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El psicoanálisis, cura… ¿sí o no?
Posted enero 21, 2013
on:Patrick Pouyaud – Sophie Lalay
Por J.-D. Nasio
16–01–2013 / Lo afirmo de inmediato; sí, el psicoanálisis cura.
No es una opinión personal ni una vaga impresión sino una constante establecida por numerosos profesionales.
Yo mismo, he tenido la satisfacción de haber tratado muchos pacientes cuyos problemas, a menudo graves, se han esfumado.
La curación es un hecho que constato regularmente desde hace más de cuarenta años en el ejercicio de mi oficio, recibiendo niños, adolescentes, adultos o parejas, la mayor parte vienen a consultarme para liberarse de un sufrimiento que se ha convertido en insoportable.
Insisto, aquellos que consultan a un psicoanalista, lo hacen porque su vida, o una parte de su vida, está siendo invalidada por el sufrimiento, vienen porque sufren y no para hacer una experiencia intelectual del psicoanálisis.
El psicoanálisis no es un lugar de meditación ni de reconforto del pensamiento, sino por el contrario, es una relación eminentemente afectiva, incluso pasional, donde lo que domina es el amor, la frustración, el odio a veces, y lo inesperado, siempre.
Es una relación hecha de emociones porque es con la emoción que analista y paciente tendrán la posibilidad de comprender, en la intensidad de su intercambio, cuál es la causa y origen de los sufrimientos.
El trabajo analítico, indudablemente, no puede avanzar sin ayuda del pensamiento y de la palabra, pero no es ni el pensamiento ni la palabra lo que finalmente aliviará a nuestro paciente, del mal que lo mina. Para que pensamiento y palabra operen, se requiere que estén animados por la fuerza de la emoción.
Aprender a amarse a sí mismo
Sí, les decía, el psicoanálisis cura, cura no solamente porque logra suprimir los síntomas de una enfermedad, y a menudo a la enfermedad misma, pero sobre todo porque logra provocar un cambio profundo de la personalidad del paciente.
En efecto el logro mayormente alcanzado de un análisis, es el de modificar la actitud del analizante cara a su sufrimiento, frente a sí mismo y frente a los otros.
Para los psicoanalistas, el ideal supremo es que el paciente sufra menos – eso va de suyo -, pero por sobre todo que de manera duradera sufra menos porque habrá aprendido a conocer mejor su sufrimiento y sobre todo habrá aprendido a amarse mejor a sí mismo.
Como ven, es un asunto de conocimiento pero también de amor, de conocimiento de sí y de amor de sí. Me explico.
Si el paciente llega a comprender emocionalmente el por qué de su sufrimiento, veremos que el sufrimiento se aliviana, si por el contrario, no quiere saber nada de eso, se crispa y se sustrae en el conforto de un problema al cual está habituado, entre tanto veremos que su sufrimiento se agrava.
En cuando al amor de sí, cuando un análisis es eficaz plenamente, lleva al paciente a cambiar su visión sobre sí mismo y a amarse de manera distinta. El análisis le enseña a entrar en su mundo interior y a descubrir una fuerza insospechada que se eleva en él, que lo sobrepasa y que lo lleva hacia el otro.
Entrar en sí, es encontrar allí la fuerza de actuar afuera de sí, es encontrar las ganas de ir hacia el otro. Amarse a sí mismo luego de un análisis logrado, no es entonces complacerse en un esteril amor de sí, sino sentirse suficientemente seguro de sí como para no tener miedo del otro.
¿Cuál otro? No el otro que nos es indiferente, sino aquel que cuenta para nosotros. El otro del que tengo miedo, el otro al que amo. Amarse a sí mismo siendo feliz de ser lo que se es, conduce a desembarazarse de este miedo nocivo tan frecuente en nuestros pacientes, el miedo de que el otro sea para él, una amenaza: si lo amo, dirá el pciente, va a dejarme, si me entrego, va a abusar de mí, y si me aproximo, va a humillarme.
Este miedo insidioso, tan presente en nuestros analizantes, representa la más oprimente prisión imaginaria que sólo una repetitiva e insistente vuelta sobre sí mismo, que opera muchas veces en el curso de la cura, podrá cortar.
Aquí, quisiera hacerles escuchar la voz de Marguerite Yourcenar cuando justamente, hace el elogio de la mirada luminosa hacia sí mismo: « el verdadero lugar de nacimiento – escribe ella – es aquel donde por primera vez se ha dado un vistazo inteligente sobre sí mismo *.»
En efecto, para muchos pacientes, el psicoanálisis es el primer descubrimiento de sí, pero por sobre todo, y es lo que quiero subrayar –la primera experiencia donde el descubrimiento de sí, se prolonga en un descubrimiento del otro y, más allá del otro, en un descubrimiento de la belleza de la vida, de la belleza de las grandes y pequeñas cosas de la existencia.
Insisto, lo importante en psicoanálisis, no es solamente descubrirse, conocer sus límites y amarlos sino poder olvidarse de sí mismo, ir sin temor hacia el otro y saborear muy simplemente, la suerte que tenemos de ser los actores y los testigos del tiempo presente; la suerte por ejemplo, que tengo en este instante, de olvidar mi cuerpo, olvidar el mundo y estar todo entero en el acto de dirigirme a ustedes, y usted, en el acto de leerme.
Entonces, ante la pregunta «¿El psicoanálisis cura?», respondo por la afirmativa. Por supuesto que no cura a todos los pacientes, no cura siempre de manera completa y sin recaídas.
Quedará siempre una parte de sufrimiento que en todo momento puede activarse, un sufrimiento irreductible inherente a la vida misma, necesario para la vida. Vivir no es vivir sin sufrimiento.
Pero, escucho ya a algunos de ustedes, preguntarme: «Sí, estamos de acuerdo, el psicoanálisis cura, pero ¿a qué costo? ¿Al costo de cuántos esfuerzos, de cuánto tiempo y de cuánto dinero? »
Son estos los tres grandes reproches que se le dirigen al psicoanálisis: es un tratamiento largo, caro y doloroso.
En efecto, una cura analítica puede durar muchos años. Pero si el tiempo de un análisis es largo, es porque el acceso a lo inconsciente es lento, difícil y exige del par analítico, perseverancia, paciencia y soltura de espíritu.
No obstante, la duración de una cura depende de la gravedad de los problemas y de la manera como el psicoanalista dirija la relación con su analizante. Personalmente, practico curas de adultos que pueden durar dos o tres años.
Cuando los pacientes consultan en pareja para superar una crisis conyugal por ejemplo, fijo por adelantado un calendario de sesiones, repartidas durante un periodo de alrededor de seis meses.
Si se trata de un niño, no me comprometo en una cura si ésta no se confiesa realmente indispensable; y en ese caso, dura entre seis meses y un año y medio, según, lo repito, la gravedad de los síntomas.
La segunda queja que se expresa contra el análisis concierne al costo financiero. Al respecto, sé que emprender un tratamiento reclama un esfuerzo pecuniario importante.
Aunque nuestros honorarios se adaptan a menudo, a las posibilidades del paciente, el presupuesto consagrado a una cura que implica dos sesiones por semana, es pesado a veces.
Pero tal gasto cuenta poco, relativamente con relación a lo que está en juego a niveles vitales por los que uno se compromete en un análisis; separaciones desgarradoras, duelos inconsolables, problemas sexuales y de fecundidad, crisis de pareja, relaciones dramáticas con un adolescente en dificultad, conflictos profesionales graves o incluso depresiones con riesgo de suicidio.
Hay que saber que el análisis es algunas veces, el último recurso de una persona desesperada y que la salida de la cura es para ella, una cuestión de vida o muerte.
Además, no olvidemos que un paciente sin recursos puede felizmente, beneficiarse de un tratamiento psicoanalítico, en el marco de un dispensario o de diversas instituciones especializadas.
Finalmente, la última crítica se refiere al carácter doloroso del tratamiento.
No hay duda que en el curso de la cura, el analizante atraviesa periodos dolorosos y que le ocurre dejar nuestro consultorio, trastornado. Indiscutiblemente, durante el análisis hay sesiones insoportables pero, si lo imagina bien, no son todas.
Compartimos también con el paciente, momentos felices en los que reimos juntos, o incluso momento apaciguadores en los que el analizante vuelve sobre su historia, mide los progresos realizados gracias a la cura, y se proyecta hacia el futuro.
Hay otra objeción más que se le opone al psicoanálisis, y a la que quisiera responder. Más que una objeción, se trata de una desconfianza.
Algunos se preguntan si no es peligroso un psicoanálisis al punto de desestructurar al paciente o de desestabilizar su vida familiar.
Respondería citando las palabras que un analizante me escribió recientemente, luego de una sesión: « En el trabajo que hace usted conmigo, usted no destruye, no repara, no remplaza, no agrega, usted refuerza lo que existe de positivo.»
En efecto, el principio que me guía está en estos términos: el paciente, librado de sus conflictos nocivos, debe encontrarse en sí mismo a partir de lo que él es y de lo que tiene.
Mi objetivo no es remodelar su personalidad sino enriquecerlo, restituyendo lo positivo que tiene en sí, ya, sin saberlo, y partiendo de él enseñarlo a amarse de otro modo.
Si por ejemplo, un artista, durante su primera cita e independiente del motivo que lo lleva a consultarme, me hace parte de su temor de ver su inspiración agotarse durante el curso de la cura, lo tranquilizo asegurándole que no retiraré ni añadiré nada de lo que es él, sino que por el contrario, trataré de estimular toda su potencialidad creadora.
Son estas las respuestas a las principales objeciones que se le hacen al método psicoanalítico. Quiero ahora abordar un último punto que resumo en la pregunta siguiente: Una vez se admite que el psicoanálisis cura, ¿qué medios utiliza uno para lograrlo?
¿Qué debe ocurrir entre paciente y analista, precisamente, para llevar la cura por la vía de la curación? Por supuesto, es una cuestión muy amplia que merecería un amplio desarrollo del que me limitaré a señalar los puntos esenciales.
El psicoanalista no sabe cómo se produce la curación de su paciente
Para liberar al paciente de sus síntomas y conducirlo a esta reconciliación profunda consigo mismo, y por consiguiente con el otro, es necesario en primer lugar que el terapeuta revele el conflicto infantil y reprimido, generador de los problemas.
Pero, como les dije, esta operación intelectual no basta. Falta todavía que el practicante pueda sentir en sí mismo, y esto sin dejarse afectar personalmente, el antiguo dolor vivido por el paciente, cuando era niño y del que no tiene consciencia.
Más exactamente, no se trata de sentir el sufrimiento del que el paciente se queja, sino el dolor de su trauma infantil: sentir en sí mismo, lo que el paciente ha olvidado.
Toda nuestra dificultad como psicoanalistas, consiste en primer lugar, en lograr tal compromiso íntimo con el paciente sin por ello dejarse perturbar, y luego, fortalecidos con esta experiencia emocional, decir al paciente lo que probablemente sintió cuando era niño, decirle con palabras simples y expresivas, y llevarlo a revivir en el presente de la sesión, toda la intensidad de la emoción olvidada.
Ustedes dudan, es una experiencia compleja que hay que experimentar, para comprenderla realmente.
No obstante, nos ocurre a nosotros, profesionales, – y felizmente es así – no comprender por qué tal o cual de nuestros pacientes, mejoró su estado. El salto hacia la curación sigue siendo para nosotros, psicoanalistas, un enigma insondable.
No quería limitarme a declarar que el psicoanálisis cura, sin reconocer también nuestra ignorancia: no sabemos cuál es el resorte último de la curación.
Toda la teoría de Sigmund Freud, de Jacques Lacan y de todos nuestros antiguos maestros puede ser considerada como una inmensa tentativa de responder a la enigmática pregunta, una pregunta que todos los psicoanalistas se plantean luego de la última cita con un paciente que se vio por fin libre de su sufrimiento.
La pregunta que nos formulamos todos, luego del último apretón de mano y una vez que la puerta se cierra detrás de aquel que no será más nuestro paciente, es la siguiente: ¿Qué ocurrió para que ahora él esté bien? ¿Cuál fue el verdadero agente de su cura? Al final de cada cura, me formulo siempre esta misma pregunta sin jamás haber dado una respuesta definitiva.
Es la razón por la cual, el mejor lema que un psicoanalista pueda darse, resuena en eco en el célebre adagio de Ambroise Paré. Nuestro sabio constataba: «Yo lo cuido, Dios lo cura.» ; yo diría: « Yo escucho a mi paciente con toda la fuerza de mi inconsciente, y Lo Desconocido es quien lo cura.»
*M. Yourcenar, Mémoires d’Hadrien, Plon, 1951.
Intervención de J.-D. Nassio
Temple de l’Etoile, miércoles 13 de octubre de 2004
texto en francés
traducido por: margarita mosquera zapata.
En su asirse de su propia hechura.
Los espero pronto,
Margarita MOSQUERA ZAPATA
Psicoanalista
Tel: 2817046 // 3168255369
Itagüí, Antioquia, Colombia
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