Planeta Freud

Archive for diciembre 2020

Prosiguiendo con el tema «amor», en VeleidadesDeVerdad leemos:

Veleidades de Verdad

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(vía elsigma.com)*

Independientemente de las muchas enfermedades o accidentes que pueden acabar con la vida de alguien, mucha gente termina sus días por muchos motivos digamos emocionales: por alguna impresión fuerte e imprevista, por una ansiedad excesiva y desgastante, por miedo o enojo, por algún extemporáneo sentido del honor, etc. ¿Muere la gente por amor? Algunos suicidios consecutivos a una decepción amorosa podrían ser contabilizados como muertes por amor, aunque alguna causa concurrente menos romántica -la ruina económica, por ejemplo- puede filtrarse y empañar la elevada pureza de dichos autoaniquilamientos. La primera imagen que uno se hace es que el sujeto que muere por amor languidece y se va desecando lentamente como una flor olvidada entre las hojas de un libro. Ese apagamiento de la vivacidad de una persona tiene relación, por lo común, con la ausencia de un objeto amado. Dora se ponía…

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(vía Página/12/Psicología)*

Los psicoanalistas solemos dar nutridas explicaciones acerca de la dificultad que tanto mujeres como varones manifiestan en el acceso al amor. Neurosis de por medio, algo inevitable tanto en ella como en él, ahí donde amor y castración van de la mano: el amor implica siempre un encuentro con la propia falta; para los hombres esto representa algo crucial, ya que reconocerse en falta es feminizarse. Es ponerse en posición femenina. Si el varón obsesivo –lo más frecuente– tiene dificultades con el amor es porque la castración está implicada. De ahí que pueda, ya esto solo, ser motivo suficiente para la huida. Lacan nos marca diferencias entre las formas femenina y viril del amor, sujetas a las posiciones diferentes, derivadas del complejo de castración que señalaba antes, y por lo tanto, al deseo: la viril será fetichista y la femenina, erotómana. O sea que para la mujer la castración toma la forma de una angustia vinculada a la pérdida del amor, es decir, donde el amor alcanza una máxima investidura. Hay encuentros, pero éstos no borran la diferencia entre un hombre y una mujer, distintos en la forma de sentir y de gozar.

Si bien estos conceptos, como muchos más que nos aporta el psicoanálisis, son valiosísimos para la compresión del fenómeno amoroso, me detengo ahora en la contextualización de los mismos, en cómo se manifiesta el amor en el entramado social actual. Lacan nos recuerda que el amor es la sublimación del deseo. Es más, afirma que el amor es un hecho cultural; no podría haber amor en absoluto si no hubiera cultura. (No es sólo él que realiza ese planteo, otros ya lo habían planteado desde otras vertientes del conocimiento).

El escenario del amor

Podemos entonces preguntarnos: ¿qué está pasando en los vínculos libidinales en este siglo XXI? La decadencia del ideal y la promoción del objeto caracterizan la actualidad. Cambia el escenario del amor, lo que hace que los estereotipos sean diferentes. Efectivamente, lo que se entiende por masculino, femenino, matrimonio, etc., tiene otras definiciones. El ideal de las cosas hechas para durar, de los vínculos para siempre, no funciona. La actualidad empuja más al goce autista, la obtención directa del objeto sin velo, el abandono de la empresa al primer tropiezo.

El amor presenta en la actualidad formas inéditas, derivadas de las profundas transformaciones que el cambio de los discursos ha provocado en el lazo social. No olvidemos que es función del amor el facilitar una conexión con el Otro. ¿Y qué decir de esa conexión en los tiempos que corren?

Si el trabajo, la subjetividad, los códigos sociales han sido colonizados por el capitalismo mundial integrado (CMI) o neoliberalismo, por qué no pensar que también las formas de amar sufrieron –y están sufriendo– el mismo curso, ya que éstas se dan en contextos sociales concretos. ¿Y en qué forma las ha afectado? Principalmente creando vínculos más aislados, más individualistas, más preocupados ambos miembros de la pareja en sus propios proyectos y éxitos personales, más interesados en un bienestar material que propone un consumo cada vez más vertiginoso, restando energía para otras actividades más creativas y aumentando un sentimiento de soledad permanente. Se está con alguien conviviendo o no, pero la sensación es de estar solo. Todo esto acompañado de la reconversión monetarista, la exclusión y la precarización laboral que mantiene a hombres y mujeres en un estado constante de incertidumbre. En este panorama, del amor romántico creo que queda sólo el nombre y el boom de ventas del día de los enamorados que confirma aún más la cuestión del consumo a ultranza. Aquel amor romántico, un poco heredero del amor cortés del siglo XII, y de aquél que brilló en el siglo XVIII y parte del XIX, como baluarte de libertad, de rebeldía; que exaltaba los sentimientos, combatía la racionalidad extrema, que valoraba la subjetividad, la naturaleza, etc., se ha banalizado tanto en el siglo XX, que su vigencia solo puede apreciarse en canciones edulcoradas, publicidades engañosas, películas melodramáticas y en múltiples fantasías alejadas de la realidad.

Amor, erotismo y sexualidad

En la última década, algunos sociólogos renombrados como Anthony Giddens, Niklas Luhmann, Alain Touraine, Pierre Bourdieu han planteado reflexiones profundas que gradualmente han puesto el foco de atención del pensamiento especializado en la cuestión de las relaciones personales e íntimas y, más concretamente, del amor, del erotismo y de la sexualidad.

Si como plantea Luhmann entendemos el amor como un medio de expresión del sentimiento, donde ese medio puede ser entendido como discurso o código social especializado, notaremos que lo que sucede actualmente es que la semántica usada está en construcción y en permanente transformación, donde habita lo nuevo y lo viejo. ¿Y qué es uno y qué es lo otro? Lo viejo sería todavía el uso de ese lenguaje romántico, mezclado con expresiones derivadas de las formas de unión que se vienen dando últimamente y que representarían lo nuevo, como lo son los encuentros heterosexuales libres, no conyugalizados, o los encuentros gay.

Además, tanto el amor como la amistad pueden ser considerados como formas sui generis de comunicación intersubjetiva, que solucionan la necesidad contemporánea de hallar alguien con quien compartir la soledad existencial de un yo solitario frente al mundo. El amor y la amistad, como medio generalizado de comunicación, siguen ofreciendo, pues, a la persona de hoy en día, una manera concreta de reconquistar la continuidad del ser, de la que habla Bataille, y hallar una salida a su gélido aislamiento.

Soledad que la mayoría de los sociólogos observadores de la realidad actual señala de una u otra forma. La gélida soledad descrita por Buber, la angustia del Dasein de Heidegger, el secuestro de la experiencia de Giddens, el narcisismo individualista de Lipovestki, el amor líquido de Bauman, el “rapport solitaire au monde” que según Augé se vive en los no-lugares, y la soledad de la diferencia de Sennett-Foucault, son todas formas de constatar la soledad existencial a la que se ve conminado el ser humano contemporáneo.

Paradojas posmodernas

Esta, es una de las grandes paradojas de la era posmoderna: a medida que se pronuncia hasta el extremo un rasgo –un fenómeno­–, simultáneamente aparece la necesidad imperiosa de su contrario. A esta exacerbación de la soledad que mencionaba anteriormente se contrapone un intento desesperado de búsqueda del otro: “sed de otredad”, dirá O. Paz. El reto que plantea la liberación sexual no es precisamente el rompimiento de normas represoras (hecho que por supuesto se viene dando), sino el de tomar el desafío que el amor crea. Me explico. El ejercicio desinhibido del erotismo, tal como se da en las grandes urbes, y al que Giddens llama sexualidad plástica, crea apertura hacia el amor. El problema del sujeto actual es poder manejar esa consecuencia (que tal vez en principio no se buscaba o se tenía conciencia que podría instalarse). Acá es donde Luhmann plantea que al querer los individuos circunscribir las relaciones al marco de la sexualidad, eso les crea infelicidad y angustia, ya que esa sexualidad, si se sostiene, puede crear amor, y si no se lo puede vivir (por las razones que sean) y tampoco librarse de él, la única solución posible es la huida. Me parece que esto tiene que ver bastante con el reclamo que muchas mujeres (más que los hombres) formulan en los comienzos de esos encuentros sexuales: falta de compromiso, desatención, alejamiento por parte de los “caballeros”. A veces el compromiso precisamente era ése, circunscripto a lo sexual, satisfacción hedonista, pero aparece sobre la marcha esa apertura amorosa, el vínculo se complejiza y alguno de los dos, o ambos se retraen. (V.g. la película francesa “Une Liason pornografique”).

La noción de «amor» (más allá del apasionamiento amoroso) que ha llegado hasta nuestros días es producto de una corriente ideológica que surge después de la gran influencia de la Ilustración en la cultura occidental y de la revolución racionalista de Rousseau. No se pueden entender la idea contemporánea de «enamoramiento» y de «entrega amorosa» sin comprender la importancia histórica de la individuación y la secularización.

Pero considerando la importancia de la libertad de elección es que se construye el discurso amoroso contemporáneo: a comienzos del siglo XXI el ideal amoroso es el producto de sumas y restas de todo tipo teniendo como núcleo duro esa «libertad originaria» en la elección del otro. Es cierto que la elección depende de una serie de factores que tienen un vínculo directo con la constitución narcisista de nuestra identidad: «…la experiencia amorosa reposa sobre el narcisismo y su aura de vacío, de apariencia y de imposible, que subyacen a toda idealización igual y esencialmente inherente al amor» nos dice Kristeva, pero asimismo es patente que la opción se registra como un importante baluarte de las libertades conquistadas. Escoger a un «otro» para depositar cariño y entrega siempre será una manera íntima y última de ejercer un derecho. Por esto mismo la pareja en tanto díada amorosa recrea sobre sí misma un círculo perfecto: «unidad social elemental, indisociable y dotada de una autarquía simbólica…» (Bourdieu).

No obstante, el discurso amoroso actual está plagado de temores en torno a esa libertad de opción: la contraparte del mito amoroso contemporáneo, es decir, el lado oscuro del camino que conduce a la felicidad es la senda de la depresión y la melancolía. Esta contraparte y la visión melancólica del amor se acentúan después de la explosión romántica, es decir, como producto de la visión del sentimiento amoroso de los poetas románticos con Wolfgang Goethe y su Werther a la cabeza. El sufrimiento por la pérdida o rechazo del objeto de amor es el riesgo que corre todo hombre o toda mujer que juegan a la seducción.

Chicas con reglamentos

Desde otra perspectiva de análisis, pero tomando en consideración el juego de la seducción para interpretar las formas sentimentales a la luz de la ideología contemporánea, Slavoj Žižek escoge un ejemplo extremo para hablarnos de la forma en que los seres humanos intentan evitar todo daño a la hora de la seducción, convirtiendo al escarceo amoroso en una suerte de cumplimiento de reglas innombradas pero absolutamente rígidas (y por lo tanto también perversas). «Las ‘chicas con reglamentos’ –sostiene Žižek– son mujeres heterosexuales que imponen reglas precisas para dejarse seducir (por ejemplo las citas deben ser arregladas al menos con tres días de anticipación). Aunque las reglas corresponden a las costumbres que solían regular el comportamiento de las mujeres de antes que eran activamente perseguidas por los hombres a la manera tradicional, el fenómeno de las chicas con reglamento no presupone un regreso a los valores tradicionales: ahora las mujeres eligen sus propias reglas libremente –una instancia de la ‘reflexivización’ de las costumbres cotidianas de la actual sociedad […] Todos nuestros impulsos, desde la orientación sexual hasta la identificación étnica, son percibidos como cosas que elegimos […] son experimentados como algo que podemos aprender y sobre lo que decidimos».

Žižek advierte que estas nuevas formas de seducción estarían directamente vinculadas con lo que Anthony Giddens y Ulricke Beck (1994) han denominado la «modernidad reflexiva» para caracterizar a nuestra época, es decir, la creencia de que elegimos todo el tiempo y por lo tanto estamos subsumidos en una sociedad de riesgo permanente puesto que nuestras elecciones pueden ser así mismo fallidas. Para evitar el error es que surge la codificación, y a consecuencia de ella, la perversión (v.g., las chicas con reglamento).

¿Por qué, entonces, seducir sin dejarse seducir es una de las formas como se vive el amor en la actualidad?, ¿hay detrás de esta postura de experimentación de los afectos una «idea» (o un conjunto de ideas) que está vinculado con esta modernidad reflexiva? ¿El miedo a dejarse «tocar» profundamente por un otro al que rehuimos es realmente una manera de vivir en la actualidad la experiencia amorosa?

Al margen de que deben de existir múltiples maneras de vivir la experiencia amorosa en nuestra época, es cierto que luego de la caída de las utopías, una de las últimas que nos resta, es la utopía del amor: esa forma de entender la relación amorosa como una unidad perfecta de opuestos complementarios que, más tarde o más temprano, nos llevará a palpar la felicidad. Esa es la idea de amor romántico que tal vez sea la utopía que tiene que caer y que ya de alguna manera está cediendo paso a otras formas de entender el amor.

Oscar De Cristóforis, psicólogo psicoanalista, autor de “Amores y parejas en el siglo XXI”. Ed. Letra Viva.

Leído en: *pagina12.com.ar/220783-el-amor-en-tiempos-de-incertidumbre – 26 de septiembre de 2019

(vía Un blog sobre psicoanálisis lacaniano – 479. ¿Existe el amor? – Por Hernando Bernal)

Cuando se habla de amor en el psicoanálisis -que es de lo que habla permanentemente el psicoanálisis-, muchos se preguntan si el amor existe; muchos llegan a la conclusión de que para el psicoanálisis el amor no existe. No, al contrario, para el psicoanálisis, que tiene toda una teoría sobre las lógicas de la vida amorosa que acompañan al sujeto en el momento de elegir a alguien de quien se enamora, para el psicoanálisis, decía, el amor sí existe, solo que tiene un carácter fundamentalmente imaginario, es decir, subjetivo y engañoso.

En efecto, el amor es un fenómeno puramente imaginario, ya que involucra a la imagen propia -la que el sujeto se hace de sí mismo en la fase del espejo- y la imagen del otro, el otro sujeto del que se enamora el sujeto. Y es engañoso porque tiene un carácter autoerótico y narcisista, ya que es al propio yo al que uno ama en el amor, es decir, que el sujeto no ama exactamente al otro, sino que se ama a sí mismo en el otro. El amor involucra una reciprocidad imaginaria, ya que “amar es, esencialmente, desear ser amado” (Lacan, 1991).

Así pues, el amor existe, pero no es algo objetivo; es una experiencia subjetiva que involucra una pasión del ser. Lacan indica que son tres las pasiones del ser: la ignorancia, el odio y el amor. Con el amor es claro que  es una de las formas que tiene el sujeto para hacerse al ser, para “agarrar” el ser que le falta al sujeto. Para el psicoanálisis el amor es una respuesta a la falta en ser del sujeto, falta que se constituye en él por hablar, por hacer uso del lenguaje. Por habitar el lenguaje, el sujeto sólo aparece como representado, es decir que el sujeto no es más que una pura y simple representación. Si el sujeto se pregunta «¿quien soy yo?», sólo podrá responder a esta pregunta en términos de saber, y no en términos de ser, lo que significa que falta el ser del sujeto. La introducción del lenguaje en el sujeto produce entonces una pérdida de ser que se observa en la búsqueda del sujeto, durante toda su vida, de llegar a ser alguien en la vida, cosa que no se observa en los animales: no se ve a las gallinas queriendo ser pavos reales. El amor surge, entonces, como una de las respuestas posibles a la falta de ser del sujeto.

Los seres humanos aman en la medida en que son seres en falta, de tal manera que se ama para «hacerse al ser», para tener un ser, para alcanzar el ser, para llegar a ser alguien en la vida; ser amado por alguien le da al sujeto un motivo para existir, para ser. Cuando alguien dice de un sujeto “tu eres el amor de mi vida”, el sujeto que recibe el mensaje adquiere un “ser”: “soy el amor de tu vida”. El sujeto ya sabe quién es y además su existencia adquiere sentido. Esta reciprocidad entre “amar” y “ser amado” es lo que constituye la ilusión del amor. El amor es un fantasma ilusorio de fusión con el amado, y como tal, es engañoso. “Como espejismo especular, el amor es esencialmente engaño” (Lacan, 1991).

Por lo anterior es que se puede decir que el amor “es en muchos casos una invención feliz que nos permite soportar la existencia” (Dessal, 2016), es decir que se constituye en un refugio importante, “un refugio frente al desamparo al que todos estamos expuestos” (Dessal).

Leído en: https://bernaltieneunblog.wordpress.com/2018/12/07/479-existe-el-amor/

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(vía Un blog sobre psicoanálisis lacaniano – 358. ¿Por qué se sufre en el amor? – Por Hernando Bernal)*

La vida amorosa de los seres humanos es paradigmática de la dimensión imaginaria en los seres humanos, es decir, de la relación del sujeto con su propia imagen. Es por esto toda elección de objeto es una elección narcisista, es decir, que amar es fundamentalmente querer ser amado por el otro, nuestro semejante. La denominación de narcisista está dada por tener como límite o referencia la imagen que el sujeto tiene de sí mismo, la cual se obtiene por una identificación con la propia imagen en el espejo. Esto significa que cuando un sujeto ama a otro, lo que verdaderamente ama es la imagen que encuentra de sí mismo en el otro, ya sea bajo la forma de lo que uno fue, de lo que es, o de lo que quisiera ser. Cuando se ama, se está amando, de una u otra manera, en el otro, algo de sí mismo que ha sido idealizado. Si la imagen que aviva la pasión es cautivadora, es porque aparece próxima a representaciones que tiene el sujeto de sí mismo, y esto es básicamente lo que lo enamora.

El amor narcisista, que no es más que amor a la propia imagen, introduce una dimensión de engaño, en la medida en que se ama a otro en tanto que representa la imagen que un sujeto ha tenido, que tiene o le gustaría llegar a tener de sí mismo. El amor narcisista suele ser, por tanto, egoísta; el sujeto enamorado espera que el otro le corresponda en todo lo que anhela. El amante quiere al otro hecho a su imagen y semejanza, y cuando no se siente correspondido en esto, aparecen las diferencias en la pareja. Cuando el otro no corresponde más a la imagen que se tenía o se esperaba de él, esa imagen cambia, decae, surgen las diferencias y con ellas el sufrimiento en el amor.

«Si buscas amar, prepárate para sufrir», dice una frase popular. Se sufre en el amor porque el otro no es como yo quisiera que fuera. Por esta razón todo amor, por tener una estructura narcisista, conlleva siempre una dosis de sufrimiento. Cuando aparecen esas “pequeñas diferencias” entre los amantes, se presenta el desamor, ya que esas “pequeñas diferencias” suelen ser insoportables. El amor que se sostiene en un enamoramiento así, narcisista, es muy probable que conlleve siempre una gran dosis de displacer. Por lo cual se puede decir que hay algo en la naturaleza misma del amor que lo hace desfavorable al logro de la plena satisfacción.

Leído en: *bernaltieneunblog.wordpress.com/2012/12/10/358-por-que-se-sufre-en-el-amor/

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