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LA SUBJETIVACION DE LO IMPOSIBLE, EXPERIENCIA FUNDAMENTAL DE UN ANALISIS
El deseo no es la comodidad
26–09–2013 / Los psicoanalistas saben que el deseo no significa hacer lo que se tiene ganas, sino lo que hace falta. Y que cuesta porque se requiere de un trabajo de decisión y valentía para asumirlo. Los modos neuróticos de la insatisfacción y la imposibilidad.
Por Carolina Rovere *
Los psicoanalistas que seguimos a Freud y Lacan hablamos todo el tiempo del deseo, pero muchas veces se malentiende su estatuto porque se confunde deseo con comodidad. El deseo no significa hacer lo que uno tiene ganas, o como se dice vulgarmente «lo que a uno se le canta», sino más bien hacer acorde a lo que nos hace falta.
Eso que nos hace falta, es aquello que nos causa. Y aquí radica toda la tragicomedia de los seres humanos, ya que se sufre de insatisfacción o de imposibilidad, dos modos neuróticos de gozar de la privación, al no permitirnos acceder a lo que realmente queremos. Así se retrocede o se cancela la búsqueda en pos de los mejores argumentos.
El deseo cuesta y muchas veces es caro porque se requiere de un trabajo de decisión y valentía para asumirlo y hacerlo posible de la buena manera: lleva tiempo recibirse, armar una pareja, concretar un viaje, cambiar de trabajo.
En cada singularidad es distinto, no se da de un día para el otro pero tampoco nos lleva una eternidad. El deseo es lo que le da el verdadero sentido y dignifica la vida humana.
Jorge Alemán, en su paso por Rosario, nos decía de una manera muy sencilla que «un deseo es algo que no sabemos ni cómo surgió, ni de donde surgió, pero nos involucra y ahora estamos ahí; un deseo no puede calcularse de antemano».
Es muy interesante cómo lo define ya que articula la lógica del deseo con la contingencia. Al proponer que no se puede calcular de antemano, al decir que no sabemos ni cómo surgió, ni de dónde, está diciendo que el deseo nunca es previsible.
El deseo es imprevisto: surge. El asunto entonces es qué se hace con eso, cómo se responde a eso que nos involucra en nuestra estructura más íntima.
¿Pero por qué si un deseo es lo que más nos concierne, sería rechazado o no admitido?
Justamente porque el deseo no se lleva bien con la comodidad. El deseo raramente encaja con lo previo, por eso consentir a él implica muchas veces una reestructuración de nuestra cotidianidad.
El deseo es entonces un acontecimiento en nuestras vidas que marca un antes y un después, ya no se es el mismo nunca más, tanto si se dice que sí como si se dice que no.
En el ámbito de los analistas suele escucharse a menudo una confusión: en nombre de «lo que no hay», se retrocede frente al deseo.
Como los analistas sabemos por haberlo leído a Lacan que no existe armonía gloriosa entre los sexos, entonces aparece en muchas ocasiones una suerte de resignación que nada tiene que ver con la no relación sexual de la que habla Lacan. Porque admitir de la buena manera lo imposible sólo puede hacernos abiertos a la contingencia.
La subjetivación de lo imposible, o de lo que no hay, no es un saber académico. Es una de las experiencias fundamentales de un análisis que consiste en admitir que no hay, pero para nadie.
A esto lo llamo estar en paz con lo imposible, ya no hay sufrimiento inútil ni resignaciones neuróticas, porque nos podemos habilitar para disponernos a las contingencias que asoman todo el tiempo en nuestras vidas. Abrirle la puerta a veces requiere de audacia y valentía, pero es lo que hace que la vida merezca ser vivida. Un modo que encuentro para decir qué sería la felicidad.
* Psicoanalista. Docente de la UNR.
Jacques Lacan
Las grabaciones encontradas de Jacques Lacan
22–09–2013 / El 26 de febrero de 1977, el psicoanalista francés Jacques Lacan pronunció en Bruselas, Bélgica, estas Consideraciones sobre la histeria que establecidas por su albacea, Jacques-Alain Miller, acaban de ser publicadas en el sitio de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL), sita en Medellín, Colombia, sobre una versión anterior, de 1981, que apareció en el número 90 de la revista Quarto.
“¿Qué fue de las histéricas de antaño, de aquellas maravillosas mujeres, las Anna O, las Emmy von N?
“¿Qué sustituye actualmente a los síntomas histéricos de otro tiempo? ¿No se ha desplazado la histeria en el campo social? ¿No la habrá reemplazado la chifladura psicoanalítica?
“Nos parece cierto ahora que a Freud le afectaba lo que le contaban las histéricas. El inconsciente se origina en el hecho de que la histérica no sabe lo que dice cuando, de hecho, algo dice con las palabras que le faltan. El inconsciente es un sedimento de lenguaje.
“En el extremo opuesto de nuestra práctica está lo real. Se trata de una idea límite, la idea de lo que no tiene sentido. En nuestra práctica operamos con el sentido, es decir con la interpretación. En tanto objeto de la ciencia -y no del conocimiento que es más que criticable-, lo real es ese punto de fuga. Lo real es el objeto de la ciencia.
“Considerada desde ese punto de fuga al menos, nuestra práctica es una estafa: embaucar, asombrar a la gente, deslumbrarla con palabras. Esas palabras son un camelo, lo que habitualmente llamamos un camelo. Es lo que (James) Joyce designaba con esas palabras más o menos infladas de donde nos viene todo el mal.
“Lo que digo aquí está en el centro del problema de lo que aportamos al tejido social. Es por lo que sugerí que había algo que estaba sustituyendo a esa sopladura que es el síntoma histérico.
“Un síntoma histérico es algo muy curioso. Se soluciona a partir del momento en que la persona, que verdaderamente no sabe lo que dice, comienza a balbucear.
“¿Y el histérico macho? Ni uno se encuentra que no sea una hembra.
“Freud convirtió a ese inconsciente, del que no comprendía estrictamente nada, en representaciones inconscientes. ¿Qué podrían ser las representaciones inconscientes? En su Unbewusste Vorstellungen hay una contradicción en los términos. Intenté explicarlo, promoverlo, para instituirlo en el plano de lo simbólico. Lo simbólico consiste en palabras, nada que ver con representaciones. Y en última instancia sí, se puede concebir que las palabras sean inconscientes. No son más que palabras lo que se cuenta, y a montones. En conjunto, hablan sin saber absolutamente nada de lo que dicen. Por lo que el inconsciente no tiene cuerpo más que de palabras.
“Me incomoda atribuirme un papel en esta ocasión pero, me atrevo decirlo, fui piedra de escándalo en el campo de Freud. No estoy tan orgulloso. Incluso diré más, no estoy orgulloso de haber sido aspirado por una práctica que he continuado como he podido y que, después de todo, nada asegura que la sostenga hasta reventar. Pero está claro que soy el único en haber dado su peso a eso hacia lo que Freud se vio aspirado por la noción de inconsciente.
“Todo esto trae algunas consecuencias consigo. Que el psicoanálisis no sea una ciencia, cae por su propio peso. Incluso es exactamente lo contrario. Cae por su propio peso si pensamos que una ciencia sólo se desarrolla con pequeños artilugios que son artilugios reales, y que además es preciso saber construirlos. Por eso, sin duda, hay todo un lado artístico en la ciencia. Es fruto de la industria humana: es preciso saber-hacer-con. Pero ese saber-hacer-con desemboca en el plano del camelo.
“Un camelo es a lo que normalmente llamamos lo bello
Se dice: ¡qué bella demostración!
“Elucubro una geometría, a la que llamo de sacos y cuerdas, geometría de la trama, que nada tiene que ver con la geometría griega, hecha de abstracciones. Lo que intento articular es una geometría que resista.
“Podría estar al alcance de lo que llamaría todas las mujeres si las mujeres no se caracterizaran precisamente por no ser todas. Por eso, aún teniendo el material, los hilos, las mujeres no lograron hacer esa geometría a la que me aferro.
“Quizás la ciencia tomara otro cariz si hiciéramos con ella una trama, o sea algo que se resolviera con hilos. En fin, no sabemos si nada de esto tendrá la menor fecundidad.
“Aun siendo cierto que a una demostración se la puede calificar de bella, los cables se nos cruzan totalmente cuando no se trata de una demostración, sino de algo muy, muy paradójico y a lo que intento llamar como puedo, una mostración. Es curioso percatarse de que, en ese entrecruzamiento de hilos, hay algo que se impone como real, como otro nudo de real.
“Hice la experiencia. No se pueden imaginar hasta qué punto me preocupan esas historias de lo que en un tiempo llamé redondeles de cuerda. No es cualquier cosa llamarlos así. Esas historias de redondeles de cuerda me preocupan mucho cuando me quedo solo. Les ruego que hagan la prueba, verán que es irrepresentable, enseguida se nos cruzan los cables. El nudo borromeo todavía llegamos a representarlo, pero hace falta ejercitarse. Negro sobre blanco, también se pueden dar de él representaciones planas con las que no nos orientamos. No se le reconoce. Éste de aquí es un nudo borromeo porque, si se rompe una de las cuerdas, las otras dos quedan libres.
“No es azaroso que llegara a atragantarme con esas representaciones de nudos. Me preocupan verdaderamente. Conducido, dirigido como por una rampa, continué con esa práctica, con ese bla-bla-bla que es el psicoanálisis, y de todas maneras es sorprendente que todo eso me haya conducido hasta aquí, porque en Freud no hay rastro del nudo borromeo. Sin embargo, considero que fueron precisamente las histéricas quienes me guiaron. Yo no me atenía menos a la histérica, a lo que continuamos teniendo al alcance de la mano como histérica.
“Me molesta emplear la primera persona (je), porque decir el yo (moi), confundir la conciencia con el yo (moi), no es serio. Sin embargo, es fácil deslizarse del uno al otro. Es sorprendente pensar que también empleamos la palabra carácter a tontas y a locas. ¿Qué es un carácter e incluso un análisis del carácter, como se expresa (Wilhelm) Reich? Es extraño, no obstante, que nos deslicemos con tanta facilidad.
“Lo que nos interesa son los síntomas y saber cómo, con el bla-bla-bla, llegamos a disolverlos, con nuestro propio bla-bla-bla, es decir con el uso de ciertas palabras. Lo que sorprende en los Studien uber Hysterie es que Freud llega casi, incluso del todo, a vomitar que todo ello se resuelve con palabras, que con las propias palabras de la paciente, se evapora el afecto.
“La cuestión es saber si el afecto se ventila, o no, con palabras. Algo sopla en esas palabras que vuelve inofensivo el afecto, es decir que no engendra síntoma. El afecto ya no engendra síntoma una vez que la histérica ha empezado a contar aquello con lo que se asustaba.
“Decir que se asustaba tiene todo su peso. Si es preciso un término reflexivo para decirlo es porque se da miedo a sí misma. Ahí estamos en el circuito de lo que es deliberado, de lo que es consciente.
¿En qué consiste enseñar?
“Se trata de provocar en los otros el saber-hacer-con, es decir saber desenvolverse en este mundo, que en absoluto es el mundo de las representaciones sino el mundo de la estafa.
Lacan es freudiano, pero Freud no es lacaniano
“Es completamente verdad. Freud no tuvo ni la menor idea de lo que Lacan se encontró farfullando en torno a algo de lo que alguna idea tenemos y que es lo real. Puedo hablar de mí en tercera persona. La idea de la representación inconsciente es una idea totalmente vacía. Freud daba palos de ciego en relación con el inconsciente. Ante todo, se trata de una abstracción. La idea de representación sólo puede sugerirse sustrayéndole a lo real todo su peso concreto. La idea de la representación inconsciente es una locura. Pero es así como lo aborda Freud. Hay huellas hasta muy tarde en sus escritos.
“Propongo que se le dé otro cuerpo al inconsciente porque es pensable que se piense en las cosas sin pesarlas, basta para eso con las palabras. Las palabras dan cuerpo. Lo que en absoluto quiere decir que se comprenda nada en ellas. El inconsciente consiste en eso: en que nos guían palabras de las que no comprendemos nada.
“Tenemos la muestra cuando la gente habla a tontas y a locas. Está bastante claro que a las palabras no se les da el peso de su sentido. Hay todo un mundo entre el uso de los significantes y el peso de la significación, la forma en que opera un significante. De eso se trata en nuestra práctica: de abordar cómo operan las palabras.
“Lo esencial de lo que dijo Freud es que, en una especie que tiene palabras a su disposición, existe la mayor relación entre el uso de las palabras y la sexualidad que reina en esa especie. La sexualidad está enteramente capturada en esas palabras. Ése es el paso esencial que dio Freud. Es mucho más importante que saber lo que quiere o no quiere decir el inconsciente. Freud puso el acento en ese hecho.
“Todo esto es la histeria misma. No es un mal uso el de utilizar la histeria en un sentido metafísico. La metafísica es la histeria.
Estafa y proton pseudos
“Estafa y proton pseudos son lo mismo. Freud dice lo mismo que lo que yo llamo con un nombre francés. Tampoco podía decir que educaba a unos cuantos estafadores. Desde el punto de vista ético, nuestra profesión es insostenible. Por eso es por lo que me enferma -porque tengo un superyó, como todo el mundo.
“No sabemos cómo gozan los otros animales, pero sabemos que, para nosotros, el goce es la castración. Todo el mundo lo sabe porque es completamente evidente. Tras lo que imprudentemente llamamos el acto sexual, como si hubiera un acto, ya no nos volvemos a empalmar. Utilicé la palabra castración, la castración, como si fuera unívoca, pero incontestablemente hay varios tipos de castración. Todas las castraciones no son automorfas.
“Contrariamente a lo que pudiera creerse –morphé, forma–, el automorfismo no es en absoluto una cuestión de forma, como hice notar en mi cháchara seminarista. Forma y estructura no son lo mismo. He intentado dar representaciones sensibles de esto. No se trata de representaciones, sino de mostraciones. Cuando se le da la vuelta a un toro, se obtiene algo completamente diferente desde el punto de vista de la forma. Hay que diferenciar entre forma y estructura.
La estafa: ¿con la forma, o con la estructura?
“Sólo persigo la noción de estructura con la esperanza de escapar de la estafa. Con la esperanza de alcanzar lo real, sigo la pista de esa noción de estructura que, no obstante, tiene un cuerpo de lo más evidente en matemáticas. En psicología, la estructura se pone del lado de la Gestalt. Pero si decimos que hay un inconsciente, la psicología es una futilidad.
“Tenemos el modelo de la Gestalt, que es con toda evidencia el de la burbuja. Ahora bien, lo propio de la burbuja es estallar. Como es que cada cual hemos sido paridos como una burbuja, no podemos sospechar que haya algo distinto a la burbuja.
Se trata de saber si Freud es un acontecimiento histórico, o no lo es. Y Freud no es un acontecimiento histórico. Creo que falló el golpe, al igual que yo. Dentro de muy poco tiempo, el psicoanálisis importará a pocos. Sólo una cosa se ha demostrado: que está claro que el hombre pasa el tiempo soñando, que nunca se despierta. Nosotros lo sabemos, nosotros los psicoanalistas, viendo lo que los pacientes nos proporcionan y somos, en este caso, tan pacientes como ellos: no nos proporcionan más que sueños.
La dificultad de hablar de lo real
“Es muy cierto que no es fácil hablar de lo real. Por ahí ha empezado mi discurso. Es una noción muy común y que implica la evacuación completa del sentido y por lo tanto la nuestra, en tanto interpretante.
Las castraciones
“La castración no es única. El uso del artículo definido no es bueno, o hay que utilizarlo en plural. Siempre hay castraciones. Para que se pudiera aplicar el artículo definido, haría falta que se tratara de una función autoestructurada y no automorfa, quiero decir que tuviera la misma estructura. No queriendo decir auto otra cosa que estructurado por sí, parido de la misma manera, anudado del mismo modo -en topología hay ejemplos a montones.
“El uso de el, la, los, las es siempre sospechoso porque hay cosas que tienen una estructura diferente por completo y que no se puede designar con el artículo definido, porque no hemos visto cómo se ha parido.
“Por esa razón elucubré la noción de objeto a. El objeto a no es automorfo. El sujeto no se deja penetrar siempre por el mismo objeto, de vez en cuando le pasa que se equivoca. Eso es lo que quiere decir la noción de objeto a: quiere decir que nos equivocamos de objeto a. Nos equivocamos siempre a nuestra costa. ¿De qué serviría equivocarse si no fuera un fastidio? Es por lo que se construyó la noción de falo. El falo no quiere decir más que esto, un objeto privilegiado con el que no nos equivocamos.
“Sólo se puede decir la castración cuando hay identidad de estructura, y sin embargo hay cuarenta estructuras diferentes, no automorfas. ¿Es a eso a lo que se llama goce del Otro, a un encuentro de identidad de estructura? Lo que quiero decir es que el goce del Otro no existe, porque no se le puede designar con el. El goce del Otro es diverso, no es automorfo.
¿Por qué los nudos?
“Los nudos me sirven como lo más cercano que he encontrado a la categoría de estructura. Me tomé alguna molestia para llegar a cribar lo que podría ser una aproximación a lo real.
“La anatomía, en el animal o la planta -es la misma historia- son puntos triples, cosas que se dividen. La “y”, que es una ípsilon, sirvió desde siempre para soportar formas, es decir algo que tiene sentido. Hay algo de lo que partimos y que se divide. El bien a la derecha, el mal a la izquierda.
“¿Qué había antes de la distinción bien/mal, antes de la división entre lo verdadero y la estafa? Antes de que Hércules vacilara en el cruce de caminos entre el bien y el mal, ya había algo. Ya seguía un camino. ¿Qué es lo que ocurre si cambiamos de sentido, si orientamos la cosa de diferente manera? Tendremos, a partir del bien, la bifurcación entre el mal y lo neutro.
“¿Y en qué consiste la neutralidad del analista sino precisamente en esa subversión del sentido? Es decir en esa especie de aspiración, no hacia lo real sino por lo real.
¿La psicosis escapa a la estafa?
“La psicosis es perjudicial para el psicótico porque, en fin, no es lo que de más normal pueda desearse. Y sin embargo, se conocen los esfuerzos de los psicoanalistas por parecérseles. Freud ya hablaba de paranoia lograda.
More geometrico
“A causa de la forma, el individuo se presenta como fue parido, como un cuerpo. Un cuerpo se reproduce a través de una forma. El cuerpo hablante no puede llegar a reproducirse sino a través del error, es decir gracias a un malentendido de su goce.
La estructura
“Cuando se sigue la estructura, nos persuadimos del efecto de lenguaje. El afecto está hecho con el efecto de la estructura, con lo que se dice en alguna parte.
El amor
“Lo que nos revela nuestra práctica es que el saber, el saber inconsciente, tiene relación con el amor”.
Gustavo Dessal
“La videocámara más difícil de desinstalar es la que se nos ha metido dentro”
18–09–2013 / El escritor y psicoanalista Gustavo Dessal, instalado en España desde la última dictadura cívico-militar, considera que revisar los conceptos fundamentales de su práctica, es un ejercicio capaz de dar aire a un ambiente viciado de jerigonzas, imposturas y fanatismos, por más heridas narcisistas que se produzcan.
Este hombre, que conoce al dedillo los textos de Freud y de Lacan, que es educado, generoso, que no anda por la calle acatando, o atacando gratuitamente, tampoco aceptando cualquier pedido, no olvida la potencia subversiva, en la actual sociedad de la transparencia, de la invisibilidad.
Dessal nació en Buenos Aires en 1952. Es analista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP). Publicó, entre otros libros, Principio de incertidumbre, Clandestinidad, Operación Afrodita y Demasiado rojo.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam desde Madrid, donde reside.
T : ¿En qué dirección pensar algunas conjeturas para el psicoanálisis en el siglo XXI?
D : Ayer por la noche una colega de nuestra Escuela dictó una magnífica conferencia sobre el deseo. Resulta muy interesante volver de tanto en tanto a revisar los conceptos clásicos, fundamentales del psicoanálisis, una buena ocasión para encontrar algo nuevo, especialmente si hacemos el esfuerzo de situarnos en la contemporaneidad que nos toca vivir.
El deseo. Todo un clásico del psicoanálisis, y que Lacan, incluso a pesar de su teoría del goce, no olvidó jamás. ¿Cómo pensar el problema del deseo en el siglo XXI? Algo salta a la vista, que no podemos pasar por alto.
Tanto Freud como Lacan definieron el deseo como inconsciente e insatisfecho.
Hoy en día, estos dos términos tropiezan con el obstáculo de un discurso que se confabula en su contra. Por una parte, la sociedad de la transparencia ve con muy malos ojos (¡valga la metáfora!) que algo pueda ser invisible.
El inconsciente ya no despierta en la actualidad el sentimiento de ofensa narcisista del que hablaba Freud en Las resistencias al psicoanálisis.
Nadie es hoy en día tan necio como para creer que la conciencia sea capaz de agotar la gigantesca y compleja actividad que supone la vida mental. Hasta el más mediocre neurocientífico sabe eso.
Otra cosa es aceptar que el deseo no puede hacerse visible ni por la palabra ni por las imágenes cerebrales; que el deseo humano solo puede vivir si no se ataca su derecho al misterio y al medio decir.
Por otra parte, tenemos el bendito asunto de la insatisfacción, palabra de la que actualmente nadie quiere siquiera oír hablar. ¿Insatisfacción? Eso hiere mucho más la sensibilidad contemporánea que las observaciones de Freud sobre la sexualidad en la Viena de principios del siglo pasado.
En El malestar en la cultura, texto de 1930, la civilización se define por aquello que es capaz de limitar y de inhibir. Hoy día es todo lo contrario: vivimos en la cultura de la satisfacción, que se exige rotunda, inmediata, absoluta.
Ello no significa que sea posible, sino que la desdicha que esa imposibilidad genera se ha vuelto definitivamente insoportable.
Vivimos en un estado de la civilización que propicia la cobardía moral, y que ha degradado la falta fecunda del deseo, lo que Freud llamaba la pulsión de vida. Thanatos no ha nacido en el siglo XXI, pero actualmente está más contento que nunca con las condiciones tan ventajosas en la que puede ejercer su viejo oficio.
T : ¿Por qué crees que hay tantas personas que eligen otros modos de tratar su malestar? El psicoanálisis no creo que esté reservado sólo a una elite que hará o no el pase. Incluyo a la religión entre esos otros modos.
D : Desde luego, existen muchas formas de abordar el malestar humano. La religión ha sido (y continúa siendo) un método por excelencia. A título personal, estoy tan convencido de la potencia del método analítico que no necesito aplicarme a la crítica feroz que otros colegas dedican a las múltiples terapias que existen. En primer lugar, porque Lacan nos enseñó que el secreto reside en saber cómo actuar con el propio ser.
Muchos psicoanalistas no lo consiguen, y a veces algunos psicoterapeutas sí. Por lo tanto, cuando recibo a un paciente que proviene de alguna experiencia terapéutica anterior, no investigo ni el método, ni la corriente del tratamiento que ha realizado. Prefiero preguntarle qué es lo que aprendió en dicha experiencia. La respuesta me resulta más instructiva que conocer el modo en que la ha alcanzado.
Y desde luego, el psicoanálisis no está reservado para ninguna elite. En primer lugar, porque el deseo de saber no existe para nadie, y si acaso logramos hacer surgir una pequeña chispa, esta puede darse en un aristócrata o en un cartonero.
Y no debemos desdeñar la religión, que a mucha gente le aporta un sostén fundamental en la vida.
¿Con qué derecho habríamos de oponernos a que existan algunas personas que se dediquen a salvar almas?
Los psicoanalistas deberían preocuparse más por no sucumbir a esa misma tentación, y sobre todo a no contribuir a que sus instituciones se parezcan demasiado a la Iglesia. Y subrayo lo de demasiado. Pretender que no se parezcan en nada ya está visto que es imposible…
T : Al respecto, Lacan, si entendí bien, forjó, alguna vez, una ley de hierro: psicoanálisis o religión. En ese caso, la religión gana por robo.
D : Lacan era lo suficientemente astuto como para comprender que el verdadero ateísmo es algo muy difícil de obtener. Creer que por definición el pase nos librará de la creencia religiosa es una ingenuidad. Podría ser hasta divertida si no fuese porque no tiene gracia.
T : Si el psicoanálisis es una experiencia del ser, ¿están los psicoanalistas, los que se nombran así, a la altura de semejante desafío? Consideremos la cantidad de repeticiones y habladurías que se escuchan en un congreso, las cantidades que ignoran que la escritura de William Faulkner también es una experiencia del ser.
D : Sin duda, un psicoanálisis es una experiencia del ser. Eso es inobjetable. Claro que no es la única, desde luego. No estoy muy seguro de que los analistas suelan frecuentar a Faulkner.
Si lo hicieran probablemente analizarían mucho mejor a sus pacientes. Muchos escritores me han ayudado a entender algunos de mis casos bastante mejor que lo que a veces me aportan los locos literarios, como ironizaba Lacan respecto de la literatura analítica. Pero ¡ojo!, sin olvidar el deber de la supervisión, y desde luego el principio de los principios: el propio análisis.
Tu comentario encierra además un dilema muy grave, y hasta cierto punto insoluble. La soledad del analista suele conducirlo al delirio. En el extremo opuesto, la comunión con sus compañeros de partido, produce en demasiadas ocasiones efectos de identificación que estrangulan los postulados éticos del psicoanálisis. Puesto a elegir entre un psicoanalista delirante, o un delirio psicoanalítico entre varios, necesito pensarlo un buen rato.
T : Los psicoanalistas lacanianos no quieren adaptarse, ni renunciar a sus principios, estructuralmente es una práctica refractaria al poder. ¿Cómo entender entonces que en la AMP no esté más Colette Soler, Stuart Schneiderman, Slavoj Zizek, Jean Allouch? ¿O no son lacanianos?
D : Bueno, que el psicoanálisis sea una práctica refractaria al poder…, suena muy bien. Lacan inicia su escrito La dirección de la cura diciendo que el poder que los analistas quieren ejercer traduce una impotencia para sostener una práctica verdadera. Si empezó de este modo, es porque sabía que el poder no está en absoluto reñido con la práctica analítica, o al menos con los analistas. Como lo decía él con su habitual acidez: mirémonos a las caras.
¿De verdad podemos creer que estamos hechos de otra pasta? Por otra parte, la ausencia de esos nombres en la AMP responde a vicisitudes e historias que desconozco en detalle, y que además no puede explicarse en virtud de una fórmula general. De todos modos, nunca ha sido fácil que varios amos convivan bajo un mismo techo. ¿Por qué habría de serlo bajo el techo del psicoanálisis?
T : Algo incurable habita al ser hablante. En tiempos de vigilancia global, policía, fundamentalismo, disolución de lo público y lo privado, ¿cuál pensás qué es el estatuto de la intimidad frente a esa invasión?, ¿cómo decir no en un mundo que obliga todo el tiempo a decir sí?
D : Los esclavos romanos solían llevar un cartel colgado del cuello que decía: Tenemene fucia et revo cameadomnum et viventium in aracallisti, o sea: Detenedme si escapo y devolvedme a mi dueño. Claro que en esa época no había cámaras de videovigilancia. Ahora lo tenemos un poco más difícil, y no necesitamos llevar ese cartelito para que nos devuelvan a nuestro dueño. Peor aún: nos devolvemos solos, sin que nadie nos lleve. Después de todo, en eso consiste el discurso rayado del que hablaba Lacan.
Tu pregunta me evoca el eterno problema del superyo: Freud creyó al principio que era el policía que soplaba el silbato y nos hacía ¡No! con el dedo. Al final de su obra se dio cuenta de que era al revés, y eso Lacan lo pescó al vuelo.
Es el policía, desde luego, pero uno muy especial, porque nos incita a decir que sí. Sí al goce. Más que una incitación, es un mandato. Como lo dice Zygmunt Bauman: ser hoy un buen ciudadano es cumplir con los deberes del shopping game. El psicoanálisis descubrió una cosa muy interesante: el no es una invención del padre. No ser loco consiste en decir sí al no paterno.
Pero en el siglo XXI las reglas del juego han cambiado. Se puede decir ¡no! al no paterno, hacerle pito catalán, y sin embargo no estar completamente loco.
Hay síntomas con las que uno se puede arreglar para solventar ese problema.
El neurótico suele quejarse (y es un motivo frecuente para consultar a un analista) de que no sabe decir que no, que con tal de sentirse amado es capaz de soportar cualquier cosa.
Va a necesitar un tiempito para comprender que soportar cualquier cosa es un goce que puede rozar el éxtasis, y que debe librarse de ese goce, y no del Otro al que procura complacer. La videocámara más difícil de desactivar es la que se nos ha instalado adentro. Para que se le agote la batería, hay que usar mucho el diván.
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Las negritas y cursivas y algunos enlaces no pertenecen al texto original. Son un modo de destacar y facilitar mi propia lectura de porciones que considero de mayor relevancia.
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Psicoanalistas replican notas del Grupo Clarín
07–09–2013 / Un grupo de psicoanalistas argentinos y franceses respondieron a dos notas aparecidas ayer en la revista Ñ, suplemento cultural del diario Clarín, donde se asegura que en los tiempos que corren se hace necesario salir de los consultorios y ofrecer respuestas rápidas al malestar que estaría sofocando a las personas que solicitan tratamiento.
Por Pablo E. Chacón
Bajo el genérico El malestar del psicoanálisis, se esconde Con y sin Freud: el mapa de las “otras” psicoterapias y un reportaje al médico psiquiatra Luis Hornstein, donde se siguen las directrices de El libro negro del psicoanálisis, se acusa a los analistas de vivir encerrados en sus gabinetes y se promueve un libro del ensayista francés Michel Onfray, quien construye la figura de un Freud falsario, estragado por la envidia y la ambición.
En diálogo con Télam desde Madrid, el psicoanalista argentino Gustavo Dessal fue taxativo:
“No añadiré ni una palabra a las tonterías de Michel Onfray. Siempre han existido canallas que se hacen un nombre y se embolsan un buen dinero dedicándose a la denigración de un intelectual, un artista o un científico”.
“Me interesa más la cuestión de que el psicoanálisis se desentiende de la realidad social o se aísla en su consultorio, afirmaciones tan estúpidas como acusar a un cirujano de operar en un quirófano en lugar de hacerlo en las pizzerías, que son más populares. Respeto otras modalidades terapéuticas, en la medida en que sean ejercidas de manera honesta, aunque su supuesta velocidad en la resolución de los problemas es más que discutible, no tanto por los propios psicoanalistas como por los mismos pacientes”.
Y agrega:
“todavía existen muchas personas que sostienen la ilusión religiosa de que el psicoanálisis debería resolver los problemas de la humanidad, y que si no lo hace, es debido a que da la espalda a la realidad, concepto no sólo absolutamente abstracto, sino impracticable. Atender a alguien afectado por la caída de las Torres Gemelas no es prestar atención a la realidad, puesto que el psicoanálisis no se ocupa de los motivos por los cuales Al Qaeda cometió el atentando, o la relación entre la caída del Muro de Berlín y el nuevo terrorismo internacional. (El psicoanálisis) se dedica a investigar cómo alguien puede ser afectado por un hecho que, con independencia de su realidad fáctica, produce un determinado efecto en un sujeto debido al modo en que ha sido procesado en su inconsciente, dando lugar a distintos síntomas”.
En Madrid, “cuando hace diez años tuvo lugar el atentado de Atocha, los psicoanalistas nos organizamos para brindar ayuda gratuita a los afectados, y esa experiencia nos permitió aprender muchas cosas sobre cómo intervenir en situaciones de máxima urgencia. En su texto El porvenir de la terapia analítica, pronunciado hace más de 100 años, Freud apostó por la necesidad de que el psicoanálisis pudiera acceder a las clases sociales no acomodadas, y que su acción se extendiese a diversos ámbitos sociales. Desde entonces, el psicoanálisis no ha dejado de hacerse oír en todos los espacios donde el sufrimiento psíquico está en juego: las instituciones de salud mental, educativas, culturales. Tal vez la mejor prueba de la proximidad que el psicoanálisis ha tenido con el mundo, es el hecho indiscutible de que su discurso cambió la historia de Occidente, tal vez mucho más y de forma más duradera que el marxismo.
“Actualmente, España está sumida en una grave catástrofe económica y un serio retroceso político, debido a la dictadura encubierta que padece. Eso, como es lógico, se traduce en el malestar que padece una gran parte de la población. Los críticos contra el psicoanálisis creen que se trata de una terapia milagrosa, y se molestan cuando descubren que lamentablemente no resuelve el problema de la desocupación ni evita la corrupción política. A esas voces críticas hay que agradecerles la inmensa idealización que han hecho de nosotros pero aclararles que no somos los dioses que esperaban, ni lo seremos nunca. Nuestro compromiso está con las personas que tienen síntomas, es decir, padecen de algo que les afecta su vida. Eso puede haber sido desencadenado por una ruptura sentimental, la muerte de un ser querido, la pérdida de empleo, el accidente de tren en la estación de Once, el atentado de la AMIA o la enfermedad de mi perro”.
Claro que
“tirar piedras al psicoanálisis es un entretenimiento al que se suman muchos medios de comunicación, los lobbies farmacéuticos, algunos intelectuales lo suficientemente mediocres como para no saber inventarse algo mejor a fin de que su nombre figure en alguna parte, y también -por qué no- pacientes a los que no le hemos podido resolver sus esperanzas. Prefiero no evocar la época de mi formación universitaria en la Facultad de Psicología, cuando tras el retorno de Perón, algunas cátedras consideraron que devolver el psicoanálisis al pueblo consistía en llevarnos a los alumnos al Parque Chababuco o Lezama para que la gente de las villas miseria dibujara a sus familias. Por supuesto, jamás volvíamos a ver a ninguna de esas personas, pero los profesores se sentían muy orgullosos de su labor social«
En la misma dirección apuntó la joven analista Luján Iuale:
“La crítica al psicoanálisis surgió con el psicoanálisis mismo. La padeció Freud en su momento, teniendo que enfrentar los dogmatismos de la época victoriana, y también Lacan cuando decidió correrse del statuo quo de la IPA. Es cierto que siempre podrán surgir teorías que intenten explicar y abordar los problemas del hombre, pero hoy más que nunca un psicoanalista puede estar a la altura de la época, si hace lo que sabe hacer: escuchar el dolor del otro. En un mundo donde todo parece reducirse a conexiones neuronales, el psicoanálisis sigue apostando a alojar los modos particulares en que los cuerpos son afectados. Un psicoanalista, hoy, no es sinónimo de silencio ni de diván. Para saber de qué estamos hablando, basta con enterarse del trabajo que muchos sostienen en centros de atención de niños maltratados, dispositivos de atención primaria, urgencias, etcétera».
La analista francesa Agnés Aflalo, autora de El intento de asesinato del psicoanálisis, dijo a esta agencia desde París que
“la cultura de la evaluación (la llamada ciencia estadística) retorna con fuerza cada vez que existen conflictos políticos. Con el imperativo de atender a imperativos presupuestarios, sólo concibe gobernar a los humanos como productos industriales. Es imposible evitar pensar que el triunfo de la evaluación aseguraría el control de la formación psi. Y después, liquidar al lacanismo, que es lo que está verdaderamente en juego”.
Enrique Acuña, psicoanalista porteño que trabaja en La Plata, historiza:
“Después de diciembre de 2001, aparecieron las interpretaciones desde el campo psi a los estallidos sociales. Hay cierto lenguaje psicologista que nombra el acontecimiento dando una explicación que conduce a disculpar a los agentes sociales. Las crisis causan un llamado a los significantes amos que organizan lo social. Se opera con una domesticación de la angustia creando la figura de la víctima, el perjudicado, que haría sus bodas con el buen prestador que ofrece el mercado”, asegura.
Leer más… […]
La evaluación y el cientificismo cognitivo-conductual no sólo infiltran y destruyen los saberes sino que son ductos privilegiados de los laboratorios farmacéuticos y de ciertas políticas de disciplinamiento y control social que -se sepa o no se sepa- se montan a los discursos dominantes, la biopolítica y la psiquiatría epidemiológica, vectores de una mercantilización que nada tiene de ecuménica sino de objeto teórico que por su eficacia inmediatista es susceptible de arrogarse una acción que nunca deja de retornar, y que se nombra como lo que es: mala fe.
Cuerpo y Neurosis obsesiva
Posted septiembre 5, 2013
on:El cuerpo y la neurosis obsesiva
por Osvaldo Delgado
Impulsos, actos, ideas
Tomar el síntoma obsesivo como eje para hablar del acontecimiento de cuerpo parece ir un poco en contra de lo que nos llama habitualmente a hacer, que es -con respecto al cuerpo- tratar el síntoma histérico. Demanda de uno que sufre de su cuerpo o de su pensamiento.
Es esa cercanía que la histeria tiene con su no sé: no sé qué me pasa en el cuerpo, y en general no sé que pasa. Es la parte seria de lo que llamamos la belle indiférence, el síntoma histérico, que es un hablar con su cuerpo, que se reconoce al hablar con su cuerpo.
Se podría decir también que el sujeto supuesto saber pasa en el cuerpo. De tal manera que siempre anima la curiosidad de ir a ver detrás, la o lo anima eso, y por excelencia detrás de los sujetos que pretenden saber o que pretenden poder.
Ya sabemos que hay el hecho clínico de la mostración de su falta, la propia en el semblante de pobreza, de tontería, de víctima, que en definitiva alcanza a la demostración de la falta del Otro, solo que para ello se toman mucho trabajo y, en algunas ocasiones, muchos sacrificios.
Se sacrifican al Otro, al hombre que aman, a la madre que detestan, al padre que idealizan. Lo que importa es que exista un deseo para que en algún momento se sepa qué buen objeto, a veces qué complicado, puede ser ella para él.
Es un tema convocante, pero en la ocasión nos hemos propuesto ir a buscar el tema de hablar con el cuerpo en la obsesión. El cuerpo está muy presente en un análisis lacaniano y no sólo en los casos de histeria.
En la comparación que venimos haciendo podemos decir que a diferencia del síntoma histérico, que suele manifestarse de los modos más expresivos, el síntoma obsesivo tiene la característica de ser mucho más discreto.
Se concentra por lo general en el dominio psíquico y fundamentalmente permanece como asunto privado del sujeto. No se trata del deseo, sino de su objeto, del objeto del deseo.
Suele decirse, y con razón, que en la obsesión no se produce el salto a lo corporal, típico del síntoma conversivo, y nosotros trataremos de ver esa otra dimensión más callada, más escondida, más discreta del síntoma obsesivo y cómo sí se produce el salto al cuerpo.
¿Cuáles son sus formas más típicas en la obsesión? Impulsos extraños al razonamiento habitual del sujeto, actos cuya ejecución no le proporcionan ningún placer pero de los que no puede sustraerse, de no hacerlos sobreviene la angustia. También tiene ideas fijas ajenas a su interés normal. Impulsos, actos e ideas fijas tienen en común los fenómenos de coacción, de forzamiento (Zwang).
Veamos en principio cómo las ideas obsesivas insensatas, absurdas, implican una actividad intelectual intensa que agota al sujeto, el que se siente obligado a cavilar alrededor de esas ideas como si fueran las cosas más importantes del mundo.
El agotamiento subjetivo alcanza también al cuerpo, por supuesto. Lo mismo en la fuerza y el tiempo que debe contar, retirando el interés de otras cosas, para sostener las prohibiciones, renuncias y limitaciones de su libertad que se impone para luchar contra los crímenes a los que está incitado o las tentaciones que lo atormentan. Es la lucha contra los impulsos.
Finalmente, los actos obsesivos son inocentes e insignificantes y consisten en repeticiones y floreos ceremoniosos sobre las actividades más corrientes de la vida cotidiana, quizás los más necesarios como acostarse, levantarse, dormir, lavarse, caminar, los que terminan transformándose en problemas complicadísimos.
Es para nosotros del máximo interés captar cómo el significante que irrumpe en el cuerpo, que lo penetra, es el que lo mueve o lo paraliza.
Si bien decimos que lo esencial de la neurosis obsesiva pasa por sus pensamientos, veremos que eso es ciertamente limitado, ya que es acá que se nos permite captar, en su esencia, cómo el lenguaje -o para decirlo mejor la lengua- incide en el cuerpo, ya no diremos del sujeto sino del ser hablante o parlêtre. Y de allí es donde obtenemos también la cuestión de hablar con el cuerpo el tema del próximo ENAPOL.
Un goce escondido
El modelo obsesivo del síntoma es lo que Lacan privilegia en su última enseñanza, o sea que el síntoma es fundamentalmente real en la medida que resiste al decir. Y también por su duración. De allí lo que se relaciona con lo que Freud inventó como reacción terapéutica negativa. El síntoma se repite y se repite.
Cuando señala que el sujeto siempre es feliz, Lacan trata de pensar en una clínica sin conflicto, sustraer esa dimensión a pesar del sufrimiento, que por supuesto existe y que no obviamos. No lo obviamos pero privilegiamos lo real de la satisfacción. Cuando decimos una modalidad de goce, planteamos un retorno, un hecho de repetición.
Lo mismo que al plantear la fijación de la libido, se trata siempre de un goce escondido o escamoteado y repetido. Siempre nos encontramos con el problema de que el síntoma es una satisfacción fuera de sentido, paradójica. ¿Cómo se cura alguien de una satisfacción?
La satisfacción y el cuerpo
El obsesivo es siervo del pensamiento.
Lo esencial que ubicamos con respecto al obsesivo es lo que Freud descubre cuando capta que su síntoma alcanza el triunfo cuando une la prohibición con la satisfacción, de modo tal que lo que fue originariamente un mandamiento defensivo o una prohibición adquieren la dimensión de satisfacción.
La satisfacción sustitutiva es tan buena como la original, si pudiera llamarse así. Lo que es evidente es que para la satisfacción libidinal no importa cuál objeto, se obtiene igualmente.
Freud hace cierta distinción entre la fenomenología del síntoma y su verdad, ya que la primera impone la presencia del sufrimiento, mientras que en la otra se verifica la satisfacción libidinal que el síntoma da al sujeto. Habrá que captar la relación de la satisfacción libidinal y el cuerpo.
Conocemos la cuestión de la ambivalencia típica de los obsesivos, lo que se nota en los actos en dos tiempos cuya primera parte es anulada por la segunda, es la representación de dos impulsos antitéticos de igualdad magnitud, la antítesis del amor y el odio.
Es la presencia del odio la que Freud descubrió en la base de cada síntoma obsesivo, como respuesta siempre a mano para enfrentarse a los signos del deseo del Otro que no es un desierto de goce.
La unión entre la ambivalencia y el erotismo anal tiene su origen en la experiencia particular que el sujeto hace en su relación con el objeto anal. Es allí donde por primera vez puede hacer el tanteo de reconocerse en algo, en un objeto alrededor del cual gira aquello que marca su constitución, la demanda del Otro, encarnada por la madre.
Es en la experiencia con ese objeto (el a no es el puro objeto sino el demandado), y es en la experiencia realizada con ese objeto en donde ha recibido una aprobación y la admiración de quien encarna al Otro, quien simultáneamente le enseña a alejarse de eso, del producto de su satisfacción.
Lacan señala que allí se puede ubicar el origen de la ambivalencia obsesiva, en tanto ese objeto a es la causa de esa ambivalencia del sí y del no. También se puede ver cómo el síntoma es de mí y sin embargo no es de mí.
En el síntoma obsesivo es en donde la causa es percibida como angustiosa o sea que en él se trata del retorno de lo reprimido del deseo del Otro, de esa falta que no puede tolerarse.
El obsesivo lo vela con el recurso a la demanda, que se manifiesta en su permanente necesidad de pedir autorización para sus tentativas de pasaje con el deseo.
Es preciso que el Otro le demande eso. Su fantasma le permite acentuar lo imposible del desvanecimiento del sujeto de ahí su estado siempre controlante, negando el deseo del Otro.
La persona experimenta que pierde el dominio de sus ideas y que está molesta por la insistencia de pensamientos bizarros, raros, extraños, e incluso de mal gusto, advierte su insistencia.
Con el síntoma obsesivo el sujeto se asegura de sostener el desierto de goce en el Otro, que el goce pase a nivel del significante. O sea a más presentificación de goce, y lo sabemos, el goce se siente en el cuerpo, más proliferación de significantes.
El síntoma obsesivo demuestra de esta manera la eficacia del inconsciente que puebla al sujeto con saberes tan fatigosos como inútiles.
Fragmento de la conferencia expuesta durante las jornadas El Psicoanálisis hoy (12, 13 y 14 de junio, Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires).
Osvaldo Delgado es Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires; Profesor Regular Titular de la Cátedra I de “Psicoanálisis: Freud”, Profesor a cargo de la materia “Construcción de los Conceptos Psicoanalíticos” y Director del Programa de Actualización: “El lugar del analista y los efectos del discurso contemporáneo”, Facultad de Psicología UBA; miembro de la EOL y la AMP.