113. Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación onírica – 1922 [1923]
Posted agosto 25, 2009
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La circunstancia fortuita de haberse impreso en planchas litográficas las últimas ediciones de La interpretación de los sueños me obliga a publicar separadamente las siguientes observaciones, que de otro modo habrían tenido cabida en el texto, como modificaciones o complementos.
I. Al interpretar un sueño en el análisis se tiene la elección entre varios procedimientos técnicos distintos.
Se puede proceder:
a) cronológicamente, dejando que el soñante manifieste sus asociaciones a los elementos oníricos, en el mismo orden con el cual éstos aparecen en la narración del sueño.
Esta es la conducta original clásica, que aún sigo considerando óptima cuando se analizan los sueños propios.
O bien:
b) se puede iniciar la labor interpretativa con un determinado elemento del sueño, tomado de cualquier parte de su conexo; por ejemplo, el trozo más llamativo del mismo o el de mayor claridad, o el que más intensamente se presente a los sentidos; o, por fin, se parte de un parlamento contenido en el sueño, del cual se sospecha que llevará al recuerdo de palabras pronunciadas durante el día.
Además:
c) se puede comenzar por prescindir completamente del contenido manifiesto, preguntando al soñante qué experiencias del día anterior asocia al sueño narrado.
Finalmente:
d) si el soñante se haya familiarizado con la técnica de la interpretación, se puede renunciar a todo precepto, preguntándole con qué asociaciones al sueño prefiere comenzar. Con todo, no podría afirmar que una u otra de estas técnicas sea preferible ni que suministre invariablemente los mejores resultados.
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II.
Mucho más importante es la circunstancia de si la labor interpretativa se lleva a cabo contra una alta o baja presión de la resistencia, alternativa que, desde luego, jamás plantea prolongadas dudas al analista. Frente a una presión alta, quizá se llegue a averiguar de qué asunto trata el sueño, pero no se podrá colegir qué quiere decir sobre el mismo.
Es como si uno escuchara una conversación lejana o susurrada, sin entenderla.
En semejante situación no queda más recurso que reconocer la imposibilidad de una colaboración con el paciente, renunciando a efectuar grandes esfuerzos y a prestarle mayor ayuda, para limitar la interpretación a proponer algunas traducciones de símbolos que se consideran más probables.
En los análisis dificultosos, la mayoría de los sueños pertenecen a esta categoría, de modo que no podemos aprender gran cosa con ellos sobre la naturaleza y el mecanismo de la formación onírica; desde luego, será aún más remota la posibilidad de obtener respuesta a nuestra pregunta predilecta sobre el punto en que se esconde la realización del deseo en cada sueño particular.
Ante una resistencia de presión extremadamente alta, suele ocurrir el fenómeno de que las asociaciones del soñante se desplieguen en superficie, sin penetrar en profundidad.
En lugar de las buscadas asociaciones al sueño narrado aparecen sin cesar nuevos trozos del mismo, que a su vez quedan exentos de asociaciones.
Sólo cuando la resistencia se mantiene en límites moderados, la labor interpretativa transcurre según el conocido plan, vale decir: al principio, las asociaciones del soñante divergen ampliamente de los elementos manifiestos, de modo que llegan a tocar gran número de temas y de grupos imaginativos; más tarde, una segunda serie de asociaciones converge rápidamente desde aquéllos a las ideas oníricas buscadas.
En tal caso también será posible que el psicoanalista colabore con el paciente, actitud que ni siquiera sería adecuada frente a una alta presión de la resistencia. Cierto número de sueños que aparecen durante el análisis son intraducibles, a pesar de que en ellos la resistencia no ocupa, precisamente, el primer plano.
Es que estos sueños representan versiones libres y arbitrarias de las ideas oníricas latentes que los mueven, pudiendo comparárselos con creaciones poéticas bien logradas, pero artificiosamente elaboradas, que si bien aun permiten reconocer sus temas fundamentales, los presentan arbitrariamente trastrocados y modificados.
En el tratamiento, estos sueños sirven como introducciones a pensamientos y recuerdos del paciente, sin que su contenido mismo haya de ser tomado en consideración.
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III.
Se pueden discernir sueños de arriba y sueños de abajo, siempre que no se pretenda aplicar esta diferencia con excesiva rigidez. Los sueños de abajo son los animados por un deseo inconsciente (reprimido) que ha logrado hacerse representar por algún resto diurno cualquiera.
Son comparables a las irrupciones de lo reprimido que ocurren durante la vida diurna. Los sueños arriba deben ser equiparados a pensamientos o propósitos diurnos que durante la noche consiguieron ser reforzados por lo reprimido separado del yo. Por regla general, el análisis pasa por alto a este aliado inconsciente, dedicándose a incluir las ideas oníricas latentes en los lugares que les corresponden en la trama del pensamiento diurno.
Sin embargo, esta diferenciación entre ambas clases no ha de constituir necesariamente un pretexto para modificar la teoría de los sueños.
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IV. En muchos análisis -o en determinadas fases de un análisis- se manifiesta un divorcio entre la vida onírica y la diurna, análogamente a la manera en que se aísla del pensamiento vigil la actividad fantástica que inspira una continued story (un sueño diurno novelado).
En tal caso, un sueño se concatena con el otro, centralizándose alrededor de un elemento que en el sueño precedente apenas fue rozado como al descuido, etcétera. Pero es mucho más frecuente el otro caso, el de que los sueños no estén vinculados el uno al otro, sino que se inserten entre los trozos sucesivos del pensamiento diurno.
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V. La interpretación de un sueño se divide en dos fases: la de su traducción y la de su apreciación o utilización. Durante la primera el analista no debe dejarse influir por consideración alguna con la segunda.
Es como si uno tuviera ante sí un capítulo de un autor extranjero; por ejemplo, de Tito Livio.
Ante todo se pretenderá saber qué nos cuenta Livio en este capítulo y sólo más tarde se planteará la discusión de si lo leído es una crónica histórica, una leyenda o una disquisición del autor. Pero ¿qué deducciones se pueden extraer de un sueño correctamente traducido? Tengo la impresión de que, al respecto, la práctica del análisis no siempre ha evitado los errores y las valoraciones excesivas, cometiéndolos, en gran parte, debido a su desmesurado respeto ante el «misterioso inconsciente».
Se olvida con demasiada facilidad que un sueño no es por lo general sino un pensamiento, igual que cualquier otro, posibilitado por la disminución de la censura y por el reforzamiento inconsciente, y deformado por la influencia de la censura y de la elaboración inconsciente.
Recurramos, como ejemplo, a los sueños denominados «de curación». Cuando un paciente ha tenido semejante sueño, en el cual parece evadir las restricciones de la neurosis, superando, por ejemplo, una fobia o abandonando un vínculo afectivo, nos inclinamos a aceptar que ha realizado un considerable progreso, que está dispuesto a adaptarse a una nueva situación vital, que comienza a contar con su salud, y así sucesivamente.
Tal cosa muchas veces puede ser cierta, pero con no menor frecuencia estos sueños de curación sólo tienen el valor de sueños de comodidad, correspondiendo al deseo de sanar, por fin, para evitar un nuevo período de la labor analítica cuya inminencia ya se hace sentir.
En tal sentido, los sueños de curación acaecen, por ejemplo, muy frecuentemente cuando el paciente está por pasar a una nueva fase de la transferencia, que le es desagradable.
Se comporta entonces muy análogamente a muchos neuróticos que se declaran curados a las pocas horas de tratamiento, intentando así evadirse de todos los elementos desagradables que están a punto de expresar en el análisis. También los neuróticos de guerra, que renuncian a sus síntomas cuando la terapia de los médicos militares logra convertir la enfermedad en algo aún más desagradable que el servicio en el frente, se adaptan a las mismas condiciones económicas, y tanto en este caso como en el anterior la curación revela al poco tiempo su carácter transitorio.
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VI. En principio, no es nada fácil llegar a conclusiones generales sobre el valor de los sueños correctamente traducidos.
Si el paciente se encuentra en un conflicto de ambivalencia, un pensamiento hostil surgido en él no significa por cierto una superación definitiva de las tendencias amorosas, es decir, una solución del conflicto; evidentemente, tampoco un sueño del mismo contenido hostil puede tener tal significación.
En presencia de semejante conflicto de ambivalencia suele ocurrir que en cada noche aparezcan dos sueños, cada uno de los cuales muestra una actitud distinta.
En tales casos el progreso consiste en lograr el aislamiento completo de ambos impulsos antagónicos, persiguiendo y comprendiendo a ambos hasta sus extremos últimos, con ayuda de sus reforzamientos inconscientes.
En ocasiones, uno de ambos sueños ambivalentes ha sido olvidado, pero entonces será preciso no dejarse engañar, creyendo que la ambivalencia se ha decidido a favor de una de sus tendencias. Con todo, el olvido de uno de los sueños muestra que, por un momento, alguna de ambas tendencias ha alcanzado la supremacía, pero esto sólo tiene vigencia durante un día y puede modificarse. Quizá la noche siguiente ya presente en primer plano la manifestación contraria.
El verdadero estado del conflicto sólo puede ser deducido teniendo en cuenta todas las manifestaciones restantes, incluso las de la vida diurna.
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VII. El problema de la valoración de los sueños está vinculado con el de su susceptibilidad al influjo de la «sugestión» médica.
El analista quizá comience por vacilar, asustado, al señalársele este posible efecto de su actuación, pero reflexionando con mayor detenimiento, su primer impulso negativo seguramente acabará por ceder la plaza a la comprensión de que el influjo ejercido sobre los sueños del paciente no es para el analista más infortunado o condenable que la conducción de sus pensamientos conscientes.
No es necesario demostrar que el contenido manifiesto de los sueños es influido por el efecto terapéutico del análisis, pues está implícito en el hecho de que el sueño se vincula con la vida diurna y elabora estímulos procedentes de la misma: Desde luego, cuanto sucede en el tratamiento analítico también pertenece a las impresiones de la vida diurna y rápidamente se convierte en las más fuertes entre éstas: No es, pues, ningún milagro si el paciente sueña con cosas que el médico ha discutido con él a cuya expectativa le ha despertado: En todo caso, no es un milagro mayor que el conocido fenómeno de los sueños «experimentales».
Como próxima cuestión, nos interesa saber si también las ideas oníricas latentes -que han de ser elucidadas por la interpretación- pueden ser influidas o sugeridas por el analista. Una vez más, debemos responder con la afirmativa, pues una parte de estas ideas latentes corresponde a pensamientos preconsciente es decir, perfectamente capaces de consciencia, que el paciente también podría haber utilizado en la vida diurna al reaccionar frente a las estimulaciones del médico, siendo indiferente si estas reacciones afirman los estímulos que las provocaron o los contradicen.
Si se sustituye el sueño por las ideas que contiene, la cuestión de la medida en que es posible sugerir los sueños coincide con la otra, más general, de la medida en que el paciente es accesible a la sugestión en el curso del análisis. Jamás se puede influir sobre el propio mecanismo de la formación onírica, es decir, sobre la elaboración de los sueños propiamente dicha; debe aceptarse esto como algo seguro.
Además de la mencionada participación de las ideas oníricas preconscientes, todo sueño verdadero contiene indicios de los deseos reprimidos, a los cuales debe la posibilidad de su aparición: Un escéptico podría decirnos que éstos aparecen en el sueño porque el sujeto sabe que los ha de presentar, pues el analista espera hallarlos; el analista, por su parte, tendrá todo derecho a pensar de otro modo.
Ya que el sueño contiene situaciones que pueden ser interpretadas reduciéndolas a escenas correspondientes al pasado del soñante, cabría preguntar -cuestión ésta de importancia particular- si la influencia médica no podría intervenir también en esos contenidos oníricos.
Esta pregunta es perentoria en grado sumo frente a los denominados sueños confirmadores, sueños que siguen, rezagados, la marcha del análisis.
En muchos pacientes son los únicos sueños con que podemos contar. Tales casos sólo reproducen las vivencias olvidadas de la infancia, una vez que han sido reconstruidas a partir de los síntomas, las asociaciones y otros indicios, habiéndoseles comunicado esta reconstrucción.
Así se originan los sueños confirmadores, vulnerables a la crítica que les niega todo valor demostrativo, dado que bien podrían haber sido imaginados por influencia del médico, en lugar de surgir del inconsciente del propio paciente.
En el análisis no es posible escapar a esta situación equívoca, pues si en estos pacientes no se interpreta, se construye y se comunica, jamás se logra acceso a sus contenidos reprimidos. La situación es más favorable cuando el análisis de tal sueño confirmador o «rezagado» da lugar inmediatamente a una sensación de recuerdo para lo que hasta el momento había estado olvidado.
El escéptico aún tendrá la posibilidad de afirmar que se trataría de falsos recuerdos.
Además, por lo general faltan estas sensaciones de recuerdo. Lo reprimido surge sólo por trozos, y todo lo fragmentario impide o retarda el establecimiento de una convicción.
También puede no tratarse de la reproducción de una vivencia real olvidada, sino de la facilitación de una fantasía inconsciente, en la que jamás se ha de esperar una sensación de recuerdo, pero sí, posiblemente, un sentimiento de convicción subjetiva.
Los sueños confirmadores, ¿realmente pueden ser, pues, consecuencias de la sugestión, es decir, sueños de complacencia? Los pacientes que sólo traen al análisis sueños confirmadores son precisamente aquellos en quienes la duda desempeña el papel de resistencia principal.
No se debe intentar la superación de esta duda recurriendo a la autoridad o tratando de aniquilarla con argumentos, sino que se la dejará subsistir hasta que se resuelva en el curso ulterior del análisis.
También el analista puede mantener semejante duda frente a casos aislados; lo que termina por darle certeza es, justamente, la complicación del problema que ha de resolver, problema comparable al de los rompecabezas infantiles, formados por una imagen en colores, pegada sobre una tablilla dividida en muchas piezas por cortes curvos y quebrados, cabiendo ajustadamente el conjunto en un marco de madera.
El confuso montón de piezas, cada una de las cuales lleva una parte incomprensible de la imagen, debe ordenarse de manera tal que la figura resultante dé sentido, que en ninguna parte quede un hueco y que el conjunto llene completamente el marco; cumplidas estas condiciones, se sabrá que el rompecabezas está resuelto y que no existe otra solución.
Desde luego, nada puede significarle este símil al paciente que se halle en el curso de una labor analítica aún incompleta. Viene al caso una discusión que hube de sostener con un paciente cuya actitud extraordinariamente ambivalente se manifestaba en la más poderosa duda obsesiva.
No refutaba la interpretación de sus sueños y quedaba profundamente impresionado por su coincidencia con las presunciones que yo había anticipado, pero preguntaba si esos sueños confirmadores no podrían ser expresiones de su docilidad frente a mí.
Al objetarle que también habrían traído un cúmulo de detalles que yo no podía presumir y que, por otra parte, su restante conducta en el tratamiento no testimoniaba precisamente tal docilidad, recurrió a otra teoría, preguntándome si su deseo narcisista de curar no podría haberlo llevado a producir tales sueños, dado que yo le había abierto la perspectiva de la curación, siempre que él lograse aceptar mis construcciones.
Le respondí que nada sabía de semejante mecanismo de formación onírica, pero la duda se resolvió por otro camino. Recordó sueños que había tenido antes de comenzar el análisis, aun antes de oír hablar del mismo, y el análisis de estos sueños, libres de toda sospecha de sugestión, llevó a las mismas interpretaciones que el de los más recientes.
Sin embargo, su obsesión contradictoria aún halló el recurso de decir que los sueños pasados habían sido menos claros que los surgidos durante el tratamiento; pero, por mi parte, me di por satisfecho con la confirmación hallada.
En general, me parece conveniente recordar de tanto en tanto que los seres humanos ya tenían la costumbre de soñar antes de que existiera el psicoanálisis.
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VIII. Bien podría ser que los sueños aparecidos en el curso de un psicoanálisis tuviesen la facultad de manifestar lo reprimido con mayor riqueza que los sueños presentados fuera de esta situación. Pero no se puede demostrarlo, pues ambas situaciones son incomparables entre sí; la utilización del sueño en el análisis es una finalidad completamente ajena a los propósitos originales de la formación onírica.
En cambio, no puede caber la menor duda de que en un análisis los sueños traen a luz porciones mucho mayores de lo reprimido que cualquiera de los otros métodos; debe existir, por consiguiente, un motor que explique esta extraordinaria producción; una potencia inconsciente cuya capacidad de ayudar a los propósitos del análisis sea mayor durante el estado del reposo que en cualquier otro.
Pues bien, sería difícil invocar con tal fin un factor que no sea la docilidad del paciente frente al analista, derivada del complejo parental, es decir, la parte positiva de lo que denominamos «transferencia».
Efectivamente, en muchos sueños que reproducen lo olvidado y lo reprimido no se logra descubrir otro deseo inconsciente al que se pudiera atribuir la energía instintual necesaria para la formación onírica.
Por consiguiente, si alguien pretendiese afirmar que la mayoría de los sueños utilizables en el análisis son sueños de complacencia y que deben su origen a la sugestión, nada podría refutársele desde el punto de vista de la teoría analítica.
Al respecto, me conformo con remitir a mis consideraciones en la Lecciones introductorias al psicoanálisis, sobre la relación entre transferencia y sugestión; señalé allí cuán escaso menoscabo sufre la certeza de nuestros resultados si aceptamos el efecto de la sugestión en el sentido que le hemos adjudicado.
En MáS ALLA DEL PRINCIPIO DEL PLACER me ocupé de cómo las vivencias correspondientes al primer período de la sexualidad infantil, de todo punto desagradables, logran labrarse acceso a una forma cualquiera de reproducción, hecho que constituye todo un problema económico.
Hube de conceder a esas vivencias, en el «impulso de repetición», una extraordinaria pujanza de afloramiento, merced a la cual logran vencer la represión que pesa sobre ellas, sirviendo al principio del placer; sin embargo, no pueden aflorar «hasta que la labor terapéutica haya debilitado la represión». Cabe agregar aquí que es la transferencia positiva la que presta semejante ayuda al impulso de repetición.
En tal trance, se ha llegado a una alianza del esfuerzo terapéutico con este impulso; alianza que se dirige ante todo contra el principio del placer pero que en última instancia persigue la entronización del principio de la realidad. Como señalé en esa oportunidad, ocurre con harta frecuencia que el impulso de repetición se libera de los compromisos implícitos en esta alianza, conformándose con el retorno de lo reprimido en la forma de imágenes oníricas.
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IX.
En la medida de mis conocimientos actuales, los sueños de las neurosis traumáticas son las únicas excepciones genuinas de la tendencia a la realización del deseo implícita en el sueño, mientras que los sueños de castigo son sus únicas excepciones aparentes.
En estos últimos se da el hecho curioso de que en puridad ningún elemento de las ideas oníricas latentes es incorporado al contenido manifiesto, apareciendo en su lugar algo muy distinto, que debe ser concebido como formación reactiva contra los deseos oníricos, como rechazo y contradicción completa de los mismos.
Semejante intervención en el sueño sólo podemos atribuirla a la instancia crítica del yo, cabiendo aceptar, pues, que ésta, irritada por la satisfacción inconsciente del deseo, vuelve a erigirse transitoriamente aun durante el estado del reposo.
Bien podría haber reaccionado frente a estos contenidos oníricos desagradables haciendo despertar al sujeto, pero halló en la formación del sueño de castigo un recurso que le permitió evitar la perturbación del reposo.
Así, por ejemplo, en los conocidos sueños del poeta Rosegger que mencioné en La interpretación de los sueños, es preciso aceptar un contenido reprimido de tema vanidoso y jactancioso, mientras que el sueño manifiesto advertía:
«Eres un inepto aprendiz de sastre.»
Naturalmente, sería absurdo buscar un deseo reprimido como motor de este sueño manifiesto; debemos conformarnos con ver la realización del deseo en la autocrítica.
Nuestra extrañeza ante semejante estructuración del sueño se atenuará si tenemos en cuenta la frecuencia con que la deformación onírica, puesta al servicio de la censura, coloca en lugar de determinado elemento algo que en uno u otro sentido es su antítesis o su contraria. De aquí sólo hay un corto trecho hasta la sustitución de una parte característica del contenido onírico por una contradicción que la rechaza; un solo paso más nos lleva a la sustitución de todo el contenido onírico ofensivo por un sueño de castigo.
Quisiera comunicar uno o dos ejemplos característicos de aquella fase intermedia de la falsificación que puede sufrir el contenido manifiesto. Del sueño de una muchacha con intensa fijación paterna que halla dificultad en expresarse durante el análisis: Está sentada en la habitación con una amiga, vestida únicamente con un quimono.
Entra un señor ante el cual siente vergüenza, mas éste le dice:
«¡Pero si ésta es la jovencita que ya vimos una vez tan hermosamente vestida!»
El señor soy yo, y en reducción más profunda, el padre. Pero nada podremos hacer con el sueño mientras no nos resolvamos a sustituir por su antítesis el elemento más importante del discurso:
«Esta es la joven que ya vi una vez desnuda, y que entonces me pareció tan hermosa.»
A la edad de tres o cuatro años la paciente durmió durante un tiempo con el padre en la misma pieza, y todos los datos nos indican que solía descubrirse al dormir para agradarle. La ulterior represión de su placer exhibicionista motiva actualmente su hermetismo en el tratamiento, su desagrado de mostrarse al descubierto.
De otra escena del mismo sueño: Está leyendo su propia historia clínica impresa, dice allí que un joven ha matado a su amante…, cacao…, eso pertenece al erotismo anal.
Esta última es una idea que se le presenta en el sueño al mencionar el cacao. La interpretación de este fragmento de sueño es aún más difícil que la del anterior.
Averiguamos, por fin, que antes de dormirse estuvo leyendo la Historia de una neurosis infantil , cuyo núcleo está constituido por una observación real o fantaseada del coito paterno.
En una ocasión anterior ya había vinculado esta historia clínica a su propia persona, referencia que no es el único indicio de que también en ella debemos sospechar semejante observación.
El joven que ha asesinado a su amante viene a ser ahora una clara alusión al concepto sádico de la escena del coito, pero el elemento siguiente, el cacao, lleva a vinculaciones muy lejanas.
Al cacao sólo asocia lo que su madre solía decirle: «Que por tomarlo se sufre dolor de cabeza», cosa que también pretende haber oído decir a otras mujeres. Por otra parte, durante un tiempo se identificó con la madre a través del dolor de cabeza.
El único vínculo que pude hallar entre ambos elementos oníricos es el de que la paciente quiere rechazar las deducciones que impone la observación del coito. «¡No! Eso no tiene nada que ver con el origen de los niños. Los niños vienen de algo que se come» (como en el cuento infantil). La mención del erotismo anal, que en el sueño parece ser una tentativa de interpretación, completa la teoría infantil invocada como recurso útil, agregándole el parto anal.
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X. Se suelen escuchar expresiones de asombro por el hecho de que el yo del soñante aparezca representado dos o más veces en el sueño manifiesto, una vez en propia persona, y las otras, escondido tras distintos personajes.
La elaboración secundaria seguramente tuvo en el curso de la formación onírica la tendencia a eliminar esta multiplicidad del yo, que no se adapta a ninguna situación escénica, pero la labor interpretativa ha vuelto a restablecerla.
En sí misma, no es más extraña que la aparición múltiple del yo en un pensamiento diurno, especialmente si al suceder esto el yo se divide en sujeto y objeto, se enfrenta con la otra porción en calidad de instancia observadora crítica, o si compara su índole actual con una recordada, pretérita que también fue otrora el yo.
Así, por ejemplo, en las siguientes expresiones: «Si yo pienso en lo que yo le hice a este hombre»; «Si yo pienso que yo también fui una vez un niño». Pero quisiera rechazar como especulación vana e injustificada la deducción de que todas las personas que aparecen en el sueño deben ser consideradas como derivados y representantes del propio yo. Baste dejar establecido que también debe tenerse en cuenta en la interpretación onírica la posibilidad de que el yo se presente separado de una instancia observadora, crítica y punitiva (ideal del yo).