Planeta Freud

Archive for abril 19th, 2014

Marado“Vos te imaginás adonde hubiera llegado yo, si no me hubiese encontrado con la droga?”, Diego Armando Maradona, nro 10 de la Selección Nacional Argentina, allá por los 80.

Palabras al director Emir Kusturica, en un documental sobre su vida. Más adelante relata el gol a los ingleses, hecho con la mano en el mundial de Mexico´86, que la hinchada canta “la mano del “die” y que en la melodía se transforma en “la mano de “dio”. Porque Maradona es un dios no sólo para los argentinos, sino indiscutiblemente para los napolitanos.

Pero, ¿Qué costo hay que pagar para estar en el lugar del dios, cuando se es un humano común y corriente? Porque si no pago ningún costo, pues tengo la certeza que soy un dios, bueno, ya eso es harina de otro costal y nos movemos en el campo de la locura.

Pareciera que el costo que tuvo que pagar “el Diego”, fue el de la droga, que lo hacia sentirse realmente un dios, en la cancha, que todo lo podía. Sin embargo, esa misma droga lo fue diezmando al punto de ponerlo varias veces al borde de la muerte.

Cuenta él, en el mismo film, que la sensación era de “estar tener delante coágulos negros de sangre, y él tratando de salir y no poder, no poder”. No obstante, con mucho, mucho esfuerzo y mucho más dinero, dice que pudo rehabilitarse.

¿Qué es esta violencia contra sí mismo? Porque no deja de serlo, esta cuestión de las drogadicciones.

Freud dice en su texto “Pulsiones y sus destinos” (1915), que habría 4 destinos diferentes para la pulsión: la represión, la sublimación, el trastorno hacia lo contrario y la vuelta hacia la persona propia.

Nos da el ejemplo que en el caso de la vuelta contra la persona propia, la agresión que estaría destinada al objeto (entendiendo por tal el no-yo, el mundo exterior, un objeto de la realidad, una persona, el propio entorno, etc). Decíamos esa violencia destinada al objeto cambiaría de sentido, y entonces en vez de ser un objeto externo el agredido pasa uno mismo a tomar ese lugar.

Esto que viene a decir Freud es muy interesante, y habría que prestarle mucha atención pues, hoy por hoy, estamos siendo confrontados con la problemática de la droga todo el tiempo y en todos lados.

Entonces las preguntas que se desprenden son:

¿Por que descargar violencia contra el objeto? Y
¿Por qué devolver esa violencia en contra de la persona propia?

Se descarga violencia contra el objeto como reacción ante una violencia recibida. Aunque para nada específica, esta sería la respuesta a la pregunta 1, líneas más abajo la ampliaremos.

Y lo siguiente contestaría la pregunta 2: Me pongo yo en el lugar del objeto a ser agredido pues es la única posición que me es posible ocupar.

De estas dos ideas surge una nueva pregunta que es:

¿Cuál es esa violencia que recibimos y quien la imparte?

La máxima violencia que se puede ejercer contra alguien es justamente la de ponerlo en el lugar de objeto, al que se puede manipular, utilizar y hasta desechar. El ejemplo típico de esto es la violación, donde el agresor se presenta a los ojos de la víctima como un ser omnipotente, ya que puede decidir entre la vida y la muerte. Máxima angustia. Terrible ansiedad. Uno es un objeto a merced de otro terrible y feroz.

Dejando de lado este extremo, pero que nos sirve como referencia, podemos preguntarnos que si bien en menor escala y de distinta forma, ¿no es esta la posición que ocupamos hoy los ciudadanos en la sociedad de consumo, en el mundo globalizado, donde sólo somos un número cuando hay que votar e importantes cuando consumimos, si y solo si, en tanto consumamos. ?

¿Qué? No importa. Lo fundamental es el consumo para que siga girando la rueda de la economía. Acaso, ¿no es esta una máxima violencia en la que uno se mueve y trata de reprimir su angustia? ¿No es similar esta posición al ejemplo anterior frente a un otro sordo e omnipotente?

Esta es la problemática de la adicción, permítaseme tomarle prestado la forma de escribirlo al Dr. Braunstein, como “a-dicción”, en donde podemos pensar al prefijo “a” significando “sin” y “dicción” como decir.

Así, sería esta la problemática del sin decir, del no hablar, del no comunicarse; porque somos considerados y consideramos como objetos, y sin saber, caemos en esa dialéctica.

Objetos y a los objetos no se les habla, con los objetos uno no se comunica. Uno se comunica con sujetos y es de esto, de lo que se trata, de poder escuchar al otro como un sujeto que proyecta, que anhela, que desea.

Por tanto, siempre algo le va a faltar, pues esa es la esencia del ser humano, proyectarse y desear. Por eso, cuando alcanzamos el objeto u objetivo deseado (para el caso es lo mismo), la alegría nos dura un ratito y ya estamos proyectando y deseando de nuevo con miras al futuro.

El problema se presenta cuando uno compra la idea que es el objeto, lo que me trae satisfacción, cuando es en realidad el desear mismo la posibilidad de ser feliz.

De esta forma, llegamos así a tratar de explicar la problemática de las a-dicciones, del no decir, de la sin palabra, de la no comunicación, de considerar al otro como un objeto de goce y no como un sujeto deseante, sobre el que se ejerce la máxima violencia y que genera la máxima angustia.

Para cerrar sólo me queda preguntarles y preguntarme: ¿En esto de las a-dicciones, no entrarían también los adictos al juego, a la comida, la bebida, el trabajo, el gimnasio, las dietas,……?

Leido en Psicoanálisis Moebius

 


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