Planeta Freud

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07 de enero de 2021

«Es enunciado porque transmite a los demás significados a través de su apariencia y enunciación porque se dirige a uno mismo con sus reclamos y requerimientos.

Por Luis Vicente Miguelez*

Algún día un humano le disparará a un robot
del que salga sangre y lágrimas y que a su vez
le disparará a un humano del que saldrá humo.

Philip Dick

¿Se ha preguntado alguna vez “quién”
es su cuerpo para usted?

Philippe Claudel

Pensar el cuerpo es pensar el mundo, es un tema político mayor, advierte David Le Breton. Las sociedades que intentan prescindir de los individuos fomentando su exclusión y muerte pueden plantearse también prescindir del cuerpo.

Ya no se trata de ciencia ficción. Muchos anhelan una poshumanidad donde proponen deshacerse del cuerpo y vivir en la cybercultura. Una comunidad internáutica donde poder transferir el cerebro a un chip y vivir en una máquina. Distopías pensadas para un mundo donde el sueño de inmortalidad sea algo posible. Retirando el cuerpo de la circulación. “Somos la última generación que va a morirse”, alientan los más fanáticos.

Seamos arcaicos, quedémonos con el cuerpo. ¿Qué es un cuerpo? ¿Qué relación existe entre ese cuerpo que poseemos y nosotros? O mejor dicho, ¿poseemos un cuerpo o somos cuerpo?

En un libro, cuya brevedad no quita la profundidad de su análisis, el filósofo Jean Luc Nancy reflexiona sobre las consecuencias del trasplante de corazón que le realizaron a los cincuenta años.

Se preguntaba si su propio corazón enfermo lo abandonaba hasta dónde podía decir que fuera suyo. “Se me iba volviendo ajeno, una intrusión por defección”.

Su propio corazón un extranjero. Justamente extranjero, nos dice, porque estaba adentro. “Un corazón que latía a medias es sólo a medias mi corazón”, advierte así que una ajenidad se le revela en el “corazón” de lo más familiar.

A ese corazón intruso había, era preciso, extrudirlo.

Comenta que un médico le dice un día, su corazón estaba programado para durar hasta los cincuenta años. Entonces se pregunta, ¿cuál es ese programa del que no puedo hacer destino?

Luego del trasplante sobreviene otra cuestión. La posibilidad del rechazo al órgano trasplantado.

Una doble ajenidad se le impone. La del corazón trasplantado que el organismo identifica y ataca en cuanto ajeno y por otro lado la del estado en que lo coloca la medicina para protegerlo reduciendo su inmunidad para que soporte al extranjero.

El intruso está en mí, revela. Y sin embargo, registra que él se convierte en extranjero de sí mismo.

A partir de este declive provocado de su sistema inmunológico, otras ajenidades se hacen presentes, los viejos virus agazapados desde siempre a la sombra de la inmunidad, ahora perdida, los intrusos de siempre. Diversas enfermedades concurren, estragando su salud.

“Mi corazón tiene veinte años menos que yo y el resto de mi cuerpo tiene una docena, al menos, más que yo”. Corpus meum e interior íntimo meo, utiliza esta frase agustiniana para expresar que su cuerpo se encuentra fuera de lo más íntimo para sí.

Y finalmente advierte que el intruso no es otro que él mismo y sentencia, acaso sea el hombre mismo. Intruso en el mundo tanto como en sí mismo, inquietante oleada de lo ajeno.

Unheimlich, término que Freud convirtió en concepto proveniente de esa peculiaridad de la lengua alemana, esa inquietante familiaridad, eso que debía quedar oculto pero que se ha manifestado. Esa extimidad de nuestro propio cuerpo y que Nancy vivió en lo real.

En 1971, Oliver Sacks, el neurólogo que se propuso sacar a la neurología de su concepción mecanicista y que nos regaló unos textos clínicos de una profundidad y una lucidez maravillosa, cuenta que caminando por una calle céntrica de NY, le pareció identificar tres víctimas del síntoma de Tourette. Eso lo desconcertó porque según se decía el síndrome de Tourette era rarísimo. Tenía, según había leído, una incidencia de uno en un millón y sin embargo él había visto tres en una hora.

¿Podría ser que el síndrome de Tourette no fuese una rareza, se preguntó, sino una cosa bastante corriente, mil veces más corriente de lo que se decía?

Este síndrome, como lo describió por primera vez Gilles de la Tourette en 1885, se caracteriza por un exceso de energía y una gran profusión de ideas y movimientos extraños: tics, espasmos, muecas, ruidos, maldiciones, imitaciones involuntarias. Habría formas suaves y hasta bastantes benignas y otras de un carácter terrible.

Relata el caso que fue pionero en su indagación sobre el tourettismo. Apoda Ray a su paciente de 24 años, incapacitado por múltiples tics de extrema violencia que se producían en andanadas cada pocos segundos. Era víctima de ellos desde los 4 años.

Poseía una elevada inteligencia e ingenio. Desde que había abandonado la universidad lo habían despedido de una docena de trabajos debido a sus tics, su impaciencia, su belicosidad, su descaro y sus exclamaciones involuntarias (mierda, joder, etc.).

Tenía, continúa relatando Sacks, una notable sensibilidad musical y difícilmente hubiese sobrevivido, emocional y económicamente si no hubiese sido un baterista de jazz de fin de semana de auténtico virtuosismo. Famoso por sus improvisaciones súbitas e incontroladas que surgían de un tic o de un golpeteo compulsivo del tambor y que se convertían en el núcleo de hermosas improvisaciones musicales. De modo que, decía el paciente, el “súbito intruso”, así lo llamaba, se convertía en una ventaja altamente apreciable.

Sólo se veía libre de sus intrusos, tics nerviosos súbitos, en el relajamiento poscoito y en el sueño, o cuando nadaba, cantaba o trabajaba rítmica y regularmente hallando una melodía cinética.

Sacks empezó a tratarlo con haloperidol. El comienzo del tratamiento resultó por demás auspicioso, con solo inyectarle un octavo de miligramo el paciente quedó libre de tics durante dos horas.

Viendo este resultado, decidió recetarle una dosis de un cuarto de miligramo tres veces al día.

Dice Sacks que el paciente volvió a la semana siguiente con un ojo morado y la nariz rota y le dijo “se acabó su jodido haloperidol”. Le relató que el medicamente pese a ser una dosis baja, lo había desequilibrado por completo, alterando su velocidad, su ritmo sus reflejos increíblemente rápidos. Muchos de sus tics, en cambio de desaparecer se habían vuelto extremadamente prolongados, casi cayendo en posturas catatónicas.

Se hallaba comprensiblemente decepcionado por esta experiencia y también por otro pensamiento. “Supongamos que pudiese usted quitarme los tics, le dijo, ¿qué quedaría? Yo estoy formado por tics… no hay nada más.

El paciente se describía a sí mismo como “Ray el ticqueur ingenioso”, y no sabía bien si se trataba de un don o de una maldición. Decía que no podía concebir la vida sin el tourettismo, y que no estaba seguro de que le interesase sin él.

Entonces Sacks le propuso que se vieran una vez por semana durante un período de tres meses. Durante este período, le dijo, intentaremos imaginar la vida sin tourettismo.

No estaba en condiciones de abandonar el tourettismo y no podría haber estado nunca en condiciones de hacerlo, reflexiona Sacks, sin aquellos tres meses de preparación intensa, de meditación y análisis profundo tremendamente duros y concentrados.

Actualmente, concluye Sacks, durante las horas de trabajo, Ray se mantiene sobrio, firme, normal con haloperidol. Serio, firme y normal es como el paciente describe su yo de haloperidol. Es lento, parsimonioso en sus movimientos, sin impaciencia ni impetuosidad pero sin aquellas inspiraciones ni improvisaciones deslumbrantes. Ha perdido sus obscenidades, su descaro grosero, pero también su chispa y ha llegado a creer que progresivamente está perdiendo algo importante.

Cuando se hizo patente esta situación y después de analizarlo conmigo, dice Sacks, Ray tomó una decisión trascendental, tomaría haloperidol durante la semana laboral pero prescindiría de él y se “dispararía” los fines de semana. Esto es lo que ha hecho durante los últimos años, y ahora hay dos Ray, uno con haloperidol y otro sin él. Hay un ciudadano sobrio, cavilador, pausado, de lunes a viernes, y hay el “Ray, el ticqueur ingenioso” frívolo, frenético, inspirado, los fines de semana.

He atravesado varios géneros de salud y sigo atravesándolos, decía Nietzsche y podría decirlo también Ray, quien ha sabido hacer finalmente algo con ese intruso.

Oliver Sacks concluye que su paciente ha hallado una nueva salud logrando una flexibilidad de espíritu a pesar de padecer o quizás por ello, el síndrome de Tourette.

Desde tiempos inmemoriales toda sociedad, de una forma u otra modifica culturalmente el cuerpo de sus integrantes. “Toda sociedad humana alberga ese deseo de convertir la presencia en el mundo, y particularmente el cuerpo, en una obra que le sea propia. Nunca el hombre existió en estado salvaje, siempre está inmerso en la cultura, es decir en un universo de significados y valores”, comenta David Le Breton.

Es el cuerpo, más particularmente la piel, un lugar de la memoria. En la piel se escriben momentos señalados de una vida. Narraciones de hazañas, de flaquezas, de amores y de odios. Voluntariamente, mediante tatuajes, adornos, pinturas, indelebles o transitorias. Involuntariamente por las marcas que deja la vida en la piel, una especie de cartografía donde se inscribe el tiempo vivido, la relación con el mundo y el encuentro con el Otro.

El cuerpo es entonces siempre enunciado y enunciación. Enunciado porque transmite a los demás significados a través de su simple apariencia, somos cuerpo. Enunciación porque es aquel que se dirige a uno mismo con sus reclamos, sus requerimientos y sus inscripciones jeroglíficas, tenemos cuerpo.

Hay una historia en Moby Dick de Herman Melville sobre el arponero de Pequod que ilustra de modo impactante esta cuestión, una suerte de geografía íntima de la piel.

“Este tatuaje –cuenta el narrador– había sido obra de un difunto profeta y vidente de su isla, que, con esos jeroglíficos, había escrito en el cuerpo de Queequeg una completa teoría de los cielos y la tierra, y un tratado místico sobre el arte de alcanzar la verdad. De modo que el cuerpo de Queequeg era un enigma por resolver; una prodigiosa obra en un solo tomo; pero cuyos misterios no podía leer él mismo, aunque su corazón latiera contra ellos. Y esos misterios, por tanto estaban condenados a disiparse con el pergamino vivo en que estaban inscritos, y quedar así para siempre sin resolver. Y esta idea debió ser la que sugirió al capitán Ahab aquella salvaje exclamación suya, una mañana, al volverse de espaldas después de inspeccionar al pobre Queequeg: ‘Ah, diabólico suplicio de Tántalo de los dioses’”.

¿Quién es tu cuerpo para ti?

*Luis Vicente Miguelez es psicoanalista.

Leído en: pagina12.com.ar/315727-que-es-el-cuerpo-para-cada-quien

El cuerpo y la neurosis obsesiva

por Osvaldo Delgado

Impulsos, actos, ideas

DelgadoTomar el síntoma obsesivo como eje para hablar del acontecimiento de cuerpo parece ir un poco en contra de lo que nos llama habitualmente a hacer, que es -con respecto al cuerpo- tratar el síntoma histérico. Demanda de uno que sufre de su cuerpo o de su pensamiento.

Es esa cercanía que la histeria tiene con su no sé: no sé qué me pasa en el cuerpo, y en general no sé que pasa. Es la parte seria de lo que llamamos la belle indiférence, el síntoma histérico, que es un hablar con su cuerpo, que se reconoce al hablar con su cuerpo.

Se podría decir también que el sujeto supuesto saber pasa en el cuerpo. De tal manera que siempre anima la curiosidad de ir a ver detrás, la o lo anima eso, y por excelencia detrás de los sujetos que pretenden saber o que pretenden poder.

Ya sabemos que hay el hecho clínico de la mostración de su falta, la propia en el semblante de pobreza, de tontería, de víctima, que en definitiva alcanza a la demostración de la falta del Otro, solo que para ello se toman mucho trabajo y, en algunas ocasiones, muchos sacrificios.

Se sacrifican al Otro, al hombre que aman, a la madre que detestan, al padre que idealizan. Lo que importa es que exista un deseo para que en algún momento se sepa qué buen objeto, a veces qué complicado, puede ser ella para él.

Es un tema convocante, pero en la ocasión nos hemos propuesto ir a buscar el tema de hablar con el cuerpo en la obsesión. El cuerpo está muy presente en un análisis lacaniano y no sólo en los casos de histeria.

En la comparación que venimos haciendo podemos decir que a diferencia del síntoma histérico, que suele manifestarse de los modos más expresivos, el síntoma obsesivo tiene la característica de ser mucho más discreto.

Se concentra por lo general en el dominio psíquico y fundamentalmente permanece como asunto privado del sujeto. No se trata del deseo, sino de su objeto, del objeto del deseo.

Suele decirse, y con razón, que en la obsesión no se produce el salto a lo corporal, típico del síntoma conversivo, y nosotros trataremos de ver esa otra dimensión más callada, más escondida, más discreta del síntoma obsesivo y cómo sí se produce el salto al cuerpo.

¿Cuáles son sus formas más típicas en la obsesión? Impulsos extraños al razonamiento habitual del sujeto, actos cuya ejecución no le proporcionan ningún placer pero de los que no puede sustraerse, de no hacerlos sobreviene la angustia. También tiene ideas fijas ajenas a su interés normal. Impulsos, actos e ideas fijas tienen en común los fenómenos de coacción, de forzamiento (Zwang).

Veamos en principio cómo las ideas obsesivas insensatas, absurdas, implican una actividad intelectual intensa que agota al sujeto, el que se siente obligado a cavilar alrededor de esas ideas como si fueran las cosas más importantes del mundo.

El agotamiento subjetivo alcanza también al cuerpo, por supuesto. Lo mismo en la fuerza y el tiempo que debe contar, retirando el interés de otras cosas, para sostener las prohibiciones, renuncias y limitaciones de su libertad que se impone para luchar contra los crímenes a los que está incitado o las tentaciones que lo atormentan. Es la lucha contra los impulsos.

Finalmente, los actos obsesivos son inocentes e insignificantes y consisten en repeticiones y floreos ceremoniosos sobre las actividades más corrientes de la vida cotidiana, quizás los más necesarios como acostarse, levantarse, dormir, lavarse, caminar, los que terminan transformándose en problemas complicadísimos.

Es para nosotros del máximo interés captar cómo el significante que irrumpe en el cuerpo, que lo penetra, es el que lo mueve o lo paraliza.

Si bien decimos que lo esencial de la neurosis obsesiva pasa por sus pensamientos, veremos que eso es ciertamente limitado, ya que es acá que se nos permite captar, en su esencia, cómo el lenguaje -o para decirlo mejor la lengua- incide en el cuerpo, ya no diremos del sujeto sino del ser hablante o parlêtre. Y de allí es donde obtenemos también la cuestión de hablar con el cuerpo el tema del próximo ENAPOL. 

Un goce escondido

El modelo obsesivo del síntoma es lo que Lacan privilegia en su última enseñanza, o sea que el síntoma es fundamentalmente real en la medida que resiste al decir. Y también por su duración. De allí lo que se relaciona con lo que Freud inventó como reacción terapéutica negativa. El síntoma se repite y se repite.

Cuando señala que el sujeto siempre es feliz, Lacan trata de pensar en una clínica sin conflicto, sustraer esa dimensión a pesar del sufrimiento, que por supuesto existe y que no obviamos. No lo obviamos pero privilegiamos lo real de la satisfacción. Cuando decimos una modalidad de goce, planteamos un retorno, un hecho de repetición.

Lo mismo que al plantear la fijación de la libido, se trata siempre de un goce escondido o escamoteado y repetido. Siempre nos encontramos con el problema de que el síntoma es una satisfacción fuera de sentido, paradójica. ¿Cómo se cura alguien de una satisfacción?

 

La satisfacción y el cuerpo

El obsesivo es siervo del pensamiento.

Lo esencial que ubicamos con respecto al obsesivo es lo que Freud descubre cuando capta que su síntoma alcanza el triunfo cuando une la prohibición con la satisfacción, de modo tal que lo que fue originariamente un mandamiento defensivo o una prohibición adquieren la dimensión de satisfacción.

La satisfacción sustitutiva es tan buena como la original, si pudiera llamarse así. Lo que es evidente es que para la satisfacción libidinal no importa cuál objeto, se obtiene igualmente.

Freud hace cierta distinción entre la fenomenología del síntoma y su verdad, ya que la primera impone la presencia del sufrimiento, mientras que en la otra se verifica la satisfacción libidinal que el síntoma da al sujeto. Habrá que captar la relación de la satisfacción libidinal y el cuerpo.

Conocemos la cuestión de la ambivalencia típica de los obsesivos, lo que se nota en los actos en dos tiempos cuya primera parte es anulada por la segunda, es la representación de dos impulsos antitéticos de igualdad magnitud, la antítesis del amor y el odio.

Es la presencia del odio la que Freud descubrió en la base de cada síntoma obsesivo, como respuesta siempre a mano para enfrentarse a los signos del deseo del Otro que no es un desierto de goce.

La unión entre la ambivalencia y el erotismo anal tiene su origen en la experiencia particular que el sujeto hace en su relación con el objeto anal. Es allí donde por primera vez puede hacer el tanteo de reconocerse en algo, en un objeto alrededor del cual gira aquello que marca su constitución, la demanda del Otro, encarnada por la madre.

Es en la experiencia con ese objeto (el a no es el puro objeto sino el demandado), y es en la experiencia realizada con ese objeto en donde ha recibido una aprobación y la admiración de quien encarna al Otro, quien simultáneamente le enseña a alejarse de eso, del producto de su satisfacción.

Lacan señala que allí se puede ubicar el origen de la ambivalencia obsesiva, en tanto ese objeto a es la causa de esa ambivalencia del sí y del no. También se puede ver cómo el síntoma es de mí y sin embargo no es de mí.

En el síntoma obsesivo es en donde la causa es percibida como angustiosa o sea que en él se trata del retorno de lo reprimido del deseo del Otro, de esa falta que no puede tolerarse.

El obsesivo lo vela con el recurso a la demanda, que se manifiesta en su permanente necesidad de pedir autorización para sus tentativas de pasaje con el deseo.

Es preciso que el Otro le demande eso. Su fantasma le permite acentuar lo imposible del desvanecimiento del sujeto de ahí su estado siempre controlante, negando el deseo del Otro.

La persona experimenta que pierde el dominio de sus ideas y que está molesta por la insistencia de pensamientos bizarros, raros, extraños, e incluso de mal gusto, advierte su insistencia.

Con el síntoma obsesivo el sujeto se asegura de sostener el desierto de goce en el Otro, que el goce pase a nivel del significante. O sea a más presentificación de goce, y lo sabemos, el goce se siente en el cuerpo, más proliferación de significantes.

El síntoma obsesivo demuestra de esta manera la eficacia del inconsciente que puebla al sujeto con saberes tan fatigosos como inútiles.

Fragmento de la conferencia expuesta durante las jornadas El Psicoanálisis hoy (12, 13 y 14 de junio, Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires).

Osvaldo Delgado es Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires; Profesor Regular Titular de la Cátedra I de “Psicoanálisis: Freud”, Profesor a cargo de la materia “Construcción de los Conceptos Psicoanalíticos” y Director del Programa de Actualización: “El lugar del analista y los efectos del discurso contemporáneo”, Facultad de Psicología UBA; miembro de la EOL y la AMP.

por Claudine Foos

* Conferencia pronunciada el espacio de Conferencias Introductorias al Psicoanálisis del NUCEP – Madrid el 10-10-2011.

Tatuaje20–11–2012 / En su seminario sobre Las formaciones del inconsciente, J. Lacan aborda el concepto de marca como un signo. La circuncisión aparece así como signo de lo que sostiene esa relación castradora que podemos ejemplificar con las encarnaciones religiosas. Es una particular forma de marca, de tatuaje.

J. Lacan en La agresividad en psicoanálisis vuelve sobre esta cuestión.

En relación a la imago del cuerpo fragmentado, dice:

«Hay una relación específica del hombre con su propio cuerpo que se manifiesta igualmente en la generalidad de una serie de prácticas sociales– desde los ritos del tatuaje, de la incisión, de la circuncisión, en las sociedades primitivas, hasta en lo que podría llamarse lo arbitrario de la moda, en cuanto que desmiente en las sociedades avanzadas ese respeto de las formas naturales del cuerpo humano cuya idea es tardía en la cultura«.

Esta cita viene a recordarnos que el ser humano siempre ha recurrido al artificio para hacerse con su cuerpo, para portarlo por el mundo. Y allí podemos ubicar también la tendencia moderna a los tatuajes y los piercing.

TATUAJE Y DIFERENCIACIÓN

El tatuaje desde su marca propone una mirada distinta, busca configurar una nueva identidad, construye un personaje, por ejemplo «el hombre del tatuaje«, «el guerrero» o «la extraña«, es decir, que promueve un nuevo nombre, una marca que vela la primera identidad del sujeto o que la completa de manera imaginaria.

Y en ese punto, funciona como si arrancara su poder al imaginario ojo omnividente. Podríamos decir que se produce un cambio: del cuerpo social marcado, al cuerpo individual tatuado.

Una producción de otro cuerpo simbólico o imaginario, adoptando una apariencia: se vela la nada que se es como sujeto inmerso en un cuerpo, con un signo escrito en él.

El tatuaje es entonces, en una de sus vertientes, un intento de diferenciación por la vía del signo, la marca. Su incidencia, esta especie de «contagio» en la época, se puede explicar justamente por lo que la caracteriza: la indiferenciación, el «para todos«, o el «todos lo mismo«.

En nuestra sociedad actual, su proliferación en determinados grupos sociales suscita una serie de efectos e interrogantes: ¿por qué razón esa joven tan bella lleva el hombro y parte de su brazo tatuado?

Y ese muchacho, al que no podemos dejar de mirar en el metro, no dejó casi trozo de sus pantorrillas, incluso manos, sin nombres y signos. ¿Qué sucede, qué nos quieren dar a ver de esta manera?

Podemos deducir que para algunos sujetos adolescentes, tatuarse hará de ese cuerpo desconocido que reciben, una piel ilustrada como la de su prójimo. Así, el tatuaje sería una marca de lo imposible de significar. Lo que no se pudo inscribir en lo simbólico; lo que no se puede. Lo que el tatuaje escribe en el cuerpo.

EL TATUAJE COMO SIGNO *

Poner en palabras, lo que no se puede elaborar desde el discurso, se pone en el cuerpo.

Los tatuajes son fundamentalmente marcas simbólicas; pero marcas que no se hacen sobre una hoja en blanco sino sobre un cuerpo afectado previamente por la erogeneidad.

Y es justamente eso lo que le da a cada uno más allá de su diseño, un carácter de excepción, porque los tatuajes se inscriben en un cuerpo que tendrá sus grabados, su historia, que también será única. Lacan dijo «el animal no tiene cuerpo», el animal es un organismo.

¿Qué es lo que nos permite decir «yo tengo un cuerpo»?, pues no decimos «yo soy un cuerpo».

¿Qué nos hace tomar nuestro cuerpo como un atributo en lugar de tomarlo como nuestro «ser» mismo?

Hay una disyunción irreductible entre el sujeto de la palabra y el cuerpo. El hecho de que como sujetos podemos prescindir de él, que como sujetos del significante estamos separados del cuerpo. Porque el sujeto es alguien del cual se habla antes de que pueda incluso hablar, el sujeto está efectivamente en la palabra antes de nacer, como así también su nombre perdura luego de la muerte.

TATUAJE Y GOCE

El tatuaje, en tanto implica al cuerpo y la piel, comporta un goce. Goce que traspasa la frontera de lo subjetivo y por esta vía se da a ver desde la puesta en escena particular de la inscripción en el cuerpo. Sin olvidar que esta cultura del tatuarse es indisoluble del dolor.

El último libro publicado de Junichiro Tanizaki, autor japonés muy conocido por su obra El elogio de la sombra, cuyo título es justamente Tatuaje, es muy ilustrativo de esto último. Es un relato muy breve, bellamente ilustrado, hecho desde la mirada del tatuador.

En él, el goce en juego respecto del infligir dolor está presente sin rodeos.

«En el fondo de su corazón – nos dice en referencia al personaje central, famoso y solicitado tatuadorocultaba un inconfesable placer y un secreto deseo. Cuando introducía las agujas en la piel hinchada y enrojecida por la sangre, la mayoría de los hombres gemían de dolor, y cuanto más gritaban, más profundo e inexplicable era el extraño deleite de Seikichi«.

Lo interesante es que este goce cede frente al amor: en efecto, cuando encuentra a la mujer a la que buscaba afanosamente, por la belleza que entrevió en sus pies -«unos pies descalzos y exquisitamente blancos, que, para su mirada eran auténticas joyas carnales«- Seikechi pasa toda la noche tatuándola, pero esta vez, recurre al cloroformo:

«Ya no le resultaba fácil introducir una gota más de colorante, cada vez que pinchaba con la aguja la suave piel de la muchacha, no podía evitar un profundo suspiro, porque sentía ese pinchazo en su propio corazón«.

LO QUE SE DA A VER EN EL TATUAJE

Cuanto más tatuado está el cuerpo, más puede inferir la mirada del otro el componente del dolor. El tatuaje hoy en día no se instrumenta la mayoría de las veces como un elemento de belleza, es casi imposible mirar un cuerpo tatuado y remitirse a ella.

Más bien, lo que se da a ver, es algo del orden de lo extraño que afecta, que promueve el impacto, la interrogación o la repulsa.

En los nombres propios tatuados, pareciera jugarse un componente del amor entendiendo éste como marca en el tiempo, imperecedera («marco mi cuerpo con tu nombre, lo incorporo así a la duración de mi vida, lo hago parte de mi cuerpo«).

Sucede otro tanto con los duelos en un intento de retener en el cuerpo, como marca, algo de aquél que desapareciótu nombre vivo mientras mi cuerpo lo esté, tu nombre hecho carne en mi cuerpo, parte mía viviente«).

Podemos pensar el tatuaje, en este contexto, como la huella de una ausencia. La huella del objeto que se fue. Esa marca en la piel pretende dar a ver el signo de ese objeto, siendo así también signo de esa ausencia.

En ocasiones el empuje parece irrefrenable así, hay sujetos que van tatuándose cada vez un trozo más de piel. Hay cuerpos literalmente «recortados» por el tatuaje, donde la piel sin ese signo, queda reducida al exponente mínimo de aquello que existía antes de que el sujeto decidiera comenzar.

Es un uso de los cuerpos, la piel, como verdaderos lienzos, biografías vivas y puntuales a cielo abierto, imanes para la mirada como un reclamo más del imaginario colectivo.

TATUAJE COMO INSCRIPCIÓN DE LA PERTENENCIA

El tatuaje es un trazo donde un sujeto cuenta como «un Uno», es la marca del instante petrificado de habérselo hecho. Uno en tanto referido al trazo de lo idéntico que representa lo no idéntico, ya que en la repetición de una marca cada una difiere de la otra.

Que el sujeto de la prehistoria por ejemplo, haga su marca, una muesca en la caverna cuando ha matado un animal, le permitirá no confundirse cuando haya matado más. No tendrá que acordarse cuál es cuál. Los contará a partir de ese «rasgo unario». El modelo de esto es la marca del ganado en tanto inscribe la pertenencia.

Las marcas sobre el cuerpo inscriben así una doble connotación: por una parte la pertenencia a un conjunto y por la otra una cualidad erótica.

J. Lacan dice en relación al tatuaje, que lo identifica a uno y que, al menos en ciertas sociedades, lo convierte en objeto erótico. Sería necesario reflexionar efectivamente sobre el hecho de inscribir una huella sobre el cuerpo para transformarlo en un objeto erótico, y sobre la cuestión de las cicatrices y su distribución entre los sexos.

EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

Podemos pensar también el tatuaje como esa incisión en el cuerpo que permite «esconderse» de ese mundo del espectáculo, y a la vez participar del mismo en tanto «omnivoyeur», como Lacan lo designa.

En el Seminario 11 sostiene:

«El mundo es omnivoyeur, pero no es exhibicionistano provoca nuestra mirada-. Cuando empieza a provocarla, entonces empieza también la sensación de extrañeza«.

Pero el mundo hoy, no sólo es omnivoyeur sino también exhibicionista.

La sensación de extrañeza a la que se refiere Lacan está presente de manera clara en relación a este tema.

En efecto, en esta época donde los velos han caído, un hombro, un pecho, un pene ya no son más que fragmentos de la anatomía, «La desnudez es percibida no como pureza sino como «falta», es decir «puesta al desnudo«. A partir de ahí el atributo de la belleza no es la desnudez, sino, al contrario, el vínculo entre el objeto y su envoltura».

Como intuyó W. Benjamin, «bello es ese objeto al que le es esencial el velo«, en palabras de Agamben.

TATUAJE COMO MANCHA

El tatuaje viene al lugar de la envoltura, ¿por qué no entenderla como una mancha que descubre ese hombro en otra vertiente? pues ésta atrae la mirada sobre un recorte del cuerpo.

Mancha en tanto marca particular de cada sujeto para nombrar la falta. Pensemos por ejemplo en el lunar: nuestras abuelas sabían bien de su valor erótico, su valor de imán de la mirada, y lo consideraban una marca de belleza, muchas, hasta se los pintaban.

En una vuelta inesperada Lacan invierte el sentido común, para decir que es el lunar el que nos mira y porque mira atrae tan paradójicamente. Como el blanco del ojo de un ciego, un tanto inquietante. Esta es también la función del tatuaje.

LOS PIERCING: OTRA MANERA DE AGUJEREAR EL CUERPO

Los piercing no se diferencian del tatuaje más que en el hecho de que en la incisión, en ese agujerear la piel, se coloca un objeto en lugar de la tinta.

Los lugares del cuerpo elegidos para ello muestran sin ambages su relación con la sexualidad, con el carácter específico del objeto insertado allí como incitador de la mirada.

No sólo son los labios, cejas o la lengua, también puede haber piercings en los labios mayores de la vulva, los pezones, el prepucio, y hasta en el clítoris.

El componente del dolor, de la sorpresa a la hora del encuentro sexual, parece indicar la tendencia a un goce en el dolor, una condición que el sujeto moderno muestra a su partenaire en el silencio de su cuerpo marcado.

El piercing evoca algo del fetichismo, como el tatuaje, ambos falicizan el cuerpo, es decir, lo tornan deseable.

En el piercing hay algo bastante diferente a lo que las tribus primitivas, e incluso contemporáneas de algunas zonas del Amazonas, nos relatan en los estudios y documentales al uso.

Aquí no hay iniciación. Tampoco parece haber nada del orden del talismán o condición de virilidad o belleza.

No se trata de una marca de pertenencia a una etnia. Aunque los sujetos con piercing responden más al «ellos y su propio cuerpo«, el fenómeno podría tener algo en común con el concepto de «tribu«, en tanto «tribus urbanas«, no necesariamente formando grupo sino desde un concepto de «estar a la moda«.

EL TATUAJE EN LA HISTORIA

Tatuar el cuerpo es una costumbre que se remonta a la antigüedad. Se han encontrado incluso momias con esta característica. En algunas culturas -la oriental, por ejemplo- estaba relacionado con el realce de la belleza, como la pintura, o el maquillaje.

Respecto de esto último, es una constante para las mujeres, quienes siempre se han maquillado. Pero, hay que hacer la salvedad de que si bien el efecto de la mascarada va en el sentido de velar y al unísono realzar o marcar, ésta práctica es evanescente, es una marca que se borra, como la henna, o los lunares en la frente de las hinduistas.

En occidente, en otras épocas, los tatuajes estaban restringidos a un sector social determinado, y sólo se tatuaban los hombres. Así, los obreros, los marineros y algunos oficios en particular, lucían, junto a una musculatura prominente, el tatuaje como una especie de «marca o signo» de la virilidad.

Hoy en día, esta cultura del tatuaje se ha ido extendiendo, y hay en ella algo de la moda, pero desde la vertiente de escandalizar al otro, o suscitar su mirada no por la atracción de lo bello, sino de lo extraño y hasta en la provocación de cierto rechazo.

Es algo similar a lo que aconteció con los románticos en Francia, que adoptaron una indumentaria que implicaba diferenciarse de los burgueses, su desprecio sin más.

De ahí la expresión «épater le bourgeois«, que aparece en Francia a mediados del siglo XIX dentro de la atmósfera romántica, y que sirve de lema a una de las actitudes más características del arte moderno: el desprecio hacia la clase social que, en torno a 1830, comenzó a imponer su predominio.

El tatuaje contemporáneo y su estética, tienen relación con un fenómeno que lo antecede y donde la cultura oriental ocupa un espacio importante.

En efecto, el Manga, la historieta y los personajes japoneses con esas características tuvieron todo su peso, aunque hoy en día han decaído.

Fue ésta una moda extendida sobre todo del lado femenino: jóvenes aniñadas, con faldas muy cortas y aspecto de muñecas, acentuado por el maquillaje y el pelo con coletas y lazos. Infinidad de dibujos reproducen hoy en día en los tatuajes, letras chinas o ideogramas japoneses.

Lo oriental, Japón en particular, funciona como esa otra cultura, extraña a occidente y por ello atractiva en todas sus vertientes desconocidas.

Es «lo diferente«, otro código, otra concepción de la belleza, otra filosofía de vida, otra religión, etc.

Pensemos el auge que tiene desde hace unos años Officer spanking man under letter D, Libary of Congress a esta parte la comida japonesa, cierta estética de lo «Zen», el budismo, en fin, múltiples cuestiones que hacen a esa cultura.

TATUAJE Y CONTEMPORANEIDAD

Entonces, ¿el tatuaje responde a una moda? De hecho, desde esta lectura, así lo parece. La paradoja es que si algo caracteriza a esta última, es el cambio, la rotación o la invención de nuevos modelos. En este sentido, el tatuaje es inamovible, permanente. Luego, desde allí podemos inferir que el tatuarse estaría del lado de instaurar algo inalterable o estable en un mundo de cambios continuos.

Es este un tiempo donde se intenta reducir al sujeto a las lecturas homogeneizantes de las evaluaciones, las TCC, los cálculos sin diagnosis de escucha, unido a una concepción de la mercancía y los objetos como panacea. Por otro lado, la ciencia, se ha convertido en «la nueva religión» de la época (G. Pommier).

Y en este declive, los ideales ceden el paso a una concepción del mundo y de la vida donde el sujeto es empujado a imprimirle sentido por la vía de los objetos, el consumo.

Éste, desde la publicidad y su mensaje, se «vende» como la vía regia para alcanzar esa felicidad que parece estar a mano de cualquiera que acceda a tal vehículo o determinado modelo de móvil.

Y así, sucesivamente. Es un modelo siniestro donde el sujeto, como tal no cuenta, más que en su faceta de consumidor en potencia. Esta realidad, instaura una cadena donde el tatuarse, transforma al sujeto en un artículo más que, literalmente, pone su piel y su cuerpo en circulación.

En efecto, el mundo contemporáneo se caracteriza por mutar continuamente, y genera de esta manera nuevas situaciones en el ámbito familiar, en los vínculos, nuevos modelos y también nuevas profesiones.

Así, el tatuaje ha dado lugar a los tatuadores, y a toda una industria que gira alrededor de ese nuevo oficio (hay tatuadores que son considerados artistas y que viajan por el mundo solicitados por doquier).

Sucede algo similar con los piercings, que no sólo implica a quien los aplica sino también a los que pasaron a fabricar y vender todo tipo de artilugios de diferentes materiales, algunos muy valiosos, para esta nueva «industria».

Dicho esto, se ve como ese signo que constituiría una marca única y distintiva pasa a ser la marca de un artículo más de consumo.

EL TRAZO Y LA LETRA

Ahora bien, en el tatuaje hay algo del orden del trazo y la letra, es muy interesante pensarlo también en esa dirección ya que para el psicoanálisis esto tiene todo su lugar.

Lacan, en los últimos años de su vida, estaba muy interesado en el tema de la caligrafía oriental y su relación con el texto, concretamente, la poesía.

Ésta atraviesa toda la obra lacaniana, pero en la época a la cual me refiero, Lacan fue más allá y desde su incansable movimiento no dejó de lado tampoco el Tao, ni las cuestiones que en la filosofía oriental pudieran apasionarlo.

Para los chinos y también los japoneses, la caligrafía no es independiente del texto. Si un texto es bello, debe estar bellamente escrito, de lo contrario, pierde su valor. El trazo, es del orden de lo pictórico, es un hecho estético tributario de ese campo que pone en juego la letra, ya que allí se apoya la creación.

En la escritura japonesa la caligrafía produce una fusión entre la música de las palabras y el goce del lenguaje. La calidad del calígrafo se mide en el trazo. Recordé así una película relacionada con el tema que nos ocupa.

En el film el acento está puesto en la letra, la caligrafía y el goce del pincel en la piel, se puede apreciar el lugar de litoral de la letra en tanto contorno que se pierde, se desdibuja y al unísono, delimita. Litoral como borde, límite de la imagen.

Pues no es por el sentido de la imagen que la escritura toma su fuerza sino por la pura imagen en su despliegue y en su quebradura.

Cuando la protagonista, con el cuerpo bellamente escrito, deja que el agua arrastre la tinta mientras la cámara muestra la disolución de la letra escurriéndose por el sumidero, parece deslizarse algo alrededor de la letra como desecho: de «letter» a «litter«, de letra a desecho.

La película – The Pillow Book – inspirada en el libro que lleva ese título, fue escrito por una mujer al final del primer milenio de nuestra era, Sei Shônagon, que sirvió en la corte como ayudante de la Emperatriz.

El título del libro y la película hacen referencia a esa especie de caja que usan los japoneses como almohada. Allí dentro se guardaban los secretos y los diarios íntimos.

Este libro, es uno de ellos. La película gira alrededor de la vida amorosa de una mujer marcada desde niña -no ya por el tatuaje- sino por la escritura.

Su padre, calígrafo, le escribía en la cara y parte de la espalda algunas frases que repetía en voz alta, cada cumpleaños. Esa niña, al hacerse mujer, buscará incansablemente un hombre que le escriba el cuerpo.

Al encontrarlo, es ella misma quien pasa a escribir en el cuerpo del otro. El goce y lo efímero se muestran en la película desde la belleza y el enigma que comporta.

La condición de goce que el padre imprime con su acto, unido a la lectura del libro de Shônagon que su madre le lee cada noche – «cuando tengas 28 años este libro tendrá ya mil» dirá la misma – inclinan a la niña a un inseparable duelo entre su deseo de ser escrita y el de escribir en el cuerpo del otro. Y todo ello, literalmente.

La película abre una puerta diferente mostrando -desde la mirada del director del film- lo que el tatuaje fue en otra cultura donde la belleza del trazo era equiparable al erotismo y el texto era indisoluble de la forma como tal.

En efecto, la carne tal como se muestra en el tatuaje contemporáneo, no deja lugar a la metáfora, es marca que da a veral tiempo que envuelveel cuerpo en su vertiente más Real.

LA AUTORA
Claudine Foos. A.P. Psicoanalista en Madrid. Miembro de la ELP y la AMP.

Tags: Violencia, Psicoanálisis, Clínica, Teoría, Literatura, Cultura, Filosofía, Psicología, Salud Mental, Sexualidad

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Por: Camilo Ramírez Garza,
Miércoles, 05 de Noviembre de 2008

BañolenguajeCarne, entrañas, huesos, tendones, tejidos, pelo, uñas, fluidos: sangre, lágrimas, flujo menstrual, semen, sudor, cerumen, pus, lagañas, excrementos, orines… desarticulados y primordiales.

Realidad tangible que conforma al organismo caótico y desorganizado. Dicho real del cuerpo es impactado por el lenguaje y la imagen, es decir, por la voz y la mirada de quienes le reconocerán como semejante en un contexto cultural determinado, posibilitándole quedar inscrito simbólicamente como sujeto, ser algo para otro.

El efecto de la voz humana es el amor, el lazo que hace que el propio cuerpo se erotice, eso que Freud nombró como pulsión (del alemán Trieb: empuje, rebrote) y se desplace hacia fuera del ámbito de lo animal-único, es decir, el campo del instinto, para constituirse por la diferencia y así surgir el cuerpo humano, como entidad hablante, siempre en constante construcción. 

De ahí que nunca se termine de ser. La voz -esa que viene de afuera- al atravesar y constituir el cuerpo humano (“El cuerpo es un regalo del lenguaje” dirá Jacques Lacan) funda lo humano, la psique, la sensación de poseer un mundo interno donde se piensa, reflexiona y fantasea. 

Pero todo eso vino de afuera, de otro que hablaba. En ese sentido nuestra voz, producida entre el cuerpo, pues la voz no “sale” de ningún órgano en particular sino que se produce entre el cuerpo (pulmones, diafragma, cuerdas bocales, lengua) es algo extranjero, algo ajeno, un alíen que toma a ese organismo caótico y primordial para darle forma de cuerpo humano y entonces otorgar la sensación de que se “es” el cuerpo que se posee. 

Ilusión –la del control y posesión de un cuerpo “propio”- que se mantiene siempre frágil y fugas, pues lo real del cuerpo aparece a menudo sorprendiendo, desgarrando dicha seguridad: desde un simple tropezón, accidente cotidiano, un paso de baile que no sale bien, un temblor de nervios o sonrojarse tomando al cuerpo por sorpresa; un miembro amputado que sigue doliendo, o uno propio que se comienza a experimentar ajeno, como si fuera de otro.  

Hasta una enfermedad como el cáncer, dónde las células no dejan de reproducirse, diríamos que padecen un “exceso de vida” y quién lo padece experimenta “como algo ajeno” eso que sucede en su cuerpo: “Es que yo me sentía mal” “Cómo es posible que ahora me pase esto, o esto otro”; en el caso de la muerte inminente: “¡Renuncio a morirme! ¡No puedo morirme!”. 

De ahí que Freud planteara que en lo Inconsciente nadie creemos en nuestra propia muerte, de ahí que solo podemos imaginarla como si se tratara de la muerte de otro (yo viéndome “desde afuera” el día de mi funeral) en tanto que nuestra psique humana está hecha de lenguaje, palabras que siempre serán eternas, pues el lenguaje no nace ni muere, es algo vivo que se transforma a través de la interacción con los demás seres-hablantes. 

Ese “desde afuera” solo es posible gracias al desdoblamiento del lenguaje; pensar, imaginar, hablar, de mí-mismo como si se tratase de otro, de alguien ajeno que soy yo mismo; la otredad puesta en lo propio; lo ajeno y distante como lo más cercano y familiar: eso que solo se puede localizar afuera, en otros, pero que es “no sabido” sobre sí mismo. 

Y que en psicoanálisis llamamos lo Inconsciente. El saber sobre sí pero puesto y enviado desde el otro. 

“El hablante recibe su mensaje de manera inversa” planteará Lacan. Nuestra sabiduría popular lo ha dicho de una manera más sencilla: “El sordo no oye, pero bien que compone”. Haciendo notar el lugar desde donde alguien compone, es decir, desde donde alguien escucha y da sentido a “eso” que considera como su realidad. 

camilormz@gmaill.com

Fuente: El Porvenir

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