Archive for abril 2011
Acerca del ABC del psicoanálisis
Posted abril 28, 2011
on:Curso: ¿Cuál es el ABC del psicoanálisis? *
Dictado por Exequiel Jiménez
28–04–2011 / El título, tomado de un curso dictado por Germán García “Cuál es el ABC del psicoanálisis”, destaca la pregunta en la palabra “cuál”, lo que permite jugar con los múltiples ABCs por los que se pueden pasar para entrar al psicoanálisis.
Se trató, en este caso, de volver sobre los tres registros presentados por Lacan como categorías, para leer desde allí las estructuras de la neurosis, la psicosis y la perversión.
Lacan, en el mismo año del manifiesto que es “Función y campo de la palabra y el lenguaje” dicta una conferencia exponiendo 3 categorías que permitirían organizar la lectura de los textos freudianos así como el campo de lo que sucede en la práctica.
La conferencia, que lleva por título “Lo simbólico, lo imaginario y lo real”, presenta estos 3 términos que, con el deslizamiento de los usos y la predominancia de alguno de ellos sobre el otro, continuarían hasta el final de su enseñanza.
En el año 1980, 27 años después de la conferencia mencionada, al referirse al debate que mantiene con Freud afirma “mis tres no son los suyos. Mis tres son lo simbólico, lo imaginario y lo real”.
Jacques-Alain Miller, refiriéndose a la presencia del pensamiento de Claude Levi-Strauss en la enseñanza de Lacan, pone de relieve algunos aspectos:
“En primer lugar, que la estructura simbólica domina. ¿Qué? Lo social, las relaciones de parentesco, la ideología, pero también, para cada uno, su relación con el mundo, sus relaciones afectivas, su complejo familiar.”
Lacan, de esta manera, se apoya en la antropología estructural de Levi-Strauss para leer las novelas familiares descriptas por Freud.
En “El mito individual del neurótico”, por ejemplo, organiza la estructura simbólica del drama familiar y amoroso del caso freudiano del Hombre de las Ratas.
Desde un momento inicial, la relación de Lacan con el movimiento llamado estructuralista será complejo, tal como lo muestra Jean-Claude Milner en El periplo estructural. Esta influencia, sin embargo, tendrá un importante lugar en torno al registro de lo simbólico tal como lo presenta Lacan en su primera enseñanza.
El registro de lo imaginario, tal como Lacan lo desarrolla en su primera enseñanza, se encuentra teñido por numerosas referencias a la etología.
En un escrito tan temprano como su trabajo sobre el estadio del espejo, se apoya en la observación de la reacción de animales (palomas, simios y humanos) frente a su propia imagen.
El interés de la biología por la reacción de los animales frente al espejo puede rastrearse hasta un libro y un artículo de Charles Darwin, publicados en 1872 y 1877, donde el naturalista inglés distingue al comportamiento humano del de los simios superiores frente a su imagen especular y registra las distintas reacciones de un niño desde los primeros meses de vida respecto de su propio reflejo, la imagen de un adulto, la asociación de la imagen con la voz y con el nombre propio, etc.
La dependencia de la imagen para el deseo sexual, tal como Lacan la presenta en este momento, organiza lo que Jacques-Alain Miller denomina, en el establecimiento del seminario de 1956-57 (20 años después del texto sobre el estadio del espejo), como las “vías perversas del deseo”.
El lugar de lo real comienza a ganar cada vez más espacio a partir de La ética del psicoanálisis. Comienza a plantear el estatuto real de un objeto que, ubicado antes en lo imaginario, este objeto, a, será tomado luego como una domesticación de lo real por lo simbólico, quedando en la categoría de semblante.
Progresivamente lo real se ubicará por fuera del sentido, por fuera de las operaciones simbólicas e imaginarias del significante y del significado.
El recorrido, siempre parcial, procuró mostrar que los términos referidos en Lacan van modificándose según el uso de los mismos en la marcha de la enseñanza.
Al decir de Jacques Alain Miller,
“una definición de Lacan es una operación que no tiene ningún punto de comparación con lo que creemos que es la definición en las disciplinas universitarias y hasta científicas. Sus definiciones construyen y modifican lo que introducen, no lo describen.”
* Resumen del curso breve, dictado en el CID Tucumán entre los meses de marzo y abril de 2011
- In: Articulos | Lacan
- Deja un comentario
24–04–2011 / La pulsión se puede graficar con dos matemas: $ <> D, sujeto tachado en relación con la demanda, o bien con la A mayúscula tachada (inicial del Otro simbólico, Autre en francés).
(…) Esta manera de escribir la pulsión es una manera de nombrar, por parte de Lacan, el hecho de que la pulsión se constituye desde una exterioridad y que es el resultado de la demanda del Otro, que no es algo con lo que se nace y que empuja desde el interior del organismo, sino que es el resultado de una constitución derivada de una exterioridad que Lacan llama demanda y deseo del Otro.
Una de las grandes cuestiones que plantea Lacan y que transforman la manera tradicional de entender un concepto fundamental del psicoanálisis es pensarlo en relación con una exterioridad y no con una interioridad. Esta idea es válida, tal como dijimos, para la pulsión, pero también lo es para el concepto de inconsciente.
Lo inconsciente, dice Lacan, es el nombre mismo de la exterioridad de lo simbólico. Esta breve definición alcanza para que se cuestione la manera de conceptualizar a lo inconsciente como una interioridad.
Lo inconsciente no es la parte profunda del aparato psíquico, sino que se localiza en la superficie del discurso aunque eso no significa que sea fácil a escucharlo porque el grito tiende a ensordecer. El discurso del Otro es una manera de definir a lo inconsciente como una alteridad propia, derivada de la exterioridad de lo simbólico.
Rolando Karothy
Un corto-circuito por la pulsión
EN: Vagamos en la inconsistencia
Ed. Lazos, Bs. As., 2001.
ARTE: Nicoletta Ceccoli
por Marcelo Augusto Pérez
17–04–2011 / «La verdadera fórmula del ateísmo no es Dios ha muerto (Nitschze) -pese a fundar el origen de la función del padre en su asesinato, Freud protege al padre-, la verdadera fórmula del ateísmo es Dios es inconsciente«. – Jacques Lacan
Quien es portador de la fe, suele no ser responsable de su Acto, sobre todo si el mecanismo en juego implica el abandono de su Ser en pro de un Destino aleatorio o de la Suerte está echada.
Veamos: alguien puede tener fe hoy y reconfirmar mañana que esa fe le posibilitó superar obstáculos y poseer lo que ahora tiene: felicidad.
Pero resulta, nuestro narcisismo siempre nos hace acomodar las cosas según nuestra óptica, que al poco tiempo las cuestiones cotidianas empeoran y empeoran cada día más.
Quien es portador de la fe no puede pensar que es porqué sí. Debe seguir teniendo fe al menos para justificar(se).
Debe pensar que Así Alguien Lo Quiso. Debe ser un genuino religioso: un auténtico religioso también se precia de su legítima acción sin preguntarse más, el dogma es así: va por la calle, ve a un mendigo pidiendo monedas y ¿qué hace un legítimo religioso?
Nada, puesto que su razonamiento lleva la marca del Así Alguien Lo Quiso: ayudarlo implicaría desautorizar -destituir- la Razón de Ese Alguien.
Un verdadero religioso hasta deberá razonar: es una suerte que sea así. La fe engendra esa táctica de misteriosa áurea que bordea tanto al dogma como al Destino. Así Alguien Lo Quiso quiere decir que por algo Ese Alguien dictaminó que la suerte cambie: ante todo para poner a prueba al sujeto ante la misma fe. Después, para sostenerla.
Ahora. En psicoanálisis la suerte es un factor que no cuenta cuando uno habla: excepto que uno pueda banalizar la cuestión y decir: “tuvo suerte en que se le escapó un fallido” pero eso sería no creer en lo inconsciente.
Si creyésemos en la suerte –y en los movimientos circulares de los planetas que dictaminan nuestro destino- no creeríamos en la responsabilidad de cada analizante ante su Acto.
Pero podemos darnos un permiso de imaginación y decir que la fe es al dogma lo que el deseo es al psicoanálisis. Ahora: el deseo no es algo natural, genético. Nos viene del Otro.
Estamos tomados por el deseo: el deseo tiene al sujeto. Y aquí radica el problema puesto que el sujeto cree que –cual zanahoria– el objeto está por delante y en realidad lo toma (a él) por detrás.
Los objetos que el sujeto pone por delante son meras pantallas para engañar(se) pero el deseo lo toma desde el vamos.
Un análisis serviría, y sin ánimo de simplificarlo todo, para no escaparle a ese deseo que nos sigue y nos determina y para realizar un cambio de discurso: del tengo fe porque la suerte existe y algún día estará de mi lado, sólo hay que esperar que suceda al me responsabilizo por mis actos.
El neurótico –religioso per se– escapa ante la responsabilidad porque el dogma siempre es más cómodo: no hay preguntas, es axiomático.
Y porque responsabilizarse implicaría analizar el narcisismo que lo ha llevado no sólo a no poder castrarse y culpar a la suerte de su destino, sino –muchas veces lo más hiriente- a aceptar que el Otro también carece de garantías; o –en palabras de Lacan– que no existe.
El saber del Otro (que el neurótico le supone, llamemos a ese saber: ciencia, padre, astrología o como se quiera) está anclado en su síntoma.
Y el neurótico nunca quiere perder: la fe en la suerte (la creencia en un Otro sin barrar) es lo último que el neurótico desearía no perder.
Ahi se ve desmoronado y por eso -angustia mediante- recurre a un analista: porque el Otro le ha fallado permitiéndose desear como otro.
Como en el film animado de Jacques Tati, el Otro es un ilusionista que siempre debería tomar al Sujeto de la mano para acompañarlo en la creencia de que nunca le faltará esa garantía fantasmática y -justamente por eso- tan real.
Termino con un clásico chiste de la parroquia analítica:
Un hombre que cree ser un grano de cereal es llevado a una institución mental donde los médicos hacen todo lo que pueden para convencerlo de que no es una semilla sino un hombre.
Cuando el hombre se cura y es autorizado a dejar el hospital, vuelve inmediatamente temblando de miedo. Afuera hay una gallina y tiene miedo de que se lo coma.
«Pero mi amigo -le dice su médico- si usted sabe bien que no es un grano, sino un hombre».
«Claro que yo lo sé -responde el paciente-, ¿pero lo sabe la gallina?»
Como concluye Slavoj Zizek:
“El tratamiento psicoanalítico reside precisamente en esto: no basta con convencer al paciente sobre la verdad inconsciente de sus síntomas; el inconsciente mismo debe ser llevado a asumir esta verdad.”
Arte: Fotogramas del film: El Ilusionista. Jacques Tati / 2010.
por Marcelo A. Pérez
1. ¿Qué es ser Lacaniano?
2. ¿Para qué sirve analizarse y cuánto dura un análisis?
3. ¿Cuándo se utiliza el diván?
4. ¿Cómo se supervisa un caso?
5. ¿Por qué alguien puede elegir un analista y no otro?
1- ¿Qué es ser Lacaniano?
La pregunta es oportuna en varios sentidos. Primero, en un sentido técnico e histórico. Segundo, en un sentido coloquial. Comienzo por este último. Parecería que hay siempre que contestar con la archifamosa respuesta que Lacan dio en la oportunidad que le preguntaron si había un nuevo pensamiento lacaniano en el mundo.
Él contestó: yo soy freudiano. Se sabe que esta respuesta tiene varias connotaciones.
Primero que él no podía contestar de otro modo cuando su tesis histórica social reza retornar a Freud.
Segundo que la idea es que en esa respuesta se escuche la protesta hacia el postfreudismo, Anna Freud a la cabeza, donde se ha querido unir la causa freudiana a una pedagogía y hasta a un simbolismo infantil de fuerte estirpe.
La idea es que al decir «yo soy freudiano» se escuche «no hay otra manera de leer a freud más que la que Lacan ha hecho».
Sabemos que Lacan ha inventado, a ciencia cierta, algo más que una letra; algo más que el objeto-a (que no deja de ser letra): ha inventado mucho y se ha forzado para que sus inventos clínicos estén adheridos a la enseñanza del Maestro Vienés.
Pero hay algo que a veces no entiendo y es esa manía de muchos lacanianos contemporáneos que se privan de llamarse lacanianos porque parecería que están violando la palabra del Maestro Francés.
Seamos realistas: Lacan era Freudiano; nosotros –quienes adherimos a la causa freudiana leída por Lacan– somos lacanianos.
Me parece que esa especie de prurito de obviar el mote; es un inmenso prejuicio de pensar todo lo que la palabra Lacaniano tiene implícita en su connotación social y, sobre todo, en sectores reaccionarios del mundo.
Pasemos al otro punto; el técnico, que –obviamente- se relaciona con este. Porque algunos –y no sólo gente no relacionada al campo psicoanalítico sino los propios analistas- creen que ser lacaniano es tener un consultorio en cierto barrio, moverse o gesticular como Lacan, cortar la sesión a los 10 minutos o quizás incluso vestirse de negro.
Personalmente sé de colegas que piensan así aunque no lo dicen, obviamente… La alienación es total.
Pero veamos: Lacan iba a visitar a sus pacientes, si era necesario; Lacan hacía sesiones de hora y media; Lacan también escandia las sesiones –pero no es lo mismo un corte no programado que atender 10 o 20 minutos en forma standard-; Lacan fue quien pronunció «no me imiten; no busquen Amos…»; Lacan tenía pacientes cara-a-cara por años enteros… etc.
Por supuesto, sabemos que cuánto más alienado está el sujeto –en este caso el analista que pretende ser más Papista que el Papa– más inseguro se encuentra… por eso se cometen disparates tales como no dar un vaso de agua; o no hablarle al paciente en el ascensor; o no contestar un llamado telefónico; etc, etc, etc…
Muchos etcéteras que uno se va enterando con el correr de la vida y que uno no puede creer que sea cierto.
Incluso analistas que se rajarían la vestidura si tienen que besar a un paciente; cuando en realidad -como todo contexto- en Buenos Aires hasta la policía se besa en la calle cuando se saluda; y es mucho más ridículo no besar a un adolescente o a un paciente de nuestra edad; que estrecharle la mano con esa frialdad que nada tiene que ver con un procedimiento de escucha.
Yo creo que ser lacaniano es –precisamente- posicionarse con una escucha diferencial que, ipso facto, implica un procedimiento ético de lo inconsciente freudiano.
Una escucha, una lectura del texto del analizante, que no excluye el hecho de escuchar un pedido de ayuda puntual –e incluso si es necesario un consejo oportuno sin por esto hacer conductivismo o algo por el estilo– o manejar ciertos semblantes que, en cada momento de un análisis, sean necesarios para llevar a cabo una inscripción significante.
Un analista lacaniano no es un ogro serio, apático o frío… quienes se posicionan en ese estereotipo incluso diría que ni siquiera es por mimesis sino por síntoma.
Y, como siempre, no asombra encontrar analizantes que pagan por eso y se sienten orgullosos de tener un analista tan cero pasional –que nunca demuestra un compromiso afectivo con nada– y que incluso posee su consultorio con una asepsia parecida a un quirófano. Como decía Leo Mashlía, que el analista ponga cara de culo no quiere decir que ejerza la neutralidad.
2- ¿Para qué sirve analizarse y cuánto dura un análisis?
Vayamos de entrada a una cuestión obvia pero necesaria de aclarar: el psicoanálisis no sirve para dejar de sufrir: lo que Freud descubre es que el cuerpo –el aparato psíquico– es un lugar de conflicto por definición… por eso Lacan ha dicho: el cuerpo está hecho para gozar.
Gozar demasiado es un problema… Acarrea culpa, enfermedad, muerte.
Por eso los neuróticos escapan a eso con un deseo siempre insatisfecho… La Histérica es la figura por excelencia de este principio lacaniano.
Pero una vez a Freud una paciente le preguntó que podría hacer el psicoanálisis por ella; y él respondió con una frase hoy muy conocida:
«pasar de la miseria neurótica a la desdicha –o al infortunio, depende la traducción- cotidiano…»
Es decir: una cosa es sufrir como un neurótico desdichado ad infinitud y otra cosa es poder soportar el sufrimiento que toda vida conlleva desde su primer grito.
Quien ha realizado un análisis siempre advertirá que algo se ha modificado; aunque no sepa bien qué… Ahora, el paciente llega, vía la angustia, con un síntoma. Y, en ese caso, uno podría afirmar que si ese síntoma que lo hacía sufrir desaparece –o se transforma- entonces hay una cura.
Esto lo digo con cierto entrecomillado porque a mi juicio el análisis no cura nada; ni mucho menos previene. La estructura no tiene cura ni se puede prevenir lo inconsciente.
Por otro lado hablar de cura es ya posicionarse desde un lugar médico, científico.
La cura está en oposición a la enfermedad; y yo afirmo que la enfermedad no existe, y menos la enfermedad-mental como cientos de cientos de congresos, auspiciados por analistas, se encargan de proclamar y titular en sus encuentros: está bien para un Estado hablar de Salud Mental; pero me parece que el analista que habla de eso –y que además dicta congresos sobre eso- no tiene la menor idea de lo que descubrió Freud.
Eso sí: la enfermedad no existe pero sí existen los enfermos; los que se saben enfermos…
Lo explico rápido: una persona puede ser paralítica; puede incluso haber tenido 5 o 10 operaciones de cáncer; puede tener toda la dentadura cariada; y no considerarse enferma.
Otra, puede no tener nada científicamente comprobable por análisis, radiografías, etc; y sentirse enferma. Simple.
Como dice Georges Canguilhem, la enfermedad es un concepto vulgar y no científico.
Finalmente; un análisis no debe ser simplemente un procedimiento de lectura sobre el texto del analizante. Debe servir para inscribir algo en el orden de lo que Lacan llamó «un nuevo significante»… y la función le corresponde al analista… por ahí pasa mucho el famoso «horror al acto» que hace que se abandone la partida.
Yo hasta diría que un análisis, si bien no pretende discurrir sobre el pasado sino sobre el presente; tiene que modificar el pasado. Sino es imposible la inscripción. Y aquí radica, creo, esa famosa frase de Freud de los tres imposibles: educar, gobernar y analizar. Pero en eso estamos, porque hay deseo.
Es decir que el nuestro es un oficio imposible que trata de modificar algo del pasado para inscribir algo en el presente con el objetivo –no de recordar– sino de olvidar: la histéricas sufren de reminiscencias; famoso apotegma de Freud.
Con respecto a la duración; habría que hablar del comienzo. Creo que depende de cómo comienza, cuánto dura y cómo termina.
Por eso cada analista deberá hacerse cargo de esto para cada caso. Uno como analista debe, es un derecho y una obligación ética, insistir sobre el motivo de consulta –sobre el síntoma charlatán que debe ser desplegado– y no dar por supuesto absolutamente nada.
Hay pacientes que tienen muchos problemas: adicciones, falta de trabajo, soledad, ansiedad, miedo a volar, o incluso –lo digo irónicamente pero para que se entienda el concepto- tienen que tomar el colectivo a las 4 de la mañana para ir a trabajar… muchos problemas…
Eso no quiere decir que estén sentados frente a nosotros para resolver ESOS problemas… quizás vengan para hacer el duelo de la muerte de un ser querido o para poder dar la última materia de la facultad.
Hay que preguntar y no dar por supuesto. Es como si llegase un gasista a la casa de uno y este profesional, con cierta tendencia a hacer de todo un síntoma, comienza a oler gas en las escaleras… pero cuando llegar le dicen que lo contrataron para cambiar la garrafa porque está muy dura la manija…
Digo una boludez para que se entienda lo siguiente: esa familia está acostumbrada a vivir con la pérdida de gas (quizás incluso se muera de eso); es decir tiene una manera de gozar… pero lo que le importa es que alguien le de vuelta la manija de la garrafa para poder seguir cocinando…
Ahora claro: con el correr de un análisis la idea es que la familia cocine y no se ahogue… es decir, se modifique algo en el orden de ese goce.
Por eso se podría diferenciar la demanda del síntoma. Sabemos que hay cosas que al paciente lo está matando lentamente; incluso cosas nimias como que tenga 30 años y siga viviendo con sus padres; pero no tenemos la lámpara mágica como para adivinar científicamente si eso le impide ser feliz.
Algunos sujetos mueren felices, aunque prematuramente.
El final de un análisis depende, pues, de la apertura. De pensar que todo síntoma esconde algo en el orden sexual, de la satisfacción sustitutiva. En pensar que el goce fálico del síntoma puede transformarse en Otro Goce que de lugar al término creado por Lacan: el sinthôme.
El famoso escrito de Freud, «Análisis Terminable e Interminable» creo que hay que leerlo de dos maneras: el análisis es interminable porque uno siempre habla; por tanto siempre cometerá fallidos, producirá sueños y hará síntoma.
Pero uno no siempre le habla a un analista. En la fórmula creada por Lacan del Discurso Amo; en la zona inferior (donde se lee el matema del fantasma) tenemos la economía del síntoma y su atravesamiento…
Uno siempre habla pero no siempre le habla a un analista. Y hablarle al analista no es hablar a un cura, no es una simple confesión.
El analista, a diferencia del cura, sabe que cualquier cosa que uno diga va a ser usado en su contra.
«Tú eres Eso» –dirá Lacan; es decir que el analista –muy antipáticamente– propone que al rol de víctima con el que el paciente se muestra; se le devuelva su responsabilidad frente al conflicto.
A diferencia del cura; el analista cree y debe hacer creer al analizante, en lo que Freud ha llamado inconsciente. A diferencia del cura, el analista sabe que el paciente dice más de lo que dice, o de lo que calla.
Se podría decir, también, que en cada sesión debería haber un final de análisis.
3- ¿Cuándo se utiliza el diván?
El diván no es un mueble de decoración. Esta aclaración obvia no la es tal cuando uno escucha a colegas que están tan preocupados por el tipo o estilo de diván que van a poner en su consultorio. Incluso, por extensión metafórica, llamamos diván a una cama; y –como decía Lacan– mejor tener una cama porque se trata de «problemas de cama»… Por lo tanto el diván requiere de cierta muñeca del analista.
Hay pacientes que no quieren usarlo nunca; y otros lo piden en la primera entrevista. De estos últimos son de los que hay que estar más advertidos; porque responder a esa demanda puede ser muy iatrogénico; por más que uno sepa que ese paciente ya hizo diván con otros analistas.
El analista no trabaja con el saber del otro; ni del otro analista ni de un médico. Debe escuchar a cada paciente como si fuese la primera vez; aunque ese paciente estuviese hace años en análisis.
No nos va a sorprender que un paciente que dice haber tenido muchos análisis previos con diván; y que pida el diván en la primer entrevista; después de dos o tres entrevistas previas comience a faltar o a desplegar resistencias típicas de todo neurótico.
Particularmente yo no ofrezco el diván si no estoy bastante convencido de que el analizante quiere laburar de verdad.
Y esto es un tema; porque un pedido de análisis es, ante todo, una demanda de amor. Es decir entonces que el analizante –en un principio- está ahí para ser amado, no para hacer análisis. Y si es neurótico entonces es como un niño que pide los brazos.
¿Y, entonces, cómo vamos a recostar a un niño? ¿Cómo vamos a privar de la mirada nuestra a alguien que necesita no sólo ser escuchado, sino ser mirado?
Es un punto delicado saber cuándo el paciente está en condiciones de prescindir de la mirada del Otro. Y también es un tema delicado hacer un diagnóstico de estructura.
Analistas que se estereotipan llevando a todos los pacientes a diván en 3 o 4 encuentros; realmente están cometiendo una atrocidad.
Y esto no sólo se hacía en una época muy lacaniana en Argentina, sino que se sigue haciendo aún.
El psicoanálisis es –por definición- el caso por caso. Es como decir: «a ningún paciente beso, a todos les doy la mano…»- Decir «ningún«, decir «todos» es ya no hacer psicoanálisis: eso es estadística pura.
A veces en los controles se escucha que el analista dio un pase a diván sin saber ni cuándo ni porqué lo hizo. Contar un sueño, asociar un fallido, llegar puntual a la consulta, no es un principio de pase a diván.
Eso es quedarse en el registro simbólico-imaginario. Hay que ver el real de cada caso. He conocido psiquiatras que trabajan con diván sin siquiera ser analistas a los que le he preguntado cómo llevan al paciente al diván y me han contestado: «lo llevo… después de algunos encuentros…» Bue… una escala zoológica bastante amplia.
Por otro lado, no hacer el pasaje a diván porque el paciente no quiere es también otro tema delicado. Hay analistas que dan el pase a diván sin previo aviso. Yo no hago eso.
Más bien invito al paciente al diván una sesión antes; para estudiar la reacción o los comentarios posibles. Si bien a veces puedo llegar a ofrecerlo sin discutirlo; tampoco puedo obligar a un paciente a volar en avión si tiene fobia a las alturas… Es, como siempre, el caso por caso.
A veces –y esto también se escucha en los colegas- se tiene el paciente en diván pero no hay análisis en absoluto; y a veces se está analizando muy bien sin la utilización del diván.
«Analizar bien» es un tema a discutir pero básicamente quiere decir: el paciente hace algo con el goce que lo perturba.
4- ¿Cómo se supervisa un caso?
A veces me han llegado mails para supervisar por escrito; otras veces a través de un MSN… es todo un tema. A ver: consideremos que hay dos maneras básicas de control: el analista lleva el caso con apuntes escritos y lee cosas frente al analista-de-control; o bien el analista DICE, deja caer, el caso frente a su analista.
Por supuesto yo creo en este segundo método ya que el análisis es siempre del sujeto que tenemos enfrente… es como suponer sino que la Madre de la que habla el paciente es la Madre de la realidad y no de su fantasma.
Un control es un análisis en sí mismo. Primero porque no se analiza en sí «el caso» sino el real de analista.
Segundo porque el analista escucha a su colega y no «el caso».
Tercero porque lo que está en juego es la operación transferencial y técnica de ese análisis en particular que se trae a supervisión.
De hecho funciona perfectamente como un análisis común: se puede cortar la sesión, hacer asociar un fallido del analista-supervisante; etc.
Como dijo Lacan, el análisis es análisis a secas. Yo creo que es tan así que cuando un analista lleva a supervisar un caso, no es en cualquier momento cronológico; sino en un momento lógico donde el caso está haciéndole síntoma.
Por tanto, hay un real del analista en juego. Por tanto es perder tiempo, o hacer simplemente discurso universitario, que el analista que pide control lea el caso: el caso tiene que ser ofrecido sin leer a la escucha del colega elegido en transferencia, como todo análisis.
Y el analista tiene que leer el discurso que se despliega frente a él. Leer un caso, traerlo escrito, es ya otro síntoma. De hecho se le pide al analista que no lo haga; pero tampoco podemos obligarlo… si es tan imperativo para él –y a veces tan justificable como «no me quiero olvidar de nada»- por algo es; lleva a interpretarlo.
También es cierto que hay colegas que hacen psicoanálisis grupal; o supervisiones colectivas, etc… Pero, en lo particular, no creo que eso sea realmente eficaz. Estamos olvidándonos de que también el colega tiene un fantasma. Y hace síntoma.
5- ¿Por qué alguien puede elegir un analista y no otro?
Por varias razones. Si de «elección» hablamos, lógico; porque muchas veces –obras sociales mediante– el paciente no puede elegir mucho. (Aunque sabemos que uno siempre elije).
En general la elección más consciente suele caer en pensamientos tales como «vive cerca»; «cobra poco»; «cobra mucho y debe ser bueno»; «se parece a un novio que tuve»; etc etc.
Esas son justificaciones. Pero, como sabemos desde Freud, la elección comienza en otro plano. Con el correr del tiempo uno debería advertir que algo más de lo imaginario se juega en ese «espejo»…
Es decir; es como pensar que una persona se enamora de la otra por el color de pelo o por la altura o por si tiene mucha o poca teta. Se necesita algo más que eso… o algo menos.
Es cierto que como dijo Lacan el analista tiene que «tener tetas»; pero se está refiriendo a poner-el-cuerpo y a algo en el orden de lo imaginario. Pero la elección pasa por otro plano más sutil.
El paciente que nos escucha, nos ve en una conferencia; o incluso se topa con nosotros en el pasillo del edificio cuando sacamos la basura; está registrando otra cosa y no simplemente el plano imaginario.
Se entra quizá por eso: «viste de corbata, debe ser serio» o «viste simple, debe ser al pan pan y al vino vino…» o «vive en villa freud: debe saber mucho…» Pero hay algo en otro orden que incluso el paciente desconoce y que transfirió inevitablemente en la persona del analista.
A veces impacta advertir que nuestro consultorio tiene a todos los pacientes con cierto común e inconsciente denominador, más allá del sufrimiento lógico y de las diferencias de cada caso.
Con el correr del tiempo yo puedo darme cuenta que ese común denominador pasa por cierto Rasgo Unario de identificación inconsciente.
Sin embargo, es cierto, el orden imaginario cuenta mucho. Hay pacientes que nos elijen por haber leído un escrito; otros porque somos jóvenes; otros porque somos viejos; otro porque somos del mismo sexo; etc.
Cuando llega a mi consulta un paciente que ha leído algo mío yo suelo preguntar qué, porque muchas veces eso ya habla de cierto malestar; pero igual el paciente en general no va a decir exactamente qué línea (del escrito o del trazo de mi persona) ha hecho que me visite para desplegar su dolor.
Creo que lo importante es que, más allá de ese imaginario, el paciente perciba que las dudas de su elección son coherentes; que entregar su angustia y su síntoma a un desconocido no es cosa de todos los días; que tiene derecho a saber cómo trabajamos; y, fundamentalmente, que nos perciba honestos.
Honesto no quiere decir que no vamos a hacer cierta trampa si es necesario (porque también semblantear un objeto es ya hacer-como-si; y eso no lo hacemos porque somos mentirosos en sí mismo sino porque estudiamos el caso por caso y consideramos que muchas veces es necesario decir cosas que –si fuese un amigo por ejemplo- no la diríamos; está dentro de la maniobra transferencial del análisis); honesto quiere decir que no le estamos vendiendo ninguna panacea universal, ninguna píldora de la felicidad; ni queremos hacerle perder tiempo ni especular con su dolor.
No todo goce es enemigo de la vida
Posted abril 21, 2011
on:Narcisismo versus el Objeto como Causa
10–04–2011 / Quienes sólo tienen legitimado como existencia el destino de sostener al Otro (la madre, pero también la patria, la fe, la ideología, la mujer) se abisman en la obligación, apenas velada bajo el uniforme de héroe o de santo, de ser y estar muerto.
Mientras que la verdadera apuesta reside en cómo arreglárnosla para vivir, cómo ingeniarnos para aceptar ser uno más, alcanzando sólo esporádicamente la estatura del Padre o de la madre creadora por la vía de la sublimación.
Pero la sublimación, si bien se alimenta de pulsión de muerte y aspira a lo excepcional, se dirige primordialmente a los otros, y no sólo al Otro.
Vale la pena insistir con el tema de la enemistad de la vida que implica la posición de ser sublime.
Todo goce violenta el principio del placer. No hay modo de evitar el ir más allá del principio del placer para encontrarnos con el goce.
Pero no todo goce es enemigo de la vida.
Cuando de un goce no se puede retornar, cuando sus consecuencias rondan el descrédito, la indignidad o implican la muerte, entonces sí el goce se torna enemigo de la vida.
Podemos colegir entonces que ha comenzado a primar para un sujeto el objeto narcisista por sobre el objeto a, con el consiguiente riesgo de alcanzar la muerte real, en medio de los efluvios de la pasión de eternidad y de muerte.
SILVIA AMIGO
Paradojas clínicas de la vida y la muerte.
Ensayos sobre el concepto de “originario” en psicoanálisis.
Cap. IV: La pasión de ser.
El anhelo de eternidad, antesala del tormento superyoico.
Homo Sapiens, Rosario, 2003.
ARTE: Marc Chagall / Yo y la Aldea.