Planeta Freud

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En la pizarra, está escrito:

«HOMO HOMINI LUPUS» Plauto – 254/184 aC

I. Kant decía que el sujeto sufre de 3 apetitos lamentables:
Ehrsucht: Sed de honores
Herschucht: Dominación
Habsucht: Bienes.

A. Rimbau: «Yo es (un) otro»
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CHARLA:
«(A)matar: amar y matar. Dos crímenes opuestos. Una aproximación freudolacaniana.»

En el marco del Congreso de Patologías Border-Line y Delitos Complejos… Los in-diagnosticables: Semiologías Psiquiátricas en debate: DSM-IV y Semiología Francesa.

En: Instituto Criminología y Psicología Forense de Uruguay.
Montevideo, Uruguay. 10-MAYO-2013.
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El crimen del psicoanálisis, que tiene un autor que se llama Jacques Lacan, es este:  (/A). Lacan mató al Otro. Lo castró. Crimen viene del latín (hay una raíz indoeuropea) y quiere decir “separar”. El análisis tiene que ver también con esto.

(…)

Matar, amar y asesinar son hechos culturales, netamente humanos. No existe en el mundo de la naturaleza… y hablar de “mundo de la naturaleza” es ya un abuso del lenguaje: no hay ninguna realidad pre-discursiva. (Lacan, Seminario XX: “Los hombres, las mujeres y los niños no son más que significantes.”)

(…)

El primer problema es que el sujeto es deseado; que el deseo nos toma, que nosotros no tenemos un deseo, sino que el deseo nos tiene. Y aquí nos separamos del conductivismo, porque esto es lo insconciente.

(…)

Para Lacan el “A” simboliza el lenguaje, no es estrictamente un sujeto; y castrar el lenguaje quiere decir que para entrar a la cultura es necesario que el lenguaje esté agujerado.

El lenguaje se agujerea y automáticamente se agujerea el Sujeto. Es decir que ya queda una hianca que permitirá que el deseo se instale. Es decir, nosotros no hablamos, no cagamos, no hacemos pis, no cojemos, no hacemos absolutamente nada “por naturaleza”. El autismo comprueba que el Sujeto no habla por necesidad: hablamos porque hay un goce en el hablaje.

(…)

A partir del Significante, que agujerea el “cacho de carne”, se produce la entrada del goce en el organismo y acá entramos en problemas… Y este verbo que acá escribo, AMAR, va a solucionar este problema: pero AMAR es una solución pero también es un problema. (Lacan, Seminario VI, 3-6-59: “No hay otro malestar en la cultura que el malestar del deseo.”)

(…)

Primero es necesario que el lenguaje se agujeree y que algo penetre. Y aunque ustedes no lo crean, la que penetra acá es la mujer. Y esto que penetra es el FALO. Y los estudiantes de psicología mínimamente tienen que conocer que el FALO es el deseo de la madre. ¿Y esto qué quiere decir?

¿Qué quiso decir Freud –porque esto está en 1905- con esto? Quiso decir que la madre no quiere un hijo. La madre quiere un FALO. Es más, porque el psicoanálisis es muy antipático, lo quiere para el padre. Ni siquiera para el marido.

Es decir que la madre, por definición, es un sujeto fálico; MADRE-FÁLICA no es una mala palabra; es una necesidad para que se produzca la ecuación simbólica sino ninguna mujer puede desear un hijo. Y esto se produce a partir de una cuestión incorporada en el Deseo-de-la-Madre que es el Nombre-del-Padre.

Esta operación de atravesamiento fálico, que Lacan la bautiza sin previo aviso en el Seminario 4, como “la entrada del Espíritu Santo”, comporta dos operaciones: Behajung y Ausstossung: la incorporación del falo y la expulsión del objeto. Es decir que cuando se produce el maridaje (…) hay una pérdida que Lacan bautiza como objeto-pequeño-a.

(…)

Esto que se perdió es lo que se busca: lo suplementario, no lo que nos complementa. (…) Y acá estamos en problemas… Nos peleamos siempre con el vecino de al lado, a lo sumo el de arriba, pero nunca el que está más allá, los odios y los amores van juntos… por eso las guerras en general se dan entre países limítrofes. (…)

Lo que está en el eje de todo es nuestro narcisismo cotidiano…

Dice Lacan en el Seminario XI: “Si hay un terreno en el discurso en que el engaño tiene probabilidades de triunfo, su terreno es el amor.”

Por definición, para el psicoanálisis, el acto es fallido: Lacan decía que el acto más logrado es el fallido. El amor es también un engaño (…) y el problema es que el neurótico  (“His majesty the baby”-como decía Freud) busca re-integrar esto que perdió: busca re-integrar su producto. Porque este objeto-a es mitad del Sujeto y mitad del Otro: y este es el problema.

(…)

La Ley, cultural obviamente, rige la Castración del Goce (Incestuoso). Para que el Sujeto transite del goce al deseo tiene que atarse a la Ley. La Ley es la nominación del NO. Por eso O. Masotta decía que la prohibición del Incesto más que una regla de prohibición es una regla del Don.

(…)

El amor es un acto fallido, es un crimen fallido; y el homicidio es un crimen logrado. Sólo que un homicidio no es más que un suicidio proyectado: y esta es la tesis de Lacan.

Por eso escribí la cita de Rimbau: “Yo es otro”. Lacan comienza su tesis con una cita de la Ética de Spinoza: “Una afección cualquiera de cada individuo difiere de la afección de otro, tanto como la esencia de uno difiere de la esencia de otro.” 

¿Por qué Lacan empezará su tesis con esta frase Spizoniana? Porque esto es lo que nos diferencia a los psicoanalistas del discurso médico: la singularidad. ¿Qué va a decir Lacan?

Va a decir que la Psicosis no es un déficit: yo no puedo comparar a un psicótico desde mi lugar de neurótico: ser psicótico no es ni mejor ni peor que ser neurótico. Y hay que diferenciar psicosis de locura. La locura es un adjetivo, un acto que denota insensatez y que Lacan va a tomar de Hegel y denota delirio de infatuación.

Para Lacan la única enfermedad –si es que la enfermedad existe- es el delirio de infatuación; ¿qué quiere decir esto? Que la única enfermedad que tenemos los Sujetos se llama YO.

Y esto es lo que toca un analista en el análisis. Y ustedes ya estarán pensando: “Ah, ¿entonces se mata por narcisismo?”- Exactamente: igual por lo cual se ama: se ama por narcisismo y se mata por narcisismo.

(…)

La psicosis es pura lógica. La psicosis es trans-fenoménica, la locura es fenoménica (…) La locura se ve, la psicosis se escucha. Es más: la psicosis se escucha aún sin desencadenar…

En general la psicosis que nos llega al consultorio es una pre-psicosis, no es la psicosis desencadenada. Locuras hay muchas: enamorarse es una locura. Lavarse 35 veces las manos o poner 7 despertadores –como los casos que analizó Freud- es una locura…

(…)
.
Vayamos al caso Aimeé: ¿qué descubre Lacan? Que la naturaleza de la cura demostrará la naturaleza de la enfermedad; es decir: que ser castigada produce la curación… Cuando el sujeto no se ata a la Ley, la Ley lo ata. (…)

¡Y qué más dice Lacan acá? Dice que la producción del delirio es directamente proporcional a la producción artística. Esto quiere decir que nuestro síntoma, el síntoma del neurótico, es poético, no es psiquiátrico. Nosotros no escuchamos el mismo síntoma que escucha el psiquiatra.

(…)

No existe la ferocidad ni la violencia en el reino animal, esos son significantes-humanos. (…) Ningún animal mata por violencia o por ferocidad; esto que le enseñamos a los nenes: “el león es malo y el pajarito es bueno”-eso es un fantasma nuestro. Los animales no son ni buenos ni malos.

El animal mata por instinto. Es más, si me pongo muy lacaniano podría decir que el animal no (sabe que) mata. Matar, dice Lacan, como la palabra “muerte” existe en el Sujeto porque la podemos decir: de hecho el animal no “sabe” que se va a morir. Y este es el único saber humano. (…)

El síntoma es una manera elegante –neurótica- de tapar la muerte, de tapar la castración. Y no hay que tener ningún miedo de poner esta fórmula: Castración = Muerte. Esta es la única muerte que el Sujeto conoce. (…) Y toda muerte es del narcisismo.

(…)

Ferocidad, violencia, crimen, asesinato, homicidio: todos significantes humanos. (…) Digo que el crimen, como el amor, no tiene nada que ver con los genes. Ustedes saben que se descubren genes para todos…

Y esto es una cuestión política-ideológica; porque no es casualidad que en los países que se investigan estas cuestiones decir que hay un gen del criminal de raza negra, al racismo, hay un solo paso. Estas son cosas propias del ser humano.

¿Y qué es lo más propio del ser humano aparte del narcisismo? La pulsión, que no se puede traducir como instinto.

Por eso Lacan decía en su conferencia de mayo de 1950: “Pero esa misma crueldad implica la humanidad. A un semejante apunta, aunque sea en un ser de otra especie. Ninguna experiencia como la del análisis ha sondeado en la vivencia esta equivalencia de que nos advierte el patético llamamiento del Amor: a ti mismo golpeas.

Y la helada deducción del Espíritu: en la lucha a muerte por puro prestigio se hace el hombre reconocer por el hombre.

Si en otro sentido se designa por instintos a conductas atávicas cuya violencia hubo de hacer necesaria la ley de la selva primitiva y si las que algún doblamiento fisiopatológico liberaría, a la manera de los impulsos mórbidos, del nivel inferior en que parecen contenidas, bien podemos preguntarnos por qué, desde que el hombre es hombre, no se revelan también impulsos de excavar, de plantar, de cocinar y hasta de enterrar a los muertos.” 

Ahora que leo “enterrar a los muertos” recordé que O. Masotta decía que en toda tumba hay un espejo escondido… Espejo es sinónimo de semejante. El ser humano empieza la cultura cuando empieza a enterrar a sus semejantes… Fíjense que todo tiene que ver con no-aceptación de que vamos a morir…
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Y por si todavía no se entendió, ¿por qué amar es un crimen? Porque para amar –y esto en la primera etapa de enamoramiento el Sujeto no lo percibe porque está alienado- para amar es necesario matar.

Es necesario castrar-me: matar mi narcisismo. Porque sino no puedo amar-al-otro; me sigo amando a mi mismo: como Narciso y su Mito que sigue mirando al espejo (al lago); y ¿cuál es su tragedia?

Porque así como hay una tragedia en Edipo –aparte del Drama- hay una tragedia en Narciso: la tragedia es que no puede tomar agua –es decir: acceder a su deseo-, porque si toma agua se difumina su imagen.

Entonces es una tragedia estar cristalizado en su propia imagen, es una tragedia para el Sujeto no poder amarse más que así mismo, no poder amar… Entonces, claro que son dos crímenes opuestos…

¿Y por qué me voy a castrar? La castración, lo digo como Lacan lo dice en el Seminario III, es simplemente -en dos palabras-: perder para ganar.

Marcelo Augusto Pérez

“(A)matar: amar y matar. Dos crímenes opuestos.

Una aproximación freudolacaniana.” -Fragmento-
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EN: Congreso de Patologías Border-Line y Delitos Complejos…

Los in-diagnosticables: Semiologías Psiquiátricas en debate: DSM-IV y Semiología Francesa.

En: Instituto de Criminología y Psicología Forense de Uruguay.

Montevideo / 10-5-2013

Al.: Wunsch (a veces Begierde o Lust). Fr.: désir. – Ing.: wish. It.: desiderio. Por.: desejo.

En la concepción dinámica freudiana, uno de los polos del conflicto defensivo: el deseo Inconsciente tiende a realizarse restableciendo, según las leyes del proceso primario, los signos ligados a las primeras experiencias de satisfacción.

El psicoanálisis ha mostrado, basándose en el modelo del sueño, cómo el deseo se encuentra también en los síntomas en forma de una transacción.

En toda concepción del hombre existen algunas nociones que son demasiado fundamentales para poder ser bien delimitadas; tal es indiscutiblemente el caso del deseo en la doctrina freudiana. Nos limitaremos aquí a efectuar algunas observaciones relativas a la terminología.

1.° Ante todo señalemos que la palabra deseo no corresponde exactamente al término alemán Wunsch o al término inglés wish. Wunsch designa más bien el anhelo, el voto formulado, mientras que la palabra deseo evoca más bien un movimiento de concupiscencia o de codicia que en alemán se expresa por Begierde o incluso por Lust.

2.° En la teoría de los sueños se aprecia, con la máxima claridad, lo que entiende Freud por Wunsch, permitiendo diferenciarlo de algunos conceptos afines. La definición más elaborada es la que se refiere a la experiencia de satisfacción, a continuación de la cual «[…] la imagen mnémica de una determinada percepción permanece asociada a la huella mnémica de la excitación resultante de la necesidad.

Al presentarse de nuevo esta necesidad, se producirá, en virtud de la ligazón establecida, una moción psíquica dirigida a recargar la imagen mnémica de dicha percepción e incluso a evocar ésta, es decir, a restablecer la situación de la primera satisfacción: tal moción es la que nosotros llamamos deseo; la reaparición de la percepción es el «cumplimiento de deseo».

Esta definición obliga a efectuar las siguientes observaciones:

a) Freud no identifica necesidad con deseo: la necesidad, nacida de un estado de tensión interna, encuentra su satisfacción (Befriedigung) por la acción específica que procura el objeto adecuado (por ejemplo, alimento); el deseo se halla indisolublemente ligado a «huellas mnémicas» y encuentra su realización (Erfüllung) en la reproducción alucinatoria de las percepciones que se han convertido en signos de esta satisfacción (véase: Identidad de percepción).

Con todo, esta diferencia no siempre se halla tan claramente afirmada en la terminología de Freud: en algunos trabajos de encuentra la palabra compuesta Wunschbefriedigung.

b) La búsqueda del objeto en la realidad se halla totalmente orientada por esta relación con signos. La disposición de estos signos constituye la fantasía, correlato del deseo.

c) La concepción freudiana del deseo se refiere fundamentalmente al deseo inconsciente, ligado a signos infantiles indestructibles.

Observemos, sin embargo, que el uso hecho por Freud de la palabra deseo no siempre fue tan riguroso como el que se desprende de la definición anteriormente citada; así, habla de deseo de dormir, de deseo preconsciente e incluso, en ocasiones, formula el resultado del conflicto como el compromiso entre «[…] dos cumplimientos de deseos opuestos, cada uno de los cuales tiene su fuente en un sistema psíquico distinto».

J. Lacan se ha dedicado a centrar de nuevo los descubrimientos freudianos en torno a la noción de deseo y a volver a colocar este concepto en el primer plano de la teoría analítica.

Dentro de esta perspectiva, se ha visto inducido a diferenciarlo de conceptos tales como el de necesidad y el de demanda, con los que a menudo se confunde. La necesidad se dirige a un objeto específico, con el cual se satisface.

La demanda es formulada y se dirige a otro; aunque todavía se refiere a un objeto, esto es para ella inesencial por cuanto la demanda articulada es, en el fondo, demanda de amor.

El deseo nace de la separación entre necesidad y demanda; es irreductible a la necesidad, puesto que en su origen no es relación con un objeto real, independiente del sujeto, sino con la fantasía; es irreductible a la demanda, por cuanto intenta imponerse sin tener en cuenta el lenguaje y el inconsciente del otro, y exige ser reconocido absolutamente por él.

s. m. (fr. désir; ingl. wish, desire; al. Begierde, Begehren; Wunsch). Falta inscrita en la palabra y efecto de la marca del significante en el ser hablante.

El lugar de donde viene para un sujeto su mensaje de lenguaje se llama Otro, parental o social.

Pues el deseo del sujeto hablante es el deseo del Otro. Si bien se constituye a partir del Otro, es una falta [es una falta en el Otro] articulada en la palabra y el lenguaje que el sujeto no podría ignorar sin perjuicio.

Como tal es el margen que separa, por el hecho del lenguaje, al sujeto de un objeto supuesto [como] perdido.

Este objeto a es la causa del deseo y el soporte del fantasma del sujeto.

El lazo del deseo con el lenguaje.

Desde 1895, el desconocimiento de su deseo por parte del sujeto se le presentaba a Freud como una causa del síntoma.

Alumno de J. M. Charcot, ya sospechaba su existencia más allá del despliegue espectacular de las lesiones en las pacientes histéricas. Su trabajo con Emmy von N. iba a ponerlo en el camino de este deseo.

La paciente experimentaba algunas representaciones como incompatibles consigo misma: sapos, murciélagos, lagartos, hombres ocultos en las sombras.

Estas figuras bestiales surgían a su alrededor como otros tantos acontecimientos supuestamente traumáticos. Freud los relaciona con una causa: un deseo sexual.

Es el mismo fantasma de violentamiento que encuentra después en Dora: un violentamiento por un animal o por un hombre «contra» la voluntad del sujeto.

Pero se trata de un deseo socialmente inconfesable disimulado tras la convención amorosa de una inocencia maltratada. Irrumpe en la realidad, proyectada sobre animales e incluso sobre personas, seres todos a los que la histérica atribuye su propia sensualidad. Tal proyección llevará a Lacan a la aserción de que el deseo del sujeto es el deseo del Otro.

La histérica imagina a este Otro encarnado en un semejante.

Con la cura, termina por reconocer que ese lugar Otro está en ella y que lo ha ignorado: sólo apremiándola, Freud obtiene que la paciente evoque para él lo que la atormenta.

Lo mismo hará Freud con otras, obteniendo a menudo la sedación parcial de los síntomas.

El lazo del deseo con la sexualidad, al igual que su reconocimiento por la palabra, se le reveló a Freud desde el comienzo mismo.

A su turno, los modelos físicos, económicos y tópicos lo ayudarán a cernir sus efectos, pero muy pronto el lazo del deseo con la palabra de un sujeto se convierte en el hilo conductor de toda su obra clínica, como lo testimonia enseguida La interpretación de los sueños (1900).

Si el sueño es la realización disfrazada de un deseo reprimido, Freud sabe oír, a través de los disfraces que impone la censura, la expresión de un deseo que subvierte, dice, «las soluciones simples de la moral perimida».

Al hacerlo, Freud trae a la luz la articulación del deseo con el lenguaje, descubriendo su regla de interpretación: la asociación libre.

Esta da acceso a ese saber inconciente a través del cual es legible el deseo de un sujeto.

Siguiendo la huella de las significaciones que vienen más espontáneamente al espíritu, el sujeto puede traer a la luz ese deseo que el trabajo disimulador del sueño ha enmascarado bajo imágenes enigmáticas, inofensivas o angustiantes.

La interpretación que resulta de ello vale así como reconocimiento del deseo que desde la infancia no cesa de insistir y determina, sin que él lo sepa, el destino del sujeto.

He ahí por qué Freud concluye La interpretación de los sueños diciendo que lo que se presenta como porvenir, en el sueño, para el soñante, está modelado, por el deseo indestructible, a imagen del pasado.

¿De qué naturaleza es ese deseo? Todo el trabajo clínico de Freud responde a esa pregunta, y lo conduce a enunciar una de las paradojas del deseo en la neurosis: el deseo de tener un deseo insatisfecho.

El llamado sueño «de la carnicera» (La interpretación de los sueños) le revela alguno de sus arcanos.

Al evocar un sueño en el que aparece el salmón, plato predilecto de su amiga, la paciente en cuestión dice que ella alienta a su marido, a pesar de que es cuidadoso en complacerla, a no satisfacer su deseo de caviar, no obstante habérselo ella expresado. Freud interpreta estas palabras como deseo de tener un deseo insatisfecho.

Escucha el significante «caviar» como metáfora del deseo.

A propósito de este sueño, Lacan muestra, en La dirección de la cura, que este deseo se articula allí con el lenguaje.

El deseo no sólo se desliza en un significante que lo representa, el caviar, sino también se desplaza a lo largo de la cadena significante que el sujeto enuncia cuando, por asociación libre, la paciente pasa del salmón al caviar.

A este desplazamiento de un significante a otro, que se fija momentáneamente en una palabra considerada representante del objeto deseable, Lacan lo llama metonimia.

La paciente no quiere ser satisfecha, como es habitual comprobarlo en la neurosis.

Ella prefiere la falta a la satisfacción, falta que mantiene bajo la forma de la privación evocada por el significante «caviar».

Si, para Lacan, el deseo es «la metonimia de la falta en ser en la que se sostiene», es por -que el lugar en el que se sostiene el deseo de un sujeto es un margen impuesto por los significantes mismos, esas palabras que nombran lo que hay que desear. Margen que se abre entre un sujeto y un objeto que el sujeto supone inaccesible o perdido.

El deslizamiento del deseo a lo largo de la cadena significante prohibe [interdit: inter-dice] el acceso a ese objeto supuesto [como] perdido simbolizado aquí por el significante caviar.

Lo que estas observaciones de Lacan muestran es que el nombre que nombra al objeto faltante deja aparecer esa falta, lugar mismo del deseo.

La falta es un efecto del lenguaje: al nombrar al objeto, el sujeto necesariamente le pifia [rate].

La especificidad del deseo de la histérica aquí es que hace de esa falta estructural, determinada por el lenguaje, una privación, fuente de insatisfacción.

Mas, si el deseo es indestructible, es porque los significantes particulares en los que un sujeto viene a articular su deseo, es decir, a nombrar los objetos que lo determinan, permanecen indestructibles en el inconciente a título de «huellas mnémicas» dejadas por la vida infantil.

¿Quiere esto decir que el psicoanálisis se atiene a esa verdad de que los neuróticos viven de ficciones y mantienen su insatisfacción?

El deseo y la ley simbólica.

Lacan da una respuesta a este problema en el Seminario VI, 1958-59, «El deseo y su interpretación». Si el neurótico como hombre mantiene su insatisfacción, es porque siendo niño no logró articular su deseo con la ley simbólica que autorizaría una cierta realización de él.

La cuestión es saber cuál es esta ley simbólica y qué impasses pueden desprenderse de ella para el deseo de un sujeto.

Hamlet.

Lacan ilustra su argumentación sobre las impasses del deseo en la neurosis con el destino de Hamlet.

El drama de Hamlet es saber por adelantado que la traición, denunciada por el espectro del padre muerto, vuelve inane toda realización de su deseo.

Pero es menos la traición del rey Claudio la que está en juego que la revelación hecha por el espectro a Hamlet de esta traición.

Esta revelación es mortífera puesto que arroja la duda sobre lo que garantizaría el deseo de Hamlet.

En efecto, la denuncia de la mentira que representaría la pareja real vuelve a Hamlet insoportable el lazo del rey y de la reina y lo lleva a recusar lo que funda simbólicamente este lazo sexual: el falo.

Hamlet cuestiona que Claudio pueda ser el detentador exclusivo del falo para su madre.

Por el mismo movimiento, se prohibe el acceso a un deseo que estaría en regla con la interdicción fundamental, la del incesto. Recusa la castración simbólica.

Ya que, tanto para Freud como para Lacan, esta ley simbólica es trasportada por el lenguaje: no natural, obliga al sujeto a renunciar a la madre.

Lo desposee, simbólicamente, de ese objeto imaginario que es el falo según Lacan para atribuirle su goce a Otro, en este caso a Claudio.

El complejo de Edipo, descubierto por Freud, toma todo su sentido de la rivalidad que opone el niño al padre en el abordaje de este goce.

Interesa también comprobar que el judaísmo y luego el cristianismo, a través de la interdicción que hicieron recaer sobre la concupiscencia incestuosa y sexual, instalaron las condiciones de un deseo subjetivo estrictamente orientado por el falo y por la trasgresión de la ley.

La tradición moral no deja de suscitar las impasses del deseo.

Por las respuestas que da favorece el rechazo neurótico o perverso de la castración. Hamlet termina aquí por sustituir el acto simbólico de la castración, que la palabra envenenada del espectro ha vuelto imposible, por un asesinato real que lo arrastra a él mismo, y a los suyos, a la muerte.

El destino de Hamlet es emblemático de las impasses del deseo en la neurosis, que, si bien raramente toma esta forma radical, tiene como origen la misma causa: una evitación de la castración. Si el sujeto quiere realizarse de otro modo que no sea en ese infinito dolor de existir que Hamlet atestigua, o en la muerte real, su deseo, por una necesidad de lenguaje, sólo puede pasar por la castración.

Pues, como dice Lacan, el goce está prohibido, interdicto, a quien habla, en tanto ser hablante.

Lo que también muestra la psicopatología de la vida cotidiana es que la represión de todas las significaciones sexuales está inscrita en la palabra: las referencias demasiado directas al goce son evacuadas de los enunciados más ordinarios y eventualmente son admitidas sólo a título de chistes.

Tal es por lo tanto el efecto de esta ley del lenguaje que, al mismo tiempo que prohibe el goce, lo simboliza por medio del falo y reprime de la palabra, hacia el inconciente, los significantes del goce.

Por eso parece obsceno el retorno demasiado crudo de los términos que evocan el sexo en la palabra.

Tal es también para el hombre la relación del deseo sexual con el lenguaje.

Por poco que no haya ocurrido esta represión originaria, el deseo del sujeto sufre sus consecuencias en la culpa o en los síntomas.

Para una mujer, el acceso al deseo se muestra diferente. De entrada, la castración puede aparecerle como la privación real de un órgano del que el varón está dotado o como una injusta frustración.

Luego viene a ocupar el lugar imaginario de ese objeto de deseo que ella representa para su padre en tanto mujer.

A menudo vive por eso con dificultad la rivalidad que de ahí en adelante la opone a su madre. Sea como sea, no le es impuesto por el lenguaje reprimir la significación fálica, que para el hombre sexualiza todas sus pulsiones, puesto que no está concernida toda entera por una represión cuyos efectos sin embargo soporta en su relación con el hombre.

Lo que hizo decir a Lacan que una mujer vivía de la castración de su compañero encontrando allí una marca de referencia para su deseo.

No basta, por último, esta referencia a la castración para que el deseo pueda ser realizado; hace falta todavía que esta castración, para no prohibir toda realización del deseo, llegue a encontrar apoyo en lo que Lacan llama el Nombre -del-Padre.

Antígona.

En esta referencia al Nombre-del-Padre, también puramente simbólico, tiene sus bases el deseo asumido.

El sujeto deseante se autoriza a gozar precisamente porque le imputa al padre real esta autorización simbólica para desear (el Nombre-del-Padre), sin la cual la castración, propia del lenguaje, dejaría al sujeto insatisfecho y sufriente. Tendría que renunciar a todo deseo, como lo muestra la patología del sujeto «normal»: su estado depresivo.

Para hacer comprender esta relación del deseo con el Nombre-del-Padre, Lacan elige hacer de la conducta de Antígona la actitud más ilustrativa de la Etica del psicoanálisis.

Contrariamente a Hamlet, el deseo de Antígona no se ve reducido a la inanidad por el envenenamiento de una palabra sin salida; ella sabe lo que funda la existencia de su deseo: su fidelidad al nombre legado por su padre a su hermano Polinice, aquí Nombre-del-Padre.

El límite que este nombre define para las decisiones y los actos es aquel en que Antígona se mantiene.

Nombre que Creonte quiere ultrajar cuando decide dejar expuesto el cadáver del guerrero muerto.

Al Bien reivindicado por Creonte (en este caso, el orden de la ciudad y la razón de Estado), ella opone su deseo, fundado en este lazo simbólico.

La tragedia muestra que en el horizonte de este Bien invocado por los amos y los filósofos, proveedores de una moral perimida, lo peor se dibuja.

Ya que la resolución atroz de la tragedia procede directamente de la voluntad de Creonte de hacer el Bien contra el deseo de Antígona.

Así, para Lacan, el Bien, junto con el servicio de los bienes -honorabilidad, propiedad, altruismo, bienes de todos los órdenes-, es portador de tal goce mortal porque rompe las amarras con el deseo.

La conducta de Antígona les ha parecido excesiva a muchos comentadores clásicos. Indudablemente, la audacia de Lacan es haber mostrado, contra las morales tradicionales fundadas en el Bien, que el deseo no podía sostenerse sino en su exceso mismo con relación al goce que todo bien, todo orden moral o toda instancia de orden, cualquiera que sea, recubre.

Este exceso del deseo es emblemático de la prueba que la cura analítica constituye para un sujeto.

La única falta que este puede cometer es ir en contra de su deseo: ceder en su deseo sólo dejará a este sujeto desorientado.

Por lo tanto, en la cura, el sujeto hará el «escrutinio de su propia ley» y tomará el riesgo del exceso.

El objeto, causa del deseo. ¿Qué se ve llevado a descubrir en última instancia el sujeto? En primer lugar, como dice Lacan, que «no hay otro bien que el que puede servir para pagar el precio por el acceso al deseo», pero, sobre todo, que ese deseo no es ni una necesidad natural ni una demanda. Se distingue radicalmente de la necesidad natural, como lo testimonia por ejemplo la constitución de la pulsión oral.

Al grito del niño, la madre responde interpretándolo como una demanda, es decir, un llamado significante a la satisfacción.

El niño se encuentra entonces en los primeros días dependiendo de un Otro cuya conducta procede del lenguaje. Si bien corresponde a la madre responder a esta demanda, sólo intenta satisfacerla porque, más allá del grito, ella supone la demanda [significante] de un niño.

Esta demanda sólo tiene significación en el lenguaje.

Al suponerla, ella implica entonces al niño en el campo de la palabra y del lenguaje.

Pero el niño sólo accede al deseo propiamente dicho al aislar la causa de su satisfacción, que es el objeto, causa del deseo: el pezón.

Y sólo lo aísla si es frustrado de él, es decir, si la madre deja lugar a la falta en la satisfacción de la demanda.

El deseo adviene entonces más allá de la demanda como falta de un objeto. Justamente por la cesión de este objeto, el niño se constituye como sujeto deseante.

El sujeto ratifica la pérdida de este objeto por medio de la formación de un fantasma que no es otro que la representación imaginaria de este objeto supuesto [como] perdido.

Es un corte simbólico el que separa de ahí en adelante al sujeto de un objeto supuesto [como] perdido.

Este corte simultáneamente es constitutivo del deseo, como falta, y del fantasma que va a suceder al aislamiento del objeto perdido.

La excitación real del sujeto en la persecución de lo que lo satisface va entonces a tener como punto de obstaculización una falta, y un fantasma que en cierto modo hace pantalla a esta falta y que resurgirá en la vida sexual del sujeto.

La excitación no está por lo tanto destinada a alcanzar el fin biológico que sería, por ejemplo, la satisfacción instintiva de la necesidad natural a través de la captura real de algo, como en el animal.

La excitación real del sujeto rodea a un objeto que se muestra incaptable, y constituye la pulsión.

La existencia del sujeto deseante con relación al objeto de su fantasma es un montaje, que procede de la inscripción de la falta en el deseo de la madre, ya que primero le corresponde a la madre, y luego al padre, inscribir esa falta para el niño, una falta no natural sino propia del lenguaje.

El lenguaje y el corte, de los cuales es portador, son recibidos como Otros por el sujeto.

Llevan con ellos la falta.

Por eso Lacan dice que el deseo del sujeto es el deseo del Otro.

Lo mismo ocurre con todos los otros objetos del fantasma (anal, escópico, vocal, fálico, y hasta literal) cuya pérdida cava también este margen del deseo, esta falta, que serán, por otra parte, a título diverso, los soportes del fantasma.

A este objeto, soporte del fantasma y causa del deseo, Lacan lo llama. objeto a.

En «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo» (Escritos, 1966), nota con un algoritmo la relación del sujeto con el objeto a: $ <> a.

Así es, pues, este sujeto del inconciente que persigue a través de los meandros de su saber inconciente la causa evanescente de su deseo, ese objeto supuesto [como] perdido tan frecuentemente evocado en los sueños.

Corresponde en definitiva a la castración reprimir las pulsiones que han presidido la instalación de este montaje y sexualizar todos los objetos causas del deseo bajo la égida del falo.

Al término de un análisis, estos objetos supuestos [como] perdidos, soportes del fantasma, aparecen bajo la luz que les es propia, o sea, la de lo que no se deja capturar: «el» nada [rien], ninguna cosa.

Pues si el objeto es evanescente, el deseo en última instancia tiene que vérselas con el nada, como con su causa única.

Esta relación del deseo con el nada que lo sostiene puede permitirle al sujeto moderno vivir por medio del discurso psicoanalítico un deseo diferente de aquel con el cual los neuróticos se vinculan por tradición.

Ch. Melman lo demuestra en su último seminario sobre La represión: este deseo ya no tendrá que encontrar su apoyo en la concupiscencia prohibida y al mismo tiempo alentada por la religión, rehusando privilegiar el falo como objeto de deseo. Se trata de un deseo que, sin ignorar la existencia y los mandamientos de la Ley, no se pondría ya al servicio de la moral.

Jacques Lacan
Las grabaciones encontradas de Jacques Lacan

22–09–2013 / El 26 de febrero de 1977, el psicoanalista francés Jacques Lacan pronunció en Bruselas, Bélgica, estas Consideraciones sobre la histeria que establecidas por su albacea, Jacques-Alain Miller, acaban de ser publicadas en el sitio de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL), sita en Medellín, Colombia, sobre una versión anterior, de 1981, que apareció en el número 90 de la revista Quarto.


 
Así dice:
 
“¿Qué fue de las histéricas de antaño, de aquellas maravillosas mujeres, las Anna O, las Emmy von N?
 
No sólo jugaron un cierto papel sino un papel social. Fueron ellas quienes permitieron el nacimiento del psicoanálisis cuando Freud se dispuso a escucharlas. Al escucharlas, Freud inauguró una modalidad completamente nueva de la relación humana.
 
“¿Qué sustituye actualmente a los síntomas histéricos de otro tiempo? ¿No se ha desplazado la histeria en el campo social? ¿No la habrá reemplazado la chifladura psicoanalítica?
 
“Nos parece cierto ahora que a Freud le afectaba lo que le contaban las histéricas. El inconsciente se origina en el hecho de que la histérica no sabe lo que dice cuando, de hecho, algo dice con las palabras que le faltan. El inconsciente es un sedimento de lenguaje.
 
En el extremo opuesto de nuestra práctica está lo real. Se trata de una idea límite, la idea de lo que no tiene sentido. En nuestra práctica operamos con el sentido, es decir con la interpretación. En tanto objeto de la ciencia -y no del conocimiento que es más que criticable-, lo real es ese punto de fuga.  Lo real es el objeto de la ciencia.
 
Considerada desde ese punto de fuga al menos, nuestra práctica es una estafa: embaucar, asombrar a la gente, deslumbrarla con palabras. Esas palabras son un camelo, lo que habitualmente llamamos un camelo. Es lo que (James) Joyce designaba con esas palabras más o menos infladas de donde nos viene todo el mal.
 
Lo que digo aquí está en el centro del problema de lo que aportamos al tejido social. Es por lo que sugerí que había algo que estaba sustituyendo a esa sopladura que es el síntoma histérico.
 
Un síntoma histérico es algo muy curioso. Se soluciona a partir del momento en que la persona, que verdaderamente no sabe lo que dice, comienza a balbucear.
 
“¿Y el histérico macho? Ni uno se encuentra que no sea una hembra.
 
Freud convirtió a ese inconsciente, del que no comprendía estrictamente nada, en representaciones inconscientes. ¿Qué podrían ser las representaciones inconscientes? En su  Unbewusste Vorstellungen hay una contradicción en los términos. Intenté explicarlo, promoverlo, para instituirlo en el plano de lo simbólico. Lo simbólico consiste en palabras, nada que ver con  representaciones. Y en última instancia sí, se puede concebir que las palabras sean inconscientes. No son más que palabras lo que se cuenta, y a montones. En conjunto, hablan sin saber absolutamente nada de lo que dicen. Por lo que el inconsciente no tiene cuerpo más que de palabras.
 
Me incomoda atribuirme un papel en esta ocasión pero, me atrevo decirlo, fui piedra de escándalo en el campo de Freud. No estoy tan orgulloso. Incluso diré más, no estoy orgulloso de haber sido aspirado por una práctica que he continuado como he podido y que, después de todo, nada asegura que la sostenga hasta reventar. Pero está claro que soy el único en haber dado su peso a eso hacia lo que Freud se vio aspirado por la noción de inconsciente.
 
Todo esto trae algunas consecuencias consigo. Que el psicoanálisis no sea una ciencia, cae por su propio peso. Incluso es exactamente lo contrario. Cae por su propio peso si pensamos que una ciencia sólo se desarrolla con pequeños artilugios que son artilugios reales, y que además es preciso saber construirlos. Por eso, sin duda, hay todo un lado artístico en la ciencia. Es fruto de la industria humana: es preciso saber-hacer-con. Pero ese saber-hacer-con desemboca en el plano del camelo.
 
“Un camelo es a lo que normalmente llamamos lo bello
 
Se dice: ¡qué bella demostración!
 
Elucubro una geometría, a la que llamo de sacos y cuerdas, geometría de la trama, que nada tiene que ver con la geometría griega, hecha de abstracciones. Lo que intento articular es una geometría que resista.
 
Podría estar al alcance de lo que llamaría todas las mujeres si las mujeres no se caracterizaran precisamente por no ser todas. Por eso, aún teniendo el material, los hilos, las mujeres no lograron hacer esa geometría a la que me aferro.
 
Quizás la ciencia tomara otro cariz si hiciéramos con ella una trama, o sea algo que se resolviera con hilos. En fin, no sabemos si nada de esto tendrá la menor fecundidad.
 
Aun siendo cierto que a una demostración se la puede calificar de bella, los cables se nos cruzan totalmente cuando no se trata de una demostración, sino de algo muy, muy paradójico y a lo que intento llamar como puedo, una mostraciónEs curioso percatarse de que, en ese entrecruzamiento de hilos, hay algo que se impone como real, como otro nudo de real.
 
Hice la experiencia. No se pueden imaginar hasta qué punto me preocupan esas historias de lo que en un tiempo llamé redondeles de cuerda. No es cualquier cosa llamarlos así. Esas historias de redondeles de cuerda me preocupan mucho cuando me quedo solo. Les ruego que hagan la prueba, verán que es irrepresentable, enseguida se nos cruzan los cables.  El nudo borromeo todavía llegamos a representarlo, pero hace falta ejercitarse. Negro sobre blanco, también se pueden dar de él representaciones planas con las que no nos orientamos. No se le reconoce. Éste de aquí es un nudo borromeo porque, si se rompe una de las cuerdas, las otras dos quedan libres.
 
No es azaroso que llegara a atragantarme con esas representaciones de nudos. Me preocupan verdaderamente. Conducido, dirigido como por una rampa, continué con esa práctica, con ese bla-bla-bla que es el psicoanálisis, y de todas maneras es sorprendente que todo eso me haya conducido hasta aquí, porque en Freud no hay rastro del nudo borromeo. Sin embargo, considero que fueron precisamente las histéricas quienes me guiaronYo no me atenía menos a la histérica, a lo que continuamos teniendo al alcance de la mano como histérica.
 
Me molesta emplear la primera persona (je), porque decir el yo (moi), confundir la conciencia con el yo (moi), no es serio. Sin embargo, es fácil deslizarse del uno al otro. Es sorprendente pensar que también empleamos la palabra carácter a tontas y a locas. ¿Qué es un carácter e incluso un análisis del carácter, como se expresa (Wilhelm) Reich?  Es extraño, no obstante, que nos deslicemos con tanta facilidad.
 
Lo que nos interesa son los síntomas y saber cómo, con el bla-bla-bla, llegamos a disolverloscon nuestro propio bla-bla-bla, es decir con el uso de ciertas palabrasLo que sorprende en los Studien uber Hysterie es que Freud llega casi, incluso del todo, a vomitar que todo ello se resuelve con palabras, que con las propias palabras de la paciente, se evapora el afecto.
 
La cuestión es saber si el afecto se ventila, o no, con palabras. Algo sopla en esas palabras que vuelve inofensivo el afecto, es decir que no engendra síntoma. El afecto ya no engendra síntoma una vez que la histérica ha empezado a contar aquello con lo que se asustaba.
 
Decir que se asustaba tiene todo su peso. Si es preciso un término reflexivo para decirlo es porque se da miedo a sí misma. Ahí estamos en el circuito de lo que es deliberado, de lo que es consciente.
 
¿En qué consiste enseñar?
 
Se trata de provocar en los otros el saber-hacer-con, es decir saber desenvolverse en este mundo, que en absoluto es el mundo de las representaciones sino el mundo de la estafa.
 
Lacan es freudiano, pero Freud no es lacaniano
 
Es completamente verdad. Freud no tuvo ni la menor idea de lo que Lacan se encontró farfullando en torno a algo de lo que alguna idea tenemos y que es lo real. Puedo hablar de mí en tercera persona. La idea de la representación inconsciente es una idea totalmente vacía. Freud daba palos de ciego en relación con el inconsciente. Ante todo, se trata de una abstracción. La idea de representación sólo puede sugerirse sustrayéndole a lo real todo su peso concreto. La idea de la representación inconsciente es una locura. Pero es así como lo aborda Freud. Hay huellas hasta muy tarde en sus escritos.
 
Propongo que se le dé otro cuerpo al inconsciente porque es pensable que se piense en las cosas sin pesarlas, basta para eso con las palabras. Las palabras dan cuerpo. Lo que en absoluto quiere decir que se comprenda nada en ellas. El inconsciente consiste en eso: en que nos guían palabras de las que no comprendemos nada.
 
“Tenemos la muestra cuando la gente habla a tontas y a locas. Está bastante claro que a las palabras no se les da el peso de su sentido. Hay todo un mundo entre el uso de los significantes y el peso de la significación, la forma en que opera un significante. De eso se trata en nuestra práctica: de abordar cómo operan las palabras.
 
Lo esencial de lo que dijo Freud es que, en una especie que tiene palabras a su disposición, existe la mayor relación entre el uso de las palabras y la sexualidad que reina en esa especie. La sexualidad está enteramente capturada en esas palabras. Ése es el paso esencial que dio Freud. Es mucho más importante que saber lo que quiere o no quiere decir el inconsciente. Freud puso el acento en ese hecho.
 
Todo esto es la histeria misma. No es un mal uso el de utilizar la histeria en un sentido metafísico. La metafísica es la histeria.
 
Estafa y proton pseudos
 
Estafaproton pseudos son lo mismo. Freud dice lo mismo que lo que yo llamo con un nombre francés. Tampoco podía decir que educaba a unos cuantos estafadores. Desde el punto de vista ético, nuestra profesión es insostenible. Por eso es por lo que me enferma -porque tengo un superyó, como todo el mundo.
 
No sabemos cómo gozan los otros animales, pero sabemos que, para nosotros, el goce es la castración. Todo el mundo lo sabe porque es completamente evidente. Tras lo que imprudentemente llamamos el acto sexual, como si hubiera un acto, ya no nos volvemos a empalmar. Utilicé la palabra castración, la castración, como si fuera unívoca, pero incontestablemente hay varios tipos de castración. Todas las castraciones no son automorfas.
 
Contrariamente a lo que pudiera creersemorphé, forma–, el automorfismo no es en absoluto una cuestión de forma, como hice notar en mi cháchara seminarista. Forma y estructura no son lo mismo. He intentado dar representaciones sensibles de esto. No se trata de representaciones, sino de mostraciones. Cuando se le da la vuelta a un toro, se obtiene algo completamente diferente desde el punto de vista de la forma. Hay que diferenciar entre forma y estructura.
 
La estafa: ¿con la forma, o con la estructura?
 
Sólo persigo la noción de estructura con la esperanza de escapar de la estafa. Con la esperanza de alcanzar lo real, sigo la pista de esa noción de estructura que, no obstante, tiene un cuerpo de lo más evidente en matemáticas. En psicología, la estructura se pone del lado de la Gestalt. Pero si decimos que hay un inconsciente, la psicología es una futilidad.
 
Tenemos el modelo de la Gestalt, que es con toda evidencia el de la burbuja. Ahora bien, lo propio de la burbuja es estallar. Como es que cada cual hemos sido paridos como una burbuja, no podemos sospechar que haya algo distinto a la burbuja.
 
Se trata de saber si Freud es un acontecimiento histórico, o no lo es. Y Freud no es un acontecimiento histórico. Creo que falló el golpe, al igual que yo. Dentro de muy poco tiempo, el psicoanálisis importará a pocos. Sólo una cosa se ha demostrado: que está claro que el hombre pasa el tiempo soñando, que nunca se despierta. Nosotros lo sabemos, nosotros los psicoanalistas, viendo lo que los pacientes nos proporcionan y somos, en este caso, tan pacientes como ellos: no nos proporcionan más que sueños.
 
La dificultad de hablar de lo real
 
Es muy cierto que no es fácil hablar de lo real. Por ahí ha empezado mi discurso. Es una noción muy común y que implica la evacuación completa del sentido y por lo tanto la nuestra, en tanto interpretante.
 
Las castraciones
 
La castración no es única. El uso del artículo definido no es bueno, o hay que utilizarlo en plural. Siempre hay castraciones. Para que se pudiera aplicar el artículo definido, haría falta que se tratara de una función autoestructurada y no automorfa, quiero decir que tuviera la misma estructura. No queriendo decir auto otra cosa que estructurado por sí, parido de la misma manera, anudado del mismo modo -en topología hay ejemplos a montones.
 
El uso de el, la, los, las es siempre sospechoso porque hay cosas que tienen una estructura diferente por completo y que no se puede designar con el artículo definido, porque no hemos visto cómo se ha parido.
 
Por esa razón elucubré la noción de objeto a. El objeto no es automorfo. El sujeto no se deja penetrar siempre por el mismo objeto, de vez en cuando le pasa que se equivoca. Eso es lo que quiere decir la noción de objeto a: quiere decir que nos equivocamos de objeto a. Nos equivocamos siempre a nuestra costa. ¿De qué serviría equivocarse si no fuera un fastidio? Es por lo que se construyó la noción de falo. El falo no quiere decir más que esto, un objeto privilegiado con el que no nos equivocamos.
 
Sólo se puede decir la castración cuando hay identidad de estructura, y sin embargo hay cuarenta estructuras diferentes, no automorfas. ¿Es a eso a lo que se llama goce del Otro, a un encuentro de identidad de estructura? Lo que quiero decir es que el goce del Otro no existe, porque no se le puede designar con el. El goce del Otro es diverso, no es automorfo.
 
¿Por qué los nudos?
 
“Los nudos me sirven como lo más cercano que he encontrado a la categoría de estructura. Me tomé alguna molestia para llegar a cribar lo que podría ser una aproximación a lo real.
 
La anatomía, en el animal o la planta -es la misma historia- son puntos triples, cosas que se dividen. La “y”, que es una ípsilon, sirvió desde siempre para soportar formas, es decir algo que tiene sentido. Hay algo de lo que partimos y que se divide. El bien a la derecha, el mal a la izquierda.
 
“¿Qué había antes de la distinción bien/mal, antes de la división entre lo verdadero y la estafa? Antes de que Hércules vacilara en el cruce de caminos entre el bien y el mal, ya había algo. Ya seguía un camino. ¿Qué es lo que ocurre si cambiamos de sentido, si orientamos la cosa de diferente manera? Tendremos, a partir del bien, la bifurcación entre el mal y lo neutro.
 
“¿Y en qué consiste la neutralidad del analista sino precisamente en esa subversión del sentido? Es decir en esa especie de aspiración, no hacia lo real sino por lo real.
 
¿La psicosis escapa a la estafa?
 
La psicosis es perjudicial para el psicótico porque, en fin, no es lo que de más normal pueda desearse. Y sin embargo, se conocen los esfuerzos de los psicoanalistas por parecérseles. Freud ya hablaba de paranoia lograda.
 
More geometrico
 
A causa de la forma, el individuo se presenta como fue parido, como un cuerpo. Un cuerpo se reproduce a través de una forma. El cuerpo hablante no puede llegar a reproducirse sino a través del error, es decir gracias a un malentendido de su goce.
 
La estructura
 
Cuando se sigue la estructura, nos persuadimos del efecto de lenguaje. El afecto está hecho con el efecto de la estructura, con lo que se dice en alguna parte.
 
El amor
 
Lo que nos revela nuestra práctica es que el saber, el saber inconsciente, tiene relación con el amor”.

¿ El psicoanálisis cura ?

Patrick Pouyaud – Sophie Lalay

Por J.-D. Nasio

Pouyaud16–01–2013 / Lo afirmo de inmediato; sí, el psicoanálisis cura.

No es una opinión personal ni una vaga impresión sino una constante establecida por numerosos profesionales.

Yo mismo, he tenido la satisfacción de haber tratado muchos pacientes cuyos problemas, a menudo graves, se han esfumado.

La curación es un hecho que constato regularmente desde hace más de cuarenta años en el ejercicio de mi oficio, recibiendo niños, adolescentes, adultos o parejas, la mayor parte vienen a consultarme para liberarse de un sufrimiento que se ha convertido en insoportable.

Insisto, aquellos que consultan a un psicoanalista, lo hacen porque su vida, o una parte de su vida, está siendo invalidada por el sufrimiento, vienen porque sufren y no para hacer una experiencia intelectual del psicoanálisis.

El psicoanálisis no es un lugar de meditación ni de reconforto del pensamiento, sino por el contrario, es una relación eminentemente afectiva, incluso pasional, donde lo que domina es el amor, la frustración, el odio a veces, y lo inesperado, siempre.

Es una relación hecha de emociones porque es con la emoción que analista y paciente tendrán la posibilidad de comprender, en la intensidad de su intercambio, cuál es la causa y origen de los sufrimientos.

El trabajo analítico, indudablemente, no puede avanzar sin ayuda del pensamiento y de la palabra, pero no es ni el pensamiento ni la palabra lo que finalmente aliviará a nuestro paciente, del mal que lo mina. Para que pensamiento y palabra operen, se requiere que estén animados por la fuerza de la emoción.

Aprender a amarse a sí mismo

, les decía, el psicoanálisis cura, cura no solamente porque logra suprimir los síntomas de una enfermedad, y a menudo a la enfermedad misma, pero sobre todo porque logra provocar un cambio profundo de la personalidad del paciente.

En efecto el logro mayormente alcanzado de un análisis, es el de modificar la actitud del analizante cara a su sufrimiento, frente a sí mismo y frente a los otros.

Para los psicoanalistas, el ideal supremo es que el paciente sufra menos – eso va de suyo -, pero por sobre todo que de manera duradera sufra menos porque habrá aprendido a conocer mejor su sufrimiento y sobre todo habrá aprendido a amarse mejor a sí mismo.

Como ven, es un asunto de conocimiento pero también de amor, de conocimiento de sí y de amor de sí. Me explico.

Si el paciente llega a comprender emocionalmente el por qué de su sufrimiento, veremos que el sufrimiento se aliviana, si por el contrario, no quiere saber nada de eso, se crispa y se sustrae en el conforto de un problema al cual está habituado, entre tanto veremos que su sufrimiento se agrava.

En cuando al amor de sí, cuando un análisis es eficaz plenamente, lleva al paciente a cambiar su visión sobre sí mismo y a amarse de manera distinta. El análisis le enseña a entrar en su mundo interior y a descubrir una fuerza insospechada que se eleva en él, que lo sobrepasa y que lo lleva hacia el otro.

Entrar en sí, es encontrar allí la fuerza de actuar afuera de sí, es encontrar las ganas de ir hacia el otro. Amarse a sí mismo luego de un análisis logrado, no es entonces complacerse en un esteril amor de sí, sino sentirse suficientemente seguro de sí como para no tener miedo del otro.

¿Cuál otro? No el otro que nos es indiferente, sino aquel que cuenta para nosotros. El otro del que tengo miedo, el otro al que amo. Amarse a sí mismo siendo feliz de ser lo que se es, conduce a desembarazarse de este miedo nocivo tan frecuente en nuestros pacientes, el miedo de que el otro sea para él, una amenaza: si lo amo, dirá el pciente, va a dejarme, si me entrego, va a abusar de mí, y si me aproximo, va a humillarme.

Este miedo insidioso, tan presente en nuestros analizantes, representa la más oprimente prisión imaginaria que sólo una repetitiva e insistente vuelta sobre sí mismo, que opera muchas veces en el curso de la cura, podrá cortar.

Aquí, quisiera hacerles escuchar la voz de Marguerite Yourcenar cuando justamente, hace el elogio de la mirada luminosa hacia sí mismo: « el verdadero lugar de nacimiento – escribe ella – es aquel donde por primera vez se ha dado un vistazo inteligente sobre sí mismo *.»

En efecto, para muchos pacientes, el psicoanálisis es el primer descubrimiento de sí, pero por sobre todo, y es lo que quiero subrayar –la primera experiencia donde el descubrimiento de sí, se prolonga en un descubrimiento del otro y, más allá del otro, en un descubrimiento de la belleza de la vida, de la belleza de las grandes y pequeñas cosas de la existencia.

Insisto, lo importante en psicoanálisis, no es solamente descubrirse, conocer sus límites y amarlos sino poder olvidarse de sí mismo, ir sin temor hacia el otro y saborear muy simplemente, la suerte que tenemos de ser los actores y los testigos del tiempo presente; la suerte por ejemplo, que tengo en este instante, de olvidar mi cuerpo, olvidar el mundo y estar todo entero en el acto de dirigirme a ustedes, y usted, en el acto de leerme.

Entonces, ante la pregunta «¿El psicoanálisis cura?», respondo por la afirmativa. Por supuesto que no cura a todos los pacientes, no cura siempre de manera completa y sin recaídas.

Quedará siempre una parte de sufrimiento que en todo momento puede activarse, un sufrimiento irreductible inherente a la vida misma, necesario para la vida. Vivir no es vivir sin sufrimiento.

Pero, escucho ya a algunos de ustedes, preguntarme: «Sí, estamos de acuerdo, el psicoanálisis cura, pero ¿a qué costo? ¿Al costo de cuántos esfuerzos, de cuánto tiempo y de cuánto dinero? »

Son estos los tres grandes reproches que se le dirigen al psicoanálisis: es un tratamiento largo, caro y doloroso.

En efecto, una cura analítica puede durar muchos años. Pero si el tiempo de un análisis es largo, es porque el acceso a lo inconsciente es lento, difícil y exige del par analítico, perseverancia, paciencia y soltura de espíritu.

No obstante, la duración de una cura depende de la gravedad de los problemas y de la manera como el psicoanalista dirija la relación con su analizante. Personalmente, practico curas de adultos que pueden durar dos o tres años.

Cuando los pacientes consultan en pareja para superar una crisis conyugal por ejemplo, fijo por adelantado un calendario de sesiones, repartidas durante un periodo de alrededor de seis meses.

Si se trata de un niño, no me comprometo en una cura si ésta no se confiesa realmente indispensable; y en ese caso, dura entre seis meses y un año y medio, según, lo repito, la gravedad de los síntomas.

La segunda queja que se expresa contra el análisis concierne al costo financiero. Al respecto, sé que emprender un tratamiento reclama un esfuerzo pecuniario importante.

Aunque nuestros honorarios se adaptan a menudo, a las posibilidades del paciente, el presupuesto consagrado a una cura que implica dos sesiones por semana, es pesado a veces.

Pero tal gasto cuenta poco, relativamente con relación a lo que está en juego a niveles vitales por los que uno se compromete en un análisis; separaciones desgarradoras, duelos inconsolables, problemas sexuales y de fecundidad, crisis de pareja, relaciones dramáticas con un adolescente en dificultad, conflictos profesionales graves o incluso depresiones con riesgo de suicidio.

Hay que saber que el análisis es algunas veces, el último recurso de una persona desesperada y que la salida de la cura es para ella, una cuestión de vida o muerte.

Además, no olvidemos que un paciente sin recursos puede felizmente, beneficiarse de un tratamiento psicoanalítico, en el marco de un dispensario o de diversas instituciones especializadas.

Finalmente, la última crítica se refiere al carácter doloroso del tratamiento.

No hay duda que en el curso de la cura, el analizante atraviesa periodos dolorosos y que le ocurre dejar nuestro consultorio, trastornado. Indiscutiblemente, durante el análisis hay sesiones insoportables pero, si lo imagina bien, no son todas.

Compartimos también con el paciente, momentos felices en los que reimos juntos, o incluso momento apaciguadores en los que el analizante vuelve sobre su historia, mide los progresos realizados gracias a la cura, y se proyecta hacia el futuro.

Hay otra objeción más que se le opone al psicoanálisis, y a la que quisiera responder. Más que una objeción, se trata de una desconfianza.

Algunos se preguntan si no es peligroso un psicoanálisis al punto de desestructurar al paciente o de desestabilizar su vida familiar.

Respondería citando las palabras que un analizante me escribió recientemente, luego de una sesión: « En el trabajo que hace usted conmigo, usted no destruye, no repara, no remplaza, no agrega, usted refuerza lo que existe de positivo.»

En efecto, el principio que me guía está en estos términos: el paciente, librado de sus conflictos nocivos, debe encontrarse en sí mismo a partir de lo que él es y de lo que tiene.

Mi objetivo no es remodelar su personalidad sino enriquecerlo, restituyendo lo positivo que tiene en sí, ya, sin saberlo, y partiendo de él enseñarlo a amarse de otro modo.

Si por ejemplo, un artista, durante su primera cita e independiente del motivo que lo lleva a consultarme, me hace parte de su temor de ver su inspiración agotarse durante el curso de la cura, lo tranquilizo asegurándole que no retiraré ni añadiré nada de lo que es él, sino que por el contrario, trataré de estimular toda su potencialidad creadora.

Son estas las respuestas a las principales objeciones que se le hacen al método psicoanalítico. Quiero ahora abordar un último punto que resumo en la pregunta siguiente: Una vez se admite que el psicoanálisis cura, ¿qué medios utiliza uno para lograrlo?

¿Qué debe ocurrir entre paciente y analista, precisamente, para llevar la cura por la vía de la curación? Por supuesto, es una cuestión muy amplia que merecería un amplio desarrollo del que me limitaré a señalar los puntos esenciales.

El psicoanalista no sabe cómo se produce la curación de su paciente

Para liberar al paciente de sus síntomas y conducirlo a esta reconciliación profunda consigo mismo, y por consiguiente con el otro, es necesario en primer lugar que el terapeuta revele el conflicto infantil y reprimido, generador de los problemas.

Pero, como les dije, esta operación intelectual no basta. Falta todavía que el practicante pueda sentir en sí mismo, y esto sin dejarse afectar personalmente, el antiguo dolor vivido por el paciente, cuando era niño y del que no tiene consciencia.

Más exactamente, no se trata de sentir el sufrimiento del que el paciente se queja, sino el dolor de su trauma infantil: sentir en sí mismo, lo que el paciente ha olvidado.

Toda nuestra dificultad como psicoanalistas, consiste en primer lugar, en lograr tal compromiso íntimo con el paciente sin por ello dejarse perturbar, y luego, fortalecidos con esta experiencia emocional, decir al paciente lo que probablemente sintió cuando era niño, decirle con palabras simples y expresivas, y llevarlo a revivir en el presente de la sesión, toda la intensidad de la emoción olvidada.

Ustedes dudan, es una experiencia compleja que hay que experimentar, para comprenderla realmente.

No obstante, nos ocurre a nosotros, profesionales, – y felizmente es así – no comprender por qué tal o cual de nuestros pacientes, mejoró su estado. El salto hacia la curación sigue siendo para nosotros, psicoanalistas, un enigma insondable.

No quería limitarme a declarar que el psicoanálisis cura, sin reconocer también nuestra ignorancia: no sabemos cuál es el resorte último de la curación.

Toda la teoría de Sigmund Freud, de Jacques Lacan y de todos nuestros antiguos maestros puede ser considerada como una inmensa tentativa de responder a la enigmática pregunta, una pregunta que todos los psicoanalistas se plantean luego de la última cita con un paciente que se vio por fin libre de su sufrimiento.

La pregunta que nos formulamos todos, luego del último apretón de mano y una vez que la puerta se cierra detrás de aquel que no será más nuestro paciente, es la siguiente: ¿Qué ocurrió para que ahora él esté bien? ¿Cuál fue el verdadero agente de su cura? Al final de cada cura, me formulo siempre esta misma pregunta sin jamás haber dado una respuesta definitiva.

Es la razón por la cual, el mejor lema que un psicoanalista pueda darse, resuena en eco en el célebre adagio de Ambroise Paré.  Nuestro sabio constataba:  «Yo lo cuido, Dios lo cura.» ; yo diría: « Yo escucho a mi paciente con toda la fuerza de mi inconsciente, y Lo Desconocido es quien lo cura.»

*M. Yourcenar, Mémoires d’Hadrien, Plon, 1951.

Intervención de J.-D. Nassio
Temple de l’Etoile, miércoles 13 de octubre de 2004

texto en francés
traducido por: margarita mosquera zapata.

En su asirse de su propia hechura.

Los espero pronto,

Margarita MOSQUERA ZAPATA
Psicoanalista
Tel: 2817046 // 3168255369
Itagüí, Antioquia, Colombia
http://analiz-arte.blogspot.com/
http://topsylac.blogspot.com/


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