Planeta Freud

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Según J. Lacan, objeto causa del deseo. El objeto a (pequeño a) no es un objeto del mundo. No representable como tal, no puede ser identificado sino bajo la forma de «esquirlas» [«éclats»: esquirlas, fragmentos brillantes, brillos) parciales del cuerpo, reducibles a cuatro: el objeto de la succión (seno), el objeto de la excreción (heces), la voz y la mirada.

Constitución del objeto a.

Este objeto se crea en ese espacio, ese margen que la demanda (es decir, el lenguaje) abre más allá de la necesidad que la motiva: ningún alimento puede «satisfacer» la demanda del seno, por ejemplo.

Este se hace más precioso para el sujeto que la satisfacción misma de su necesidad (mientras esta no se vea realmente amenazada) pues es la condición absoluta de su existencia en tanto sujeto descante. Parte desprendida de la imagen del cuerpo, su función es soportar la «falta en ser» que define al sujeto del deseo.

Esta falta sustituye como causa inconciente del deseo a otra falta: la de una causa para la castración. La castración, es decir, la simbolización de la ausencia de pene de la madre como falta, no tiene causa, a no ser mítica.

Depende de una estructura puramente lógica: es una presentación bajo una forma imaginaria de la falta en el Otro (lugar de los significantes) de un significante que responda por el valor de este Otro, de este «tesoro de los significantes», o sea, que garantice su verdad.

Incidencias del objeto a.

El objeto a responde así en este lugar de la verdad para el sujeto en todos los momentos de su existencia.

En el nacimiento, en tanto el niño se presenta como el resto de una cópula, maravilla alumbrada «inter faeces et urinas». Antes de todo deseo, como el objeto precursor alrededor del cual la pulsión hace retorno y se satisface sin alcanzarlo.

En la constitución del fantasma, acto de nacimiento verdadero del sujeto del deseo, como el objeto cedido como precio de la existencia (ligado a partir de allí al sujeto por un lazo de reciprocidad total aunque disimétrico [notado por el losange]).

En la experiencia amorosa, como esa falta maravillosa que el objeto amado reviste o esconde.

En el acto sexual, como el objeto que remedia la irreductible alteridad del Otro y sustituye, en tanto participante del goce, la imposibilidad de hacer uno con el cuerpo del Otro.

En el afecto (duelo, vergüenza, angustia, etc,), que es la prueba de su develamiento o solamente la amenaza de este develamiento, el objeto a, finalmente, responde según el lugar y el modo de su presencia: en el duelo, en tanto perdemos a aquel para quien éramos ese objeto; en la vergüenza, en tanto soportarnos su presentificación ante la mirada del otro; en la angustia, en tanto ella es la percepción del deseo inconciente; en el pasaje al acto suicida, en fin, donde sale del marco de la escena del fantasma forzando los límites de la «elasticidad» de su lazo con el sujeto.

El objeto a en la enseñanza de Lacan.

Un breve recorrido de la elaboración que hace Lacan sobre el objeto a puede ser útil para mostrar su necesidad, la imposibilidad de su captación y la modificación constante de su escritura.

Al principio de su enseñanza, Lacan designa con la letra a al objeto del yo [moi], el «pequeño otro».

Se trata entonces de distinguir entre la dimensión imaginaria de la alienación por la cual el yo se constituye sobre su propia imagen, prototipo del objeto, y la dimensión simbólica donde el sujeto hablante está en la dependencia del «gran Otro», lugar de los significantes.

En el seminario La ética del psicoanálisis (1960), Lacan retorna de Freud, esencialmente del Proyecto de psicología (1895) y de La negación (1925), el término alemán das Ding.

«Das Ding» es la cosa, más allá de todos sus atributos. Es el Otro primordial (la madre) como eso real extraño en el corazón del mundo de las representaciones del sujeto, por lo tanto a la vez interior y exterior.

Real también por inaccesible, «perdido» a causa simplemente del acceso al lenguaje.

El descubrimiento y la teorización por D. W. Winnicott del objeto transicional (ese objeto que puede ser cualquiera: un pañuelo, un pedazo de lana, etc., hacia el cual el niño manifiesta un apego incondicional) fueron saludados por Lacan, más allá del interés clínico de este verdadero emblema del objeto a, porque el autor reconoció allí la estructura paradójica del espacio que este objeto crea, ese «campo de la ilusión» ni interior ni exterior al sujeto.

El objeto a no es por lo tanto la cosa. Viene en su lugar y toma de ella a veces una parte de horror.

A ejemplo de la placenta, es algo común tanto al sujeto como al Otro, que vale para ambos como «semblante» en un linaje (metonimia) cuyo punto de perspectiva es el falo (lo que Freud había revelado en las equivalencias «en las producciones del inconciente entre los conceptos de excrementos -dinero, regalo-, hijo y pene»).

Se convierte así en el objeto fálico dentro del fantasma que hace habitable lo real.

En el seminario VI, El deseo y su interpretación, Lacan introduce al objeto a definido como objeto del deseo.

En Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconciente freudiano (setiembre de 1960) se precisará su carácter de incompatibilidad con la representación. De hecho, «el objeto del deseo en el sentido corriente es o un fantasma, que es en realidad el sostén del deseo, o un señuelo».

Así, muy rápidamente, el objeto a se llamará «objeto causa del deseo». Como causa del deseo, es causa de la división del sujeto tal como aparece en la escritura del fantasma ($ <> a) «en exclusión interna de su objeto».

Los seminarios La identificación (1961-62) y La angustia (1962-63) están dedicados, por una parte, a la presentación topológica de este objeto a por el recurso a ciertos tipos de superficies aptas para soportar sus características-, por otra parte, al estudio clínico de su función en el afecto así como de su lugar según las diversas estructuras: enmascarado en el fantasma del neurótico, objetivamente presente en la realidad de la escena perversa, reificado alucinatoriamente en la psicosis.

En los seminarios de 1966-67 (La lógica del fantasma) y de 1967-68 (El acto psicoanalítico), Lacan retoma la dialéctica de la alienación. (Véase sujeto.)

Distingue allí dos modos de la falta bajo los cuales se anuncia el sujeto del inconciente: o yo no pienso, o yo no soy.

El objeto a presentifica la falta en ser del sujeto por oposición a -?, escritura del inconciente como pensamientos carentes de sujeto (manquant de sujet, resuena con falta del sujeto] (el sinsentido de lo sexual), retornando estas dos letras a y -? la disparidad en la teoría freudiana entre el ello (aspecto pulsional) de la segunda tópica y el inconciente (aspecto ideativo) de la primera.

En el Seminario XVII, 1969-70, «El revés del psicoanálisis», el objeto a deviene, bajo el nombre «plus-de-gozar» [marcando un punto de límite (en este caso de renuncia al goce), pero también de franqueo del límite, como suele hacer Lacan en otros Sintagmas similares], por analogía con la función de la plusvalía en Karl Marx, uno de los cuatro términos con los que Lacan formaliza los 4 discursos que estructuran los diferentes modos del lazo social entre los hombres. (Véase discurso.)

Por último, en el seminario Real, simbólico, imaginario o R.S.I. (1974), el objeto a, presentado hasta entonces como el efecto de un corte, aparece de una manera totalmente renovada.

Es el punto de encaje por el cual los tres registros de la subjetividad: real, simbólico e imaginario, realmente independientes el uno del otro, revelan sin embargo poder «sostenerse juntos» en la presentación del nudo borromeo.

Se trata siempre de una escritura. El objeto a es la letra en tanto se distingue del significante. Mientras que el significante está en lo simbólico, la letra en tanto letra (y no imagen o soporte de una combinatoria) está en lo real.

Por eso permite la represión. Corresponde al «representante de la representación» de la pulsión en Freud [Vorstellungsrepräsentanz].

Proveniente de lo simbólico «caído» en lo real  por efecto de la articulación significante, produce el franqueamiento del significado.

El V romano, la hora quinta, que marca la escena primaria en el análisis del Hombre de los Lobos, da una ilustración de su función de vía de retorno de lo reprimido.

El objeto a es entonces el objeto del psicoanálisis, y los psicoanalistas tienen en parte a su cargo el tratamiento de la letra.

La ciencia, que sólo opera por medio de una formalización escrita, ha remontado vuelo desde que ha tomado el partido de no querer saber nada del objeto a, de la verdad como causa (en la ciencia la subjetividad está reducida al error).

Pero la verdad hace su retorno en lo real con la profusión de objetos cuya fabricación permite (sin haberlo querido), que son otros tantos travestimientos positivizados del objeto a, con la conmoción ética que suscita su utilización.

El psicoanálisis, por racional que sea, no es la ciencia del objeto a.

Sostiene que no hay esperanza de suturar la falla en el saber, la del objeto a en tanto condición absoluta del sujeto, y que, por consiguiente, «de nuestra posición de sujeto somos todos responsables» (Lacan, «La ciencia y la verdad», 1964-65, en Escritos, 1966).


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