Planeta Freud

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Veleidades de Verdad

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¿Hay mujeres perversas? Pregunta ciertamente ardua, puesto que supone que para poder contestarla haría falta saber antes con alguna exactitud qué es la perversión y qué es una mujer. Ambas preguntas han acumulado una tal cantidad de respuestas a lo largo de la literatura psicoanalítica -para ceñirnos de alguna manera- que el estado de la cuestión ha devenido harto confuso y su elucidación tan engorrosa que desistimos de buscar alguna clave ordenadora y nos limitaremos resignadamente a aportar algo más a la confusión reinante. De cualquier modo, veamos el asunto desde un respecto, en principio, lógico. En nuestra pregunta, la perversión es considerada como una clase de individuos entre los cuales se trata de saber si es o no correcto incluir en ella a siquiera algunas mujeres. En su conferencia sobre el fetichismo (1908), Freud señala que por lo menos la mitad del género…

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Veleidades de Verdad

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Vamos aquí a ocuparnos de algunas características de la ética que exhiben y gustan exhibir algunos sujetos perversos, así como de la manera en que su postura ética se imbrica con una suerte de doctrina de los placeres y haremos -¡cómo evitarlo!- una comparación con los sujetos neuróticos y psicóticos.

9º Congreso Internacional de Psiquiatría, 2002
Mesa Redonda: Psicopatía: el melancoloide [1][2]

Entre el placer (Lust) y el goce (Genuβ)

La distinción entre placer y goce tal como la utilizamos hoy en día por influjo de Lacan no existe en Freud, quien sí usa ampliamente ambos términos, Lust y Genuβ, disponibles en la lengua alemana. Freud no los opone a la manera lacaniana, sino que, más bien, los emplea casi indistintamente e, incluso, los va a aparear con otros opuestos. Un par de opuestos muy conocido es el de placer/displacer (Lust/Unlust

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Desde el boletín de Veleidades de Verdad/Divagaciones teóricas de un psicoanalista*…

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2018

Pocas figuras del espectáculo o de otros palos han suscitado tanta piedad, conmiseración o sincera compasión como Marilyn Monroe, cuya mítica nombradía no cesa ni mengua con los años, ni es opacada por las nuevas figuras que la industria del enterteinment le propone e impone a las masas postmodernas. Seguimos intentando vanamente reparar el daño que impiadosamente tuvo que padecer y darle siquiera un poco de amor, ese don tan esquivo y elemental. Nuestra Marilyn fue ciertamente la encarnación de un muñeco inolvidable, un estereotipo icónico y pregnante que no careció de pliegues escondedores.  

Sucesora directa de las “rubias de la Fox”, conjugó dos arquetipos solidarios: la rubia tonta -que ni es rubia, ni es tonta- y la bomba sexy. Su voz pequeña, sus curvas tentadoras, su impostada inocencia, su desvalimiento y sus cristalinos razonamientos conformaron una artillería invencible. Por algún lado, sea el que fuere, ella lo captura a uno. Alguien decía: “es joven y sufre: no puede ser más bella”. Una excelente combinación, una fórmula ganadora. Pero era más que joven: afectaba ser una niña indefensa en un cuerpo pulposo y pecador. ¿Quién no acudiría en ayuda de una niña necesitada en apuros? ¿Quién puede dejar de codiciar de reojo esa carne gloriosa? Tal fue el personaje en el que la Fox la encasilló y ella adoptó como propio, aunque luego tuvo que lidiar con él como si se tratase de un tirano opresor o una fatalidad. En otro lugar, dijimos que la construcción de un personaje le permite a tantos circular por el mundo convenientemente camuflados y hasta ostentar un brillo por completo artificial y prestado, que encubre convenientemente su pobreza e inseguridad. En aquella ocasión, destacamos cómo el personaje muestra lo que la persona quisiera de algún modo ser pero no es: ahora sostendremos la tesis contraria, a saber, la de que el personaje refleja fielmente la persona subyacente y únicamente le aporta un relumbrón que la persona no tuvo.

Un musical del año 1977, Annie la huerfanita, basada en la tira cómica de Harold Gray[1], trae a escena algo del drama de Marilyn. Ella también fue una huérfana, toda vez que su padre retornó a Noruega antes de que naciera y más tarde su madre la despojó de su apellido (Mortenson[2]) y le dio el propio (Baker), poco antes de ser internada[3], razón por la cual la niña pasó por varios hogares de acogida en los que, con suerte diversa, creció hasta que se casó tempranamente para huir de todo y advenir mayor de edad. Una niña abandonada, abusada y despreciada. Pero empeñosa, como Annie, que no se resignaba a haber sido olvidada y buscaba afanosamente a sus padres. En la ficción, la brava Annie investiga su pasado y termina enterándose de que sus padres no la habían repudiado, como afirmaba la malvada Miss Hannigan[4], sino que habían muerto en un incendio, cosa que le deja expedito el camino para encontrar a alguien que pudiera reemplazarlos. El tema básico es el derecho a la felicidad. No es cuestión de apelar al ingenio para ser feliz, sino si el sujeto tiene o no el derecho a ser feliz. Un quid juris. Algún tótem -padre o madre- debe sonreír y aprobar nuestros intentos, no basta un público bienintencionado que simpatice. Marilyn quedó enredada en el desorganizado deseo de su madre y tuvo dificultades en formular un deseo propio. En realidad, el apellido Baker no era el de soltera de su madre, sino el de una pareja anterior a Mortensen. El apellido de soltera era: ¡Monroe!, y Marilyn lo empieza a usar a partir de los 20 años. Sin embargo, para cuestiones legales, ella firmó como Mortenson hasta 1955.

Así, pues, nuestra pobre Marilyn fue tan huérfana como Annie, pero sin su buen final. No hubo una madre amorosa que la acogiera, ni un padre que la reclamara como suya. Peregrinó de mano en mano[5] como oveja guacha que tiene que vérselas sola con las durezas del mundo. Lógicamente, su búsqueda de amor estaba de antemano condenada al fracaso, a la repetición perpetua del fracaso, cosa que irónicamente confirma que la compulsión[6], ella sí, es exitosa.

¿Por qué motivos es que una tal demanda de amor no puede encontrar satisfacción? Porque, digámoslo ahora, está predestinada al malentendido. Marilyn busca amor, pero ese personaje seductor que llevó adelante suscita, como solía decirse antaño, oscuros deseos. Un fantasma masculino prácticamente universal es el de aprovecharse de un ser indefenso, no con la intención de permanecer a su lado, cuidarlo y compartir la vida, sino con un propósito más efímero y ruin. Marilyn invitaba al abuso. Sabía muy bien cómo atizar el ardor de los hombres, cosa que poco tenía que ver con el amor, casi que lo excluía d’emblée. Dramas de la Findung: uno nunca encuentra lo que cree estar buscando. Resulta, entonces, que la fingida huérfana se superpone y entremezcla con la vampiresa cazafortunas. En Los caballeros las prefieren rubias[7], Monroe y Russell encarnan a dos cantantes que se hallan en un crucero rumbo a París a la pesca de un millonario, objetivo que Monroe logra con un varón joven y ostensiblemente tonto, hasta que se presenta el padre del quídam, quien, en una escena antológica, es derrotado retóricamente por la “ingenua” rubia. La escena se cierra con el padre confundido y mascullando: “Me habían dicho que era tonta”. No era. La comedia -como toda comedia- tiene un presumible y conveniente happy ending, aunque hay que añadir que la novela homónima de Anita Loos en la que se basó el libro del film, fue seguida unos años más tarde por otra, intitulada Pero se casan con las morenas. So, they prefer blondes just in bed. Casarse y prosperar es otra cosa. A pesar de sus tres matrimonios y una cantidad indeterminada de embarazos truncos, Monroe no pudo ser madre, y muchos se preguntaron si ello no hubiera mitigado la sensación de no pertenecer a nadie que la persiguió durante toda su vida. Son especulaciones benignas que le hacen un lugar a la mala suerte, al azar, cuando, en verdad, la implacable maquinaria de la tragedia, una vez constituida, es imparable y lo azaroso se circunscribe a la infinidad de alternativas posibles y a la circunstancia particular del desenlace. El suyo fue amarillista y miserable y desencadenó un sinfín de investigaciones periodísticas que agigantaron el mito revolviendo los detalles escabrosos hasta la náusea.

Volvamos a la búsqueda infructuosa, nudo de todo lo que siguió. ¿Qué busca el abandonado? Ser amado, lo dijimos, porque ser amado es el único modo de legitimar su aspiración a la felicidad, que alguien señalado le desee a uno la felicidad. Pero lo que necesita un abandonado no es un amor común y corriente, esto es, un poco de atención y grata compañía. Acá se trata de otra cosa, de mucho más. ¿Qué pide sin pedir un bebé? Ser alimentado cada tres horas, higienizado varias veces por día, acunado, contenido, mimado. Se trata de armar un yo donde sólo hay una mera posibilidad. Una tarea agotadora para la que las madres suelen contar con ayuda de los familiares a fin de poder satisfacer las exigencias que supone la crianza de un niño. Mucho se habló de una especie de encanto atávico e irresistible que los bebés y los niños pequeños ejercen sobre los adultos, al menos para una incierta mayoría de ellos. Además de gritones y demandantes, son adorables y todo se les perdona, pero nada de eso sucede con los adultos, por más encantadores que lleguen a ser. Nuestra pobre Marilyn es un buen ejemplo de ello: si ella no logró ser soportada por ningún hombre, es recomendable que ninguna otra siquiera lo intente. A menos que sea una manipuladora fría e insensible, a real bitch. Su carácter depresivo le impidió utilizar esos populares recursos femeninos y la dejó inerme en las garras de ineficaces terapeutas, inútiles adoradores, las drogas y el alcohol.

Para colmo de males, el personaje de rubia ingenua-bomba sexy le cerró el camino del reconocimiento como actriz[8]. Su lucha feroz con la Fox y el encasillamiento al que fue reducida terminó con un triunfo que no alcanzó, el mal ya estaba hecho, a pesar de las buenas críticas que cosechaba con sus performances. Tardíamente, podemos admitir que no hubo ninguna tan buena como ella, y basta como prueba el enjambre de imitadoras que dejó tras de sí, todas ellas no más que reproducciones fallidas y caricaturescas.

Así, pues, el encanto de una persona como nuestra rubia de marras encubre cierto salvajismo; no hay amor que colme tal voracidad. Por ello, al no haberse constituido como amada, menos aun pudo transformarse en amante. Era demasiado needy, como dicen los americanos. Y steacky[9].  Atrapada en el sex-appeal, Marilyn no alcanzó la dimensión del amor. En las postreras páginas de Rojo y Negro, Stendhal revela la esencia del amor: éste se resuelve y alcanza su cumbre, como quiere Lacan, con una metáfora, esto es, con el pasaje del lugar de amado al de amante. En dicha novela, el otrora egoísta Julien Sorel logra apreciar in extremis el amor que Mme. de Rênal le ha profesado y muere colmado de gratitud. Por lo que se ve, una novela kleiniana avant la lettre. Bien, pero… ¿qué diantres es constituirse como amado? Es difícil decirlo, debe ser algo oscuro y complejo y quizá sea necesario ser poeta para poder expresarlo. Por decirlo de alguna manera, sería ingresar en el primer momento del Edipo: allí, el bebé ocupa el lugar del falo para la madre, colma imaginariamente su falta y por ello es amado. Marilyn, lo dijimos, no ocupó lugar estable alguno en el deseo de su madre, que fue internada de por vida a sus 34 años. Posteriormente, los estudios le sugirieron que declarase que su madre había muerto para escapar al amarillismo de los medios. La muerte, la muerte en vida, ocupa un lugar en el imaginario de Marilyn y no solamente intentó suicidarse en al menos tres ocasiones, sino que lo dejó crudamente expresado en uno de sus poemas: “All I want is to die”.

Otra cosa que Marilyn no pudo ser fue paciente, a pesar de sus esfuerzos por analizarse una y otra vez. Tuvo, en total, cuatro analistas y fue como si no hubiera tenido ninguno. Curiosamente, todos ellos fueron centroeuropeos emigrados a Londres o a los EEUU y compartieron el acento extranjero en su inglés. Por supuesto, estos ensayos de la blonda fueron la comidilla por ese entonces y aun hoy se investiga y se repasa con maligna fruición el descalabro de sus supuestos análisis. La primera de la serie fue una emigrada húngara, Margaret Hohenberg (1898-1992), née Herz, a quien Marilyn consultó hacia 1955 a instancias del fotógrafo Milton Greene, paciente suyo, y por sugerencia de Lee Strasberg[10], profesor de teatro suyo en esa época, quien sagazmente le señaló su exagerado deseo de agradar. Se dice que Marilyn se apegó rápidamente a Hohenberg[11] y que ésta pronto se hizo su socia y hasta le indicaba con quién relacionarse y con quién no. También se afirma que llegó a figurar en el testamento de la diva. Según una versión, el análisis terminó cuando Marilyn comenzó una relación con el mismo Greene. Otros cuentan que, cuando en 1956 se rueda El príncipe y la corista con el gran Lawrence Olivier como director y coprotagonista, Marilyn recayó en sus habituales problemas para presentarse a trabajar, al punto de sentir que Olivier la odiaba sin tapujos. Hohenberg fue convocada a Londres y, luego de algunas sesiones en el mismo set, debió volver a los EEUU, dejando el tratamiento en manos nada menos que de Anna Freud. Estrellas de Hollywood analizadas por estrellas del Psicoanálisis. Demasiado estrellato. Lo cierto es que la buena de Anna la atiende por un mes y dejó por escrito la impresión que le mereció Monroe: “Paciente adulta. Inestabilidad emocional, impulsividad exagerada, necesidad constante de aprobación externa. No soporta la soledad, tendencia a depresiones en caso de rechazo, paranoica con tintes de esquizofrenia”. La descripción sumaria es correcta, el diagnóstico, desconcertante. No obstante  ello, Anna declara que el tratamiento fue todo un éxito y Marilyn, la filmación concluida, retorna sin novedades a New York.

En 1957, meses después de su vuelta a los EEUU, culmina el análisis con Hohenberg y, por recomendación de la propia Anna Freud, Marilyn comienza a tratarse con Marianne Kris[12], consorte del conocido Ernst Kris, integrante del “Triunvirato de New York”, al decir de Lacan[13]. Poco después, Marilyn comienza a repartir su tiempo entre New York y Los Ángeles por sus compromisos laborales, por lo cual le pide a Kris que le recomiende un analista en California. El recomendado es Ralph Greenson[14], al que Marilyn, como era su costumbre, se apega inmediatamente, al punto de convivir con el matrimonio Greenson y hacerse amiga de sus hijos. El doble comando duró hasta comienzos de 1960, cuando, estando Marilyn en un estado lamentable a causa de su alcoholismo y adicciones, Kris tuvo la infortunada idea de internarla en la clínica Payne Whitney. Apenas recuperada de su confusión, Monroe telefoneó a su fiel Joe di Maggio[15] y en cuatro días recuperó la libertad, interrumpiendo su relación con Kris. A partir de entonces, y hasta su muerte en agosto del ‘62, su psicoanalista fue Greenson en forma exclusiva y lo digo con intención: según parece, Marilyn quería pagarle para ser su única paciente. Greenson hizo y deshizo contratos, aconsejó y guió a su paciente, no se sabe bien por qué motivos. Terminó medicándola con Nembutal por el insomnio pertinaz de Monroe, droga encontrada en su sistema luego de su muerte. No se pudo determinar si fue un accidente, un suicidio o algo peor, tema que despertó suspicacias y teorías conspirativas en las que fueron mencionados los hermanos Kennedy, la CIA, el FBI, la mafia y muchos otros personajes del momento[16].

Todo este apretado resumen de la relación de Monroe con el Psicoanálisis y los psicoanalistas que, por desgracia, tuvo, apunta a ver cómo puede teorizarse su pobre desempeño. Lo primero que salta a la vista es que la dificultad mayor estuvo en la falta absoluta de la abstinencia (Abstinenz) necesaria para llevar adelante un análisis. Sus analistas se entrometieron en la vida privada de la estrella, en su actividad laboral, en su dinero y hasta en su testamento. Se dice que Hohenberg era mencionada allí y se asegura que la fundación dirigida por Anna Freud todavía hoy cobra derechos sobre la imagen de Marilyn. En síntesis, la usaron. Y si lo hicieron, fue estrictamente por pedido expreso de Monroe, quien, literalmente, se metía sola en la boca del monstruo, esto es, arruinaba completamente la situación analítica que hubiera podido ayudarla. Pero esto no puede constituirse en un descargo para sus analistas. Se sintieron autorizados a no respetar la ética analítica ni el encuadre imprescindible para que la relación pudiera siquiera ser considerada realmente analítica. Cada uno de esos intentos de terapia, por llamarlas de alguna manera, fue un mamarracho grotesco indigno de miembros reconocidos de una Asociación.

Kris y Greenson fueron analistas de muchas estrellas americanas de esos años y, como señalamos más arriba, ellos mismos, con su tonada extranjera, eran estrellas en el momento en que el predicamento del Psicoanálisis en los EEUU alcanzó su cenit. El tout New York, una fauna variopinta y crispada bien al estilo The Factory[17], visitaba sus consultorios y exponía allí sus miserias.

Reforzar el yo de Marilyn apelando a la alianza terapéutica, al estilo de la escuela de la Psicología del yo, era imposible y, bien pensado, hasta risible. Es muy factible que ya fuera tarde para eso. La pobre rubia muy probablemente fuera inanalizable debido, justamente, a las características que menciona Anna Freud: su extrema impulsividad, su baja autoestima y su fragilidad yoica. Sólo quedaba llevar adelante un maternaje bizarro y ambivalente -darle “un hogar” a la huérfana- que pondría a prueba y derrotaría la paciencia de cualquier analista, aun el del más pintado.

En el empíreo lacaniano, se percibe la cosa de modo bien distinto: además de víctima del desencaminado Psicoanálisis norteamericano, Marilyn fue un fiasco[18], en tanto no quedó claro si la sobredosis de Nembutal fue o no accidental. Acorde con la idea de Lacan de que el único acto logrado es el suicidio, se considera que Marilyn no pudo inscribirse como sujeto precisamente debido a que su deceso accidental tendría el carácter de un lapsus, manifestación no reconocida y momentánea del sujeto, casi un blooper. Si bien se admite que el suicidio como acto es rarísimo, se deduce que el objetivo de su análisis debiera haber sido lograr que Marilyn hiciera acto y se suicidase abiertamente, dejando algún testimonio de su irrevocable decisión. En cambio, podemos imaginarla arrumbada en la sala de espera de la Rue de Lille 5, recibiendo del maestro varias sesiones brevísimas por día. Y, como corresponde, finiquitar sus días en el Ritz de la Place Vendôme.

Final

Hubo otra divina de la pantalla grande importada de Suecia, la inolvidable Greta Garbo[19], que fue capaz  de encumbrarse al estrellato indiscutido ya en tiempos del cine mudo. Con el célebre “Garbo talks”, la prensa festejó el feliz pasaje al cine sonoro de su hierática reina[20]. Sin embargo, en 1941, cuando apenas frisaba los 36 años, Garbo se retira sin dar mayores explicaciones. La misma edad que tenía Marilyn cuando murió[21]. Inmediatamente, se popularizó una línea suya en Grand Hotel[22]: “I want to be alone”[23], dándole otro contexto y otra significación. Ahora, la frase ya no era un pedido de tranquilidad de una persona quebrada, sino que entrañaba cierto desprecio por el mundo y la gente. Para intriga de todo el mundillo hollywoodense, Garbo no concedió entrevistas con la finalidad de justificar su repentina decisión. Por esos días, un periodista se le acercó y le dijo “Yo me pregunto…”, a lo que repuso tajantemente: “¿Por qué preguntarse?”. La Swedish Sphinx siempre valoró al extremo su privacidad, al punto de que es mucho lo que se desconoce acerca de sus relaciones románticas y se especuló exageradamente en torno a su identidad sexual, etc. Hizo un culto del misterio y jamás se apartó de su consigna, aunque, no obstante, cultivó varias amistades y, además de sus proverbiales caminatas de incognito por las calles de New York, pasó muchas temporadas en el sur de Francia y en Suiza. Agreguemos que Garbo fue previsora e invirtió sabiamente el dinero que ganó en los sets y se dio el no pequeño lujo de coleccionar pinturas de Renoir, Bonnard y Kandinski. En síntesis, pareciera que la diva sueca hubiese intuido oscura pero certeramente que era inanalizable y no quiso, por así decir, perder inútilmente su tiempo. Ni hacérselo perder a superfluos analistas.

Lo que aquí queremos resaltar es que esta maniobra -bauticémosla “la gran Garbo”- es lo que no pudo hacer la pobre Marilyn. Buena falta le hubiera hecho. Mandar al diablo a los estudios, a los directores, productores, colegas, periodistas y hasta al público mismo. Únicamente se salvaron esas pocas personas que la acompañaron hasta su muerte en 1990. Ponerle un límite contundente al Otro, prescindir de su reconocimiento[24]. Garbo fue capaz de circunscribir un espacio propio e inviolable, que luego supo custodiar severamente. Mientras Marilyn era pura debilidad, blandura y concesión, Garbo marcó territorio, pudo imponerse cosas y ser más fuerte de lo que era.

Y no hacerse demasiadas preguntas: irremediablemente, un interrogante lleva a otro, éste pide un tercero y se pierde uno en un dédalo de cavilaciones que pocas veces arriban a alguna conclusión que haga alguna diferencia. En toda investigación personal debe haber un límite al deseo de saber, hay cosas que simplemente deben ser soportadas, mal que nos pese. Marilyn no contaba con el beneplácito indispensable para ser feliz; Garbo se acomodó como pudo a su infelicidad. Ella también soportó la cruz de la depresión y de sus muchas excentricidades, que la apartaron tempranamente de la gente. Pero supo armarse un refugio a su medida lo suficientemente rico y variado como para vivir entretenida por casi 50 años en un plácido dolce far niente. Y se daba el gusto de vagabundear y husmear por allí sin dejarse atrapar por la incipiente pero voraz maquinaria publicitaria del momento. Marilyn, en cambio, se inmoló gratuitamente al Moloch de Hollywood que no trepidó en masticarla y escupirla raudamente, no sin antes perderla en los vericuetos sin salida de sus malogrados análisis.

Estas dos mujeres, como tantísimos otros que trascendieron menos que ellas, son una muestra de la transformación que el arte sufrió en la primera mitad del XX. Nos referimos al surgimiento de una industria del entretenimiento, que literalmente fascina a un público ávido de novedades que no tiene acceso a los entretelones en los que es fraguada una realidad edulcorada o cruda según convenga. Ellas dos marcan la proliferación de estereotipos que se multiplican al infinito. Un par de rasgos sirven y bastan para crear personajes. La rubia tonta, o la rubia gélida (Grace Kelly, Kim Novak y otras), la bomba sexy, la mujer que no ríe (Garbo), la chica mala del corazón bueno (Mae West), la picarona virginal (Doris Day, Meg Ryan y otras), la latina picante (Carmen Miranda y sucesoras), el latino seductor (de César Romero a Antonio Banderas), un enjambre de “duros” a veces cow boys, otras mercenarios o marines, aventureros simpáticos como Indiana Jones, el nerd extravagante y melindroso, etc. Todo vende si cuenta con un packaging convincente y atractivo. Se los adora por un tiempo y luego se los deja caer sin consideración, aunque a algunos sobrevivientes se los recauchuta para homenajearlos, cosa que rinde, o se los registra en su decadencia. El reciclaje es muy ecológico, claro. Este destino de elemento descartable es lo que Garbo vio venir y se adelantó. Los dejó “hablando pavadas”, rechazando por anticipado sus inconsistentes especulaciones. Los madrugó y los descartó primero.


[1] Little Orphan Annie es el nombre de la tira cómica que empezó a publicarse en 1924 en el neoyorquino Daily News y que remite a un poema de James Whitcomb Riley de 1885.

[2] El apellido real era Mortensen, pero el que la inscribió lo alteró en Mortenson, cosa que no fue advertida ni corregida por la madre, quien más tarde le termina confesando que no era hija de Mortensen, sino de otro hombre, cuya fotografía le muestra.

[3] Circula por allí el diagnóstico de esquizofrenia paranoide. De cualquier manera fue una madre más que difícil. Fue internada en 1936 a los 34 años y ya nunca sería externada.

[4] Villana del musical de 1977 que no aparece en la tira cómica inicial de 1924.

[5] Mano en el sentido del manus latino como poder o posesión, de donde viene mancipium y nuestro emancipar (salirse de la manus del padre) y aun mancebo.

[6] La Wiederholungszwang freudiana.

[7] Gentlemen prefer blondes, estrenada en 1953 y dirigida por el talentoso Howard Hawks con un elenco encabezado por Monroe, Jane Russell, James Coburn, Tommy Noonan y otros.

[8] No obstante, ganó el Globo de Oro en 1960 por Una Eva y dos Adanes (Some like it hot) y el David de Donatello por El príncipe y la corista en 1958, entre otras nominaciones.

[9] He hecho recientemente una clasificación humóristica de las mujeres y las he dividido en tres grupos: needy and bossy, needy and steacky y needy and classy. La primera, como necesita a su hombre, lo mandonea y controla; la segunda se le cuelga de los pantalones y lo abruma con demandas continuas; finalmente, el tercer grupo lo constituyen las féminas que soportan medianamente su aspecto needy y tienen un poco de clase, de buena actitud. Paralelamente, hay tres tipos de hombres: ¡¡los mismos!!

[10] Israel Strasberg (1901-1982), otro europeo nacido en Budanov, territorio polaco perteneciente al viejo Imperio austro-húngaro (hoy Ucrania), emigrado a EEUU en 1909. Propulsor del “método” de formación teatral, inspirado en el ruso Konstantin Stanislavsky.

[11] Lo mismo pasó con el matrimonio Strasberg: Marilyn llegó a vivir en su casa por temporadas.

[12] Su padre fue el pediatra de los hijos de Freud y ella misma era amiga de Anna.

[13] Recordado por los “sesos frescos” por los que es destrozado en el Seminario IV, si no recuerdo mal.

[14] Su nombre verdadero era Romeo Samuel Greenschpoon (1911-1979) y, por supuesto, tenía una melliza que fue bautizada Juliette.

[15] Fue su segundo marido y era una superestrella del baseball. El matrimonio fue breve por los celos de Di Maggio, aunque éste le profesó un amor duradero hasta su muerte y cuidó de que nunca faltaran flores en la tumba de su ex.

[16] En ese momento, Greenson se encontraba de vacaciones con su familia y debió volver precipitadamente.

[17] Véase nuestro artículo sobre Andy Warhol del año pasado.

[18] Palabra ciertamente extraña. Se supone que viene del italiano y significa frasco, aunque en castellano adquirió la significación de fracaso o mal resultado, probablemente se refiera a las botellas mal sopladas que deben descartarse.

[19] Vivió entre 1905 y 1990.

[20] Otras divas, como Gloria Swanson, prefirieron el retiro, aunque Swanson hizo un extraordinario retorno en Sunset Boulevard (1951) junto a William Holden, dirigidos por el gran Billy Wilder. Al parecer, en algún momento, el rol de Norma Desmond le fue ofrecido a Garbo.

[21] Garbo venía de filmar su última película Two-faced Woman, dirigida por George Cukor. De dicho film dijo que era “my grave”.

[22] Film de 1932, que ganó el Oscar a mejor película del año sin estar nominada a otro premio. Garbo encabezó el elenco junto con John y Lionel Barrymore, Joan Crawford y otros, dirigidos por Edmund Goulding. Hay una obvia referencia al hotel berlinés Adlon, sobre la céntrica Unter den Linden.

[23] Cfr. Con el verso de Monroe citado más arriba.

[24] Hasta rechazó recibir un Oscar honorario unos años más tarde.

Juan José Ipar – 2018 – Todos los derechos reservados

Leído en:* https://veleidadesdeverdad.wordpress.com/2020/09/10/la-pobre-marilyn-juan-jose-ipar/

«Toda práctica analítica debería reflexionar sobre la intervención del dispositivo en función del contexto sociopolítico. Amparados en la conveniente ficción de neutralidad muchos analistas ejercen una violencia de intervención. Sobre todo en situaciones institucionales: hospitales, universidades, etc.; donde la bautizada Salud Mental sirve de pretexto para justificar, amparar y  favorecer discursos que se refugian en el Saber para establecerse como agentes Amos. Hay que decirlo claramente: no se puede utilizar a Freud –su concepto de Pulsión de Muerte, por ejemplo- para justificar la Violencia. La Violencia que, como dijimos, intenta anular toda subjetividad; objetiviza al otro, lo invalida, hasta abolirlo totalmente. Y el motor de dicha Violencia es el Narcisismo en exceso –si se me permite esta licencia; aunque sería mejor decir, claro, el egoísmo-, desbordante, fálico, que forzosamente ejecuta su acting haciendo caso omiso a la Ley de la Castración que debemos asumir como Sujetos de la Cultura.»

“Homo homini lupus.” Plauto

“¿Sabe usted lo que significa amar a la humanidad? Significa solamente esto: estar contentos de nosotros mismos. Cuando uno está contento de sí mismo, ama a la humanidad.” Luigi Pirandello

Cuando los demás entran en escena nace la Ética.” Humberto Eco

I

La Cultura se funda en el crimen que pone límites al goce del Otro. Así nos presenta Sigmund Freud el mito de Tótem y Tabú. Es decir el acto efectivo de violencia está en el origen como estrategia de separación de ese Otro. Dice el Maestro Vienés: “El ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino la tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infringirle dolores, martirizarlo y asesinarlo.” (Freud, S. ¿Por qué la guerra? 1932, Vol. XXII, O.C.)

Es importante diferenciar desde el vamos Agresividad y Violencia, conceptos que algunos autores psicoanalíticos que incluso trabajan en ámbitos relacionados a estas problemáticas (como por ejemplo Beatriz Janín) no lo han diferenciado en su correcto despliegue teórico. Este error de conceptos es homologable a no diferenciar sexo de sexualidad o agresividad de agresión. Mientras que la agresión es algo que podríamos enmarcar en el plano de la Naturaleza (el pez grande se come al chico) la agresividad nace y se desarrolla en el marco meramente Cultural y es estructurante para el Sujeto; pudiéndola definir de entrada bajo una perspectiva Ética: un golpe a mi enemigo es un golpe a mí mismo.  Para Jacques Lacan –y esto también lo supo S. Freud (1923: El Yo y el Eso)- el Yo se construye: no viene dado desde el origen. Si pensamos que el Yo es -para S. Freud- la proyección “psíquica” de una superficie corporal, entonces no está muy alejado el “Nuevo acto psíquico” que el Vienés nos dejó inconcluso en Introducción al Narcisismo (1914) con el Estadio del Espejo (1936) que J. Lacan retoma.

Para el Maestro Francés, la constitución del Yo está en una relación de agresividad y tensión con el otro, puesto que es a partir de su imagen que se constituye. En un ensayo de 1948, en su Tesis I, Lacan postulará que “La agresividad se manifiesta en una experiencia que es subjetiva por su constitución misma”   subrayando en su Tesis IV: “La agresividad es la tendencia correlativa de un modo de identificación que llamamos narcisista y que determina la estructura formal del yo del hombre y del registro de entidades característico de su mundo.” (Lacan J.; La agresividad en psicoanálisis; 1948.) Lacan rechaza el intento de abordar la agresividad como emergente ante la frustración de una necesidad, como se postula en la etología o psicología animal. En Lacan existe agresividad por una necesidad de expulsar los datos propioceptivos del cuerpo fragmentado de la alienación yoica. Es decir entonces que la agresividad es estructural y habría que poder diferenciarla de la violencia.

La violencia deberíamos contextualizarla –y estoy tentado a decir mejor: constituirla- en el plano sociopolítico, como expresamos al comienzo de estas líneas. Se enmarca en una relación de desigualdad, de jerarquía, de poder. Siguiendo la tesis de Foucault, el poder no supone una instancia puramente represiva sino que posibilita las relaciones sociales e incluso las regula. La mayoría de los sociólogos están de acuerdo en enmarcar a la violencia como un acto que acontece cuando un individuo o un grupo se encuentran a merced de un otro, en tanto éste puede disponer del ejercicio de un poder total. Esto supone una particular (re)organización de las relaciones de poder.

Agresividad y Violencia se vinculan –es lógico suponer- con el Narcisismo; pero mientras la primera es estructural (y estructurante) la segunda se impone cuando ese Narcisismo excede los límites de la Ley. ¿De qué Ley? Digamos en principio de la Ley que nos compete como seres sociales; de la Ley simbólica. Y, en segunda término, de la Ley del Deseo: desarrollaremos esto último en breve.

Podríamos decir que donde hay Violencia suele caer el marco Simbólico: es decir que la Violencia es la victoria de lo Imaginario –y del goce narcísico- frente a la palabra. Cito: “No es la palabra, incluso es exactamente lo contrario. Lo que puede producirse en una relación interhumana es o la violencia o la palabra” [Lacan J.; El Seminario V: Las formaciones del inconsciente. 1957-1958] Por eso cuando el analista [vía la Transferencia, que siempre es asimétrica] hace oportuno silencio o responde con un tono neutral frente a la agresividad imaginaria del analizante evita así el desencadenamiento de la violencia. Sin embargo la Violencia –al ser Cultural- no es sin la Palabra. De hecho se refuerza con ella: basta recordar –por ejemplo- el sadismo impuesto por el poder en las dictaduras militares contra los Desaparecidos (donde Argentina tiene aún la deuda con ellos que cada Jueves de cada semana de cada año las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo recuerdan) donde quienes torturaron e hicieron desaparecer a los conciudadanos, primero trataban de expropiarle la palabra: la tortura previa a la desaparición operaba en función de generar angustia para que la víctima hable. [Basta recordar también el texto Lacaniano Kant con Sade.]

Muchísimos actos instituido constituyen episodios de Violencia: por ejemplo –y empezamos por casa- el Diagnóstico que se imprime a un Sujeto. Sobre todo si ese Sujeto se supone “psicótico”: un diagnóstico así ya implica una inserción diferencial en el contexto social. Esconde sin duda una práctica de poder amparado en lo que conocemos como Salud Pública o Salud Mental. Poder que además –obviamente- somete y anula toda subjetividad. Otro ejemplo de Violencia está bastante menos camuflado: se trata de los maltratos, las misoginias, xenofobias y odios anexos. Y por supuesto los abusos y violaciones. Pero -más allá de todos los trabajos de investigación conceptuales en sociología y antropología y ciencias políticas- volveremos también sobre este punto en otro apartado desde el marco psicoanalítico que nos convoca.

II

Demos un pequeño rodeo. René Descartes -y de algún modo su contemporáneo Baruch Spinoza (quien ya sabía que no hay dicotomía Mente/Cuerpo)- enunció que  todas nuestras pasiones pueden ser provocadas sin que nos percatemos en absoluto de si el objeto que las causa es bueno o malo. Pero cuando una cosa nos parece buena la amamos y cuando nos parece mala nos produce odio. Como se ve rápidamente el problema del lazo es intrínseco al problema del amor/odio.

Friedrich Nietzsche sentenció que “No se odia mientras se  menosprecia. No se odia más que al igual o al superior.”  También Sigmund Freud estudió la compleja relación ambivalente con el otro y sentenció que “El odio es anterior al amor.”

Donald Winnicott trabajó sobre la relación del Sujeto con el objeto en varios lugares no tan conocidos como su famoso Realidad y Juego; y preparó una serie de conferencias invitado por Susan Isaac cuya obra póstuma se editó en 1988. Allí trabajó el lazo Sujeto/objeto con sus proyecciones e identificaciones anexas: “Para usar un objeto es necesario, para el Sujeto, haber desarrollado la capacidad que le permita usarlo, lo que forma parte del principio de realidad. Pero esto depende, naturalmente, de un ambiente facilitador. (…) El rasgo esencial del concepto de objeto y fenómenos transicionales (…)  es la paradoja y la aceptación de esta: el bebé crea el objeto, pero este estaba ahí, esperando que se lo crease y que se lo denominara objeto cargado.» (Winnicott D., 1954, 1957 y póstumo 1988, La naturaleza humana)

Es decir que podríamos diferenciar la relación y el uso de ese objeto. El objeto -ubicado fuera de la zona del control omnipotente del Sujeto- se lo percibe como algo exterior, y se lo reconoce como entidad. El Sujeto destruye al objeto (cuando se vuelve exterior) y luego el objeto sobrevive a la destrucción. Entonces el Sujeto puede usar al objeto porque este ha sobrevivido. “… mi tesis dice que la destrucción desempeña un papel en la formación de la realidad, pues ubica al objeto fuera de la persona” (Winnicott D., Op. Cit.)

El Sujeto destruyendo al objeto subjetivo lo puede percibir en forma objetiva, con autonomía, perteneciendo a la realidad compartida.  Lo que el colega inglés no pudo entender a tiempo que lo psicosomático no existe: no tenemos una “psique” alojada en el soma, sino que el cuerpo del Sujeto es ya la proyección de lo inconsciente, que no es sin la condición del Lenguaje.

Jacques Lacan –que se podría decir toma del colega de Plymouht el antecedente de objeto imaginario- centra sus primeros trabajos en la imago del Sujeto pero nunca pierde de vista que no hay cuerpo humano sin el lenguaje previo que lo construye; o –al decir de Martin Heidegger- habitamos el lenguaje que es previo a todo Sujeto.

La cuestión del odio no se puede desvincular del amor. El hecho de hablar ya nos constituye Sujetos acreedores del amor, y de odio; dos caras inseparables de la misma moneda que Lacan quiso bautizar como “odioenamoramiento”: “El amor es odioenamoramiento, [hainamoration] (…) No se trata, ciertamente, de que dado el caso el amor no se preocupe un poquito – lo mínimo – del bien-estar del otro, pero está claro que no lo hace más que hasta un cierto límite, para el que hasta hoy no he encontrado nada mejor que el nudo de borromeo para representarlo, a este límite.”(Lacan J.; Seminario 22: R.S.I. Clase 10, 15/IV/75.) Esto quiere decir que –al igual que el Nudo Lacaniano- no se puede hablar de uno sin el otro.

El tema es que para hablar de estas cuestiones hay que incorporar una trilogía de figuras: el Sujeto, el Yo, el Falo. El Sujeto no es el Yo; y  más allá que estrictamente hablando el Sujeto aparece en el dispositivo analítico por la barradura que se produce cuando el analista lee un significante del analizante; el Sujeto es –para nosotros- Sujeto deseante. El Yo, en cambio, si tiene una característica es que se defiende –justamente- de ese deseo. ¿Y el Falo? Tratemos de incorporar la figura del Falo. Cuando hablamos de Falo –más allá de la cuestión técnica (es el Significante del Deseo de la Madre)- hablamos del tercer elemento que se incorpora a la Estructura: Madre-Niño-Falo. Que en realidad, estrictu sensu, es el primero: de allí nace la Serie. Es decir: entre la Madre y el Niño hay algo en común: el Falo. Hablar de Falo implica hablar de un lazo compacto con el objeto constituido donde no debería molestar nada ni nadie, y donde la Relación Sexual sí sería posible. Un lazo supuestamente indisoluble. Es decir que, como vemos, lo que se opone al Falo es la Castración: aceptar que hay una Ley, aceptar el Malestar de la Cultura, aceptar que no es posible que la Relación Sexual se inscriba como fórmula porque hay una pérdida constitutiva al ingreso al Lenguaje. Esa pérdida [que Lacan bautizó con la letra a] es lo que hace que los seres hablantes justamente hablen; y también deseen.

El Falo es el significante [cero] que representa al Deseo de la Madre y que vincula la díada ideal Madre/Niño. El Falo quiere decir: His Majesty the Baby. Es el significante que abre la Serie: hijo, regalo, don, heces, pene, poder, título universitario, mujer, hombre… Todo lo que representa un elemento con brillo fálico para el Sujeto. El Falo es lo que busca el Yo para integrarse, para no percibirse divido. Al contrario, al Sujeto lo vamos a encontrar en la hendidura, en su hueco: es decir, en su falta. En su deseo. Puesto que el Falo es el tercero (o el primero) entre el Niño y la Madre.

Sin embargo la primera decepción amorosa el niño la tiene cuando advierte que ya no es todo para el otro (que ya no puede completar fálicamente a su Madre imaginaria). Y esta decepción comienza a hacer añicos al mandamiento de amor. Porque, en definitiva, “si no puedo ser todo para el otro, haré lo imposible para eso; eliminando a mi prójimo si es necesario…”- Esto lo vivencia San Agustín cuando coloca la envidia del niño al ver gozar a su hermanito de su ex-objeto: la teta. Con la aclaración pertinente que la lectura que hacemos de esa “envidia” no es precisamente que se manifiesta por el objeto sino por el lazo que existe entre ese objeto y ese otro a quien pertenece. Basta un simple acto de memoria: una persona que comienza un duelo amoroso inmediatamente sentirá angustia al ver a dos Sujetos tomados de la mano por la calle; es decir: enlazados y representando la escena donde otro goza, y no soy yo.

Por lo tanto vamos advirtiendo cómo el Yo intentará –desde su construcción y vía el semejante- unificarse. Por supuesto –y esta es una diferencia conceptual a los analistas freudianos y postfreudianos- nunca lo logrará; y esa hendidura que el Yo percibe, la vivirá a modo de agresividad permanente. Esa división –como se podrá intuir rápidamente- no es más que la barra –la hiancia- que caracteriza al Sujeto; de allí que mientras este debe sostener la Castración, aquel tratará de renegarla.

Como vemos, la estructuración del Yo y la Agresividad van de la mano: es directamente proporcional y sirven para tapar la Angustia. E inversamente es la cuestión del Sujeto. Mientras el Yo apunta a lo Fálico, el Sujeto debe aceptar su falta para constituir su deseo; que son sinónimos y compañeros de esto que Lacan bautizara como el “único afecto”: la Angustia. Amor y agresividad conviven en el Yo. Será gracias a la intervención del Otro de la Ley (que incluso puede estar representado por la misma Madre con tal que exista para ella otro Significante que la evoque) que dicha relación podrá apaciguarse, al ubicar una posición tercera en donde el Sujeto no quede en una lucha a muerte en la cual sea el Yo o el otro.

Sucede que la Vida nos colocará permanentemente en lo que podríamos llamar “aquellas cosas/objetos que nos Falicizan”, es decir: que nos otorgan cierta consistencia Yoica. Amar, trabajar, estudiar, producir, comprar, vender… Y también hacer la guerra. ¿Por qué el Sujeto no se conforma con lo que podríamos decir son cosas productivas para vivir en un lazo social y llega a la guerra, a la violación, a la crueldad, al crimen? Digámoslo recordando lo mencionado up supra: porque His Majesty the Baby ahora es el adulto que no soporta la Ley Simbólica y pretende volver a ese estado de niñez, de polimorfismo perverso, donde aún no estaba consolidado su fantasma, la represión era lábil y los mecanismos para llegar al objetivo eran supuestamente directos. Por eso este tipo de sucesos suelen conocerse como perversos o psicopáticos: el neurótico reprime (en su fantasía) lo que el perverso –vía mecanismo de renegación- hace acto. Sucede que hay Sujetos más fálicos que otros; si se me permite esta licencia cuantitativa. Sucede que hay quienes no soportan su falta e intentarán por todos los medios –sin excluir la violencia- de eludirla o soslayarla. Esto, hablando en criollo, se conoce como “no bancarse la Castración”: no soportar el vacío existencial que la falta imprime¿Y por qué el Yo necesita unificarse? Porque –como expresó Lacan- el Yo es el almácigo de la angustia. Y lo que no se soporta es eso: la Angustia. Pero como nos recordaba Sören Kierkegaard la Angustia –afecto que sólo conoce el animal hablante- puede también ser la posibilidad del Sujeto para encontrar su deseo (ético, anudado a la Ley) y no sólo para actuar en contra de sus semejantes y de sí mismo. Sin afán de simplificar, aquí podemos remitirnos a las palabras del personaje Delia Morello de la obra Cada cual a su manera de Luigi Pirandello cuando expresa que en definitiva tener amor por la Humanidad (por el otro, por el humus que el otro representa) no es más que estar contento consigo mismo. “Significa solamente esto: estar contentos de nosotros mismos. Cuando uno está contento de sí mismo, ama a la humanidad.” Cosa de por sí harto más que difícil porque la  búsqueda del Paraíso Perdido (de esa felicidad que se aleja siempre como un horizonte) es harto más metonímica que ardua y el Sujeto –en su afán del re-encuentro esperado- muchas veces llega por medios crueles, criminales, aboliendo al Prójimo.

III

Retomemos –entonces- el tema de la Violencia en función de la Subjetividad. La frase atribuida a Thomas Hobbes (“El hombre es el lobo del hombre”) pertenece en realidad al comediógrafo italiano Maccio Plauto, allá por el año 180 antes de la era Cristiana. Y no debe ser casual que el andamiaje construido por la convocatoria Cristiana pretenda no diría anular pero si renegar de este apotegma.

No es extraño, teniendo en cuenta estas paradojas que venimos señalando, que S. Freud se haya sentido atraído por un mandamiento Bíblico. El mandamiento aparece por primera vez en Levítico, tercer libro del Antiguo Testamento. Reza su capítulo 19, versículo 18:“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

  1. Lacan retoma este principio en varias oportunidades, a modo de presentarlo incluso como metáfora delMalestar en la Culturay de incluir el concepto de Prójimo. Una de sus definiciones canónicas dice del prójimo que es la evidencia inminente del goce. Cito: “la categoría del prójimo justifica su aparición porque indica, en el extremo, la confusión de las instancias, la reducción inminente de las fronteras entre el Sujeto, el objeto a y la Cosa del semejante. Se dirá: pero tal inminencia es la inminencia del goce”. [Lacan, J. Sem. XVI; D’ un Autre à l’ autre, 1968/9, Clase XIV del 12-XII-69].Esto no es muy tranquilizador, claro: “Ese prójimo ¿es ese que he llamado el Otro, que me sirve para hacer funcionar la presencia de la articulación significante en el inconsciente? Ciertamente no. El prójimo es la inminencia intolerable del goce.” [Lacan J.; Op. Cit.] El prójimo no es el gran Otro sino el otro (escrito con minúscula) cuando es invocado. Este otro no se iguala al semejante que en la teoría lacaniana se reduce a la dimensión imaginaria ni al gran Otro. Es aquel que trae la inminencia del goce pues también llega con aquello que desconozco y que no comprendo. Introduce una extrañeza en donde como dice Rimbaud “yo es [un] otro”. O –como nos recuerda Ritvo: “Figuras del prójimo: El enemigo, el otro cuerpo, el huésped. Bs. As., 2006]- es también el que introduce J. P. Sarte en “El Ser y la Nada”, haciendo presente en la perturbación de mi campo perceptual al mirarme: al ser mirado me convierto en objeto para la mirada del Otro; es una presencia inquietante.

El colega argentino Isidoro Vegh ha escrito también sobre la problemática del otro y nos recuerda que «…el prójimo adviene cuando invoco al otro«. Es en la medida en que hay invocación que el otro adviene a la dimensión de prójimo. Cito: “¿Eso es bueno o malo? En realidad, nada lo asegura, puede llevar a lo mejor o a lo peor. (…) Precisamente por eso, tanto más importante resulta que nuestra escucha como analistas permanezca sensible a los distintos modos según los cuales el parlêtre se hace Sujeto de la invocación. Cuando digo «Sujeto de la invocación» hago jugar el genitivo objetivo y el subjetivo. Me importa subrayar la condición necesaria. para cada uno de nosotros, de la diversidad y especificidad de las invocaciones. Me animo a apostar, con un amigo de Kafka, que no hay quien pueda sostenerse sin esos hilos que nos anudan y nos sostienen por encima del abismo. Todos y cada uno de nosotros tenemos un amigo o una amiga al que nos es preciso invocar o por quien hacernos invocar -y no como algo subsidiario-. Apuesta y afirmaciones situables en la línea de una cierta ironía de Lacan. Cuando en los últimos seminarios cuestiona el complejo de Edipo, algo que no equivale a prescindir de su lógica, pues “sin ella el psicoanálisis no tendría ningún sentido”. Lo que cuestiona es su reducción dramática bajo la forma del cuento del chiquito o la chiquita con el papá y la mamá. Esa lógica se despliega en el encuentro con el otro, son múltiples sus personajes, e implica la posibilidad o imposibilidad de darle cauce al goce, dentro o fuera del lazo social.” [Vegh I.;  El prójimo. Enlaces y desenlaces del goce, Buenos Aires, 2001]

Recordemos que en el diccionario etimológico de Bloch y Wartburg –predilecto de Lacan- el verbo invocar («invoquer«, en francés) data del registro de «invocación» en el siglo XII y está tomado del latín «invocare/invocatio«, en el año 1200.En el Petit Robert se registra «invocación»: acción de invocar. También incluye la referencia al latín «invocatio«. Define invocación como el resultado de la acción de invocar a la divinidad y a los santos. También se la usa como sinónimo de conjurar o rezar. En cualquier caso parecería que “invocar” quiere decir llamar a otro para su auxilio.

Cito: “¿Cómo podemos situar el abordaje de esta invocación que anticipamos como conductora? (…) Se me ocurrió comenzar por un lugar muy freudiano, algo que nos sucede todos los días si las cosas andan bien: la invocación a la risa del otro. En general, salvo en raras circunstancias, reímos con otros. Lo puedo decir al revés, enfatizándolo para acercarnos a nuestra temática: precisamos del otro para reírnos. Tanto es así que en ciertos programas masivos, de dudoso nivel cultural, ofrecen risas grabadas para que, si alguno de nosotros llegara a estar solo frente al televisor, se sienta tranquilo en el despliegue de su risa, ya que hay otros que lo acompañan en su entusiasmo.

Voy a ocuparme, entonces, de la risa. Será sencillo, para cualquiera de ustedes que haya transitado el texto freudiano, advertir a dónde iremos a parar rápidamente. Pero no voy a empezar por Freud, sino por una referencia que lo precede y que Lacan también menciona con cierta extensión en su seminario Las formaciones del inconsciente. Se trata de un texto clásico de Henri Bergson que lleva por título La risa (Bergson. 1991).

Algunas breves puntuaciones al respecto, Bergson se pregunta desde el comienzo qué significa la risa. Primera cuestión: la risa, como la religión,  como tantas otras prácticas -por ejemplo, la moda o aun el fútbol-, es exclusivamente humana. El único viviente que ríe es el humano; a veces podemos. En un ejercicio de proyección, considerar que el perrito ríe, pero no es así. Mueve la cola, pero no ríe.

Se pregunta Bergson qué hay en el fondo de lo risible, qué puede haber de común entre la mueca de un payaso, el retruécano de un vodevil y la primorosa escena de una comedia. Así, por el camino de la risa, Bergson llega al terreno de lo cómico, que sería desde su perspectiva la causa de aquélla. Lacan toma esta referencia para criticarla. y no sin fundamento. En efecto, a quién no le ha pasado, en alguna ocasión, reír en medio de una crisis de angustia, en un momento de desesperación, o, como decía George Bataille, a veces con la risa aparente del idiota, en situaciones que nos dejan sin palabras. La risa puede ser la última respuesta ante la ausencia de cualquier respuesta.

Se trata, claro está, de casos extremos. Podríamos ser más tolerantes con Bergson y admitir que, en general, la risa se relaciona con el amplio campo de lo cómico, eminentemente humano. Jamás se vio a una rana riéndose porque otra tropezó, sólo el ser humano es capaz de tan nobles sentimientos. Nos ha ocurrido que ante el tropiezo de alguien, sin ningún ánimo de maldad, se nos hace imposible contener la risa, aun cuando la vergüenza suceda de inmediato a ese gesto. Como veremos, ni lo irresistible de la risa ni la vergüenza que nos provoca son casuales.

Es de Bergson que Lacan toma una frase que va a relacionar con las subdivisiones de lo cómico. Para nosotros, analistas, son por lo menos tres las subespecies que lo integran: lo cómico propiamente dicho, el humor y el chiste. Bergson afirma: «Para poder valorar y vivir y gozar de un chiste hay que ser de la parroquia». Algo debe ser compartido para que el chiste o aun lo cómico logre su efecto. Ya se vislumbra por qué decido avanzar por este lado. También lo dice Freud: «En contraposición al sueño, el chiste es el más social de los productos de nuestro inconsciente». (…) Un chiste sólo termina de realizarse con la risa del otro que lo escucha.” [Vegh I.;  Op. Cit.]

Ya decía Sartre“El infierno son los otros”. Para Freud el prójimo es indigno de amor, siendo más acreedor de hostilidad y odio. Se trata de un pedido en el que el sacrificio es necesario sin miramiento alguno, además de un gesto desinteresado imposible de cumplir. Si es posible amar al otro es en tanto se me asemeja lo suficiente al agente de amor para hacerlo, amándolo como el (propio) ideal.

En el texto Lacaniano mencionado up supra, el autor nos recuerda que en la lucha por el puro prestigio [dialéctica del amo-esclavo] gana el que hace su apuesta final incluyendo la muerte. He ahí la pasión narcisista, la pasión del Yo y por el Yo. De allí que también Lacan ha enunciado que la única y verdadera enfermedad es la “pasión por el Yo” o el delirio de infatuación. Cito: “No cabe duda que proviene de la pasión narcisista, no bien se concibe mínimamente al Yo según la noción subjetiva que promovemos aquí por estar conforme con el registro de nuestra experiencia…” (Lacan J.; Op. Cit.)

A propósito de la función del otro, Freud también destaca el papel que cumplen los hermanos, con quienes compite el Sujeto por el amor de sus padres. Relación no desprovista de celos y envidia, pero de la cual surgirá el sentimiento social al darse cuenta que los padres los aman por igual; de allí que todos puedan identificarse entre ellos en una relación horizontal frente al amor de y por sus padres: “El sentimiento social descansa, pues, en el cambio de un sentimiento primero hostil en una ligazón de cuño positivo, de la índole de una identificación”

La cultura pide al Sujeto que ame al prójimo como a sí mismo, y lo que produce es que se desencadene toda la agresividad y tensión propia de la formación del Yo.

El prójimo, entonces, es aquel a quien me ligo no sin ambivalencia. Aquel a quien reconozco – tanto como me reconozco- deudor: en los pueblos que hacían del sacrificio humano una práctica central de su vida religiosa, es dable observar que la víctima debía caracterizarse por cierta “vecindad”: compartir la lengua y reunir ciertos atributos específicos a fin de que el ritual cobrara todo su relieve. Honrar al enemigo implica que existe un deber que supone un derecho del otro, alguna forma de dignidad a reconocerle, aunque se lo mate.

La problemática del prójimo está pues –desde los textos bíblicos hasta hoy- totalmente hermanada con la cuestión de la Violencia. Es dable suponer que el Ser-que-habla (ser-para-la-muerte, parafraseando a Heidegger) alimenta con el otro su agresividad y transforma en violencia su propia impotencia excusándose con el prójimo. De allí que nacen nuevos significantes para oponerse a otros y así mediatizar y enfatizar y por supuesto discriminar y excluir al otro para remediar nuestra falla. S. Žižek escribe: “La entidad denominada judío es un dispositivo que nos permite unificar en un único relato… las experiencias de la crisis económica, la decadencia moral y la pérdida de los valores, la frustración política y la humillación nacional…”; “…al judío le imputamos un goce imposible, insondable, que supuestamente nos roba a nosotros.” [Žižek S. “Porque no saben lo que hacen”, 1998] Por esa misma “extraña” razón un pensador como Emile Cioran enunció que “Todo Sujeto que ame verdaderamente a su país, desea la muerte de al menos la mitad de sus compatriotas.”

Y de allí también que aquí hay que incorporar a la Ética como disciplina epistemosomática –parafraseando a Lacan– o, para decirlo mejor: epistemolegal. La Ley simbólica (la que dice “No” al Incesto) se emparenta aquí netamente con la Ley escrita donde cada Estado debe garantizar –empezando por él mismo- que en el ejercicio político y social no se opere con actos de Violencia.

La Violencia trata, sine qua non, de anular la subjetividad del otro. El psicoanálisis, en su extremo opuesto, da al otro la oportunidad de encontrase con su subjetividad. La travesía por el dispositivo de un psicoanálisis intenta ser un camino desde esa pasión del Yo a la Castración que permita la emergencia de un Sujeto que se pregunte por su deseo y acepte que la Ley, el Malestar, es constitutivo. Que todo (falo) no se puede: que hay –que debe haber- un agujero por donde nuestro deseo (nos) hable y que la angustia no justifica –como nada en esta vida- la crueldad, la violencia, la segregación del otro; y por supuesto, la muerte. El cruce con la experiencia de la angustia, es decir: de la Castración, no es fácil porque –insistimos en este punto- el parlêtre debe aceptar que hay otro que –injusta o justamente- tiene un Falo más largo.

Toda práctica analítica debería reflexionar sobre la intervención del dispositivo en función del contexto sociopolítico. Amparados en la conveniente ficción de neutralidad muchos analistas ejercen una violencia de intervención. Sobre todo en situaciones institucionales: hospitales, universidades, etc.; donde la bautizada Salud Mental sirve de pretexto para justificar, amparar y  favorecer discursos que se refugian en el Saber para establecerse como agentes Amos. Hay que decirlo claramente: no se puede utilizar a Freud –su concepto de Pulsión de Muerte, por ejemplo- para justificar la Violencia. La Violencia que, como dijimos, intenta anular toda subjetividad; objetiviza al otro, lo invalida, hasta abolirlo totalmente. Y el motor de dicha Violencia es el Narcisismo en exceso –si se me permite esta licencia; aunque sería mejor decir, claro, el egoísmo-, desbordante, fálico, que forzosamente ejecuta su acting haciendo caso omiso a la Ley de la Castración que debemos asumir como Sujetos de la Cultura.

Marcelo Augusto Pérez – Violencia y Subjetividad – Una aproximación psicoanalítica
Inédito Para Revista Intempestivas de Filosofía, Psicoanálisis y Cultura.
México, Guadalajara, Jalisco.
Año 7, Nro 10. X-2019 / III-2020

Leído en: * http://psicocorreo.blogspot.com/2020/09/violencia-subjetividad.html

(vía Página/12-Salta12)

«06 de septiembre de 2020

La relación de la psicosis con el capitalismo tampoco es nueva, pero hoy todo eso ha dado un paso adelante y se hace por demás manifiesto.

Por Ramón Gutiérrez*

En un artículo titulado “Holofrases y colonización subjetiva”, publicado el 19 de julio de 2020 en Salta/12, en relación con la época hablé de la proliferación de las holofrases (frases congeladas, que se repiten insistentemente y que no se dialectizan ni se articulan en una cadena significante) y del mecanismo de la forclusión (el repudio liso y llano de un hecho que fue percibido pero que no alcanzó a pasar por la conciencia ni siguió la vía del lenguaje, es decir, de lo simbólico) que Jacques Lacan refiere a la psicosis.

En ese artículo, cuya temática ahora retomo, hablé de la “instrumentación del delirio, puesto al servicio de la fase actual capitalista”, aunque podríamos decir con ironía que el lugar desde donde retornan hoy las “voces” no son ya, como sucede en las alucinaciones auditivas de antaño, “las paredes”, sino los muros mediáticos de un amo impersonal que aturde y dicta las frases.

El tema de la “locura” en relación con la época no es nuevo. En psicoanálisis, desde hace algunas décadas, se viene hablando de “las psicosis ordinarias” (término introducido por Jacques-Alain Miller en 1998), estados actuales en los que es posible encontrar los mecanismos de las psicosis, aun cuando no estén las construcciones propias de las psicosis clásicas.

Jacques Lacan se refirió, en su momento, a la forclusión del significante “Nombre del padre”, de ese punto de abrochamiento de la significación que nos reúne por encima de las diferencias, ese significante capaz de organizar los otros significantes. Lacan también dijo: “todo el mundo es loco, es decir, delira”. Ya Pascal señalaba que la locura es algo inherente a la condición humana. Y lo saben muy bien los poetas, en relación con el lenguaje. La relación de la psicosis con el capitalismo tampoco es nueva, recordemos la articulación que hace Gilles Deleuze entre el capitalismo y la esquizofrenia. Pero hoy todo eso ha dado un paso adelante y se hace por demás manifiesto.

Quizá sea ilustrativo traer a colación algunas obras literarias, que más allá de lo particular de sus personajes, y aun cuando no planteen específicamente el problema de la psicosis sino de la existencia, parecieran adelantar lo que actualmente tiende a generalizarse. Esas obras son “El extranjero” de Albert Camus y “Bartebly el escribiente”, de Herman Melville. “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘falleció su madre, Entierro mañana. Sentidas condolencias’. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer”. Así comienza la novela “El extranjero”, narrando la extrema desafectivización del personaje, el entierro de su madre como un simple dato, un trámite o a lo sumo un sueño del que al día siguiente sólo le quedarán algunas imágenes borrosas. Vemos ahí la perplejidad, la rotura del lazo social.

En “El extranjero” se presenta lo absurdo, la indiferencia del personaje Meursault, la inercia del dejarse arrastrar por lo que resuena, su descripción de las escenas cotidianas como cuadros congelados o pinturas expresionistas donde no se siente incluido, su vivencia de extrañeza ante el mundo, la gratuidad de decir cualquier cosa, una vida vana con vecinos vanos, el hecho de que todo le da lo mismo.

En Meursault imperan la ausencia de amarras, el crimen sin sentido, la falta de remisión significante, como cuando frente al Tribunal (que lo está juzgando por haber matado a un árabe en la playa) que le pregunta “¿por qué mató al árabe?”, responde: “por el sol” y piensa: “pensé en ese momento que se podía tirar o no tirar y que daba lo mismo”. Estas obras de la literatura ilustran un aspecto del acontecer actual en la cultura, aunque no sea ésta una época de filosofía existencial ni Meursault pueda ser equiparado en un todo a los “locos” que abundan en las sociedades actuales. A diferencia de Meursault o de Bartleby, sus émulos están hoy atravesados por el odio y la colonización mental por parte de las usinas del discurso capitalista. Es decir, ya no serían casos puramente individuales como los de los personajes de Camus y Melville.

La “locura”, valga la contradicción, se ha socializado: individuos capaces de decir al unísono, sin fundamentos ni explicaciones: “el coronavirus no existe, es un invento de gobierno”, “las vacunas tendrán un chip para controlar a las personas”, “estamos en una dictadura stalinista”, etc., habitantes que son arrastrados por los vendavales de la época, sin anclaje, sin una noción de la historia, sin puntos de sujeción. Pareciera faltar en todos los casos la posibilidad humana, que señalara Kant, en “Crítica de la Razón Práctica”, de adelantar mentalmente la acción y reflexionar sobre los propios actos. Habría entonces desborde pulsional, no imperativo moral. Pensemos, por ejemplo, en esos robos seguidos de crímenes inmotivados, o motivados sólo por el imperio de la pulsión de muerte, el pasaje al acto, el frenesí, la descarga inmediata.

En “Bartleby el escribiente”, de Herman Melville, obra que se podría situar como una especie de existencialismo anticipado en el siglo XIX, se trata del estado contemplativo del personaje y del automatismo de su frase: “preferiría no hacerlo”. En estado de azoro, Bartleby, no satisface la llamada de los otros y hace vacilar un orden, una regularidad y un anclaje en el bufete en donde ha ingresado como escribiente.

Su frase, su holofrase: “preferiría no hacerlo”, tal como las que escuchamos actualmente (“vivimos en una dictadura”, “quieren llevarnos a ser como Venezuela”, etc.), se sitúa por fuera de la articulación significante, al margen de lo simbólico. El narrador, al final de esta “short story”, relata que un rumor afirmaba que Bartleby había sido empleado de la oficina de cartas no reclamadas de Washington, cartas no leídas, no llegadas a los destinatarios y que eso podría haber desencadenado su excentricidad y soledad.

Algo de eso se juega en esta época: la impermeabilidad del Otro para alojar la palabra del sujeto, verbalizaciones que no llegan a destino. Quizá habitamos un tiempo en el que crece la anomia y en la que muchos comienzan a ser, de manera ya evidente, un poco Meursault o Bartleby (aunque más furiosos), atravesados por la declinación histórica y la pérdida de los puntos de referencias, sujetos desafiliados del orden simbólico y del consenso de la lengua.»

*Escritor y psicoanalista

Leído en: https://www.pagina12.com.ar/290201-la-locura-de-la-epoca


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