Planeta Freud

Archive for octubre 2021

Hace 120 años exactos, en París, nació este intelectual que releyó atentamente a Sigmund Freud y generó una obra profunda y original. ¿Cuáles fueron sus grandes aportes? ¿Cómo interpelan sus textos a nuestra época? Infobae Cultura dialogó con cuatro psicoanalistas y escritores: Luis Gusmán, Marina Esborraz, José Luis Juresa y Nahuel Krauss.

Por Luciano Sáliche – 13 de Abril de 2021

Jacques Lacan

Cuenta Élisabeth Roudinesco en Lacan: esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento, la biografía canónica, que la primera vez que Lacan escuchó hablar de Sigmund Freud fue en 1923. Pero esa lectura se posterga unos años y es su propia trayectoria y las dicotomías de la época lo que hacen de ese encuentro —un joven y flaco Lacan subrayando frenéticamente y haciendo anotando en el margen ideas y preguntas— algo verdaderamente relevante en la historia del pensamiento occidental. Pero empecemos por el principio: la familia. Jacques Marie Émile Lacan nació en una casa parisina de clase media católica el 13 de abril de 1901, hace exactamente 120 años. Luego nacieron sus tres hermanos: Raymond, en 1902, que falleció a los dos años de una hepatitis; Madeleine, en 1903; y Marc-François, en 1908, que se convirtió en monje benedictino. Su temprano interés por la filosofía, principalmente por Baruch Spinoza y su Ética, lo tiene en el Collège Stanislas de París. Ahí comienza a formarse su ateísmo que produce una polarización en la familia con su hermano en el otro extremo. Al año siguiente ingresa a la Facultad de Medicina de la Universidad de París cabalgando sobre unas cuantas inquietudes intelectuales.

Las postales de Lacan esa época incluyen la librería de Adrienne Monnier en la calle del Odéon, la fascinación con el dadaísmo y el surrealismo, algunos cafés con André Breton, con Philippe Soupaulr, una sonrisa entusiasta al oír la primera lectura del Ulises de James Joyce en Shakespeare and Co. En ese preciso momento, Freud era leído en Francia desde dos ángulos: desde la vía médica y desde las vanguardias artísticas. “En la misma medida en que el medio médico adoptó el chovinismo y se adhirió a una visión estrictamente terapéutica del psicoanálisis —explica Roudinesco—, el medio literario aceptó la doctrina ampliada de la sexualidad, se llegó a considerar el freudismo como una ‘cultura germánica’ y defendió a menudo el carácter profano del psicoanálisis. Por ese Iado, con todas las tendencias confundidas. se miró al sueño como la gran aventura del siglo, se intentó cambiar al hombre gracias a la omnipotencia del deseo, se inventó la utopía de un inconsciente por fin abierto a las libertades y se admiró, por encina de todo, la valentía con que un austero científico había osado ponerse a la escucha de las pulsiones más íntimas del ser, desafiando el conformismo burgués a riesgo del escándalo y de la soledad”.

Mientras se especializaba en Psiquiatría y estudiaba casos como el trauma de guerra y el delirio alucinatorio, comienza a involucrarse en el movimiento surrealista y a publicar textos en la revista Minotaure. También a leer con sumo interés a Edmund Husserl, Friederich Nietzsche, Hegel y Martin Heidegger. De pronto, la constelación de ideas se arma sola. Se reunía con intelectuales como Alexandre Koyré y Georges Bataille. También con artistas. De Picasso fue durante un tiempo su médico personal. Con Dalí, en cambio, encontró grandes coincidencias teóricas. Es el surrealismo el que lo lleva a volver con una gran fuerza en la década del cincuenta, ya fallecido Freud y después del desastre de la Segunda Guerra Mundial, a esos textos que creía estancos, a interrogarlos, a machacarlos con preguntas, con nuevos problemas, a desafiarlos. Y lo que Lacan encuentra ahí es la piedra angular de su teoría. Entonces expone sus ideas en sus clases universitarias. Su mayor obra son sus conferencias donde ataca el dogma haciendo del psicoanálisis un método para desgranar lo que nos vuelve humanos: el lenguaje. Ahí, descubre Lacan, está el problema latiendo con toda su fuerza, pero también las huellas sombreadas de alguna solución. Ahí, en el lenguaje, está todo.

Sigmund Freud en una foto coloreada posteriormente

En ese sentido, como relectura de Freud, acercarse a Lacan es una tarea ardua. Luis Gusmán, psicoanalista, narrador y ensayista argentino —El frasquito, La pregunta freudiana y La valija de Frankenstein, entre otros libros— cuenta: “Llegué a Lacan por Oscar Masotta. La experiencia es que no entendía mucho, pero volvía a Freud y entendía. Esa era la vuelta a Freud”. “Mi primer acercamiento a la obra de Lacan fue en los años noventa en la Facultad de Psicología, como muchos de mi generación”, cuenta Marina Esborraz, psicoanalista y autora de Celos, seducción y vergüenza y La comedia de los sexos junto a Luciano Lutereau. “Recuerdo que el primer texto que leí de él fue el escrito Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano, del cual pasé las primeras hojas creyendo que lo que planteaba no era importante ni relevante. En realidad, no entendía nada de lo que decía y como defensa usaba ese mecanismo tan habitual de creer que si no entiendo es porque no es importante o no tiene sentido. Cuando lo leímos con la profesora en la clase y ella fue explicando párrafo por párrafo el texto, mi visión cambió completamente. Lacan no es un autor sencillo, su estilo, a diferencia de Freud, no produce amor a ‘primera lectura’. Sin embargo, una vez que se logra entrar en su lógica, es imposible negar su genialidad. Y un poco te terminás enamorando también”.

“Pienso al psicoanálisis como un virus que se te mete y no te suelta, no como algo que uno elige después de leer un menú”, afirma Nahuel Krauss, también psicoanalista, autor de La segunda pérdida: Ensayo sobre lo melancólico.

“Después aprendí a leer otros autores, pero desde un principio supe que si alguien quiere practicar y habitar al psicoanálisis como discurso no puede desviarse del deseo de Freud, y encontré en Lacan la mejor manera de ser freudiano. Por otro lado, mi primera experiencia de lectura fue casi musical. No entendía nada, pero sabía que había que poner la oreja y soportar aburrirse, como cuando se aprende a tocar un instrumento. Después uno entiende que el que es difícil es Freud, porque te hace creer que entendés, pero para eso hace falta Lacan”. Por su parte, José Luis Juresa, psicoanalista y co-autor junto a Cristian Rodríguez de Gerard Haddad: un periférico del Psicoanálisis y Auschwitz con Hiroshima cuenta: “Mi primer contacto con la obra de Lacan fue en la facultad “Yo había leído a Freud, me había impactado, pero sentía que algunos elementos conceptuales de su trabajo me sonaban ‘fantásticos’, como un relato de ciencia ficción. Cuando leí a Lacan por primera vez, si bien no era de entendimiento inmediato, enseguida intuí que me solucionaba tener que ‘creer’ en Freud. Le dio un soporte lógico parecido a la ciencia. En aquel momento eso fue muy importante para mi”.

“Puso el psicoanálisis al revés mediante otra lectura”, dice Luis Gusmán

Los textos de Lacan están dispersos pero hay una colección, sus seminarios, 27 tomos de tapa amarillenta y letras bordó que nuclean su pensamiento. ¿Y qué pasa en esos seminarios, en su obra? ¿Cuáles son sus grandes aportes al pensamiento crítico? Dice Marina Esborraz: “Es muy difícil rescatar un solo aporte de un psicoanalista como Jacques Lacan, alguien que durante casi 30 años produjo una revisión de todo lo que se había conceptualizado hasta entonces en psicoanálisis bajo su premisa del ‘retorno a Freud’. Sus aportes son muchos y variados, aunque creo que el haber puesto el acento en el hecho de que estamos traumatizados por el lenguaje, que la palabra es un virus que trastoca nuestro ser, nuestro cuerpo y nuestros deseos ha sido y sigue siendo lo más valioso de su enseñanza. Que no hay nada humano por fuera de la palabra, porque incluso para sobrevivir necesitamos que un otro, además de cuidarnos y alimentarnos, nos hable y nos nombre, es decir, que nos aloje a través de un deseo no anónimo que conjugue deseo y amor”.

Gusmán sentencia: “Puso el psicoanálisis al revés mediante otra lectura. El reverso del guante. La paradoja, el malentendido, el inconsciente, como un saber no sabido. Las diabluras de lalengua, todo junto, por las que un sujeto es hablado”.

“El gran aporte de Lacan fue ‘limpiar’ al psicoanálisis del exceso de sentido, darle el soporte conceptual para evitar su desvío hacia la religión. El que el mismo llama ‘su aporte’, que es el objeto ‘a’, va en esa dirección”, dice Juresa, y Krauss agrega: “Particularmente, creo que dejó en claro que siempre se trata de lecturas. Es cierto que hay política, y siempre vamos a tratar de que una lectura prevalezca sobre otras, no es todo paz y amor, pero Lacan siempre se encargó de subrayar que él era un lector de Freud, privilegiado, pero un lector al fin -y un animal político-. Por supuesto que era imposible que calcule los efectos de su persona en algunos de sus seguidores, para quienes si Lacan no lo dijo ‘está mal’ y es causa de chicanas. Pero eso es un tema inherente a ciertas posiciones de un lacanismo mimético, no de Lacan. Aunque él tenía lo suyo, no podemos culparlo por quienes se identificaron a lo peor de él. Creo que Lacan siempre intentó sostener el vacío en el origen, que no hay lectura original, y que no se trata de superar a nadie, ni a él ni a Freud, que fueron fundadores de discurso, de modos de hablar”.

Jacques Lacan en 1978 (Foto: Sipa/Shutterstock)

Si para sacar a Freud de la vidriera inalterable Lacan tuvo que, empapado por su época, contrastar sus teorías a los problemas de la segunda mitad del siglo XX, ¿cómo se leen, ya no sólo Freud, sino Lacan, en esta era particularmente rara, con el narcisismo de la redes sociales y la incertidumbre de la pandemia como posibles emblemas? ¿Cómo interpelan sus textos a esta nueva época, a la sociedad de hoy?

“Siempre interpelan. Por la frase que el mismo Lacan escribió: que renuncie aquel que no esté dispuesto a interrogar la subjetividad de su época”, afirma Gusmán. Juresa agrega: “Colocando un vacío allí donde la tendencia es la ilusión de un ‘reencuentro’ con un objeto que jamás estuvo. Sobre ese vacío el ser humano se reencuentra con su soledad, sin asustarse, sin entrar en pánico, sin desesperación. Tal vez la lectura de Lacan, la crítica más iracunda que se le hace, tenga que ver con esto: no brinda respuestas inmediatas, no da fórmulas -aunque se hayan hiperdivulgado algunas que lo parecen- sino que promueve un recorrido, la construcción de un estilo, la diferencia en colectividad. Creo que uno de los aspectos mas fuertes que interroga su obra hoy y siempre son los fanatismos y el permanente reciclamiento de los imperativos aniquiladores del deseo. El deseo siempre lleva al otro, y el fanatismo al estado de guerra en el que se atrinchera el individuo”.

“Nuestra sociedad ya no es exactamente la misma que aquella en la que vivió Lacan —dice Esborraz—, lo que no quiere decir que su obra no revista una enorme actualidad. Cuando, por ejemplo, hace cuarenta años atrás afirmaba que el capitalismo forcluye la castración y deja de lado lo que llamamos las cosas del amor; ¿no nos encontramos hoy con la gran dificultad que existe para establecer lazos duraderos entre las personas? La fragilidad de los lazos es un síntoma de esta época y el psicoanálisis es una gran herramienta, porque va a contrapelo del discurso imperante. Eso también le trae grandes complicaciones, porque apelar a la castración es lo contrario a sostener discursos que apuntan a la omnipotencia del narcisismo, del yo y de la voluntad al estilo ‘Impossible is nothing’. Esto no quiere decir que el psicoanálisis sea una cosmovisión o que diga la verdad sobre las cosas. En todo caso, dice cosas que, en ocasiones, tienen efecto de verdad”.

Para Nahuel Krauss, los textos de Lacan “interpelan en varias direcciones. Por un lado, Lacan tenía una ética de lo real, cierto gusto por lo concreto, casi antiintelectualista. No se dejaba amagar por el narcisismo intelectual o la infatuación propia del snob o el progresismo académico, tan de moda actualmente. Por otro, supo formalizar los discursos que habitamos -lo sepamos o no-, y supo pronosticar, allá por los sesenta, el retorno del fascismo. Sabía que Hitler perdió en batalla pero ganó culturalmente. Aunque ese fascismo también -y principalmente- retornó como modo de relación al lenguaje y a la verdad, es decir, como literalidad, como lenguaje de abejas, como confusión absoluta entre discriminar, que es una función fundamental del lenguaje, y segregar, causa de toda crueldad y empuje a callar al otro. Al menos esto entiendo por lo que él llamó ‘rechazo del inconsciente’, es decir, del otro como diferencia y no como pura proyección narcisista, como reflejo de lo lindos o inteligentes que somos. Esta crisis del lazo social y su consecuente crueldad es algo a lo que Lacan se anticipó de un modo admirable”.

“Pienso al psicoanálisis como un virus que se te mete y no te suelta, no como algo que uno elige después de leer un menú”, dice Nahuel Krauss.

Élisabeth Roudinesco define a Lacan como “un hombre que quiso, con plena conciencia, ser el fundador de un sistema de pensamiento cuya particularidad consistió en considerar que el mundo moderno de después de Auschwitz había reprimido, recubierto y quebrantado la esencia de la revolución freudiana”. Es una vuelta al origen de esa disciplina minuciosa, atenta, disruptivamente conversacional que trabaja con la palabra, con el decir —y por supuesto su reverso: lo que se esconde en el silencio—, con lo decible y lo que no está permitido decir, en definitiva: con el lenguaje. Lacan propone y ejecuta una relectura, con todo lo que ese término significa, porque releer no es sólo volver a leer, repetir el proceso de aprendizaje, reiterar las sensaciones iniciales, el goce de la lectura, releer es también profundizar la atención, revisitar el texto con más herramientas, radicalizar las tensiones, cuestionarlo, ponerlo en contraste con la nueva época, desafiarlo, hasta encontrar, al fin, algo nuevo.

… Se dice que las últimas palabras que pronunció, ahí, acostado en la camilla, fueron estas, profundamente poéticas: “Soy obstinado. Desaparezco”. Pero hubo muchas importantes durante toda su vida. Por ejemplo, en la década del sesenta, cuando un alumno de la Universidad de París VIII le preguntó qué era el amor, respondió: “Dar lo que no se tiene a quien no lo es”. También están las de 1980, un año antes de morir, en Caracas. Reunió a sus alumnos y les dijo: “Vengo aquí a impulsar mi causa freudiana. Como ven, me interesa este adjetivo. Es asunto de ustedes ser lacanianos si lo desean. Yo soy freudiano”.

Leído en: infobae.com/cultura/2021/04/13/lacan-el-psiquiatra-fascinado-con-el-surrealismo-que-puso-al-psicoanalisis-al-reves/

Sigmund Freud (1856 – 1939) en su estudio de Viena, Austria, en 1930 (Authenticated News/Getty Images)

HISTORIAS
Murió el 23 de septiembre de 1939, agotado por un cáncer de laringe y por un cuadro séptico agudo. Se aproximó a su final con extraordinaria lucidez y con un dejo de amarga burla hacia el nazismo, que lo había perseguido, lo había convertido en un enemigo mortal del Reich y lo había condenado al exilio

Por Alberto Amato – 23 de Septiembre de 2021

No se privó de ninguna ironía. Carcomido por el cáncer, consciente de que esos eran sus últimos días, lejos de la ciudad y del país en los que había vivido durante setenta y nueve años, Sigmund Freud se aproximó a su muerte con extraordinaria lucidez y con un dejo de amarga burla hacia el nazismo, que lo había perseguido, lo había convertido en un enemigo mortal del Reich hasta expulsarlo de Austria.

Freud murió el 23 de septiembre de 1939, hace ochenta y dos años, agotado por un cáncer de laringe, por un cuadro séptico agudo y cuando su médico, Max Schur, hizo honor a un pacto entre ambos: aplicarle morfina cuando llegara lo inevitable. Para entonces, hacía veinte días que Adolf Hitler se había lanzado a conquistar el mundo, había desatado la Segunda Guerra Mundial para entronizar a un Reich que iba a durar mil años y duró seis.

Antes de la guerra, Freud había marchado al exilio con un amargo humor. Después de la anexión de Austria por parte de los nazis, Freud fue uno de los principales enemigos, y opositores, de Hitler. Judío y fundador de la escuela psicoanalítica su figura, conocida en el mundo, hacía impopular su asesinato: el Reich presionó para expulsarlo. Sus libros fueron quemados en las enormes hogueras públicas en la que ardieron la intelectualidad, el arte y la ciencia de aquella Alemania faro de cultura de Europa.

Sigmund Freud y Martha Bernays en Berlin, 1885, cuando aun eran novios (Bettmann/Getty Images)

Freud no tenía intenciones de marcharse, de modo que los nazis le hicieron saber el peligro que corría su familia. En un allanamiento del edificio donde funcionaba la editorial psicoanalítica, que también era el de su vivienda, los nazis se llevaron a su hijo Martin, lo interrogaron todo un largo día y lo liberaron. Una semana después, hicieron lo mismo con su hija Anna, apresada en el cuartel general de la Gestapo vienesa. Eso convenció a Freud de la necesidad de partir.

Sus cuatro hermanas, que se quedaron en Viena, murieron años más tarde en los campos de exterminio nazis. “Anna en la Gestapo”, anotó Freud en su diario como síntesis del que acaso fue el día más negro de su vida.

El 4 de junio de 1938, junto a su mujer Martha Bernays y su hija, Freud inició su viaje al exilio, enfermo, deteriorado, viejo y frágil. Antes, debió firmar un documento elaborado por los nazis que decía: “Yo, profesor Freud, confirmo por la presente que después del Anschluss (anexión) de Austria al Reich he sido tratado por las autoridades germanas, y particularmente por la Gestapo, con todo el respeto y la consideración debidos a mi reputación científica; que he podido vivir y trabajar en completa libertad, así como proseguir mis actividades en todas las formas que deseara; que recibí pleno apoyo de todos los que tuvieron intervención en este respecto, y que no tengo el más mínimo motivo de queja”. Nada era verdad. Freud entonces preguntó entonces si podía agregar una frase al texto, y escribió: “De todo corazón puedo recomendar la Gestapo a cualquiera”.

A las tres de la mañana del 5 de junio Freud y su familia cruzaron la frontera con París a bordo del Orient Express. Llegaron a Dover en ferry, con la salud del ilustre paciente más o menos entera, mejor de lo que él mismo esperaba, previas dosis de trinitrina y estricnina para superar el esfuerzo.

Freud tuvo un sueño en aquel viaje nocturno entre París y Dover. Se lo contó a su hijo días después. Soñó que desembarcaba en Pavensey, el puerto en el que había desembarcado Guillermo El Conquistador en 1066. Interpretaciones aparte, Freud quedó encantado con Londres. A su llegada, pasó en por el Palacio de Buckingham, por Burlington House, por Picadilly Circus, y por Regent Street, todos sitios que identificaba con fervor. Se instaló en el 39 de Elsworthy Road, una casa con jardín que fue su hogar transitorio. Freud paseó por el jardín de la casa y lanzó su segunda ironía en tres días: “Casi estoy tentado de gritar Heil Hitler”.

El año y dos meses que le quedaban por delante lo vivió con cierta intensidad. Y algunas curiosidades: recibió visitas entre las que se destacaron las de H.G. Wells, el historiador judío Joseph Yahuda, el escritor Stefan Zweig y, en especial Freud recibió con cariño a Jaim Weizmann, el famoso líder sionista por quien sentía particular afecto.

Lo curioso: el 19 de julio Stefan Zweig fue a visitarlo con un personaje ya por entonces bastante singular: Salvador Dalí que, de inmediato, hizo un boceto de Freud y afirmó que su cráneo le recordaba la imagen de un caracol. Freud escribió luego a Zweig: “Realmente debo agradecerle que haya traído al visitante de ayer. Porque hasta ahora yo me había inclinado a considerar a los surrealistas, que al parecer me han adoptado como su santo patrono, como locos absolutos, digamos en un noventa y cinco por ciento, como ocurre con el alcohol. Este joven español, con sus cándidos ojos fanáticos y su innegable maestría técnica, ha logrado cambiar mi valoración. No cabe duda de que sería muy interesante investigar analíticamente cómo logró caqrear ese cuadro”.

A finales de año, Freud se había restablecido lo suficiente como para atender a cuatro pacientes, con muy pocas interrupciones, hasta que el mal se lo impidió, ya cerca de su muerte. El cáncer lo acechaba con exasperante lentitud y en marzo de 1939 se hizo inaccesible para los cirujanos que ya lo habían operado treinta y tres veces, sufrió la extirpación de parte de la mandíbula y vivió el resto de sus días con una prótesis: Freud pagaba así tributo a su adicción al tabaco, fue un fumador empedernido desde los 20 años, jamás hizo caso a las recomendaciones médicas y fumó hasta poco antes de su muerte.

En marzo de 1939, ya casi abatido por el mal, envió un saludo a la Sociedad Psicoanalítica que había fundado y que cumplía un nuevo aniversario. Envió una carta a su discípulo y amigo, Ernest Jones, que escribió también una fantástica biografía que sirvió de fuente a estas líneas. Freud se lamentaba que, aún cerca de la Sociedad, no pudiera estar en la celebración: “(…) Pero, como somos impotentes ante el destino, tenemos que aceptar lo que este nos depara. Así, pues. Debo contentarme con enviar a la sociedad que celebra su aniversario –y desde lejos, estando tan cerca– un saludo cordial y los más afectuosos deseos (…)”

Reacio a tomar medicamentos, “prefiero pensar en medio del tormento a no estar en condiciones de pensar con claridad”, aceptó como único calmante, y de vez en vez, una aspirina. En agosto de 1939 se derrumbó. Sus heridas despedían un desagradable olor y creció su debilidad: ya no podía pasear por el jardín y pasaba horas mirando sus flores favoritas por el ventanal de su estudio, que era su refugio de enfermo.

Jones recuerda: “El cáncer se abrió camino a través de la mejilla hasta la cara externa y el estado séptico aumentó. El agotamiento era extremo y el sufrimiento, indescriptible “.

El 19 de septiembre cuatro días antes del final, Jones fue convocado para despedirse de su maestro. “Lo llamé por su nombre mientras dormitaba. Abrió los ojos, me reconoció y levantó la mano para dejarla caer luego con un gesto sumamente expresivo en el que estaba encerrado un mundo de significados: saludos, buenos deseos, resignación. No hubo necesidad de cambiar una palabra”.

La urna griega que contiene las cenizas de Freud y su esposa Martha Bernays (Jim Dyson/Getty Images)

El 21, Freud le dijo a su médico: “Querido Schur, usted recordará nuestra primera conversación. Usted me prometió que me ayudaría cuando yo ya no pudiera soportar más. Ahora es sólo una tortura y ya no tiene ningún sentido”. El médico apretó su mano y le prometió que le daría los sedantes necesarios. Freud le agradeció y le dijo: “Cuéntele a Anna nuestra conversación”. Dice Jones que no hubo en esa escena inolvidable ni emoción, ni autocompasión: “Sólo la realidad”.

Schur le aplicó una dosis de morfina, el paciente lanzó un breve suspiro de alivio y se hundió en un profundo sueño. Murió poco antes de la medianoche del 23. Fue incinerado en el cementerio de Golders Green en la mañana del 26. Sus cenizas se depositaron en un ánfora griega, uno de sus objetos preferidos. Allí reposan hoy junto a los restos de su mujer, Martha Bernays.»

Leído en: infobae.com/historias/2021/09/23/los-ultimos-dias-sigmund-freud-el-cuerpo-torturado-el-olor-de-sus-heridas-y-el-pacto-con-su-medico-para-no-sufrir/


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