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La infancia, «perdida» para los niños, devuelta por la literatura y el psicoanálisis
Posted agosto 3, 2010
on:- In: Articulos | Freud
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EL PSICOANALISIS HA VUELTO A DAR FUERZA A FIGURAS DE SIGLOS
Concepciones de la infancia
Jueves, 1 de julio de 2010
No sólo la literatura muestra otra infancia, sino que es necesario contar con el recurso a la infancia de la psicología, señala Germán García en este artículo. Y agrega: «Una niñez sin infancia podrá inventar recursos que ahora no imaginamos».
Por German García *
Paul Laurent Assoun ha inventariado las referencias a la literatura de Sigmund Freud: por orden de importancia 1º están Shakespeare y Goethe, después Sófocles, Schiller, Cervantes y Flaubert.
Los relatos de histeria de Freud son posteriores a Madame Bovary, sus relatos de obsesiones vienen después de La tentación de San Antonio, ambas obras de Flaubert. Entre sus predilectos seguían algunos más cercanos, como Heine, Milton, Jacobsen, Ibsen, Spiitteler, A. France, Schnitzler, Lichtenberg, etcétera. (1)
Nuestra literatura es otra y un filósofo atento al psicoanálisis como J. F. Lyotard habla de la infancia en términos muy diferentes: como retorno en Joyce, como prescripción en Kafka, como desorden en Valéry y como «voces» en Freud.
Separo, de manera deliberada, la «sobrevivencia» en Arendt y «las palabras» en Sartre. Esas infancias, en lo que tienen de políticas, están en límites advertidos y trabajados por una decisión posterior. (2)
No sólo la literatura muestra otra infancia, sino que es necesario contar con el recurso a la infancia de la psicología: las discusiones sobre la 1º infancia, en particular, dicen más sobre el mundo de los observadores que sobre el mundo de los niños.
Los observadores se ha dicho descuidan las experiencias negativas de la infancia y también idealizan la vida de las mujeres que tienen hijos.
Charles Darwin, durante la década de 1870, publicó dos importantes análisis de la expresión en el niño pequeño.
Las observaciones de Darwin dan lugar a 2 teorías sobre la dinámica mental:
la 1º, que los niños nacen con facultades mentales o «instintos» innatos y la segunda, que las características mentales son hábitos construidos sobre la asociación entre acontecimientos y reacciones que han ocurrido simultáneamente en el pasado (Ben S. Bradley, 1989).
La 2º de estas teorías está en la raíz del asociacionismo y del conductismo. El asociacionismo, surgido en Inglaterra en el siglo XVIII, tiene incidencia tanto en Darwin como en Freud.
Los científicos que estudian a los niños escribe Bradley no se limitan a medir y calcular, son partícipes del debate sobre la condición moral de la vida humana, condición que se retrotrae en el tiempo a través de siglos de poesía y enseñanza religiosa.
La imagen de la primera infancia como el paraíso que acompaña a la «maldición del sexo«, reaparece en las diferentes vertientes de la psicología:
«Desde la publicación de El origen de las especies hacia el final del siglo XIX, a muchos pensadores escribe Clarke Stewart les intrigaba la posibilidad de dibujar paralelismos entre el niño y el animal, entre el humano primitivo y el niño, entre las primeras fases de la historia de la humanidad y el desarrollo infantil. Se consideraba al ser humano en desarrollo como un museo natural de la historia natural humana. De este modo, se pensaba que el desarrollo del niño revelaba el desarrollo de la especie«.
Freud estilizó esta herencia en su concepto de repetición y, mediante la introducción de las identificaciones, convirtió al yo en un cementerio poblado de restos de objetos perdidos (modelo, melancolía) y reforzó el aserto con un ello que era el resultante de yoes anteriores.
El yo como imagen del cuerpo se debe a ello los antepasados que mediante el superyó impone los designios de la especie al individuo.
Infierno y/o paraíso
La infancia con sus rasgos infernales y su reverso paradisíaco no «traduce» la experiencia de los niños, sino el recurso adulto al pasado histórico y personal.
El psicoanálisis, en su recurrir a la infancia, ha vuelto a dar fuerza a figuras de siglos, mediante la estrategia del simbolismo, incluso en la misma discusión sobre el concepto de símbolo.
El paraíso originario de Freud, el infierno primario de M. Klein, la oscilación entre uno y otro (cuerpo despedazado/júbilo) del espejo de Lacan, organizan esa persistencia.
La reversión del tiempo, típica de los cuentos de hadas, se encuentra en la versión común de «regresión«. El tiempo irreversible de cualquier relato adquiere el nombre de «castración», etcétera.
Una niñez sin infancia es el fin de esos topoi, pero como aquel hombre que no tuvo infancia de la historieta puede ser el comienzo de un nuevo saber, de un nuevo amor con otros recursos.
Esta ausencia de infancia, de neurosis infantil en el adulto, se anuncia en los relatos de algunos psicóticos, que van del presente absoluto de la certeza al presagio de una destrucción futura, donde el adulto hegeliano parece dejar atrás la infancia griega de Heidegger y la adolescencia reflexiva de Descartes.
Pero una niñez sin infancia podrá inventar recursos que ahora no imaginamos.
El hombre sin infancia tampoco es adulto.
«El valor científico de la observación de los bebés es retórico. Permite a los científicos sacar conclusiones que no serían capaces de sacar de otra manera«. Ben S. Bradley. 1989.
(1) P Laurent Assoun, Littérature et psychanalyse, Ed. Ellipses, París, 1996.
(2) J F. Lyotard, Lecturas de infancia, Ed. Eudeba, Bs. As., 1997.
* Fragmento de un artículo publicado en la revista Consecuencias, nº 4, abril 2010.
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Psicoanálisis – El porvenir del lacanismo argentino
Sigmund Freud -hijo de su época- participa de los ideales de la Ilustración, pero no se lo puede ubicar en serie porque se sitúa -al decir de Lacan- en un vuelco de la historia en el que Freud mismo y su reflexión se alojan, allí donde Freud cambia la relación del hombre con el logos, allí donde el hombre -antes que pensar- habla.
La Ilustración no sólo produjo ideales. Si en La Fenomenología del Espíritu Hegel desarrolla el momento del terror en el capítulo “La Ilustración” no es sino porque el terror político es su producto.
Hegel introduce -bajo el recurso de la parodia- una sentencia tomada de la Biblia: “El miedo al Señor es el comienzo de la sabiduría» (Proverbios 1.7). No es el miedo a Dios sino al ente inmanente de la cara macabra.
Al final de la Primera Guerra Mundial, Freud postulará la pulsión de muerte en disyunción con cualquier ilusión homeostática y hablará de la pérdida de los valores ilustrados.
Ninguna felicidad en el programa de la naturaleza, dirá Freud. Nada en el cosmos está preparado para eso, dirá Lacan.
En pleno siglo XX, Adorno y Horkheimer -cuyo heredero es
Habermas– en Dialéctica de la Ilustración la critican en un intento por salvarla. No la salvaron, se tuvieron que exiliar no bien asumió el nazismo. No correrá mejor suerte Freud.
Se puede rastrear retroactivamente en la trivialidad de la muerte hegeliana la banalidad del mal arentdiana. Acaso porque los valores kantianos estaban perdidos, en la Argentina la cara macabra cobró la más macabra de sus caras. Padecemos aún sus consecuencias. La historia del psicoanálisis en la Argentina no quedó exenta. De relatar esta historia –sin reducirla a una cronología- se ocupa Marcelo Izaguirre en su libro Jacques Lacan: El anclaje de su enseñanza en la Argentina (Ed. Catálogos).
Voy a ser contundente: no se puede no leer este libro.
A partir del mismo nadie podrá refugiarse en el “pecado de la ignorancia”, quedando bajo responsabilidad de los “malintencionados” seguir sosteniendo aquello que lzaguirre, con un trabajo fundamentado y documentado, desmitifica.
Hay en este autor lúcido, comprometido y con coraje, una posición política y ética, hasta de singular mirada si se quiere. Obtiene partiendo de las pequeñas y grandes historias, de los silencios y lo silenciado, de los malentendidos, e incluso de operaciones adversas, algo que sin duda permite pensar no sólo el anclaje de las enseñanzas de Jacques Lacan en la Argentina, sino también su reverso no simétrico: el anclaje de la Argentina en la enseñanza de Jacques Lacan.
Hay en este libro una tesis demostrada: son falaces tanto la afirmación de que el lacanismo se desarrolló y creció a partir de 1976 bajo el imperio del terror, como la imputación de complicidad con el régimen.
Izaguirre demuestra que el anclaje de la enseñanza de Lacan se produjo con mucha antelación, y su crecimiento exponencial se produjo a partir del retomo a la democracia. Para alcanzar su demostración hace hablar a vivos y muertos, basta decir que el índice onomástico ocupa 17 páginas y que hay un libro dentro del libro en sus notas.
Izaguirre sitúa el anclaje de la enseñanza en una 1º charla que Oscar Masotta dio en 1964 referida a Lacan. «Cabecera de playa” es el término a retener.
Fue “ese golpe táctico” el que “daría lugar a una estrategia” con la conformación del 1º grupo lacaniano en 1967, subordinado a “una política psicoanalítica” a partir de 1972.
Nuestro autor remarca que, así como Masotta es el nombre princeps pero no el único responsable de la introducción del lacanismo en Argentina, Germán García -tampoco el único- es un actor privilegiado en su sostenimiento. No es sólo su modo de rendirle homenaje.
Marcó su encuentro con el psicoanálisis, permitiéndole «entender que es una práctica atravesada por multiplicidad de discursos, en la que se anudan clínica, cultura y política». Este libro lo prueba.
La historia del psicoanálisis institucional en la Argentina a partir de 1942; la de la hegemonía del klieinismo y la escisión de la APA en Plataforma y Documento; la de la confrontación psicoanálisis-médico/psicoanálisis-laico; la del psicoanálisis en la universidad y el hospital público; la de los grupos marxistas y los freudo-marxistas; la de la dystichia (mal encuentro) de los grupos freudo-marxistas con el psicoanálisis lacaniano; la del exilio de los psicoanalistas lacanianos y la consecuente propagación de la enseñanza de Lacan en los países de habla hispana; la del encuentro con Lacan en Venezuela, recibido por jóvenes psicoanalistas argentinos; la de la fundación de la Escuela de Orientación Lacaniana en Buenos Aires; la del psicoanálisis francés; y la historia política de la Argentina de la 2º mitad del siglo XX; todas estas historias y otras se anudan en el texto casi de un modo borromeico; alcanza con cortar una cuerda para que se desanuden todas.
No es lengua muerta, toca lo más vivo de lo actual. Así como hubo quienes atacaron al lacanismo vinculándolo a lo peor, hoy están los que quieren acallarlo en complicidad con grandes intereses que pretenden “curar” desde una concepción del hombre de la cual Primo Levi daría cuenta perfectamente.
Corría 1974 (10 años después de que Lacan hiciera lo propio en París) cuando Masotta funda la escuela, en la parodia, «La audacia -dice Izaguirre– radicaba en que se trataba de gente ‘en formación’ más que de psicoanalistas ya formados”.
Masotta con su acto fundó el porvenir del psicoanálisis lacaniano en la Argentina. El libro de lzaguirre es sin duda una importante contribución a ese proceso.
Viviana Fruchtnicht para Revista Ñ, 5 Jun 2010