Planeta Freud

Archive for enero 2021

Por si a alguno le sirve: reflexiones epistemológicas…

Veleidades de Verdad

A partir del día 11/01, y durante los siguientes lunes, saldrán publicados los 8 capítulos del libro «Ciencia y Sujeto en la Modernidad» que no pretenden ser más que clases como las que se imparten en cualquier curso de Filosofía, sólo que con un estilo más denso que la transcripción de una exposición oral. Y, aunque, de alguna manera, forman una serie pueden leerse independientemente.

Al mismo tiempo, intentaremos alternar con otros textos a fin de romper la monotonía.

Estos son los títulos de los capítulos:

El nacimiento de la Epistemología: cuatro momentos fundamentales

La crisis de los principios científicos

El sujeto como fundamento de la ciencia y el recurso a Dios

Kant y Nietzsche: dos tentativas de tematizar la crisis del fundamento

Física vs. Metafísica – La controversia entre Leibniz y Newton

Vaciamiento y disolución del sujeto en la Modernidad

La concepción de la Historia en la Antigüedad, la…

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07 de enero de 2021

«Es enunciado porque transmite a los demás significados a través de su apariencia y enunciación porque se dirige a uno mismo con sus reclamos y requerimientos.

Por Luis Vicente Miguelez*

Algún día un humano le disparará a un robot
del que salga sangre y lágrimas y que a su vez
le disparará a un humano del que saldrá humo.

Philip Dick

¿Se ha preguntado alguna vez “quién”
es su cuerpo para usted?

Philippe Claudel

Pensar el cuerpo es pensar el mundo, es un tema político mayor, advierte David Le Breton. Las sociedades que intentan prescindir de los individuos fomentando su exclusión y muerte pueden plantearse también prescindir del cuerpo.

Ya no se trata de ciencia ficción. Muchos anhelan una poshumanidad donde proponen deshacerse del cuerpo y vivir en la cybercultura. Una comunidad internáutica donde poder transferir el cerebro a un chip y vivir en una máquina. Distopías pensadas para un mundo donde el sueño de inmortalidad sea algo posible. Retirando el cuerpo de la circulación. “Somos la última generación que va a morirse”, alientan los más fanáticos.

Seamos arcaicos, quedémonos con el cuerpo. ¿Qué es un cuerpo? ¿Qué relación existe entre ese cuerpo que poseemos y nosotros? O mejor dicho, ¿poseemos un cuerpo o somos cuerpo?

En un libro, cuya brevedad no quita la profundidad de su análisis, el filósofo Jean Luc Nancy reflexiona sobre las consecuencias del trasplante de corazón que le realizaron a los cincuenta años.

Se preguntaba si su propio corazón enfermo lo abandonaba hasta dónde podía decir que fuera suyo. “Se me iba volviendo ajeno, una intrusión por defección”.

Su propio corazón un extranjero. Justamente extranjero, nos dice, porque estaba adentro. “Un corazón que latía a medias es sólo a medias mi corazón”, advierte así que una ajenidad se le revela en el “corazón” de lo más familiar.

A ese corazón intruso había, era preciso, extrudirlo.

Comenta que un médico le dice un día, su corazón estaba programado para durar hasta los cincuenta años. Entonces se pregunta, ¿cuál es ese programa del que no puedo hacer destino?

Luego del trasplante sobreviene otra cuestión. La posibilidad del rechazo al órgano trasplantado.

Una doble ajenidad se le impone. La del corazón trasplantado que el organismo identifica y ataca en cuanto ajeno y por otro lado la del estado en que lo coloca la medicina para protegerlo reduciendo su inmunidad para que soporte al extranjero.

El intruso está en mí, revela. Y sin embargo, registra que él se convierte en extranjero de sí mismo.

A partir de este declive provocado de su sistema inmunológico, otras ajenidades se hacen presentes, los viejos virus agazapados desde siempre a la sombra de la inmunidad, ahora perdida, los intrusos de siempre. Diversas enfermedades concurren, estragando su salud.

“Mi corazón tiene veinte años menos que yo y el resto de mi cuerpo tiene una docena, al menos, más que yo”. Corpus meum e interior íntimo meo, utiliza esta frase agustiniana para expresar que su cuerpo se encuentra fuera de lo más íntimo para sí.

Y finalmente advierte que el intruso no es otro que él mismo y sentencia, acaso sea el hombre mismo. Intruso en el mundo tanto como en sí mismo, inquietante oleada de lo ajeno.

Unheimlich, término que Freud convirtió en concepto proveniente de esa peculiaridad de la lengua alemana, esa inquietante familiaridad, eso que debía quedar oculto pero que se ha manifestado. Esa extimidad de nuestro propio cuerpo y que Nancy vivió en lo real.

En 1971, Oliver Sacks, el neurólogo que se propuso sacar a la neurología de su concepción mecanicista y que nos regaló unos textos clínicos de una profundidad y una lucidez maravillosa, cuenta que caminando por una calle céntrica de NY, le pareció identificar tres víctimas del síntoma de Tourette. Eso lo desconcertó porque según se decía el síndrome de Tourette era rarísimo. Tenía, según había leído, una incidencia de uno en un millón y sin embargo él había visto tres en una hora.

¿Podría ser que el síndrome de Tourette no fuese una rareza, se preguntó, sino una cosa bastante corriente, mil veces más corriente de lo que se decía?

Este síndrome, como lo describió por primera vez Gilles de la Tourette en 1885, se caracteriza por un exceso de energía y una gran profusión de ideas y movimientos extraños: tics, espasmos, muecas, ruidos, maldiciones, imitaciones involuntarias. Habría formas suaves y hasta bastantes benignas y otras de un carácter terrible.

Relata el caso que fue pionero en su indagación sobre el tourettismo. Apoda Ray a su paciente de 24 años, incapacitado por múltiples tics de extrema violencia que se producían en andanadas cada pocos segundos. Era víctima de ellos desde los 4 años.

Poseía una elevada inteligencia e ingenio. Desde que había abandonado la universidad lo habían despedido de una docena de trabajos debido a sus tics, su impaciencia, su belicosidad, su descaro y sus exclamaciones involuntarias (mierda, joder, etc.).

Tenía, continúa relatando Sacks, una notable sensibilidad musical y difícilmente hubiese sobrevivido, emocional y económicamente si no hubiese sido un baterista de jazz de fin de semana de auténtico virtuosismo. Famoso por sus improvisaciones súbitas e incontroladas que surgían de un tic o de un golpeteo compulsivo del tambor y que se convertían en el núcleo de hermosas improvisaciones musicales. De modo que, decía el paciente, el “súbito intruso”, así lo llamaba, se convertía en una ventaja altamente apreciable.

Sólo se veía libre de sus intrusos, tics nerviosos súbitos, en el relajamiento poscoito y en el sueño, o cuando nadaba, cantaba o trabajaba rítmica y regularmente hallando una melodía cinética.

Sacks empezó a tratarlo con haloperidol. El comienzo del tratamiento resultó por demás auspicioso, con solo inyectarle un octavo de miligramo el paciente quedó libre de tics durante dos horas.

Viendo este resultado, decidió recetarle una dosis de un cuarto de miligramo tres veces al día.

Dice Sacks que el paciente volvió a la semana siguiente con un ojo morado y la nariz rota y le dijo “se acabó su jodido haloperidol”. Le relató que el medicamente pese a ser una dosis baja, lo había desequilibrado por completo, alterando su velocidad, su ritmo sus reflejos increíblemente rápidos. Muchos de sus tics, en cambio de desaparecer se habían vuelto extremadamente prolongados, casi cayendo en posturas catatónicas.

Se hallaba comprensiblemente decepcionado por esta experiencia y también por otro pensamiento. “Supongamos que pudiese usted quitarme los tics, le dijo, ¿qué quedaría? Yo estoy formado por tics… no hay nada más.

El paciente se describía a sí mismo como “Ray el ticqueur ingenioso”, y no sabía bien si se trataba de un don o de una maldición. Decía que no podía concebir la vida sin el tourettismo, y que no estaba seguro de que le interesase sin él.

Entonces Sacks le propuso que se vieran una vez por semana durante un período de tres meses. Durante este período, le dijo, intentaremos imaginar la vida sin tourettismo.

No estaba en condiciones de abandonar el tourettismo y no podría haber estado nunca en condiciones de hacerlo, reflexiona Sacks, sin aquellos tres meses de preparación intensa, de meditación y análisis profundo tremendamente duros y concentrados.

Actualmente, concluye Sacks, durante las horas de trabajo, Ray se mantiene sobrio, firme, normal con haloperidol. Serio, firme y normal es como el paciente describe su yo de haloperidol. Es lento, parsimonioso en sus movimientos, sin impaciencia ni impetuosidad pero sin aquellas inspiraciones ni improvisaciones deslumbrantes. Ha perdido sus obscenidades, su descaro grosero, pero también su chispa y ha llegado a creer que progresivamente está perdiendo algo importante.

Cuando se hizo patente esta situación y después de analizarlo conmigo, dice Sacks, Ray tomó una decisión trascendental, tomaría haloperidol durante la semana laboral pero prescindiría de él y se “dispararía” los fines de semana. Esto es lo que ha hecho durante los últimos años, y ahora hay dos Ray, uno con haloperidol y otro sin él. Hay un ciudadano sobrio, cavilador, pausado, de lunes a viernes, y hay el “Ray, el ticqueur ingenioso” frívolo, frenético, inspirado, los fines de semana.

He atravesado varios géneros de salud y sigo atravesándolos, decía Nietzsche y podría decirlo también Ray, quien ha sabido hacer finalmente algo con ese intruso.

Oliver Sacks concluye que su paciente ha hallado una nueva salud logrando una flexibilidad de espíritu a pesar de padecer o quizás por ello, el síndrome de Tourette.

Desde tiempos inmemoriales toda sociedad, de una forma u otra modifica culturalmente el cuerpo de sus integrantes. “Toda sociedad humana alberga ese deseo de convertir la presencia en el mundo, y particularmente el cuerpo, en una obra que le sea propia. Nunca el hombre existió en estado salvaje, siempre está inmerso en la cultura, es decir en un universo de significados y valores”, comenta David Le Breton.

Es el cuerpo, más particularmente la piel, un lugar de la memoria. En la piel se escriben momentos señalados de una vida. Narraciones de hazañas, de flaquezas, de amores y de odios. Voluntariamente, mediante tatuajes, adornos, pinturas, indelebles o transitorias. Involuntariamente por las marcas que deja la vida en la piel, una especie de cartografía donde se inscribe el tiempo vivido, la relación con el mundo y el encuentro con el Otro.

El cuerpo es entonces siempre enunciado y enunciación. Enunciado porque transmite a los demás significados a través de su simple apariencia, somos cuerpo. Enunciación porque es aquel que se dirige a uno mismo con sus reclamos, sus requerimientos y sus inscripciones jeroglíficas, tenemos cuerpo.

Hay una historia en Moby Dick de Herman Melville sobre el arponero de Pequod que ilustra de modo impactante esta cuestión, una suerte de geografía íntima de la piel.

“Este tatuaje –cuenta el narrador– había sido obra de un difunto profeta y vidente de su isla, que, con esos jeroglíficos, había escrito en el cuerpo de Queequeg una completa teoría de los cielos y la tierra, y un tratado místico sobre el arte de alcanzar la verdad. De modo que el cuerpo de Queequeg era un enigma por resolver; una prodigiosa obra en un solo tomo; pero cuyos misterios no podía leer él mismo, aunque su corazón latiera contra ellos. Y esos misterios, por tanto estaban condenados a disiparse con el pergamino vivo en que estaban inscritos, y quedar así para siempre sin resolver. Y esta idea debió ser la que sugirió al capitán Ahab aquella salvaje exclamación suya, una mañana, al volverse de espaldas después de inspeccionar al pobre Queequeg: ‘Ah, diabólico suplicio de Tántalo de los dioses’”.

¿Quién es tu cuerpo para ti?

*Luis Vicente Miguelez es psicoanalista.

Leído en: pagina12.com.ar/315727-que-es-el-cuerpo-para-cada-quien

Fragments de vida

“Cuando el niño destroza su juguete, parece que anda buscándole el alma”

(Victor Hugo)

Ilustración de Ramón Moscardó

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(vía Un blog sobre psicoanálisis lacaniano – 463. ¿Cómo trata el psicoanálisis a la religión y al ateísmo?)*
Por Hernando Bernal

Freud planteó que la religión es una neurosis colectiva y que la neurosis es una especie de religión privada. Para Freud, dios es una expresión del anhelo infantil de tener un padre protector y todopoderoso, es decir que dios es el sustituto del padre de la primera infancia; él llegó a calificar la religión como una neurosis obsesiva de carácter universal. “Dios es tal vez la palabra que ha tenido y sigue teniendo más poder en la humanidad. Se sigue masacrando en su nombre, aunque se hagan también en su nombre las acciones más piadosas” (Bassols, 2016). Tanto Freud como Lacan se consideraban ateos, como también lo son científicos tan reconocidos e influyentes como Stephen HawkingNeil deGrasse TysonRichard Dawkins, quien es un decidido activista del ateísmo y tiene una famosa fundación denominada Fundación para la Razón y la Ciencia. Freud sostenía que la humanidad debía abandonar las religiones y remplazarlas por la ciencia; para él las religiones tienen como función proteger al sujeto del dolor psíquico por medio de una construcción delirante de la realidad, por lo que él clasificaba a las religiones como unos delirios colectivos de la humanidad.

Pero ser ateo no es una cosa fácil. Es más, para serlo pareciera necesitarse de la idea de dios, es decir, de cierta manera, todos los ateos lo son gracias a dios, a la idea de dios –idea que no es más que una construcción social; todos los niños nacen siendo ateos, de tal manera que los creyentes han sido objeto de un adoctrinamiento tenaz desde su primera infancia; en otras palabras: nadie escogió la religión ni el dios en el que cree–. “El sentido religioso es viral, se extiende y se cuela por todas partes” (Bassols, 2016). Incluso la idea de dios se sigue colando inevitablemente por algunos agujeros de la ciencia, así, por ejemplo, a la hora de pensar qué causó la gran explosión, el Big Bang, que dio origen al universo, como causa de dicha explosión se coloca la mano de dios. Así pues, “no es nada fácil exorcizar a Dios de la ciencia” (Bassols).

Ciencia y religión han sido discursos opuestos, disímiles; el religioso es un discurso cerrado, ortodoxo, dogmático, irrefutable; en cambio, el discurso de la ciencia, si algo lo caracteriza, es que es un discurso abierto, refutable, que se puede cuestionar permanentemente, falible, y por eso cambia permanentemente, aunque a veces lentamente, y en otras ocasiones quedan hechos y leyes universales que son fijos (por ahora), como por ejemplo, la ley de gravedad, o la evolución de las especies, o la ley de incertidumbre de Heisenberg. En un momento se llegó a pensar que el discurso de la ciencia desplazaría al discurso religioso; “Freud, viejo optimista de las Luces, creía que la religión no era más que una ilusión que sería disipada en el futuro por el avance del espíritu científico. Lacan, en absoluto: pensaba, por el contrario, que la verdadera religión, la romana, al final de los tiempos engatusaría a todos, derramando sentido a raudales sobre ese real cada vez más insistente e insoportable que debemos a la ciencia” (Miller, 2005). Al develar la ciencia ese real imposible de soportar, del que tanto habla el psicoanálisis, se hace necesario el discurso religioso para darle sentido a ese sinsentido que revela la ciencia, ese sinsentido que nos enseña que la existencia del ser humano no tiene ningún propósito. Es por esto que, a pesar de los avances de la ciencia, el discurso religioso se ha exacerbado por todos lados.

Entonces, “soy ateo, gracias a dios”; y sin embargo llegar a ser ateo no es para nada difícil; basta con leer la Biblia, o el Corán, etc., pero de manera racional, tomando nota de todas las contradicciones e ideas absurdas que allí se encuentran, y listo. El problema con la mayoría de los creyentes contemporáneos es que creen ciegamente en una ideología sin siquiera haber leído el texto en el que basan su fe. Y muchos otros sí lo leen pero de una manera fundamentalista, al pie de la letra, literalmente, pensando que esa es la palabra de dios, sin interrogarlo o haciendo uso de un pensamiento crítico. Pero quien lea con una lógica racional esos textos, probablemente termine siendo ateo. Ateo también se vuelve el que pasa por experiencias difíciles y se empieza a preguntar “¿por qué me pasa esto a mí?”, sobre todo si es un creyente practicante que espera la benevolencia de un dios protector. Es la experiencia que describe el escritor Héctor Abad Faciolince en su libro El olvido que seremos –sobre la vida y asesinato de su padre Héctor Abad Gómez–, cuando a una de sus hermanas, una bella, juiciosa y devota joven, que rezaba el rosario diariamente, le da un cáncer de piel que la termina matando. O también es fácil volverse ateo si se empiezan a hacer preguntas como: ¿dónde está dios cada vez que se abusa de un niño?, ¿por qué no son “bendecidos y afortunados” todos los creyentes, sino solo algunos, y en muchos casos los más intolerantes, injustos y abyectos?, ¿por qué se mueren las buenas personas y no las malas? En un mundo lleno de injusticias, enfermedades penosas, catástrofes naturales, holocaustos, guerras y masacres, ¿dónde está la mano de dios?

Cabe aclarar que, por supuesto, todas las personas tienen derecho a creer en lo que quieran y afortunadamente Colombia es un país laico, tal y como lo determinó la Constitución de 1991. Ya lo decía claramente el escritor y ateo José Saramago (1922-2010), Premio Nobel de Literatura (1998), “He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, en un intento de colonización del otro”.

Leído en: * https://bernaltieneunblog.wordpress.com/2017/08/23/463-como-trata-el-psicoanalisis-a-la-religion-y-al-ateismo/


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