nada ordentlich (propiamente).»

El doble significado de las palabras ordentlich y ausserordentlich permite el juego de palabras, significado ‘dentro y fuera del Establecimiento’ y por otro lado ‘eficiente y sobresaliente’.

Aquí el significado múltiple es bastante más notable que el doble significado de otros chistes.

A través de toda la frase no oímos nada sino la recurrencia constante de la palabra ordentlich, a veces en esa forma, a veces modificada en su sentido negativo.

El ingenio nuevamente está en definir un concepto usando las mismas palabras o más precisamente en definir dos conceptos correlativos por medio de otro, lo que produce un ingenioso entrelazamiento. Finalmente y destacando aquí el aspecto unificador de extraer una conexión más íntima entre los elementos de la sentencia que lo que uno tendría derecho a esperar de su naturaleza.

«El bedel Schäfer me saludó muy afectuosamente, pues también él es escritor y me ha citado muchas veces, llevando su amabilidad hasta dejar escrita la cita con tiza sobre mi puerta cuando no me hallaba en mi cuarto.»

Otro chiste, debido al ingenio de aquel nuestro chistoso colega que citamos en páginas anteriores, nos facilita la transición a una nueva especie de la técnica del doble sentido.

En la época en que el asunto Dreyfus se hallaba a la orden del día, dijo nuestro burlón amigo:

«Esa muchacha me recuerda a Dreyfus; el ejército no cree en su inocencia.» La palabra inocencia, sobre cuyo doble sentido se halla construido el chiste, tiene, al referirse a Dreyfus, la significación corriente opuesta a crimen o delito, y al referirse a la muchacha, una significación sexual opuesta a la experiencia en esta materia.

Existen muchos ejemplos de esta clase de doble sentido, y en todos ellos es el sentido sexual el esencial para el efecto del chiste. Pudiéramos reservar para este grupo la calificación de equívoco.

El chiste de D. Spitzer incluido en páginas anteriores es un excelente ejemplo de tal equívoco.

«Según unos, el marido ha ganado mucho y dado poco; según otros, es la mujer la que (se) ha dado (un) poco y ganado mucho.»

Mas si comparamos este chiste de doble sentido con equívoco con otros ejemplos, advertiremos en seguida una diferencia muy importante para la técnica.

En el chiste de la «inocencia», ambos sentidos de la palabra se hallan igualmente cerca de nuestra comprensión; no sabríamos diferenciar cuál de los dos -el sexual o el no sexual- es más corriente y conocido.

Muy distinto es, en cambio, el ejemplo de Daniel Spitzer.

En él el sentido vulgar cubre casi por completo al sentido sexual, hasta el punto de hacerlo invisible para un espíritu poco malicioso.

A modo de contraste permítasenos consignar otro ejemplo de doble significado en el que no se intenta ocultar el sentido sexual. Heine al describir el carácter condescendiente de una dama:

«Ella no podía abschlagen (rehusar-orinar) nada excepto su propia agua.»

Esto suena a obscenidad y escasamente nos da la impresión de chiste.

Esta diferencia acentuada de las dos significaciones del doble sentido aparece también en los chistes desprovistos de toda relación sexual, bien por ser una de ellas la más usual y

corriente, bien por colocarse en primer término su conexión con otros elementos de la frase; por ejemplo: C’est le premier vol de l’aigle. Todos estos casos los reuniremos bajo la calificación de doble sentido con alusión.

(4) Hemos llegado a conocer ya tantas y tan diversas técnicas del chiste, que convendrá formar una relación de ellas para evitar olvidos o confusiones.

Tratemos entonces de resumirlas:

I. Condensación:

  • a) con formación de palabras mixtas;
  • b) con modificaciones.

II. Empleo múltiple de un mismo material:

  • c) total o fragmentariamente;
  • d) con variación del orden;
  • e) con ligeras modificaciones;
  • f) con las mismas palabras, con o sin sentido.

III. Doble sentido:

  • g) significando tanto un nombre como una cosa;
  • h) significación metafórica y literal;
  • i) doble sentido propiamente dicho (juego de palabras);
  • j) equívoco (double entendre);
  • k) doble sentido con alusión.

Tanta variedad nos confunde un poco.

Pudiera hacernos lamentar el haber dedicado nuestro interés al examen de los medios técnicos del chiste e inducirnos a sospechar exagerada la importancia que a dichos medios hemos atribuido en la investigación de la esencia del mismo.

Pero al paso de esta sospecha sale siempre el hecho innegable de que el chiste desaparece en el momento en que prescindimos, en la expresión verbal, de los efectos de tales técnicas.

Esta circunstancia nos indica además que debemos buscar la unidad dentro de la variedad que ante nuestros ojos se ofrece. Debe ser posible reunir todas estas técnicas en un solo haz. Ya dijimos antes que la reunión de los grupos segundo y tercero en uno solo no presenta grandes dificultades.

El doble sentido, el juego de palabras, es tan sólo el caso ideal del empleo del mismo material, concepto más amplio que lo comprende en sí. Los ejemplos de fragmentación, variación del orden dentro del mismo material y empleo múltiple con ligera modificación -c), d), e)-, podrían incluirse, aunque no sin esfuerzo, dentro del concepto del doble sentido.

Mas ¿qué comunidad existe entre el primer grupo -condensación con formación sustitutiva- y cada uno de los dos restantes de empleo múltiple del mismo material? La respuesta es, a mi juicio, harto sencilla.

El empleo del mismo material es tan sólo un caso especial de la condensación.

El juego de palabras no es más que una condensación sin formación de sustitutivo. De este modo permanece siendo la condensación la categoría superior. Una tendencia compresora o mejor dicho, economizante domina todas estas técnicas. Todo parece ser -como dice el príncipe Hamlet– cuestión de economía (Thrift, Horatio, thrift).

Probemos la existencia de esta tendencia economizadora en los ejemplos antes expuestos. C’est le premier vol de l’aigle.

Es el primer vuelo del águila; pero además es un vuelo en el que ha ejercitado su condición de ave de rapiña. Vol, para dicha de la existencia de este chiste, significa tanto «vuelo» como «robo». ¿No existe aquí condensación o economía? Desde luego, pues toda la segunda idea ha sido omitida y, además, sin que aparezca sustitutivo alguno que la represente.

El doble sentido de la palabra vol hace inútil tal sustitutivo, o mejor dicho, la palabra vol contiene en sí el sustitutivo del pensamiento reprimido, sin que por ello necesite la primera parte de agregado o modificación algunos.

En esto precisamente consiste la ventaja del doble sentido. En estos ejemplos es innegable la condensación y, por tanto, la economía.

Pero debemos hallarla en todos los demás. ¿Y dónde se encuentra en otros chistes, tales como los de Rousseauroux et sot y Antigone-Antik? O, nee, en los que vimos ya que no era posible descubrir condensación alguna, y nos movieron, por tanto, a establecer la técnica del múltiple empleo del mismo material?

Mas si el concepto de la condensación es inaplicable a tales casos, no sucede lo mismo con el de la economía, al que el primero está subordinado.

Fácilmente advertimos qué es lo que nos ahorramos en los ejemplos citados: nos ahorramos expresar una crítica y formar un juicio, cosas ambas que aparecen implícitas ya en el nombre.

En el ejemplo Eifersucht-Leidenschaft nos ahorramos el esfuerzo de hallar una definición: Eifersucht-Leidenschaft y Eifer sucht, Leiden schaft; unas cuantas palabras más de relleno, y la definición queda constituida.

Análogamente en todos los demás ejemplos hasta ahora analizados. Donde encontrar un ‘ahorro’ mínimo como lo hay en el juego de palabras de Sapin (Sie Kommen um…) se ahorra buscar una nueva palabra para responder, las palabras de la pregunta bastan para la respuesta. No se ahorra mucho, pero en eso reside el chiste.

El múltiple empleo de las mismas palabras en la interpelación y en la respuesta constituyen también un «ahorro».

Recordemos la frase en que Hamlet define la rapidez con que, tras de la muerte de su padre, contrajo su madre nuevas nupcias:

«El asado del banquete funerario se sirvió fiambre en la comida de bodas.»

Mas antes de aceptar la «tendencia al ahorro» como el carácter general del chiste y comenzar la investigación de su origen, significación y causas a que obedece la consecución de placer que motiva, entraremos en la discusión de una duda que merece ser tenida en cuenta.

Es, desde luego, posible que toda técnica del chiste muestre la tendencia al ahorro en la expresión verbal; mas esta relación no es susceptible de ser invertida. No toda economía en la expresión verbal es chistosa. Ya anteriormente topamos con esta conclusión cuando esperábamos hallar en todo chiste un proceso de condensación, y ya entonces hicimos observar que no toda expresión lacónica constituía un chiste.

Tiene, por tanto, que ser una clase especial de abreviación y de ahorro la que traiga consigo el carácter de chiste, y hasta tanto que conozcamos esta singularidad no será posible que el descubrimiento de los elementos comunes de la técnica del chiste nos aproxime al fin de nuestra investigación.

Además, confesamos que las economías que la técnica del chiste lleva a cabo no nos parecen de gran importancia.

Semejan más bien la forma de ahorrar de ciertas excelentes amas de casa que toman un coche para adquirir en un extremo de la ciudad un artículoque hallan en él por algunos céntimos menos que en el mercado próximo a su casa. ¿Qué es lo que el chiste ahorra por medio de su técnica? Tan sólo el trabajo de buscar y ordenar unas cuantas palabras que hubieran acudido sin esfuerzo alguno.

A cambio de esto tiene que tomarse el trabajo de descubrir aquella única palabra que cubra ambas ideas, y para ello se ve con frecuencia obligado a variar la expresión verbal de una de las ideas, haciéndola revestir una forma poco corriente que facilite la unión con la segunda.

¿No hubiera sido más sencillo, fácil y hasta económico expresar ambas ideas tal y como se presentaron aunque de este modo no existiese una comunidad en su expresión?

¿No es compensado -o más bien superado- el ahorro en la expresión verbal por el gasto de rendimiento intelectual? Y quien efectúa el ahorro, ¿a quién beneficia? Evitemos por ahora estas dudas desplazándolas. ¿Conocemos ya realmente todas las clases de chiste? Será, sin duda, más prudente reunir nuevos ejemplos y someterlos al análisis.

(5) Influidos, sin duda, por la escasa estimación que se les concede, no nos hemos ocupado hasta ahora de aquellos chistes que forman el grupo más numeroso y conocido.

Son éstos los denominados «retruécanos», que pasan por pertenecer a la clase más ínfima del chiste verbal, por ser los que con mayor facilidad y menor gasto de ingenio se producen.

En realidad, el retruécano requiere escasísima técnica, en contraposición al juego de palabras que es el chiste, en el que la misma se hace más amplia y complicada.

Si en este último tienen que hallar su expresión las dos significaciones de una misma palabra empleada una sola vez, basta, en cambio, en el retruécano que dos palabras -una para cada significación- se recuerden mutuamente por medio de cualquier manifiesta analogía, sea por una general semejanza de su estructura o por similicadencia, comunidad de algunas letras, etc.

Pero una multitud de tales ejemplos, no muy acertadamente denominados «chistes por similicadencia», se halla incluida en el parlamento del capuchino, de la primera parte del Wallenstein, de Schiller.

Esta clase de chistes modifica con especial frecuencia una de las vocales de la palabra: de un poeta italiano que, a pesar de su republicanismo, se vio obligado a componer un poema en hexámetros alabando a un emperador alemán, dice Hevesi (Almanaccando, Bilder aus Italien, 1888) «Ya que no podía destronar a los Cäsaren (Césares), prescindía de las Cäsuren (pausas gramaticales).» K. Fischer ha dedicado gran atención a esta clase de chistes, a la que separa definitivamente de los «juegos de palabras» (pág. 78).

«El retruécano es un mal juego de palabras, pues no juega con ellas como tales, sino únicamente como sonido.» En cambio, el juego de palabras «pasa desde el sonido de la palabra a la palabra misma».

Mas, por otra parte, incluye chistes como los de «famillonario», Antigone (Antik? O, nee), etc., entre los chistes por similicadencia, inclusión, a nuestro juicio, equivocada.

También en el juego de palabras son éstas, para nosotros, únicamente una imagen sonora, a la que atribuimos este o aquel sentido. Tampoco aquí hacen los usos del lenguaje grandes diferencias, y si tratamos despectivamente al retruécano y con cierto respeto al juego de palabras, ello se funda en consideraciones muy alejadas de la técnica.

Obsérvese la naturaleza de aquellos chistes que denominamos «retruécanos». Hay personas que poseen el don de contestar con un chiste de esta clase (en alemán Kalauer) a toda frase que se les dirija. Uno de mis colegas, modesto hasta el exceso cuando se trata de los importantes resultados de su labor científica, acostumbra vanagloriarse de poseer esta cualidad.

En una ocasión en la que su inagotable vena producía el asombro de una íntima reunión familiar respondió a los aplausos que se le prodigaban: Ja, ich liege hier auf der Ka-Lauer (auf del Lauer liegen -estar en acecho, Kalauer-retruécano); y luego, al pedirle que diera por terminada la prueba, repuso:

«Bueno; pero con la condición de que se me conceda ahora mismo el título de poeta ka-laureado.» Fácilmente advertimos que ambos retruécanos son excelentes chistes por condensación con formación de palabra mixta.

«Estoy aquí en acecho (Lauer) para hacer retruécanos (Kalauer) sobre todo lo que ustedes dicen.» De todos modos, vemos ya por estas discusiones sobre la delimitación entre el retruécano y el juego de palabras que el primero no puede auxiliarnos mucho en la investigación de una nueva técnica del chiste.

Cuando no hallamos en él el empleo en distintos sentidos de un mismo material, tropezamos, en cambio con el retorno de lo ya conocido, retorno que se nos muestra en la coincidencia de las dos palabras puestas al servicio del chiste.

Así, pues, el retruécano no es más que una subdivisión del grupo, que culmina en el juego de palabras propiamente dicho.

(6) Existen, sin embargo, chistes cuya técnica carece realmente de toda conexión con la de los grupos examinados hasta ahora. Una conocida anécdota refiere que hallándose Heine una noche dialogando con el poeta Soulié, entró en el salón en que ambos escritores se hallaban un conocido millonario, al que se le solía comparar, y no sólo por su inmensa fortuna, con el fabuloso rey Midas.

Un numeroso grupo de invitados rodeó en el acto, con grandes muestras de obsequiosa admiración, al recién llegado.

«Observe usted -dijo entonces Soulié a Heine– cómo nuestro siglo diecinueve adora al becerro de oro.»

Heine, tras de contemplar la figura del personaje, confirmó: Sí, ya veo; pero me parece que le quita usted años. (K. Fischer, pág. 82.)

¿Cuál es la técnica de este excelente chiste? K. Fischer opina que se trata de un juego de palabras. La expresión «becerro de oro» puede referirse tanto al Mammon como al culto idolátrico.

En el primer caso, lo principal es el oro; en el segundo, la imagen zoomórfica; también puede servir dicha expresión para designar en un sentido peyorativo a un individuo más rico en dinero que en inteligencia (pág. 82).

Si realizamos la prueba y prescindimos de la expresión «becerro de oro», desaparece, en efecto, el chiste. Hagamos decir a Soulié:

«Mire usted cómo la gente rodea a ese imbécil únicamente porque es rico», y no sólo desaparecerá el chiste, sino también la posibilidad de la réplica de Heine.

Pero reflexionemos y recordemos que no se trata de la comparación de Soulié, desde luego, chistosa, sino de la réplica de Heine, que aún lo es mucho más.

Siendo así, no tenemos el derecho de tocar a la expresión «becerro de oro», la cual debe permanecer intacta, como un antecedente de la frase de Heine, y la reducción tendrá que limitarse a esta última.

Si hacemos desaparecer las palabras «pero me parece que le quita usted años», no podremos sustituirlas sino por la frase siguiente:

«Eso ya no es un becerro; es todo un buey.» por tanto, el chiste de Heine se basa en que su autor no toma la expresión «becerro de oro» metafóricamente, sino en un sentido personal, y la refiere directamente al rico personaje.

Aunque quizá este doble sentido estuviera ya en la intención de Soulié.

Mas observemos ahora que la reducción efectuada no destruye por completo el chiste de Heine, sino que deja intacto lo esencial del mismo.

En la nueva redacción, la anécdota sería como sigue. Dice Soulié:

«Vea usted cómo nuestro siglo diecinueve adora al becerro de oro.» Y Heine responde:

«¡Oh! Eso ya no es un becerro; es todo un buey.» En esta interpretación reducida continúa vivo el chiste. Y es, además, la única reducción posible.

Lástima que este bello ejemplo contenga tan complicadas condiciones técnicas, que nos sea imposible por ahora extraer de él esclarecimiento alguno. Debemos, pues, abandonarlo y buscar otro en el que sospechemos algún parentesco con los anteriormente analizados.

Sea este nuevo chiste uno de los muchos que pintan la aversión de los judíos de la Galitzia austríaca a bañarse. Observaremos de paso que no exigimos de nuestros ejemplos cartas de nobleza; no nos preocupa su procedencia y sí solamente su calidad como tales chistes, siéndonos suficiente para acogerlos el que cumplan su cometido de despertar nuestra hilaridad y sean dignos de nuestro interés teórico.

Y tales chistes sobre los judíos llenan mejor que otros ningunos ambas condiciones. Dos judíos se encuentran cerca de un establecimiento de baños:

«¿Has tomado un baño?», pregunta uno de ellos. «¿Cómo? -responde el otro-. ¿Falta alguno?» Cuando un chiste nos hace reír no estamos en las mejores condiciones para investigar su técnica, y se nos hace difícil llevar a cabo un penetrante análisis.

En el ejemplo último, lo primero que se nos ocurre es:

«¿Qué equivocación más cómica!» Pero ¿cuál es la técnica de este chiste? Ciertamente, el empleo en doble sentido de la palabra «tomar».

Para uno de los interlocutores ha perdido este verbo su primitiva significación.

En cambio, para el otro la conserva plenamente. Nos hallamos, pues, ante un ejemplo de aquellos chistes en los que una misma palabra es tomada alternativamente con y sin su propio sentido (grupo II, J).

Sustituyamos la expresión «tomado un baño» por su equivalente «bañarse», y el chiste desaparecerá. La respuesta resultaría ya inadecuada. Así, pues, el chiste se halla contenido en la expresión «tomado un baño».

Todo esto es cierto; mas también aquí observamos que hemos efectuado la reducción en lugar indebido.

El chiste no reside en la pregunta del primer judío, sino en la respuesta del interpelado: ¿Cómo? ¿Falta alguno? Y esta réplica no puede ser despojada de su carácter chistoso por medio de ninguna ampliación o modificación que conserve su sentido.

Sospechamos que en ella tiene más importancia el hecho de que no acuda siquiera a la imaginación del judío la idea de que pudiera haberse bañado que la mala inteligencia de la palabra «tomar».

Pero tampoco aquí vemos claro. Busquemos un tercer ejemplo.

Será éste otro chiste de protagonistas judíos, pero que contiene un nódulo general humano. Ciertamente, también este ejemplo presenta complicaciones, mas por fortuna distintas de las que hasta ahora nos han impedido ver con claridad. Un individuo arruinado había conseguido que un amigo suyo, persona acomodada, le prestara 25 florines, compadecido por la pintura que de su situación le había hecho, recargándola con los más negros tonos.

En el mismo día le encuentra su favorecedor sentado en un restaurante ante un apetitoso plato de salmón con mayonesa, y le reprocha, sorprendido, su prodigalidad:

«¿Cómo? ¿Me pide usted un préstamo para aliviar su angustiosa situación, y le veo ahora comiendo salmón con mayonesa? ¿Para eso necesitaba usted mi dinero?» «No acierto a comprenderle -responde el inculpado-. Cuando no tengo dinero no puedo comer salmón con mayonesa; ahora que tengo dinero, resulta que no debo comer salmón con mayonesa.

Entonces, ¿cuándo diablos voy a comer salmón con mayonesa?» Por fin, aquí falta la más pequeña huella de doble sentido.

El retorno de las palabras «salmón con mayonesa» no puede constituir la técnica de este chiste, pues no se trata de un empleo repetido del mismo material, sino que es una verdadera repetición de lo idéntico, obligada por el contenido.

Ante esta anécdota permanecemos un tanto perplejos, y estamos quizá tentados de hallar una salida negándole, a pesar de habernos hecho reír, el carácter del chiste. ¿Qué pudiéramos observar de interesante en la respuesta del arruinado gourmet? En primer lugar, la estricta lógica de su respuesta.

Mas esta lógica es tan sólo aparente y se desvanece en cuanto reflexionamos un poco.

El interpelado se defiende contra la acusación de haber invertido el dinero prestado en una golosina, y pregunta, con aparente fundamento, cuándo va a gozar de su plato favorito.

Mas no es ésta la respuesta adecuada; su favorecedor no le reprocha el haber satisfecho su capricho en el mismo día de haber pedido y obtenido el préstamo, sino que le advierte que, dada su situación económica, carece en absoluto del derecho a pensar en tales lujos.

Este único sentido posible del reproche es echado a un lado por el alegre vividor, el cual responde, como si hubiera comprendido mal, a otra cosa totalmente distinta.

¿Se hallará, pues, la técnica de este chiste precisamente en la desviación de la respuesta del sentido del reproche?

Una tal variación del punto de apoyo o desplazamiento del acento psíquico podría entonces también demostrarse en los dos ejemplos anteriores, de reconocido parentesco con este último.

En efecto, tal demostración resulta ya facilísima y nos descubre por completo la técnica de todos estos ejemplos.

Soulié llama la atención a Heine sobre el hecho de que la sociedad ochocentista adora todavía al becerro de oro, como primitivamente los judíos en el desierto. La respuesta adecuada de Heine hubiera sido algo como:

«Sí; la humana naturaleza es siempre igual; nada ha modificado en ella el transcurso de los siglos.»

Pero Heine se desvía del pensamiento verdadero y no responde a él, sino que se sirve del doble sentido posible de la expresión «becerro de oro» para torcer por un camino lateral; se apodera de uno de los elementos de dicha expresión, la palabra «becerro», y contesta como si sobre tal concepto recayera el acento en la frase de Soulié:

«¡Oh, ése ya no es un becerro!», etc.

Aún más visible se nos muestra la desviación en el chiste del baño. Podemos representarla gráficamente: Pregunta el primero:

«¿Has tomado un baño?» El acento recae sobre el elemento baño.

El segundo responde como si la pregunta hubiera sido:

«¿Has tomado un baño?» La expresión «tomado un baño» hace posible este desplazamiento del acento.

Si en lugar de ella se dijese:

«¿Te has bañado?, todo desplazamiento resultaría imposible. La respuesta, despojada de todo carácter chistoso, sería entonces:

«¿Que si me he bañado? No sé lo que es eso.» La técnica del chiste reside exclusivamente en el desplazamiento del acento desde «baño» a «tomado». Volvamos al ejemplo del «salmón con mayonesa» como al de más pura calidad.

Su novedad ocupará nuestra atención en varias direcciones diferentes. Ante todo, demos un nombre a la técnica que acabamos de descubrir.

A mi juicio, el que mejor le cuadra es el de desplazamiento, pues lo esencial de ella es la desviación del proceso mental el desplazamiento del acento psíquico sobre un tema distinto del iniciado.

Establecida esta calificación comenzaremos a investigar en qué relación se halla la técnica de desplazamiento con la expresión verbal del chiste. Nuestro ejemplo (salmón con mayonesa) nos deja reconocer que el chiste por desplazamiento es en alto grado independiente de la expresión verbal. No depende de las palabras, sino del proceso mental, y de este modo resulta infructuosa toda sustitución que, dejando a salvo el sentido, intentemos en las palabras.

La reducción sólo se hace posible alterando el sentido y haciendo que el desaprensivo gourmet conteste directamente al reproche en lugar de buscar, con el chiste, una evasiva. La forma reducida sería:

«No puedo negarme al capricho de comer aquello que me gusta, y me tiene sin cuidado la procedencia del dinero que ello me cuesta.

Ahí tiene usted por qué me encuentra saboreando un plato de salmón con mayonesa dos horas después de haber pedido un préstamo.» Mas esto no sería chistoso, sino cínico.

Será harto nstructivo comparar este chiste con otro muy semejante: Un individuo entregado a la bebida gana su vida dando lecciones en una pequeña ciudad.

Mas poco a poco va siendo conocido el vicio que le domina y disminuyendo el número de sus alumnos. Compadecido de él, comienza un amigo a sermonearle:

«Podría usted ser el profesor más solicitado de toda la ciudad tan sólo con abandonar la bebida. ¿Por qué no hace así?» «¿Y eso es todo lo que a usted se le ocurre? -responde indignado el bebedor-. ¡Conque si doy lecciones es para poder beber, y voy a dejar de beber para tener lecciones!»

También este chiste presenta aquella apariencia de lógica que nos extrañó en el del «salmón con mayonesa»; pero ya no es un chiste por desplazamiento. La respuesta es directa.

El cinismo que dicha apariencia encubre es confesado aquí abiertamente:

«Para mí lo principal es beber.» La técnica de este chiste es realmente harto pobre y no explica el efecto del mismo. Reside exclusivamente en una variación del orden de un mismo material, o, más precisamente, en la inversión de las relaciones de medio a fin entre el beber y el dar lecciones o ser encargado de ellas.

En cuanto se deja de acentuar este factor en la reducción, desaparece el chiste.

Veámoslo:

«¿Qué tontería es ésa? Para mí lo principal es la bebida y no las lecciones. Estas no las considero sino como un medio para poder seguir bebiendo.» Así, pues, el chiste reside realmente en la expresión verbal. En el chiste del baño es innegable la dependencia del chiste de la expresión verbal (¿Has tomado un baño?), y la modificación de la misma trae consigo la desaparición de aquél.

La técnica es aquí un tanto complicada, consistiendo en una unión del doble sentido (subgrupo f) con el desplazamiento. La expresión verbal de la pregunta permite un doble sentido y el chiste queda constituido por el hecho de que la respuesta no se liga al sentido que a la pregunta se ha dado, sino a su sentido accesorio.

Podemos, por tanto, hallar una reducción que deje subsistir el doble sentido en la expresión, y, sin embargo, haga desaparecer el chiste, o sea una reducción que se limita a destruir los efectos del desplazamiento. «¿Has tomado un baño?» «¿Que dices que si he tomado? ¿Un baño? ¿Qué es eso?»

En esta forma no hay chiste alguno, y sí sólo una maligna o burlona exageración. Un idéntico papel desempeña el doble sentido en el chiste de Heine sobre el «becerro de oro», facilitando la desviación de la respuesta del proceso mental iniciado, desviación que en el chiste del «salmón con mayonesa» tiene lugar sin necesidad de tal apoyo en la expresión verbal.

Reducidas la frase de Soulié y la respuesta de Heine, dirían, aproximadamente, así:

«La forma en que los invitados rodean aese hombre, tan sólo por su opulencia, recuerda la adoración del becerro.»

Y Heine:

«No es lo más indignante que ese hombre se vea tan obsequiado por su riqueza, sino que ésta haga olvidar o perdonar su imbecilidad. De este modo, quedando intacto el doble sentido, desaparece el chiste por desplazamiento.

Al llegar a este punto debemos prepararnos contra la objeción, que no dejará de hacérsenos, de que todas estas sutiles distinciones intentan separar algo que debe constituir un todo coherente. ¿Acaso no da todo doble sentido ocasión a un desplazamiento, a una desviación del proceso mental desde un sentido a otro diferente?

Y entonces, ¿cómo hacer del «doble sentido» y del «desplazamiento» los representantes de dos técnicas del chiste completamente diferentes? Desde luego, subsiste la consignada relación entre el doble sentido y desplazamiento, pero es en absoluto independiente de nuestra diferenciación de las técnicas del chiste.

En el doble sentido no contiene el chiste más que una palabra susceptible de una múltiple interpretación, que permite al oyente hallar el paso de un pensamiento a otro, paso que -siempre un tanto forzadamente- puede hacerse equivaler a un desplazamiento.

Mas en el chiste por desplazamiento contiene el chiste mismo un proceso mental en el que aquél se ha llevado a cabo.

El desplazamiento pertenece aquí a la labor que ha formado el chiste, no a aquella otra necesaria para su inteligencia.

Si esta distinción no nos aclara suficientemente la materia, tendremos en los experimentos de reducción un medio inagotable de presentarla toda precisión ante nuestros ojos. sin embargo, no queremos negar a la objeción expuesta un cierto valor, pues nos hace observar que no debemos confundir los procesos psíquicos que tienen lugar en la formación del chiste (elaboración del chiste) con aquellos otros que se verifican a su percepción (labor de comprensión).

Sólo los primeros son, por ahora, objeto de nuestro interés investigador. De los segundos trataremos en capítulos posteriores. Los chistes por desplazamiento son muy poco corrientes.

El que a continuación exponemos es un ejemplo puro de esta técnica, al que falta también aquella apariencia de lógica que tanto nos sorprendió hallar en otros anteriores: Un chalán pondera las excelencias de un caballo a su presunto comprador:

«Se monta usted en este caballo a las cuatro de la mañana, y a las seis y media está usted en Presburgo.» «¿Y qué hago yo en Presburgo a las seis y media de la mañana?»

El desplazamiento es aquí patentísimo. El chalán cita la temprana hora de llegada a Presburgo con la sola intención de demostrar con un dato concreto las grandes cualidades de su caballo.

En cambio, el comprador echa a un lado esta cuestión, que ni siquiera se toma el trabajo de poner en duda, y atiende tan sólo a las indicaciones de tiempo dadas por el chalán en el ejemplo que éste ha escogido como prueba. La reducción de este chiste resulta sencillísima.

Más dificultades nos ofrece otro ejemplo, de técnica nada transparente, pero que el análisis nos descubre al fin como un caso de doble sentido con desplazamiento.

El protagonista de este ejemplo es uno de aquellos judíos ‘Schadchen’ que tiene por oficio concertar los matrimonios entre los de su raza, institución que ha dado lugar a infinidad de chistes, que nos proporcionan un rico material para nuestra investigación.

El agente matrimonial ha asegurado al novio que el padre de su futura no vivía ya. Después de los esponsales averigua el prometido que su suegro vive, pero que se halla en la cárcel cumpliendo condena, y reprocha el engaño al intermediario.

«No; no te he engañado -responde éste-. ¿Acaso es eso vivir?»

El doble sentido reside en la palabra vivir, y el desplazamiento consiste en que el intermediario pasa del sentido corriente de la palabra, o sea la antítesis de «morir», al sentido que la palabra vivir toma en la frase:

«Eso no es vivir.» De este modo declara que sus anteriores manifestaciones escondían un doble sentido, aunque tal múltiple significación no pudiera sospecharse fácilmente.

Hasta este punto la técnica sería análoga a la de los chistes del «baño» y del «becerro de oro»; pero existe en este ejemplo otro factor muy digno de ser tomado en consideración y que perturba, por su inoportunidad, la comprensión de esta técnica.

Pudiéramos decir que es éste un chiste «caracterizante», pues se esfuerza en ilustrar con un ejemplo aquella mezcla de mentirosa habilidad y pronto ingenio que caracteriza a tales judíos casamenteros.

Más adelante veremos que esto es tan sólo la fachada del chiste, su aspecto exterior, y que su sentido, esto es, su intención, resulta por completo diferente. También aplazaremos por ahora el experimento de reducción.

Después de estos ejemplos, complicados y difíciles de analizar, nos descansará conocer un caso puro y transparente de chiste por desplazamiento: Un sablista ‘Schnorrer’ acude a un opulento barón en demanda de auxilio pecuniario para pasar una temporada en Ostende, pues el médico le ha recomendado los baños de mar. «Está bien -le responde el barón-.

Pero ¿por qué tiene usted que ir a Ostende, el más caro de los balnearios?» «Señor barón -replica el sablista-, siendo en bien de mi salud no miro el dinero.» Ciertamente, es éste un acertado punto de vista, pero no precisamente para el peticionario.

Su respuesta sería justa en labios de un individuo acomodado.

El sablista se conduce como si fuera su propio dinero el que sacrificara en beneficio de su salud y como si salud y dinero se refirieran a la misma persona.

(7) Volvamos ahora al instructivo ejemplo del «salmón con mayonesa». Una de sus facetas ofrecía a nuestra vista un proceso lógico que el análisis demostró estar destinado a encubrir un error intelectual, constituido en este caso por un desplazamiento del proceso mental.

Este hecho nos recuerda, por contraste, otros chistes que presentan abiertamente algo desatinado: un contrasentido o una simpleza. Veamos cuál es la técnica de estos últimos.

Expondremos, desde luego, el mejor y más puro ejemplo de todo este grupo. Trátase nuevamente de un chiste sobre los judíos. Itzig ha entrado en quintas y ha sido destinado a servir en la Artillería.

Es un muchacho inteligente, pero algo indisciplinado y poco amante del servicio. Uno de sus jefes, que le profesa cierta simpatía, le llama aparte y le aconseja: Itzig, tú no aprovechas para esta vida. Cómprate un cañón, y hazte independiente.» El risible consejo es un franco contrasentido. No hay cañones a la venta para todo aquel que quiera adquirirlos, y, además, uno solo no constituye fuerza bastante para hacerse independiente o, como diríamos en términos comerciales, establecerse por cuenta propia.

Sin embargo, no podemos dudar ni por un momento de que este consejo es algo más que una necedad; es una necedad chistosa un excelente chiste. ¿Qué es, por tanto, lo que convierte la necedad en chiste? No necesitaremos reflexionar largo tiempo.

De las especulaciones de diversos autores sobre esta materia, que hemos expuesto en nuestra introducción podemos adivinar que en tal necedad chistosa se esconde un sentido y que este sentido, en lo desatinado, es lo que convierte a la necedad en chiste.

Tal sentido es fácil de hallar en nuestro ejemplo.

El oficial que da a Itzig el desatinado consejo se hace el tonto únicamente para demostrar a Itzig lo estúpido de su propia conducta. Imita a Itzig, como queriendo decirle:

«Ahora te voy a dar un consejo tan estúpido como tú.» Se apodera de la estupidez del judío y trata de mostrársela a sus propios ojos, haciéndola servir de fundamento a una propuesta que tiene que corresponder a los deseos del mismo, pues si poseyera un cañón propio e hiciera la guerra por su propia cuenta, ¡cuánto brillarían entonces su inteligencia y su ambición !

¡Y cómo cuidaría de su cañón, teniéndolo siempre en buen estado y estudiando a fondo su mecanismo, para resistir la competencia de los demás poseedores del mismo artículo! Interrumpiremos aquí el análisis de este ejemplo para demostrar en otro, más corto y sencillo, pero también menos agudo, el mismo sentido en el desatino.

«No nacer nunca sería lo mejor para los mortales humanos.» «En efecto – comentan los sabios del Fliegende Blätter -; pero es cosa que de cada cien mil hombres apenas si sucede a uno.» El moderno comentario al viejo aforismo es un claro desatino, al que el prudente «apenas» presta un aire todavía más estúpido.

Pero aparece ligado, como una limitación indiscutiblemente justa, a la primera frase, y nos hace ver que la sabia sentencia, que aceptamos con respeto, no está tampoco muy lejos del desatino. Quien no ha nacido no es un ser humano, y para él no hay nada bueno ni mejor.

El desatino del chiste sirve aquí, por tanto, para descubrir y presentar otro desatino, lo mismo que en el ejemplo del cañón.

Podemos aún citar otro ejemplo de este género, que, por su contenido y por la amplia exposición de que precisa, apenas sería digno de figurar en estas páginas, pero, en cambio, tiene la ventaja de presentar con especial claridad el empleo de un desatino en el chiste para conseguir las revelación de otro semejante.

«Un individuo confía a su hija, en vísperas de un largo viaje, a uno de sus amigos, rogándole vele por su virtud durante su ausencia.

Meses después torna de su viaje y halla a su hija encinta. Naturalmente, colma de reproches al amigo, el cual no acierta a comprender cómo ha podido suceder aquello. «¿Dónde dormía mi hija?», pregunta, por último, el indignado padre. «En la alcoba de mi hijo.»

«Pero ¿cómo pones a los dos en una misma alcoba, después de haberte yo encargado principalmente que velases por la virtud de mi hija?» «Es que puse dos camas y, separándolas, un biombo.» «Bueno, ¿y si tu hijo ha dado la vuelta al biombo?» «Sí -responde el celoso guardador, después de reflexionar un rato, tienes razón. Así sí ha podido ser.» Este chiste, poco o nada brillante, tiene para nosotros el mérito de ser fácilmente reducible.

Su reducción sería la siguiente:

«No tienes derecho alguno a reprocharme nada. ¿No es una estupidez dejar a tu hija en una casa en la que necesariamente había de estar en constante contacto con un muchacho? ¡Creerás que es muy fácil para un extraño velar en estas condiciones por la virtud de una joven!» La aparente simpleza del amigo no es aquí, por tanto, más que el reflejo de la candidez del padre.

Por medio de la reducción hemos hecho desaparecer del chiste toda simpleza, y con ella el chiste mismo. Del elemento simpleza no hemos podido, sin embargo, prescindir, pues ha hallado otro lugar en la reducción efectuada.

Intentamos ahora reducir el chiste del cañón. El oficial quería decir:

«Itzig, sé que eres un inteligente comerciante. Pero, créeme, es una gran simpleza no comprender que el servicio militar es algo muy diferente de la vida comercial, en la que cada uno trabaja para sí y contra los demás.

En el servicio hay que subordinarse y actuar como parte de un conjunto.» La técnica de los chistes por desatino que hemos examinado hasta ahora consiste, por tanto, realmente, en la introducción de algo simple o desatinado, cuyo sentido es la revelación de otro desatino o simpleza.

¿Tendrá, entonces, siempre el empleo del desatino en la técnica del chiste esta misma significación? He aquí otro ejemplo que resuelve la cuestión afirmativamente: Foción , calurosamente aplaudido al finalizar un discurso, se volvió hacia sus amigos y les preguntó:

«¿He dicho acaso alguna tontería?» Esta pregunta parece al principio falta de todo sentido.

Pero no tardamos en comprenderla. Foción quiere decir:

«¿Qué he dicho que haya podido gustar de tal manera a este estúpido pueblo?» El éxito de mi discurso debiera avergonzarnos.

Aquello que ha gustado a los tontos no debe de ser cosa muy cuerda.» Otros ejemplos podrán mostrarnos, a su vez que el contrasentido es empleado muchas veces en la técnica del chiste, sin que su fin sea la revelación de otro diferente desatino.

Un conocido catedrático de Universidad, que acostumbraba sazonar con numerosos chistes su poco amena disciplina, es felicitado por el nacimiento de un nuevo hijo, que llega al mundo hallándose el padre en edad harto avanzada.

«Gracias, gracias -responde el felicitado-. Ya ve usted de qué maravillas es capaz la mano del hombre.»

Esta respuesta nos parece totalmente desprovista de sentido y fuera de lugar. Los niños suele decirse que son una divina bendición en oposición, precisamente, a las obras de la mano del hombre.

Mas no tardamos en comprender que la extraña frase tiene un sentido, y por cierto marcadamente obsceno. No es que el feliz padre se haga el tonto para revelar la simpleza de otra cosa o persona.

Su respuesta, aparentemente desatinada, nos produce un efecto de sorpresa o, como dicen los investigadores que anteriormente han tratado estas materias, de desconcierto. Ya hemos visto anteriormente que dichos autores derivan todo el efecto de estos chistes de la transición de «desconcierto y esclarecimiento».

Más tarde trataremos de formar un juicio sobre este punto, contentándonos por ahora con hacer resaltar que la técnica de este chiste consiste en la introducción de dicho elemento desconcertante y desatinado.

Entre esta clase de chistes ocupa un lugar especialísimo uno debido a Lichtenberg.

Se maravilla este escritor de que los gatos presenten dos agujeros en la piel, precisamente en el sitio en que tienen los ojos.

Maravillarse de algo naturalísimo es, ciertamente, una simpleza. Nos recuerda este chiste una exclamación que Michelet incluye con absoluta seriedad en su libro sobre la mujer, y que, si mi memoria no me engaña, es, poco más o menos, como sigue:

«¡Cuán excelentemente se halla dispuesto por la Naturaleza que el niño encuentre en cuanto llega al mundo una madre pronta a encargarse de su cuidado!»

La frase de Michelet es, en realidad, una simpleza, pero la de Lichtenberg es un chiste que utiliza la simpleza para la consecución de un determinado fin, tras del cual se esconde algo. ¿El qué? No podemos aún ni siquiera indicarlo.

(8) Hemos visto en dos grupos de ejemplos que la elaboración del chiste se sirve de desviaciones del pensamiento normal, el desplazamiento y el contrasentido, como medio técnico para elaborar la expresión chistosa.

Estará, pues, justificada la esperanza de que también otros errores intelectuales puedan hallar igual empleo. Realmente, podemos exponer algunos ejemplos de este género. Un señor entra en una pastelería y pide en el mostrador una tarta, pero la devuelve en seguida, pidiendo, en cambio, una copa de licor. Después de beberla se aleja sin pagar.

El dueño de la tienda le llama la atención.

«¿Qué desea usted?», pregunta el parroquiano.

«Se olvida usted de pagar la copa de licor que ha tomado.» «Ha sido a cambio del pastel.» «Sí, pero es que el pastel tampoco lo había usted pagado.» «¡Claro, como que no me lo he comido!»

También esta historia tiene su apariencia de lógica, apariencia que reconocemos como una fachada destinada a encubrir un error intelectual.

Este reside en el hecho de que el astuto parroquiano establece una relación inexistente entre la devolución del pastel y su cambio por una copa de licor. La cuestión se divide realmente en dos sucesos que para el vendedor son independientes uno de otro y sólo para la intención del parroquiano se hallan en una relación de cambio.

El desaprensivo sujeto ha tomado el pastel y luego lo ha devuelto, quedando al hacer así libre de toda deuda.

Pero luego ha bebido una copa de licor, y ésta es la que tiene que pagar.

Podemos decir que el parroquiano emplea la relación «en cambio» en un doble sentido o, mejor dicho, que constituye, por medio de un doble sentido, una relación que objetivamente no existe.

Creemos llegado aquí el momento de hacer una importante confesión. Dedicamos nuestra labor a investigar en diferentes ejemplos la técnica del chiste, y debiéramos, por tanto, estar seguros de que los ejemplos por nosotros reunidos son realmente chistes.

Mas sucede que en algunos casos dudamos si el ejemplo escogido merece ser considerado como tal, y además no podemos disponer de un criterio fijo para resolver nuestras vacilaciones hasta tanto que nuestra investigación nos lo proporcione. Tampoco podemos confiarnos a los usos y costumbres del lenguaje, los cuales necesitan asimismo de una prueba que los justifique.

De este modo nuestra decisión no puede apoyarse más que en cierta «sensación», que podemos interpretar suponiendo que en nuestro juicio se verifica la decisión según criterios determinados no accesibles a nuestro conocimiento.

Mas esta «sensación» no puede alegarse como fundamento suficiente.

Así, ante el último ejemplo citado dudamos si exponerlo como chiste, como un chiste sofístico, o simplemente como un sofisma. No sabemos todavía en qué reside el carácter del chiste.

En cambio, el ejemplo siguiente, que descubre el error intelectual que pudiéramos llamar complementario, es innegablemente un chiste. Trátase nuevamente de una historia sobre los intermediarios matrimoniales judíos:

«El agente matrimonial defiende a la muchacha por él propuesta contra los defectos que en ella encuentra el presunto marido:

«Su madre -dice éste- es estúpida y perversa.» ¿Y eso qué le importa? ¿Se va usted a casar con la madre o con la hija?» «Bueno, pero es que la hija no es joven ni bonita.» «Mejor; así no hay peligro de que le engañe.» «Además, no tiene dinero.» «¿Y quién habla aquí de eso? Usted no quiere dinero; lo que quiere es una buena mujer.» «¡Pero si es jorobada!» «¡Hombre, algún defecto había de tener!» Trátase, pues, realmente, de una mujer vieja, fea, pobre, contrahecha y con una madre

harto peligrosa como suegra, condiciones poco recomendables, ciertamente, para casarse con ella.

El intermediario se las arregla para oponer a cada defecto el punto de vista desde el cual resulta el mismo perdonable, y cuando llega a hablarse de la joroba, defecto inexcusable, lo trata como si fuese el único y constituyese aquella falta que hay que disculpar en toda persona.

Muéstrase de nuevo aquí aquella apariencia de lógica que caracteriza al sofisma y tiene por objeto encubrir el error intelectual. La muchacha presenta múltiples defectos: varios que pudieran disculparse y uno imperdonable. La boda es, por tanto, imposible.

El agente obra como si cada uno de los inconvenientes quedase salvado por su razonamiento, mientras que, en realidad, lo que sucede es que cada uno de ellos deja un resto de descrédito que se suma al siguiente.

Se empeña en ver aisladamente cada factor y se niega a reunirlos en una suma.

Análoga omisión constituye el nódulo de otro sofisma, muy celebrado, pero al que no creemos justificado calificar de chiste. B. ha prestado a A. un caldero de cobre.

Al serle devuelto advierte que presenta un gran agujero en el fondo y reclama una indemnización.

A. se defiende diciendo:

«Primeramente, B. no me ha prestado ningún caldero; en segundo lugar el caldero estaba ya agujereado, y, por último, yo he devuelto a B. el caldero completamente intacto.» Cada uno de estos argumentos es válido por sí solo, pero excluye a los otros dos.

A. trata aisladamente algo que tiene que ser considerado en conjunto, actuando así del mismo modo que el agente matrimonial con los defectos de la novia.

Podríamos decir asimismo que A. constituye una suma allí donde únicamente es posible una alternativa.

En la siguiente historieta encontramos de nuevo un sofisma:

«Nuestro conocido intermediario judío defiende a su elegida contra los reproches que, fundándose en la marcada cojera que la misma padece, le hace el presunto novio: No tiene usted razón -le dice-.

Supongamos que se casa usted con una mujer que tenga todos sus miembros bien sanos y derechos. ¿Qué sale usted ganando con ello? Cualquier día se cae, se rompe una pierna y queda coja para toda su vida.

Entonces tiene usted que soportar el disgusto, la enfermedad, la cojera y, para acabarlo de arreglar, ¡la cuenta del médico ! En cambio, casándose con la muchacha que le propongo se librará usted de todo eso, pues se encuentra usted ya ante un hecho consumado.» La apariencia de lógica es, ciertamente, en este caso harto fugitiva.

Nadie prefiere una desgracia ya «consumada» a otra tan sólo posible.

El error contenido en el proceso intelectual será más fácilmente demostrable en este otro ejemplo: El gran rabino de Cracovia se halla orando con sus discípulos en la sinagoga. De prontoexhala un doloroso grito. Los fieles le rodean asustados.

«En este momento -les dice- acaba de fallecer el gran rabino de Lemberg.» La triste noticia cunde inmediatamente por la ciudad y todos los judíos visten luto.

Mas al día siguiente se averigua que el gran rabino de Lemberg sigue bueno y sano, no habiéndole sucedido el menor accidente en el momento en que su colega de Cracovia sentía telepáticamente su muerte. Un forastero aprovecha la ocasión para burlarse de los judíos y dice a uno de ellos:

«¡Vaya una plancha la de vuestro gran rabino! Ver morir a su colega de Lemberg, anunciar su visión a todo el mundo y resultar luego que todo era falso.» «De todos modos -responde el judío-, no me negará usted que eso de Kück desde Cracovia a Lemberg no es algo maravilloso.» Muéstrase aquí abiertamente el error intelectual común a los dos ejemplos últimos.

El valor de la representación imaginativa es considerado superior al de la realidad, la posibilidad se iguala casi a la verdad. La visión a distancia, desde Cracovia a Lemberg, había sido realmente un maravilloso fenómeno telepático si sus resultados hubieran sido ciertos; pero esto último es lo de menos para el ferviente discípulo del gran rabino.

Cabe siempre la posibilidad de que el rabino de Lemberg hubiese muerto en el momento en que el de Cracovia lo anunció.

Pensando de este modo, desplaza el discípulo el acento psíquico, desde la condición necesaria para que la visión de su maestro fuese digna de admiración a la incondicional admiración de la misma. In magnis rebus voluisse sat est sería la perfecta definición de tal punto de vista.

Así como en este ejemplo se desprecia la realidad en favor de la posibilidad, así supone, en el que le precede, el agente matrimonial que el novio ha de dar la máxima importancia a la posibilidad de que su mujer pueda quedarse coja a causa de un accidente, quedando de este modo relegada a último término la cuestión de que la novia sea ya coja.

A este grupo de errores intelectuales sofísticos se agrega otro, muy interesante, en el que el error intelectual puede calificarse de automático. Quizá por un capricho del azar todos los ejemplos que de esta clase expondremos a continuación pertenecen de nuevo al grupo de historietas matrimoniales judías:

«Un agente matrimonial se ha hecho acompañar, para convencer al presunto novio, de un auxiliar que robustezca y confirme sus afirmaciones.

«La muchacha -empieza el primero- es alta como un pino.» «Como un pino», repite el complaciente eco.

«Y tiene unos ojos divinos.» «¡Pero qué ojos!», comenta el auxiliar.

«Además, posee una educación excelente.» «¡Excelentísima!», pondera el eco.

«Ahora le confesaré -prosigue el intermediario- que tiene un pequeño defecto. Es algo cargada de espaldas.» «¿Algo cargada de espaldas? -prorrumpe el eco, entusiasmado-; lo que tiene es una joroba estupenda.» Los demás ejemplos son totalmente análogos, aunque más significativos:

«El intermediario presenta a su cliente la muchacha que le ha escogido para novia.

Desagradablemente impresionado, llama el joven aparte a su acompañante y le llena de reproches:

«¿Para qué me ha traído usted aquí? Es fea, vieja, bizca, desdentada y…» «Puede usted hablar alto -interrumpe el agente-; también es sorda.» «El novio hace su primera visita a casa de la elegida, y mientras espera en la sala le llama el intermediario la atención sobre una vitrina llena de espléndidos objetos de plata.

«Ya ve usted como es gente de dinero», le dice.

«Pero ¿no pudiera ser -pregunta el desconfiado joven- que todas estas cosas las hubiesen pedido prestadas para hacerme creer que son ricos?» «¡Ca! -deniega el agente-. ¡Cualquiera les presta a éstos nada!»

En todos estos tres casos sucede lo mismo. Una persona que ha reaccionado varias veces sucesivas en la misma forma continúa haciéndolo, una vez más, en ocasión en que sus manifestaciones resultan ya inadecuadas y opuestas a su propia intención. Olvida aquí el sujeto adaptarse a las circunstancias y se deja llevar por el automatismo de la costumbre.

Así, el auxiliar de la primera historieta olvida que ha venido para inclinar al joven que desea casarse en favor de la muchacha propuesta por el agente, y sabiendo que hasta entonces ha cumplido su cometido al ponderar las excelencias cantadas por el intermediario, pondera también la joroba, defecto tímidamente confesado y cuya importancia hubiera debido él aminorar.

El protagonista de la segunda historieta queda tan fascinado por la indignada enumeración que su cliente le hace de los defectos y males de la propuesta novia, que olvida su papel y, contra su intención y sus intereses, completa la lista, añadiendo un achaque hasta el momento no advertido por el novio.

Por último, en la tercera historieta se deja arrastrar el intermediario por su entusiasmo en convencer a su cliente del acomodo de su futura, hasta el punto de que para demostrar la verdad de una sola de sus afirmaciones aduce un argumento que necesariamente echa por tierra todos sus demás esfuerzos.

En todos estos casos triunfa el automatismo sobre la adecuada variación del pensamiento y de la expresión.

Esta circunstancia, fácilmente visible, nos produce cierta confusión, pues nos hace observar que las tres historietas expuestas por nosotros como «chistosas» pueden ser, con igual derecho, calificadas de cómicas. La revelación del automatismo psíquico pertenece a la técnica de lo cómico, como todo lo que consiste en arrancar un antifaz o provocar una autodelación. Nos encontramos por tanto, repentinamente ante el problema de la relación del chiste con la comicidad, que pensábamos eludir.

Estas historietas, ¿serán sólo «cómicas» y no «chistosas» al mismo tiempo? ¿Labora en ellas la comicidad con los mismos medios que el chiste? Y nuevamente, ¿en qué consiste el carácter especial de lo chistoso? Dejaremos, desde luego, fijado que la técnica del último grupo de chistes investigados no reside sino en la revelación de «errores intelectuales», pero nos vemos obligados a confesar que su análisis no nos ha proporcionado luz alguna. No desesperamos, sin embargo, de llegar, por medio de un más completo conocimiento de las técnicas del chiste, a un resultado que puede servirnos de punto de partida para ulteriores descubrimientos.

(9) Los primeros ejemplos de chiste con los que vamos a proseguir nuestra investigación no han de hacer muy difícil nuestra labor, pues su técnica nos recuerda algo ya conocido: Un chiste de Lichtenberg: Enero es el mes en que hacemos votos por la dicha de nuestros amigos, y los meses restantes son aquellos en los que vemos cómo dichos votos no se cumplen.

Dado que estos chistes se caracterizan más por su sutileza que por su gran efecto, y dado que laboran con medios poco enérgicos, preferimos robustecer su impresión exponiendo varios sucesivamente. La vida humana se divide en dos épocas. Durante la primera se desea que llegue la segunda y durante la segunda se desea que vuelva la primera. La experiencia consiste en el experimentar aquello que no desearíamos haber experimentado.

Es inevitable ante estos ejemplos el recuerdo de aquel otro grupo, antes examinado, que se caracterizaba por el «múltiple empleo del mismo material.» Especialmente el último ejemplo nos induce a preguntarnos por qué no lo incluimos en aquel grupo en lugar de presentarlo aquí formando parte de otro nuevo.

La experiencia es definida en él por su propio nombre, como antes los celos (Eifersucht). Tampoco nosotros habríamos de poner grandes inconvenientes a dicha inclusión.

Mas en los otros dos ejemplos, de un análogo carácter, opino, sin embargo, que existe un factor más significativo e importante que el múltiple empleo de las mismas palabras, mecanismo que se separa aquí de todo lo que pudiera suponer doble sentido. Quisiera, además, hacer resaltar que en estos casos descubrimos nuevas e inesperadas unidades, relaciones recíprocas de representaciones y definiciones mutuas o por referencia a un tercer elemento común.

Este proceso, que denominaremos «unificación», es análogo a la condensación por comprensión de dos elementos en la misma palabra. De este modo se describen las dos mitades de la vida humana por medio de una recíproca relación entre ellas descubierta: en la primera se desea que la segunda llegue y la segunda que la primera vuelva. Dicho con mayor precisión: se trata de dos muy análogas relaciones que son escogidas para la exposición.

A la analogía de las relaciones corresponde después la analogía de las palabras, que podía recordarnos el múltiple empleo del mismo material.

En el chiste de Lichtenberg quedan caracterizados enero y los meses a él opuestos por una relación modificada a un tercer elemento, constituido por las bienandanzas que se nos desean en el primer mes y luego en los restantes no se cumplen. La diferencia entre este grupo y el caracterizado por el múltiple empleo del mismo material, próximo ya al del doble sentido, es aquí muy visible.

El siguiente chiste, no necesitado de explicación alguna, es un bello ejemplo de unificación. J. J. Rousseau, poeta francés cuya especialidad fueron las odas, escribió una titulada Oda a la posteridad. Voltaire, opinando que el mérito de esta composición no era suficiente para pasar a las futuras generaciones, dijo chistosamente: Esa poesía no llegará seguramente a su destino.

Este último ejemplo nos advierte que la unificación es el fundamento esencial de aquellos chistes que demuestran lo que denominamos un «ingenio rápido». Tal rapidez consiste en la inmediata sucesión de agresión y defensa, en «volver el arma contra el atacante» o «pagarle en la misma moneda», esto es, en la constitución de una inesperada unidad entre ataque y contraataque.

Por ejemplo:

«El panadero dice al tabernero, el cual tiene un dedo malo: ¿Qué te pasa? ¿Es que has mojado el dedo en tu vino? No -contesta el tabernero-; es que se me ha metido uno de tus panecillos debajo de una uña.»

«Serenísimo recorre sus estados. Entre la gente que acude a vitorearle, ve a un individuo que se le parece extraordinariamente. Le hace acercarse y le pregunta: ¿Recuerda usted si su madre sirvió en Palacio alguna vez? No, alteza -responde el interrogado-; pero sí mi padre.»

«Carlos, duque de Wutemberg, pasa a caballo ante la puerta de un tintorero. ¿Podría usted teñir de azul a mi caballo blanco ? Desde luego, alteza, si soporta el agua hirviendo.

En este último y excelente ejemplo de contestación a una proposición desatinada con una condición más imposible, si cabe, actúa otro factor técnico, que no aparecería si la respuesta del tintorero hubiera sido la siguiente: No, alteza; temo que el caballo no soporte el agua hirviendo. La unificación dispone aun de otro especialísimo y muy interesante medio técnico: la agregación por medio de la conjunción y.

Esta agregación tiene necesariamente que significar conexión; otra cosa sería incomprensible para nosotros. Cuando Heine, en el Viaje por el Harz, y hablando de la ciudad de Gotinga, declara que, en general, se dividen los habitantes de Gotinga en estudiantes, profesores, filisteos y ganado, comprendemos desde luego tal unión en el sentido que luego Heine subraya añadiendo:

«… cuatro estados perfectamente delimitados».

O cuando habla del colegio en que tanto latín, tantas palizas y tanta geografía tuvo que aguantar, la agregación, subrayada por la colocación de las palizas entre el latín y la geografía, nos indica el interés que en el escolar despertaban dichas dos asignaturas.

En Lipps hallamos, entre los ejemplos de «agregación chistosa» («coordinación») y como el de mayor parentesco con el chiste de Heine «estudiantes, profesores, filisteos y ganado», el siguiente dicho:

«Con un tenedor y con esfuerzo le sacó su madre de estofado», como si el esfuerzo fuera, al igual del tenedor, un instrumento manejable.

Sin embargo, sentimos la impresión de que este dicho no es chistoso, aunque sí muy cómico, mientras que la agregación de Heine constituye, indudablemente, un chiste.

Más tarde, cuando no necesitamos eludir el problema de la relación entre el chiste y la comicidad, volveremos quizá sobre estos ejemplos.

(10) En el ejemplo del duque y el tintorero hemos observado que continuaría siendo un chiste por unificación, aunque el tintorero contestase:

«No, alteza; temo que el caballo no resista el agua hirviendo.» Pero la respuesta fue:

«Desde luego, alteza, si soporta el agua hirviendo.» En la sustitución del realmente adecuado «no» por un «sí» reside un nuevo medio técnico del chiste, cuyo empleo perseguiremos en otros ejemplos.

Más sencillo es un chiste, análogo al anterior, que encontramos expuesto en la obra de K. Fischer: Federico el Grande oyó hablar de un predicador de Silesia que tenía fama de hallarse en tratos con los espíritus.

Deseoso de averiguar lo que de verdad había en tales rumores, hizo acudir a su presencia al predicador y le recibió con la pregunta siguiente: ¿Puede usted conjurar a los espíritus? Sí, majestad; pero nunca acuden. Claramente se ve que el medio técnico de este chiste no consiste sino en la sustitución del «no», única contestación posible, por su contrario.

Para llevar a cabo esta sustitución tuvo que agregarse al «sí» un «pero», de tal manera que ambas palabras, unidas en la frase, equivalen a un «no».

Esta «representación antinómica», nombre que queremos dar a la nueva técnica, se pone al servicio de la elaboración del chiste en muy diversas circunstancias.

En los dos ejemplos que a continuación exponemos aparece casi en su completa pureza. Heine: Aquella mujer se parecía en muchas cosas a la Venus de Milo. Como ella, era extraordinariamente vieja, no tenía dientes y presentaba algunas manchas blancas en la amarillenta superficie de su cuerpo.

Es ésta una representación de la fealdad por coincidencia con la máxima belleza; coincidencia que naturalmente sólo puede consistir en cualidades expresadas con doble sentido o accesorias.

Esto último sucede en el ejemplo siguiente: Lichtenberg.

«El genio»: Había reunido en sí las cualidades de los más grandes hombres: llevaba la cabeza ladeada como Alejandro, se hurgaba continuamente el cabello como César, podía beber mucho café como Leibniz, y cuando se arrellanaba en su sillón, se olvidaba de comer y beber, como Newton, y como a éste había que sacarle de su sueño; peinaba, por último, su pelusa como el doctor Johnson y llevaba siempre desabrochado un botón de la pretina, como Cervantes.

De un viaje por Irlanda trajo J. v. Falke un excelente ejemplo de representación antinómica, en el cual se renuncia por completo al empleo de palabras de doble sentido. La escena sucede en una muestra de figuras de cera.

El dueño acompaña a un grupo de visitantes explicándoles lo que aquellas figuras representan.

«Esta figura representa al duque de Wellington en su caballo.» Burlonamente interroga una joven:

«¿Cuál es el duque y cuál su caballo?» «Como usted quiera, señorita -replica el guía-; ha pagado usted su entrada y tiene derecho a escoger.» (Lebenserinnerungen, pág. 271.) La reducción de este chiste irlandés sería como sigue:

«¡Es inaudita la desvergüenza de estos saltimbanquis! ¡Atreverse a presentar al público tales mamarrachos anunciando pomposamente un museo de figuras de cera! No se sabe siquiera cuál es el caballo y cuál el jinete. (Exageración burlona.) ¡Y para ver esto le sacan a uno el dinero!» Estas indignadas reflexiones cristalizan, dramatizándose, en la pequeña historieta.

En representación del público general toma la palabra una señorita, y la figura de cera queda individualmente determinada. Tiene que ser el duque de Wellington, tan extraordinariamente popular en Irlanda.

La desvergüenza del dueño de la muestra que saca el dinero al público por enseñarle cuatro mamarrachos es representada antinómicamente por una frase en la que el mismo se nos muestra como un concienzudo hombre de negocios, cuya única preocupación es respetar los derechos que el público ha adquirido al pagar su entrada. Observamos también que la técnica de este chiste no es nada sencilla.

El hecho de haber hallado un medio de que el desaprensivo negociante pondere su estrecha conciencia comercial, incluye este chiste entre los de representación antinómica; pero la circunstancia de hacerle pronunciar dicha frase en una ocasión en la que se le pide cosa muy distinta de la ratificación de su formalidad comercial, dado que la crítica ya dirigida contra el parecido en las figuras, constituye un caso de desplazamiento. La técnica del chiste será, por tanto, una combinación de ambos medios.

No muy lejano a este ejemplo se halla un pequeño grupo de chistes que pudiéramos denominar chistes de superación.

En ellos se sustituye el «sí», que aparecía en la reducción, por un «no»; pero este «no» equivale por su contenido a una enérgica confirmación.

El mismo mecanismo puede también tener lugar a la inversa. La contradicción aparece sustituyendo a una confirmación superada.

Así, en el epigrama de Lessing: Dicen que la buena Galatea tiñe de negro sus cabellos, mas lo cierto es que éstos eran ya negros cuando los compró. O la maligna defensa aparente que Lichtenberg hace de la filosofía universitaria:

«Hay más cosas en el cielo y sobre la tierra de las que supone vuestra filosofía», dijo despectivamente Hamlet. Lichtenberg sabe que este juicio condenatorio no es aún suficientemente severo, pues no emplea todo lo que contra tal filosofía se puede objetar, y añade todavía:

«Pero también hay en la filosofía muchas cosas que no existen en el cielo ni en la tierra.» En esta frase se acentúa algo que parece compensar la falta observada por Hamlet, pero tal compensación entraña un nuevo y mayor reproche.

Más transparentes aún, por hallarse libres de toda huella de desplazamiento, son los dos siguientes chistes, un tanto groseros, ciertamente:

«Dos judíos hablan de baños (termales) «yo -dice uno de ellos-, lo necesite o no, tomo un baño todos los años.»

Claramente vemos que por la exagerada vanagloria de su limpieza queda convicto el buen judío de todo lo contrario.

«Un judío observa en la barba de otro restos de comida:

«¿A que adivino lo que has comido ayer.?» «Dilo.» «Lentejas.» «Has perdido. Eso fue anteayer.» El siguiente chiste por superación, fácilmente reducible a una representación antinómica, es un excelente ejemplo de este grupo: El rey se digna visitar una clínica quirúrgica y halla al médico director amputando una pierna a un enfermo.

Su majestad sigue con interés la marcha de la operación, y expresa, en diferentes momentos, su admiración por la maestría del cirujano:

«¡Bravo, bravo, querido doctor!» Terminada su labor se acerca el médico al monarca, e inclinándose profundamente ante él, le pregunta:

«¿Desea vuestra majestad que ampute la otra pierna?» Mientras el rey expresaba su aprobación tan entusiásticamente, los pensamientos del médico hubieran podido expresarse seguramente en la siguiente forma:

«Se diría que estoy amputándole la pierna a este infeliz por encargo expreso del rey y para proporcionarle un interesante espectáculo.

Afortunadamente para mi conciencia, son muy distintas las razones que tengo para dejar cojo a este pobre diablo.» Pero terminada su labor, va hacia el rey y le dice:

«La voluntad de vuestra majestad es suficiente para que yo opere a cualquiera, y la aprobación que se ha dignado manifestar me ha honrado tanto, que estoy dispuesto, si así lo desea, a amputar al enfermo la pierna sana que le queda.»

De este modo consigue el médico hacerse comprender indirectamente, expresando todo lo contrario de lo que piensa y tiene que guardar para sí.

La representación antinómica es, como vemos en estos ejemplos, un medio muy frecuentemente empleado y de poderoso efecto de la técnica del chiste.

Pero no debemos perder de vista otra circunstancia importantísima, y es que tal técnica no es privativa únicamente del chiste. Cuando Marco Antonio, después de haber conseguido con su discurso hacer variar totalmente la opinión del pueblo sobre la muerte de César, exclama de nuevo:

«Pero Bruto es un hombre honrado», sabe ya que el pueblo le gritará el verdadero sentido de sus palabras:

«Son traidores esos hombres honrados.» Asimismo, cuando en el Simplicissimus se publica una colección de inauditos cinismos y brutalidades bajo el epígrafe de «La bondad humana», se trata también de una exposición antinómica.

Mas esto se denomina «ironía» y no «chiste». La técnica de la ironía es precisamente la representación antinómica. Oímos, además, hablar del «chiste irónico». No puede dudarse ya de que la técnica sola no basta para caracterizar al chiste. Tiene que agregarse a ella algo más que hasta ahora no hemos hallado.

Mas, por otra parte, hemos demostrado, de un modo incontrovertible, que destejiendo la labor de la técnica queda destruido el chiste. De todos modos nos es muy difícil imaginar unidos los dos puntos fijos que hemos conquistado para el esclarecimiento del chiste.

(11) El hecho de que la representación antinómica pertenezca a los medios técnicos del chiste despierta en nosotros la esperanza de que éste pueda hacer uso asimismo de un medio inverso; esto es, de la representación por lo análogo o próximo.

Continuando nuestra investigación hallamos, en efecto, que esta última técnica corresponde a un nuevo grupo de chistes intelectuales, especialmente amplio. Describiremos la peculiaridad de esta técnica con bastante mayor precisión, dominándola, en lugar de representación por lo análogo, representación por lo homogéneo o conexo.

Iniciemos, desde luego, nuestro examen de esta técnica por el último de los caracteres citados y aclaremos la cuestión con un ejemplo: Es una anécdota americana: Dos hombres de negocios nada escrupulosos han logrado, merced a osadas especulaciones, reunir una considerable fortuna y se esfuerzan ahora en conseguir su admisión en la buena sociedad.

Uno de los medios que para ello ponen en práctica es encargar sus retratos al pintor más distinguido y caro de la ciudad, artista cuyas obras son siempre esperadas con gran interés por todo el pequeño mundo aristocrático. Terminados los retratos, los colocan en un salón lado a lado, e invitan a sus conocidos a una gran velada.

Entre los invitados figura el crítico de arte más leído e influyente de la ciudad, el cual es acaparado desde su entrada en la casa por los dos retratados y conducido en el acto al salón en que sus efigies se hallan expuestas. Los avispados negociantes esperan de él un juicio admirativo que poder luego hacer cundir por toda la ciudad.

Pero, en lugar de esto, el crítico permanece un buen rato silencioso ante los cuadros, busca con la vista algo que parece echar de menos, y luego, indicando el espacio vacío que entre los retratos queda, pregunta: And where is the Saviour? («Y el Redentor, ¿dónde está?» o «Echo de menos la imagen del Redentor.») El sentido de esta frase se nos muestra en el acto. Trátase una vez más de la exteriorización de algo que no puede ser expresado directamente.

Mas ¿cómo se forma tal «representación indirecta»? A través de una serie de asociaciones y conclusiones de fácil constitución podemos recorrer en sentido inverso el camino de su formación, partiendo del chiste mismo.

La pregunta «Y el Redentor (o la imagen del Redentor), ¿dónde está?» nos deja adivinar que el crítico recuerda, ante los dos retratos, la composición pictórica, generalmente conocida, en la que aparece la figura de Cristo crucificado entre los dos ladrones. La analogía es facilitada por las dos imágenes presentes, que en el chiste son transportadas a derecha e izquierda del Salvador, y no puede consistir más que en el hecho de que las dos figuras que adornan el muro del salón sean también las de dos ladrones.

Lo que el crítico quería y no podía decir era:

«Sois un par de bribones. ¿Qué me importan a mí vuestros retratos?»

Este pensamiento es el que por fin ha exteriorizado, después de hacerlo pasar por algunas asociaciones y conclusiones, y en una forma que calificamos de alusión. Recordemos ahora que ya anteriormente tropezamos con esta forma alusiva al ocuparnos del doble sentido.

Cuando de las dos significaciones que encuentran su expresión en la misma palabra se halla la primera como la más usual y corriente tan en primer término que tiene que acudir antes que ninguna a nuestra imaginación, mientras que la segunda, como más lejana, queda retrasada, calificamos el caso de doble sentido con alusión.

En toda la serie de los ejemplos examinados hasta ahora observamos una técnica harto complicada y descubrimos la alusión como el factor ocasionante de tal complicación.

(Véanse los chistes: «Ha ganado mucho y dado poco», etc., y «De qué maravillas es capaz la mano del hombre».) En la anécdota americana encontramos la alusión libre de todo doble sentido, y su carácter esencial se nos muestra como una sustitución por algo que se halla ligado a nuestros pensamientos sobre la materia.

Fácilmente se adivina que tal conexión utilizable puede ser de muy diversos géneros.

Para no perdernos en dicha variedad no examinaremos sino las variaciones más importantes, y éstas en escasos ejemplos: La conexión utilizada para la sustitución puede ser una simple similicadencia, de manera que este grupo será análogo a aquel que en los chistes verbales comprende al retruécano.

Mas, a diferencia de éste, no se trata aquí de la similicadencia de dos palabras, sino de la de dos frases enteras o de series características de palabras, etc.

Ejemplo: Lichtenberg ha hecho popular la frase «Baños nuevos curan bien», que nos recuerda en el acto al refrán Escobas nuevas barren bien, con el que tiene de común varias palabras, a más de la estructura general.

Seguramente surgió esta frase en el cerebro del divertido pensador como una imitación del conocido proverbio.

Es, pues, una alusión al mismo.

Por medio de esta alusión se nos indica algo que no es expresado directamente; esto es, que en el efecto de los baños medicinales interviene un factor totalmente distinto de las cualidades constantes del agua termal. De técnica muy semejante es otro chiste del mismo autor:

«Una muchacha que apenas ha cumplido doce modas.» Esto suena como una determinación de tiempo (Moden-modas, Monden-lunas-meses), y fue quizá, en un principio, una simple errata.

Pero posee desde luego un excelente sentido el emplear la cambiante moda en lugar de la cambiante luna, para fijar la edad de una mujer.

La conexión subsiste, por tanto, aunque tenga lugar una pequeña modificación, circunstancia que nos muestra cómo esta técnica corre paralela a la técnica verbal.

Ambos géneros de chistes provocan igual efecto, pero pueden diferenciarse muy bien por los procesos que se verifican en su respectiva elaboración. Un ejemplo de tal chiste verbal o retruécano: un cantante, Edmundo de nombre, y tan famoso por su gordura como por su voz, tuvo que sufrir que se empleara el título de una obra teatral, inspirada en una conocidísima novela de Julio Verne, como alusión a su poco elegante físico.

La frase El viaje alrededor de Edmundo en ochenta días se hizo pronto popular. Otro ejemplo: Cada toesa una reina, modificación de las famosas palabras shakesperianas: Cada pulgada un rey, y alusión a ellas fue frase que se aplicó una noble dama de estatura desmesurada. Ninguna objeción seria podría tampoco hacerse al que quisiera incluir este chiste entre aquellos que son productos de la condensación con modificación como formaciones sustitutivas (ejemplo: tête-à-bête).

Las partículas negativas hacen posible excelentes alusiones con pequeñísimas modificaciones:

«Spinoza, mi compañero de irreligión», dice Heine, y Lichtenberg comienza con la frase:

«Nosotros, por la desgracia de Dios, jornaleros, siervos, negros», etc., un manifiesto de estos infelices que ciertamente tienen más derecho a tal título que los reyes y príncipes al no modificado.

Otra frase de la alusión es la omisión, comparable a la condensación sin formación de sustitutivo. Realmente se omite algo en toda alusión, pues se omiten las rutas mentales que hasta ella conducen. La diferencia consiste en que lo más patente sea la solución de continuidad o el sustitutivo que en la expresión verbal de la alusión oculta a aquélla parcialmente. De este modo llegaríamos a través de una serie de ejemplos, desde la simple omisión hasta la alusión propiamente dicha.

En el siguiente ejemplo hallamos una alusión sin sustitutivo.

En Viena reside un ingenioso y agresivo escritor que repetidas veces ha sido maltratado de obra por aquellos a quienes su pluma satirizaba. Hablándose, en una reunión, de una fechoría cometida por uno de los habituales adversarios del escritor exclamó un tercero:

«Si X oye esto, recibirá otra bofetada más.»

A la técnica de este chiste pertenece en primer lugar el desconcierto ante el aparente contrasentido expresado, pues no comprendemos cómo el haber oído algo puede tener, como inmediata consecuencia, el recibir una bofetada.

El contrasentido desaparece en cuanto se llena el vacío dejado por la omisión:

«Si X oye esto, escribirá un tremendo artículo contra Z, y entonces recibirá otra bofetada más.»

Así, pues los medios técnicos de este chiste son la alusión con omisión y el contrasentido.

Otro chiste judío: Dos judíos se encuentran delante de una casa de baños.

«¡Ay! -suspira uno de ellos-. ¡Qué pronto ha pasado el año.!» Estos ejemplos demuestran, sin dejar lugar a duda alguna, que la omisión pertenece a los medios de la alusión.

En otro ejemplo, que exponemos a continuación y que es, desde luego, un auténtico y legítimo chiste alusivo, hallamos, sin embargo, una extraña solución de continuidad. Trátase de la siguiente singularísima sentencia: La esposa es como un paraguas.

Siempre se acaba por tomar un ‘simón’. Un paraguas no protege contra la lluvia.

El «siempre se acaba» no puede significar más que «cuando la lluvia aprieta», y un «simón» es el nombre corriente de los coches de alquiler (de uso público).

Mas como nos hallamos aquí ante una comparación, vamos a dejar el análisis de este chiste para cuando más adelante tratemos de ellas. La obra Los baños de Lucca, de Heine, es un avispero de punzantes alusiones.

Su autor es maestro en el arte de utilizar esta forma del chiste para fines polémicos (contra el Conde de Platen).

Mucho antes que el lector pueda sospechar la finalidad polémica, comienza Heine a preludiar, por medio de alusiones sacadas del más variado material, cierto tema muy poco apropiado para la exposición directa.

Más adelante, los sucesos relatados por el autor toman un giro que al principio no parece obedecer más que a un grosero capricho de Heine, pero que pronto descubren su relación simbólica con la intención polémica y se revelan, por tanto como alusiones.

Por último, se desencadena el ataque contra el Conde de Platen y de cada frase que Heine dirige contra el talento y el carácter de su adversario, surgen inagotables alusiones al conocido tema de la homosexualidad del mismo.

«Aunque las musas no le son propicias, tiene en su poder al genio del idioma, o mejor dicho, sabe hacerle fuerza, pues no goza del espontáneo amor de este genio, sino que tiene que correr tras él como tras otros efebos y no sabe sino apoderarse de sus formas exteriores, que, a pesar de su bella redondez, carecen de nobleza en su expresión.»

«Le sucede entonces como al avestruz, que se cree oculto enterrando su cabeza en la arena y dejando sólo visible la rabadilla. Nuestro noble pájaro hubiera obrado mejor enterrando su rabadilla en la arena y enseñándonos tan sólo su cabeza.»

La alusión es quizá el más corriente y manejable de todos los medios del chiste y constituye el fundamento de la mayoría de los chistes de corta vida que acostumbramos introducir en nuestra conversación, los cuales no pueden subsistir por sí mismos ni soportan ser desarraigados del terreno en que nacen.

Pero precisamente en ellos observamos de nuevo aquella relación que comenzó a confundirnos en nuestra valoración del chiste. Tampoco la alusión es chistosa en sí; existen alusiones de correcta elaboración que no pueden pretender tal carácter.

Sólo la alusión «chistosa» lo posee. Vemos, pues, que la característica del chiste, que hemos perseguido hasta las profundidades de la técnica, ha escapado a nuestros reiterados esfuerzos.

Calificamos ocasionalmente la alusión de «representación indirecta», y observamos ahora que podemos muy bien reunir en un solo grupo los diversos géneros de alusión, la representación antinómica y varias otras técnicas de que más adelante trataremos. La calificación más comprensiva para este considerable grupo sería la de representación indirecta.

Errores intelectuales, unificación y representación indirecta serán, por tanto. los puntos de vista desde los cuales se dejan ordenar aquellas técnicas del chiste intelectual que hasta ahora hemos llegado a conocer. Continuando la investigación de nuestro material, creemos describir una nueva subdivisión de la representación indirecta, fácilmente caracterizable, pero de la que sólo poseemos escasos ejemplos.

Es éste el de la representación por una minucia, técnica que resuelve el problema de lograr por medio de un insignificante detalle la total expresión de un carácter. La agregación de este grupo a la alusión queda facilitada por la circunstancia de que tal minucia se halla en conexión con lo que de representar se trata, derivándose de ello como una consecuencia.

Ejemplo. Un judío de la Galitzia austríaca hace un viaje en ferrocarril.

Hallándose solo en el vagón, se retrepa cómodamente en el respaldo, pone los pies en el asiento frontero y se desabrocha la túnica.

En una parada sube al departamento un caballero vestido a la moderna, y el judío toma instantáneamente una posición más correcta.

El recién llegado hojea un librito, calcula, reflexiona y se dirige, por último, al judío con la pregunta:

«Perdone usted. ¿Cuándo es Yomkipur? (día de reconciliación).

Aesoi, responde el judío, y vuelve en el acto a recobrar su primitiva y cómoda postura. No puede negarse que esta representación por una minucia se halla ligada a aquella tendencia al ahorro que tras la investigación de la técnica del chiste verbal fijamos como el elemento común a todas las técnicas. Otro ejemplo análogo.

El médico llamado para asistir a la señora baronesa, próxima a dar a luz, propone al barón que, mientras llega el momento de intervenir, entretengan el tiempo jugando un ecarté en una habitación contigua.

Al cabo de algún tiempo, oyen quejarse a la paciente: Ah, mon Dieu, que je souffre! El marido se levanta; pero el médico le tranquiliza, diciendo:

«No es nada, sigamos jugando.» Pasa un rato y vuelve a oírse:

«¡Dios mío, qué dolores!» «¿No quiere usted pasar ya a la alcoba, doctor?», interroga el barón.

«No, no; todavía es pronto.» Por último se oyen unos gritos ininteligibles:

«¡Ay, aaay aayy!»

El médico tira las cartas y exclama:

«Ahora es el momento.»

Este chiste nos muestra excelentemente, con la modificación gradual de los quejidos de la distinguida parturienta, cómo el dolor deja abrirse paso a la naturaleza primitiva a través de las diferentes capas de la educación y cómo una importante decisión puede hacerse depender con plena justificación de una manifestación aparentemente nimia.

(12) De otro distinto género de representación indirecta de que el chiste se sirve -la metáfora- no hemos querido tratar hasta ahora por tropezar su investigación con nuevas dificultades, a más de aquellas otras que ya en anteriores ocasiones nos han salido al paso.

Ya convinimos antes en que, en muchos de los ejemplos sometidos al análisis, no lográbamos desterrar cierta vacilación al considerarlos como chistes, y hemos reconocido, en esta inseguridad, una alarmante debilidad de los fundamentos de nuestra investigación.

Con ningún otro material se hace más marcada y frecuente esta nuestra inseguridad como al analizar los chistes por comparación. La sensación que me hace decir -y no sólo a mí, sino, en iguales circunstancias, a un gran número de personas-:

«Esto es un chiste y hay que considerarlo como tal aun antes de haber descubierto el carácter esencial del chiste»; esta sensación me abandona con mayor frecuencia que en ningún otro caso en los chistes por comparación.

Cuando sin reflexionar he calificado de chiste una metáfora, creo observar instantes después que el placer que me ha proporcionado es de diferente cualidad que aquel que suelo deber a los chistes, y la circunstancia de que las metáforas chistosas sólo rara vez provocan la explosión de risa que confirma a un buen chiste, me hace imposible salir de mis dudas, obligándome a limitarme a los mejores y más eficaces ejemplos de este género.

La existencia de excelentes y eficaces ejemplos de metáforas que no nos hacen en absoluto la impresión de chistes es fácilmente demostrable. La bella comparación de la ternura que corre a través del Diario de Otilia, con el rojo hilo de los cordajes de la Marina inglesa, es una de ellas; otra, que aún no me he cansado de admirar y que siempre me produce una impresión igualmente viva, es aquella con la que Fernando Lasalle cierra una de sus famosas defensas (La Ciencia y los trabajadores):

«Un hombre que, como ya antes os he expuesto, ha consagrado su vida al lema «La Ciencia y los trabajadores», no sentirá ante una condena más impresión que aquella que la explosión de una retorta pudiera causar a un químico absorto en sus experimentos científicos. Con un ligero fruncimiento de cejas ante la resistencia de la materia continuará el investigador serenamente -una vez terminada la interrupción- sus análisis y experimentos.» Las obras de Lichtenberg nos ofrecen un rico y selecto acervo de chistosas metáforas. De ellas tomaré el material necesario a nuestra investigación.

Es casi imposible atravesar una muchedumbre llevando en la mano la antorcha de la verdad sin chamuscar a alguien las barbas.

Realmente presenta esta frase apariencias de chiste; pero considerándola detenidamente se echa de ver que el efecto chistoso no parte de la comparación misma, sino de una cualidad accesoria. La «antorcha de la verdad» no es ciertamente una metáfora nueva, sino por lo contrario, muy usada, y convertida ha largo tiempo en frase hecha, como sucede con toda comparación que por su acierto es recogida por el uso verbal.

Mientras que en la expresión «la antorcha de la verdad» apenas si observamos ya la comparación, Lichtenberg vuelve a darle toda su energía primitiva edificando de nuevo sobre la metáfora y sacando de ella expresiones, que han perdido su fuerza significativa, nos es ya conocida como técnica del chiste y la incluimos en el múltiple empleo del mismo material.

Pudiera muy bien suceder que la impresión chistosa producida por la frase de Lichtenberg procediese exclusivamente de esta conexión con la técnica del chiste.

Por un motivo del chiste, pero igualmente explicable, parece chistosa la comparación siguiente:

«Las críticas me parecen una especie de enfermedad infantil que ataca con mayor o menor virulencia a los libros recién nacidos, acarreando a veces la muerte a los más saludables, mientras que los débiles suelen salir indemnes.

Algunos, muy pocos, se libran de ella. Se ha intentado con frecuencia protegerlos por medio de amuletos, tales como prólogos, dedicatorias y hasta autocríticas pero todo ha sido en vano.» La comparación de las críticas con las enfermedades infantiles se limita al principio a la circunstancia de atacar al libro o al sujeto, respectivamente, como después de haber visto la luz. Hasta este punto no nos decidimos a atribuirle un carácter chistoso.

Pero la comparación continúa: Resulta que el subsiguiente destino de los nuevos libros puede ser representado, dentro de la misma comparación, por medio de otras nuevas en ella fundadas.

Esta prolongación de una comparación es indudablemente chistosa, pero ya sabemos a merced de qué técnica nos aparece como tal; se trata de un caso de unificación, o sea de constitución de una conexión inesperada.

El carácter de la unificación no varía, en cambio, por consistir ésta aquí en la agregación a una primera metáfora.

En varias otras comparaciones nos vemos inclinados a desplazar la innegable impresión chistosa sobre un factor totalmente extraño a la naturaleza de las mismas. Tales comparaciones contienen una singular yuxtaposición y a veces un enlace de absurda apariencia, o se sustituyen, por medio de uno de estos elementos, al resultado de la labor comparativa. La mayoría de los ejemplos de Lichtenberg pertenecen a este grupo. Todo hombre tiene también su trasero moral, que no enseña sin necesidad, y que cubre, mientras puede, con los calzones de la buena educación.

El «trasero moral» es la singular asociación que aparece como resultado de la labor comparativa.

Mas a ella se agrega una continuación de la metáfora con un juego de palabras («necesidad») y una segunda unión todavía más extraordinaria («los calzones de la buena educación»), que quizá es chistosa por sí misma.

No puede entonces maravillarnos recibir de la totalidad la impresión de una muy chistosa comparación, y comenzamos a darnos cuenta de que tendemos generalmente a extender, en nuestra valoración a una totalidad, el carácter que sólo corresponde a una parte de la misma. Los «calzones de la buena educación» nos recuerdan un verso de Heine, análogamente desconcertante:

«Hasta que, por fin, me estallaron todos los botones -del pantalón de la paciencia.» Es innegable que estos dos últimos ejemplos entrañan un carácter que no encontramos en todas las buenas y acertadas comparaciones.

Son metáforas «degradantes», pues presentan un objeto de elevada categoría, una abstracción (la buena educación, la paciencia), unido a otro de naturaleza muy concreta y hasta de un bajo género (los calzones).

Más adelante examinaremos la cuestión de si esta singularidad tiene o no algo que ver con el chiste. Intentemos, por ahora, analizar otro ejemplo en el que aparece con especial claridad este carácter «degradante.» El hortera Weinberl, personaje de una comedia burlesca de Nestroy, describe cómo recordará, cuando llegue a ser un acaudalado comerciante, los tiempos juveniles, y dice:

«Cuando así, en una íntima conversación sebarre la nieve que obstruye la entrada del almacén de los recuerdos, se abren de nuevo los cierres del pretérito y se colma el mostrador de la fantasía con las mercancías de tiempos pasados…»

Son éstas, ciertamente, comparaciones de abstracciones con objetos concretos muy vulgares; pero el chiste se halla -exclusiva o parcialmente- en la circunstancia de ser un hortera el que se sirve de tales comparaciones tomadas de los dominios de su cotidiana actividad.

El hecho de poner en relación lo abstracto con lo vulgar, que le rodea de continuo, es un acto de unificación.

Volvamos a las metáforas de Lichtenberg: Los motivos que para obrar tenemos los hombres podían ordenarse del mismo modo que los 32 vientos (temas de un compás) y recibir una denominación análogamente compuesta; por ejemplo: pan-pan-fama o fama-fama-pan. Como muy frecuentemente en los chistes de Lichtenberg, es aquí la impresión de acierto, ingenio y sutileza tan predominante, que nuestro juicio sobre el carácter de lo chistoso es inducido en error.

Cuando en tal aforismo se mezcla algo de chiste al excelente sentido total, somos siempre inducidos a considerar la totalidad como un excelente chiste.

Mas, a mi juicio, todo lo que en este ejemplo es chistoso surge de la extrañeza que nos produce la singular combinación «pan-pan-fama». Lo que en él hay de chiste es, por tanto, una representación por contrasentido. La reunión singular o la asociación absurda pueden ser expuestas también aisladamente como resultado de una comparación.

Si hasta ahora hemos hallado que siempre que una comparación nos parecía chistosa debía el producir esta impresión a una intromisión de alguna de las técnicas del chiste que ya conocemos, otros ejemplos parecen confirmar que una comparación puede también ser chistosa por sí misma.

Lichtenberg caracteriza determinadas odas con las siguientes palabras:

«Son en la poesía lo que en la prosa las inmortales obras de Jakob Böhme: una especie de picnic en el que el autor pone las palabras y el lector el sentido.»

Cuando filosofa vierte generalmente sobre los objetos una agradable luz de luna que nos complace, pero que resulta insuficiente para hacernos distinguir con precisión uno solo de ellos. Heine: su rostro semejaba un palimpsesto, en el que, bajo la más reciente escritura de la copia monacal de un texto debido a un Padre de la Iglesia, aparecieran los medio borrados versos de un erótico poeta griego.

O la continuada comparación, de tendencia marcadamente degradante, incluida en Los baños de Lucca:

«El sacerdote católico obra como un dependiente de una gran casa comercial: la Iglesia, cuyo principal es el Papa, y que le señala una actividad determinada y un salario fijo. De este modo, trabaja indolentemente, como quien no lo hace por cuenta propia, tiene muchos colegas y permanece fácilmente inobservado en medio del gran tráfico comercial.

Sólo le interesa el crédito de la casa y su conservación, para evitar que la bancarrota le prive de sus medios de subsistir.

El cura protestante, en cambio, es en todas partes su propio jefe y lleva por su cuenta los negocios peligrosos. No comerciar al por mayor, como su colega católico, sino solamente al por menor, y como tiene que atender personalmente a todo, es activo y vigilante, pondera a la gente sus artículos de fe y desprecia los de sus competidores.

Como buen comerciante al por menor, se halla siempre en su tenducho, lleno de envidia contra todas las grandes casas comerciales y especialmente contra la romana, que tiene a sueldo muchos millares de tenedores de libros y ha establecido factoría en las restantes partes del mundo.»

Ante este ejemplo, como antes otros muchos, no podemos negar que una comparación puede ser chistosa por sí misma y sin que haya necesidad de achacar la impresión que produce a una complicación con una de las técnicas del chiste que nos son conocidas.

Mas nos escapa entonces por completo qué es lo que determina el carácter chistoso de la comparación, dado que éste no reside, desde luego, en la forma de expresión del pensamiento ni en la operación de comparar.

No podemos, por tanto, hacer otra cosa que incluir la comparación entre los géneros de «exposición indirecta» de los que se sirve la técnica del chiste, y tenemos que abandonar, sin resolverlo, este problema, que al tratar de la comparación se ha alzado ante nosotros mucho más claramente que cuando examinamos los restantes medios del chiste.

A razones especiales debe también de obedecer el hecho de que la decisión sobre si algo es o no un chiste nos haya presentado en la comparación mayor dificultad que en anteriores formas expresivas.

Sin embargo, esta solución de continuidad en nuestra comprensión del chiste no es lo que pudiera hacernos lamentar que esta primera parte de nuestra investigación no haya tenido resultado. Dada la íntima conexión que teníamos que estar preparados a atribuir a las diversas cualidades del chiste, hubiera sido imprudente abrigar la esperanza de poder aclarar una faceta de la cuestión antes de haber dirigido nuestra mirada sobre las demás.

Tendremos, pues, que atacar el problema por otro frente. ¿Estamos seguros de que ninguna de las posibles técnicas del chiste ha escapado a nuestra investigación?

Desde luego, no; pero continuando el examen de nuevo material, podemos convencernos de que hemos llegado a conocer los más frecuentes y esenciales medios de la elaboración del chiste y, por lo menos, los suficientes para formarnos un juicio sobre la naturaleza de este proceso psíquico.

Y aunque no lo hayamos formado aún, hemos descubierto, en cambio, valiosas indicaciones acerca de la dirección en que debemos buscar más amplio esclarecimiento. Los interesantes procesos de la condensación con formación de sustitutos, que se nos han revelado como el nódulo de la técnica del chiste verbal, nos orientaron hacia la formación de los sueños, en cuyos mecanismos han sido descubiertos los mismos procesos psíquicos.

Igual orientación nos marcan también las técnicas del chiste intelectual: desplazamiento, errores intelectuales, contrasentido, representación indirecta y representación antinómica que, juntas o separadas, retornan en la técnica de la elaboración de los sueños.

Al desplazamiento deben los sueños su extraña apariencia que nos impide ver en ellos la continuación de nuestros pensamientos diurnos.

El empleo que en el sueño encuentran el contrasentido y el absurdo ha hecho perder a aquél la dignidad del producto psíquico e inducido a los investigadores a aceptar, como condiciones del mismo, el relajamiento de las actividades anímicas y la suspensión de la crítica, la moral y la lógica.

La representación antinómica es en el sueño tan corriente, que hasta los mismos libritos populares, tan erróneos, sobre la interpretación de los sueños suelen contar con ella. La representación indirecta, la sustitución de la idea del sueño por una alusión, una nimiedad o un simbolismo análogo a la comparación es precisamente aquello que diferencia la forma expresiva de los sueños de la de nuestra ideación despierta.

Tan amplia coincidencia como la que existe entre los medios de la elaboración del chiste y los de la del sueño no creemos pueda ser casual. Demostrar detalladamente esta coincidencia e investigar sus fundamentos será uno de los objetos de nuestra futura labor.

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agosto 2009
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